DESPERTAR AL AMOR

lunes, 15 de julio de 2019

15 JULIO: Es únicamente a mí mismo a quien crucifico.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 196


Es únicamente a mí mismo a quien crucifico.


1. Cuando realmente hayas entendido esto, y lo mantengas fir­memente en tu conciencia, ya no intentarás hacerte daño ni hacer de tu cuerpo  un esclavo de la venganza. 2No te atacarás a ti mismo, y te darás cuenta de que atacar a otro es atacarte a ti mismo. 3Te liberarás de la demente creencia de que atacando a tu hermano te salvas tú. 4Y comprenderás que su seguridad es la tuya, y que al sanar él, tú quedas sanado.

2. Tal vez no entiendas en un principio cómo es posible que la misericordia, que es ilimitada y envuelve todas las cosas en su segura protección, pueda hallarse en la idea que hoy practica­mos. 2De hecho, esta idea puede parecerte como una señal de que es imposible eludir el castigo, ya que el ego, ante lo que considera una amenaza, no vacila en citar la verdad para salvaguardar sus mentiras. 3Es incapaz, no obstante, de entender la verdad que usa de tal manera. 4Mas tú puedes aprender a detectar estas necias maniobras y negar el significado que parecen tener.

3. De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego. 2Pues las formas con las que el ego procura distorsionar la verdad ya no te seguirán engañando. 3No creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. 4Y verás en la idea de hoy la luz de la resurrección, refulgiendo más allá de todos los pensa­mientos de crucifixión y muerte hasta los de liberación y vida.

4. La idea de hoy es un paso que nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad. 2Demos este paso hoy, para poder recorrer rápidamente el camino que nos muestra la salvación, dando cada paso en la secuencia señalada, a medida que la mente se va desprendiendo de sus lastres uno por uno. 3No necesitamos tiempo para esto, 4sino únicamente estar dispuestos. 5Pues lo que parece requerir cientos de años puede lograrse fácilmente -por la gracia de Dios- en un solo instante.

5. El pensamiento desesperante y deprimente de que puedes ata­car a otros sin que ello te afecte te ha clavado a la cruz. 2Tal vez pensaste que era tu salvación. 3Mas sólo representaba la creencia de que el temor a Dios era real. 4¿Y qué es esto sino el infierno? 5¿Quién que en su corazón no tuviese miedo del infierno podría creer que su Padre es su enemigo mortal, que se encuentra sepa­rado de él y a la espera de destruir su vida y obliterarlo del uni­verso? 

6. Tal es la forma de locura en la que crees, si aceptas el temible pensamiento de que puedes atacar a otro y quedar tú libre. 2Hasta que esta forma de locura no cambie, no habrá esperanzas. 3Hasta que no te des cuenta de que, al menos esto, tiene que ser comple­tamente imposible, ¿cómo podría haber escapatoria? 4El temor a Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento es verdad. 5Y no percibirá su insensatez, y ni siquiera se dará cuenta de que lo abriga, lo cual le permitiría cuestionarlo.

7. Pero incluso para cuestionarlo, su forma tiene primero que cambiar lo suficiente como para que el miedo a las represalias disminuya y la responsabilidad vuelva en cierta medida a recaer sobre ti. 2Desde ahí podrás cuando menos considerar si quieres o no seguir adelante por ese doloroso sendero, mientras este cam­bio no tenga lugar, no podrás percibir que son únicamente tus pensamientos los que te hacen caer, presa del miedo, y que tu liberación depende de ti.

8. Si das este paso hoy, los que siguen te resultarán más fáciles. 2A partir de aquí avanzaremos rápidamente, 3pues una vez que entiendas que nada, salvo tus propios pensamientos, te puede hacer daño, el temor a Dios no podrá sino desaparecer. 4No podrás seguir creyendo entonces que la causa del miedo se encuentra fuera de ti. 5Y a Dios, a Quien habías pensado deste­rrar, se le podrá acoger de nuevo en la santa mente que Él nunca abandonó.

