DESPERTAR AL AMOR

viernes, 17 de febrero de 2017

17 FEBRERO: No hay nada que temer.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCION 48


No hay nada que temer.


1. La idea de hoy afirma simplemente un hecho. 2No es un hecho para los que creen en ilusiones, mas las ilusiones no son hechos. 3En realidad no hay nada que temer. 4Esto es algo muy fácil de reconocer. 5Pero a los que quieren que las ilusiones sean verdad les es muy difícil reconocerlo.

2. Las sesiones de práctica de hoy serán muy cortas, muy simples y muy frecuentes. 2Repite sencillamente la idea tan a menudo como puedas. 3Puedes hacerlo con los ojos abiertos en cualquier momento o situación. 4Recomendamos enérgicamente, no obs­tante, que siempre que puedas cierres los ojos durante aproxima­damente un minuto y repitas la idea lentamente para tus adentros varias veces. 5Es especialmente importante también que la uses de inmediato si observas que algo perturba tu paz mental.  

3. La presencia del miedo es señal inequívoca de que estás con­fiando en tu propia fortaleza. 2La conciencia de que no hay nada que temer indica que en algún lugar de tu mente, aunque no necesariamente en un lugar que puedas reconocer, has recordado a Dios y has dejado que Su fortaleza ocupe el lugar de tu debili­dad. 3En el instante en que estés dispuesto a hacer eso, cierta­mente no habrá nada que temer.




Instrucciones para la práctica

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo, tan a menudo como sea posible.

Hay dos formas. Usa la más larga siempre que puedas.

  • Repite la idea. Puedes hacerlo con los ojos abiertos en cualquier circunstancia, incluso durante una conversación. Tan sólo lleva dos segundos.
  • Lleva un minuto aproximadamente, cierra los ojos y repite la idea lentamente varias veces.


Observaciones: Los periodos de práctica más largos se han dejado por hoy, por lo tanto vas a centrarte en la frecuencia .Vimos lo mismo en las Lecciones 20, 27 y 40. Por lo tanto, la lección de hoy es parte de una serie planeada para enseñarnos el hábito importantísimo de la práctica frecuente. Por eso, en lugar de tomarte un día libre, dedícate de lleno. Cuanto más pongas de tu parte, mayor beneficio obtendrás de ello.

Lecciones anteriores (27, 40) recomendaban establecer la frecuencia al comienzo del día y luego tratar de mantenerla. Yo recomendaría hacer hoy lo mismo. ¿Qué frecuencia quieres establecer? Echemos un vistazo a lecciones anteriores que precisaban una frecuencia:


  • Lección 20: 2 por hora
  • Lección 27: de 2 a 4 por hora
  • Lección 39: de 3 a 4 por hora
  • Lección 40: 6 por hora

La media es de 3 a 4 por hora, pero date cuenta también de que la frecuencia aumenta a medida que las lecciones avanzan. Yo sugeriría que elijas una frecuencia que realmente pienses que puedes mantener, y luego tener la firme intención de mantenerla, e incluso tomarte un momento para imaginarte a ti mismo practicándola en diferentes circunstancias. Durante el día, cuando te des cuenta de que te has olvidado, no te disgustes, nos sucede a todos. Simplemente vuelve a la práctica, de inmediato y sin culpa.

Respuesta a la tentación: Cuando algo perturbe tu paz mental.
Repite la idea de inmediato.


Comentario

Se puede entender este sencillo pensamiento al menos de dos maneras:

1) No hay nada a lo que temer.

2) ¿Miedo? ¡Eso no es cierto!

Como el tercer párrafo aclara, este pensamiento está relacionado con la lección de ayer acerca de confiar en la fortaleza de Dios en lugar de confiar en nuestra propia fortaleza, separada de la Suya. “La presencia del miedo es señal inequívoca de que estás confiando en tu propia fortaleza” (3:1). Como dijo la lección de ayer: “¿Quién puede depositar su fe en la debilidad y sentirse seguro?” (L.47.2:3). Por eso, cuando confiamos en nuestra propia fortaleza, sentimos miedo. Cuando confiamos en la fortaleza de Dios, no sentimos miedo. El miedo no es algo que debamos temer; sin embargo, es una señal que nos avisa de que nuestra fe está en el lugar equivocado, y lo que pide es corrección, no condena.

Desde la perspectiva de la mente recta, es un hecho que: no hay nada que temer. Dios es todo lo que existe, y nosotros somos parte de Él, nada fuera de Él existe. Por supuesto, no hay nada que temer. El miedo es la creencia en algo distinto de Dios, un dios falso, un ídolo con poder que se opone y vence a Dios. Secretamente creemos que hemos hecho eso, pero de lo que tenemos miedo es de nosotros mismos. Sin embargo, lo que creemos que hemos hecho nunca ha ocurrido. Por eso, no hay nada que temer. “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2).

Si creemos en ilusiones, el miedo parece muy real, pero tenemos miedo de la nada. La lección dice que “es muy fácil de reconocer” que no hay nada que temer (1:4); lo que hace que parezca difícil es que queremos que las ilusiones sean verdad (1:5). Si no son verdad, entonces no somos quienes creemos ser y quienes queremos ser; somos creaciones de Dios, no nuestra propia creación. Por eso, nos aferramos a las ilusiones para dar validez a nuestro ego, y al hacerlo, conservamos el miedo.

Cuando nos permitimos a nosotros mismos recordar que no hay nada que temer, y cuando conscientemente nos recordamos ese hecho durante el día, eso nos demuestra que “en algún lugar de tu mente, aunque no necesariamente en un lugar que puedas reconocer, has recordado a Dios y has dejado que Su fortaleza ocupe el lugar de tu debilidad” (3:2). Esto es lo que el Texto llama la “mente recta”. Hay una parte de nuestra mente -realmente la única parte que existe- en la que ya hemos recordado a Dios. Esa parte de nuestra mente es lo que nos está despertando de nuestro sueño.

