Propósito: “Éste es uno de los primeros pasos en el proceso de aceptar tu verdadera función en la tierra” (3:2). Esta lección es una continuación de lo que comenzó en la Lección 37 (“Mi santidad bendice al mundo”), que contenía “los primeros destellos de tu verdadera función en el mundo, o, la razón por la que estás aquí” (L.37.1:1)
Ejercicio: Tantos como puedas, (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante uno o dos minutos.
- Dite a ti mismo: “Yo soy la luz del mundo. Ésa es mi única función. Por eso es por lo que estoy aquí”.
- Luego piensa en estas frases. Deja que te vengan pensamientos relacionados. Si puedes, cierra los ojos para hacer esto. Si tu mente se distrae (mejor dicho, cuando se distrae), repite la idea. Éste es el mismo tipo de práctica que hiciste en la Lección 50 y durante el Primer Repaso. Al pensar activamente en la idea, la haces tuya propia.
Observaciones: Empieza y termina el día con una sesión de práctica. Éstas pueden ser más largas si quieres. Estas prácticas harán que tu día empiece, termine, y se llene con la afirmación de la verdad sobre ti. Ésta es la clase de día al que el Libro de Ejercicios nos lleva, en el que practicamos por la mañana, por la noche, y durante todo el día.
Éste es el primero de los siete “pasos gigantescos” en tu viaje de regreso al hogar. Intenta hacer hoy exactamente eso. Utilízalo para “empezar a sentar las bases” (7:4) de los pasos gigantescos que quedan por llegar.
Comentario
Probablemente, si te pareces a mí, la mayoría de los días no te sientes la luz del mundo. Algunos días me siento como el último rescoldo de la chimenea. Pero esta lección no habla acerca de cómo me siento, habla de lo que soy en verdad. “No se refiere a ninguna de las características con las que has dotado a tus ídolos. Se refiere a ti tal como fuiste creado por Dios” (1:5-6). No se refiere a quien yo pienso que soy, se refiere a mis características del diseño original, directamente de la mano del Creador. Según la enseñanza tradicional cristiana, Jesús es la luz del mundo y el resto de nosotros somos los ciegos que necesitan su luz. Decir “Yo soy la luz del mundo” puede parecer demasiado. Puede parecer arrogante, lleno de orgullo, incluso lleno de ego. Cuando Dios te ha hecho la luz del mundo, ¿qué hay más arrogante que decir: “Lo siento, Jefe, te equivocas. Soy un pobre pecador”?
Tú y yo estamos aquí para ser conductores de la luz de Dios. Ser la luz del mundo es nuestra única función, y la única razón por la que estamos aquí (5:3-5). Somos portadores de la salvación, no hay otro modo de que la salvación venga al mundo excepto a través de nosotros, ¡a través de todos nosotros!
La lección pide nuestra aceptación y práctica de esta idea “uno de los primeros pasos en el proceso de aceptar tu verdadera función en la tierra” (3:2), “un paso gigantesco” (3:3), “una aseveración categórica de tu derecho a la salvación” (3:4). No es únicamente una lección más, ¡es cosa seria! Bajarte del tren del “pobre de mí, necesito que me salven” y subirte al tren de “portador de la salvación” puede ser un punto decisivo importante. La clave general de la idea se refleja en el viejo dicho de los años sesenta: ¿Eres parte del problema o de la solución?
Al principio puede parecer que esta idea pide demasiado de nosotros. “¿Quién, yo salvar al mundo? ¿Estás de broma? ¡Ni siquiera puedo salvarme a mí mismo!” Pero esa creencia sobre nosotros mismos es exactamente donde está nuestro problema. Intenta darle amor a alguien hoy y descubrirás que puedes llevar luz a su vida. Haz esto unas cuantas veces y tu opinión acerca de ti mismo empezará a cambiar. Tu verdadera sensación de valía propia empezará a florecer. Al dar ayuda, te estarás ayudando a ti mismo. Afirmas la divinidad de tu Fuente y te reconoces a ti mismo como un Hijo de Dios al reconocer que ser útil, dar amor, extender amabilidad, y mostrar compasión es la verdadera razón por la que estás aquí.
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