9. El himno de la salvación puede ciertamente oírse en la idea que hoy practicamos. 2Si es únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo y no tienes que temer su venganza ni su persecución. 3Tampoco es necesario que te escondas lleno de terror del miedo mortal a Dios que la proyección oculta tras de sí. 4Lo que más pavor te da es la salvación. 5Eres fuerte, y es fortaleza lo que deseas. 6Eres libre, y te regocijas de ello. 7Has procurado ser débil y estar cautivo porque tenías miedo de tu fortaleza y de tu libertad. 8Sin embargo, tu salvación radica en ellas.

10. Hay un instante en que el terror parece apoderarse de tu mente de tal manera que no parece haber la más mínima espe­ranza de escape. 2Cuando te das cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se percibe a sí misma dividida. 3Esto se había mantenido oculto mientras creías que el ataque podía lanzarse fuera de ti y que éste podía devolvérsete desde afuera. 4Parecía ser un enemigo externo al que tenías que temer. 5Y de esta manera, un dios externo a ti se convirtió en tu enemigo mortal y en la fuente del miedo.

11. Y ahora, por un instante, percibes dentro de ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el momento en que por fin pueda acabar contigo. 2No obstante, en ese mismo instante es el momento en que llega la salvación. 3Pues el temor a Dios ha desaparecido. 4Y puedes apelar a Él para que te salve de las ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo. 5Reza para que este instante llegue pronto, hoy mismo. 6Aléjate del miedo y dirí­gete al amor.

12. No hay un solo Pensamiento de Dios que no vaya contigo para ayudarte a alcanzar ese instante e ir más allá de él prontamente, con certeza y para siempre. 2Cuando el temor a Dios desaparece, no queda obstáculo alguno entre la santa paz de Dios y tú. 3¡Cuán benévola y misericordiosa es la idea que hoy practicamos! 4Acó­gela gustosamente, como debieras, pues es tu liberación. 5Es a ti a quien tu mente trata de crucificar. 6Mas tu redención también pro­cederá de ti.



RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora, Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Dar este paso en el camino de la salvación, para que de aquí en adelante puedas avanzar rápidamente y con facilidad. Abandonar la creencia de que hay un enemigo afuera al que temer. Esto te liberará de tu miedo a Dios y podrás darle la bienvenida en tu mente.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Utiliza la lección: “Es únicamente a mí mismo a quien crucifico”, para perdonar todos los acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza. De este modo sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Respuesta a la tentación: Repite la idea siempre que te sientas tentado a creer que puedes atacar a otro y así escaparte tú del ataque.

Comentario

Ésta es una reafirmación de una de las lecciones fundamentales del Curso, el primer paso del perdón en otra forma: tomar el problema de fuera de nosotros, retirar la proyección, y ver que “soy yo quien me estoy haciendo esto a mí mismo”.

Al ego le gusta utilizar mal esta idea para castigarnos. El ego nos hace creer que por naturaleza somos auto-destructivos (que nos atacamos a nosotros mismos). La verdad es que, hacemos cosas que nos perjudican pero tenemos elección en ello. No tenemos que hacerlas, y en verdad no es nuestra voluntad hacerlas. No somos demonios, somos el santo Hijo de Dios.

El obstáculo a la consciencia de nuestro Ser al que esta lección va dirigido es nuestra creencia de que hemos dañado o “crucificado” al mundo. Es la creencia de que nos hemos convertido a nosotros mismos en monstruos que no merecen confianza, listos para atacar sin provocación, para herir y matar.