¿Alguna vez te has preguntado cómo es que encontraste Un Curso de Milagros, y por qué te atrae? Tu mente recta ha creado esta experiencia para ti; tu verdadero Ser te habla a través de sus páginas para despertarte. Cada vez que repetimos “No hay nada que temer”, nos estamos asociando con la parte de nosotros que ya está despierta, y que ya ha recordado la verdad. Puesto que ya estamos despiertos, el resultado es inevitable. Pero necesitamos esta apariencia de tiempo para “darnos tiempo a nosotros mismos” (por así decir) para despachar las ilusiones y reconocer la verdad siempre presente de nuestra realidad.





TEXTO


VII. La decisión en favor de Dios

 

1. ¿Crees realmente que puedes fabricar una voz que pueda aho­gar a la de Dios? 2¿Crees realmente que puedes inventar un sis­tema de pensamiento que te pueda separar de Él? 3¿Crees realmente que puedes encargarte de tu seguridad y de tu dicha mejor que Él? 4No tienes que ser ni cuidadoso ni descuidado, necesitas simplemente echar sobre Sus Hombros toda angustia, pues Él cuida de ti. 5Él cuida de ti porque te ama. 6Su Voz te recuerda continuamente que tienes motivos para sentirte esperan­zado debido a que estás a Su cuidado. 7No puedes elegir excluirte de Su cuidado porque ésa no es Su Voluntad, pero puedes elegir aceptar Su cuidado y usar el poder infinito de éste en beneficio de todos los que Él creó mediante él.

2. Han sido muchos los sanadores que no se curaron a sí mismos. 2No movieron montañas con su fe porque su fe no era absoluta. 3Algunos de ellos ocasionalmente curaron enfermos, mas no resucitaron a ningún muerto. 4A menos que el sanador se cure a sí mismo, no podrá creer que no hay grados de dificultad en los milagros. 5No habrá aprendido que toda mente que Dios haya creado es igualmente digna de ser sanada porque El la creó ínte­gra. 6Se te pide simplemente que le devuelvas a Dios tu mente tal como Él la creó. 7Dios te pide únicamente lo que Él te dio, sabiendo que mediante esa entrega sanarás. 8La cordura no es otra cosa que plenitud, y la cordura de tus hermanos es también la tuya.

3. ¿Por qué prestarle atención a las continuas y dementes exigen­cias que crees que se te hacen, cuando puedes saber que la Voz que habla por Dios se encuentra en ti? 2Dios te encomendó Su Espíritu, y te pide que tú le encomiendes el tuyo. 3Su Voluntad dispone que éste permanezca en perfecta paz porque tú eres de una misma mente y de un mismo espíritu con El. 4El último recurso desesperado del ego en defensa de su propia existencia es excluirte de la Expiación. 5Ello refleja a la vez la necesidad del ego de mantenerse separado, y el hecho de que tú estás dispuesto a ponerte de parte de la separación por la que él aboga. 6El hecho de que estés dispuesto a ello significa que no quieres sanar.

4. Pero ha llegado el momento. 2No se te ha pedido que elabores el plan de la salvación porque, como ya te dije anteriormente, el remedio no pudo haber sido obra tuya. 3Dios Mismo te dio la Corrección perfecta para todo lo que has inventado que no esté de acuerdo con Su santa Voluntad. 4Te estoy haciendo perfecta­mente explícito Su plan, y te diré también cuál es tu papel en él y cuán urgente es que lo lleves a cabo. 5Dios se lamenta ante el "sacrificio" de Sus Hijos que creen que Él se olvidó de ellos.

5. Siempre que no te sientes completamente dichoso es porque has reaccionado sin amor ante una de las creaciones de Dios. 2Al percibir eso como un pecado te pones a la defensiva porque pre­vés un ataque. 3Tú eres el que toma la decisión de reaccionar de ­esa manera, y, por lo tanto, la puedes revocar. 4No puedes revo­carla arrepintiéndote en el sentido usual de la palabra porque eso implicaría culpabilidad. 5Si sucumbes al sentimiento de culpabi­lidad, reforzarás el error en vez de permitir que sea des-hecho.

6. Tomar esta decisión no puede ser algo difícil. 2Esto es obvio, si te percatas de que si no te sientes completamente dichoso es por­que tú mismo así lo has decidido. 3Por lo tanto, el primer paso en el proceso de des-hacimiento es reconocer que decidiste equivo­cadamente a sabiendas, pero que con igual empeño puedes deci­dir de otra manera. 4Sé muy firme contigo  mismo con respecto a esto, y mantente plenamente consciente de que el proceso de des-­hacimiento, que no procede de ti, se encuentra no obstante en ti porque Dios lo puso ahí. 5Tu papel consiste simplemente en hacer que tu pensamiento retorne al punto en que se cometió el error, y en entregárselo allí a la Expiación en paz. 6Repite para tus aden­tros lo que sigue a continuación tan sinceramente como puedas, recordando que el Espíritu Santo responderá de lleno a tu más leve invitación:

7Debo haber decidido equivocadamente porque no estoy en paz.
8Yo mismo tomé esa decisión, por lo tanto, puedo tomar otra.
9Quiero tomar otra decisión porque deseo estar en paz.
10No me siento culpable porque el Espíritu Santo, si se lo permito  anulará todas las consecuencias de mi decisión equivocada.

11Elijo permitírselo, al dejar que Él decida en favor de Dios por mí.



No hay comentarios:

Publicar un comentario