DESPERTAR AL AMOR

martes, 12 de noviembre de 2013

12 NOVIEMBRE: Todos los regalos que les hago a mis hermanos me pertenecen.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

 

 

LECCIÓN 316



Todos los regalos que les hago a mis hermanos me pertenecen.


1. Del mismo modo en que cada uno de los regalos que mis her­manos hacen me pertenece, así también cada regalo que yo hago me pertenece a mí. 2Cada uno de ellos permite que un error pasado desaparezca sin dejar sombra alguna en la santa mente que mi Padre ama. 3Su gracia se me concede con cada regalo que cualquier hermano haya recibido desde los orígenes del tiempo, y más allá del tiempo también. 4Mis arcas están llenas, y los ánge­les vigilan sus puertas abiertas para que ni un solo regalo se pierda, y sólo se puedan añadir más. 5Déjame llegar allí donde se encuentran mis tesoros, y entrar a donde en verdad soy bienve­nido y donde estoy en mi casa, rodeado de los regalos que Dios me ha dado.

2. Padre, hoy quiero aceptar Tus regalos. 2No los reconozco. 3Mas confío en que Tú que me los diste, me proporcionarás los medios para poder contemplarlos, ver su valor y estimarlos como lo único que deseo.




TEXTO

 

VI. Los testigos del pecado


1. El dolor demuestra que el cuerpo no puede sino ser real. 2Es una voz estridente y ensordecedora, cuyos alaridos tratan de ahogar lo que el Espíritu Santo dice e impedir que Sus palabras lleguen hasta tu conciencia. 3El dolor exige atención, quitándo­sela así al Espíritu Santo y centrándola en sí mismo. 4Su propó­sito es el mismo que el del placer, pues ambos son medios de otorgar realidad al cuerpo. 5Lo que comparte un mismo propó­sito es lo mismo. 6Esto es lo que estipula la ley que rige todo propósito, el cual une dentro de sí a todos aquellos que lo com­parten. 7El placer y el dolor son igualmente ilusorios, ya que su propósito es inalcanzable. 8Por lo tanto, son medios que no llevan a ninguna parte, pues su objetivo no tiene sentido. 9Y comparten la falta de sentido de que adolece su propósito.

2. El pecado oscila entre el dolor y el placer, y de nuevo al dolor. 2Pues cualquiera de esos testigos es el mismo, y sólo tienen un mensaje: "Te encuentras dentro de este cuerpo, y se te puede hacer daño. 3 También puedes tener placer, pero el costo de éste es el dolor". 4A estos testigos se unen muchos más. 5Cada uno de ellos parece diferente porque tiene un nombre distinto, y así, parece responder a un sonido diferente. 6A excepción de esto, los testigos del pecado son todos iguales. 7Llámale dolor al placer, y dolerá. 8Llámale placer al dolor, y no sentirás el dolor que se oculta tras el placer. 9Los testigos del pecado no hacen sino cam­biar de un término a otro, según uno de ellos ocupa el primer plano y el otro retrocede al segundo. 10Es irrelevante, no obs­tante, cuál de ellos tenga primacía en cualquier momento dado. 11Los testigos del pecado sólo oyen la llamada de la muerte.

3. El cuerpo, que de por sí carece de propósito, contiene todas tus memorias y esperanzas. 2Te vales de sus ojos para ver y de sus oídos para oír, y dejas que te diga lo que siente. 3Mas él no lo sabe. 4Cuando invocas los testigos de su realidad, te repiten única­mente los términos que les proporcionaste para que él los usara. 5No puedes elegir cuál de entre ellos es real, pues cualquiera que elijas es igual que los demás. 6Lo único que puedes hacer es deci­dir llamarlo por un nombre o por otro, pero eso es todo. 7No puedes hacer que un testigo sea verdadero sólo porque lo llames con el nombre de la verdad. 8La verdad se encuentra en él si lo que representa es la verdad. 9De lo contrario, miente, aunque lo invoques con el santo Nombre de Dios Mismo.

4. El Testigo de Dios no ve testigos contra el cuerpo. 2Tampoco presta atención a los testigos que con otros nombres hablan de manera diferente en favor de la realidad del cuerpo. 3Él sabe que no es real. 4Pues nada podría contener lo que tú crees que el cuerpo contiene dentro de sí. 5El cuerpo no puede decirle a una parte de Dios cómo debe sentirse o cuál es su función. 6El Espí­ritu Santo, sin embargo, no puede sino amar aquello que tú tienes en gran estima. 7Y por cada testigo de la muerte del cuerpo, Él te envía un testigo de la vida que tienes en Aquel que no conoce la muerte. 8Cada milagro que Él trae es un testigo de la irrealidad del cuerpo. 9Él cura a éste de sus dolores y placeres por igual, pues todos los testigos del pecado son reemplazados por los Suyos.

5. El milagro no hace distinciones entre los nombres con los que se convocan a los testigos del pecado. 2Demuestra simplemente que lo que ellos representan no tiene efectos. 3Y puede demostrar esto porque sus propios efectos han venido a sustituirlos. 4Sea cual sea el término que hayas utilizado para referirte a tu sufri­miento, 5éste ya no existe. 6Aquel que es portador del milagro percibe que todos ellos son uno y lo mismo, y los llama miedo. 7De la misma manera en que el miedo es el testigo de la muerte, el milagro es el testigo de la vida. 8Es un testigo que nadie puede refutar, pues los efectos que trae consigo son los de la vida. 9Gra­cias a él los moribundos se recuperan, los muertos resucitan y todo dolor desaparece. 10Un milagro, no obstante, no habla en nombre propio, sino sólo en nombre de lo que representa.

6. El amor, asimismo, tiene símbolos en el mundo del pecado. 2El milagro perdona porque representa lo que yace más allá del per­dón, lo cual es verdad. 3¡Cuán absurdo y demente es pensar que un milagro pueda estar limitado por las mismas leyes que vino exclusivamente a abolir! 4Las leyes del pecado tienen diferentes testigos, y cada uno de ellos tiene diferentes puntos fuertes. 5Y estos testigos dan testimonio de diferentes clases de sufrimiento. 6No obstante, para Aquel que envía los milagros a fin de bendecir el mundo, una leve punzada de dolor, un pequeño placer mun­dano o la agonía de la muerte, no son sino el mismo estribillo: una petición de curación, una llamada de socorro en un mundo de sufrimiento. 7De esa similitud es de lo que el milagro da testi­monio. 8Esta similitud es lo que prueba. 9Las leyes que considera­ban que todas esas cosas eran diferentes, son abolidas, lo cual demuestra su impotencia. 10El propósito del milagro es lograr esto. 11Y Dios Mismo ha garantizado el poder de los milagros por razón de lo que atestiguan.

7. Sé, pues, un testigo del milagro, y no de las leyes del pecado. 2No hay necesidad de que sigas sufriendo. 3Pero sí de que sanes, ya que el sufrimiento y la angustia del mundo han hecho que éste sea sordo a su propia necesidad de salvación y liberación.

8. La resurrección del mundo aguarda hasta que sanes y seas feliz, para que puedas demostrar que el mundo ha sanado. 2El instante santo sustituirá todo pecado sólo con que lleves sus efectos contigo. 3Y nadie elegirá sufrir más. 4¿Qué mejor función que ésta podrías servir? 5Sana para que así puedas sanar, y evítate el sufrimiento que conllevan las leyes del pecado. 6Y la verdad te será revelada, por haber elegido que los símbolos del amor ocu­pen el lugar del pecado.


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