El Curso llama a la aceptación de la idea de hoy (que sea cual sea la forma en que crucificamos a otro, es a nosotros mismos a quien crucificamos) “un paso que nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad” (4:1). Nos ruega que demos “cada paso en la secuencia señalada” (4:2), es decir, que no nos saltemos ningún paso. La idea de hoy es un paso que consiste en diferenciar el Ser del cuerpo y del ego:

De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego… No creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. (3:1-3)

Debido a que creemos que nos convertimos a nosotros en un ego, creemos que somos culpables. Puesto que creemos en la culpa, hicimos al cuerpo para que sufra el castigo. Reconocer que somos los que nos estamos imponiendo el castigo a nosotros mismos, es el primer paso para liberarnos de todo el lío. Para reconocer que somos los que nos estamos imponiendo el castigo, tenemos que dejar a un lado el cuerpo y el ego, y hacernos conscientes de una parte mucho mayor de nosotros mismos. De este modo nos damos cuenta de que el Ser es algo distinto del cuerpo o del ego, algo mucho más grande que ellos. Este algo más grande incluye también a mis hermanos. Todos somos parte de ese Ser. Los “otros” a los que creía herir son realmente parte de mi Ser.

La lección dice que si creo que puedo “atacar a otro y quedar tú libre” (6:1), estoy actuando desde un miedo escondido a Dios, desde la creencia de que Dios es otra cosa, un enemigo que espera para destruirme. Mi relación con los que me rodean siempre refleja la creencia inconsciente que yo tengo acerca de mi relación con Dios, la relación final de la Unidad y la Plenitud. “El temor a Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento (que yo puedo atacar a otro y quedar libre) es verdad” (6:4). Si yo puedo atacar a otro y quedar libre, también lo puede hacer Dios. Por lo tanto, hay que temer a Dios.

El párrafo 7 es muy importante para mí. Dice que el pensamiento de que yo puedo atacar a otro y quedar libre tiene que cambiar de forma, antes de que yo pueda poner en duda esa idea, al menos hasta el punto en el que yo pueda dejar de tener miedo de la venganza y empezar a hacerme responsable, empezar a darme cuenta de que “son únicamente tus pensamientos los que te hacen caer, presa del miedo, y que tu liberación depende de ti” (7:3). Si empiezo a darme cuenta de que no estoy atacando a otros sino atacándome a mí mismo, puedo dejar de temer la venganza de esos “otros” a los que pensaba que estaba atacando. Antes de que este pensamiento cambie, tengo miedo de los otros; después de que cambia, me doy cuenta de que mi miedo procede de mis propios pensamientos. Si esto es verdad, tengo el poder de cambiar esos pensamientos.

Según la lección, me parece que el punto decisivo, el punto en el que el miedo empieza a terminarse se encuentra en 9:2: “Si es únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo y no tienes que temer su venganza ni su persecución”. Liberarse del miedo a la venganza del mundo es el comienzo de liberarse del miedo a Dios, que es cuando “a Dios… se le podrá acoger de nuevo en la santa mente que Él nunca abandonó” (8:5).

¡Tenía miedo de mi propia fuerza y libertad porque creía que yo era peligroso! Creía que era una amenaza para el mundo, creía que le había hecho daño. No es de extrañar que no quiera ser fuerte y libre. Si lo fuera, podría destruir el universo. Pensaba que podía atacar y dañar las cosas hasta el punto en que el universo se volvería con furia y me barrería de la faz de la tierra. De hecho, durante todo el tiempo, he creído que esto describe las cosas tal como están, y por esa razón he tenido miedo tanto del mundo como de Dios.

El Curso parece decir aquí que nuestro miedo inconsciente de nosotros mismos, escondido porque proyectamos la causa sobre cosas externas, tiene que hacerse consciente, al menos por un corto pero aterrador momento. “Cuando te das cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se percibe a sí misma dividida” (10:2). “Y ahora, por un instante, percibes dentro de ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el momento en que por fin pueda acabar contigo” (11:1).

Esto parece un momento terrible, ¿por qué vamos a buscarlo voluntariamente? “No obstante, en ese mismo instante es el momento en que llega la salvación” (11:2). Ahora, viendo el enemigo dentro de nuestra mente en lugar de fuera, ya no tenemos motivos para temer a Dios. El reconocimiento de nuestra propia terrible responsabilidad nos hace darnos cuenta de que no ha sido Dios Quien nos ha estado castigando, hemos sido nosotros mismos. Dejamos de proyectar nuestros propios sueños de venganza sobre Dios. “Y puedes apelar a Él para que te salve de las ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo” (11:4).




TEXTO



10. Por eso es por lo que el instante santo es tan importante para la defensa de la verdad. 2La verdad en sí no necesita defensa, mas tú necesitas ser defendido contra tu aceptación del regalo de muerte. 3Cuando tú, que eres la verdad, aceptas una idea tan peligrosa para la verdad, la amenazas con su destrucción. 4Y ahora se te tiene que defender, para poder así conservar intacta la verdad. 5El poder del Cielo, el Amor de Dios, las lágrimas de Cristo y la ale­gría de Su espíritu eterno son convocados para defenderte de tu propio ataque. 6Pues tú los atacas al ser parte de Ellos, y Ellos tienen que salvarte, pues se aman a Sí Mismos.

11El instante santo es una miniatura del Cielo, que se te envía desde el Cielo. 2Es también un cuadro, montado en un marco. 3Mas si aceptas éste regalo no verás el marco en absoluto, ya que el regalo sólo puede ser aceptado cuando estás dispuesto a poner toda tu atención en el cuadro. 4El instante santo es una miniatura de la eternidad. 5Es un cuadro de intemporalidad, montado en un marco de tiempo. 6Si te concentras en el cuadro, te darás cuenta de que era únicamente el marco lo que te hacía pensar que era un cuadro. 7Sin el marco, el cuadro se ve como lo que representa. 8Pues de la misma manera en que todo el sistema de pensamiento del ego radica en sus regalos, del mismo modo el Cielo en su totalidad radica en este instante, que se tomó prestado de la eter­nidad y se montó en el tiempo para ti.

12Se te ofrecen dos regalos. 2Cada uno de ellos es un todo en sí mismo y no puede ser aceptado parcialmente. 3Cada uno de ellos es un cuadro de todo lo que puedes tener, aunque desde una pers­pectiva muy diferente. 4No puedes comparar su valor compa­rando el cuadro de uno con el marco del otro. 5Debes comparar únicamente los cuadros, pues, de otro modo, la comparación no tendría ningún sentido. 6Recuerda que el cuadro es lo que consti­tuye el regalo. 7Y sólo sobre esa base eres realmente libre de elegir. 8Contempla los cuadros. 9Contempla los dos. 10Uno es un cuadro diminuto, difícil de ver bajo las pesadas sombras de su enorme y desproporcionado marco. 11El otro tiene un marco liviano, está colgado en plena luz y es algo maravilloso de contemplar debido a lo que es.

13. Tú que has tratado tan arduamente -y todavía sigues tratan­do- de encajar el mejor cuadro en el marco equivocado, y combi­nar de este modo lo que no puede ser combinado, acepta lo que sigue y regocíjate por ello: cada uno de estos cuadros está perfec­tamente enmarcado de acuerdo con lo que representa. 2Uno de ellos está enmarcado de forma que el cuadro esté desenfocado y no se pueda ver. 3El otro, de forma que su cuadro se vea con perfecta claridad. 4El cuadro de muerte y de tinieblas se hace cada vez menos convincente según logras dar con él entre todo lo que lo envuelve. 5A medida que se expone a la luz cada una de las piedras inertes que en la oscuridad parecían brillar desde el marco, dichas piedras se vuelven opacas y sin vida y cesan de desviar tu atención del cuadro. 6por fin miras al cuadro en sí, viendo finalmente que, sin la protección del marco, no tiene sen­tido.

14. El otro cuadro tiene un marco muy liviano, pues el tiempo no puede contener a la eternidad. 2No hay nada en él que te pueda distraer. 3El cuadro del Cielo y de la eternidad se vuelve más convincente a medida que lo contemplas. 4Y ahora, después de haberse hecho una verdadera comparación, puede por fin tener lugar una transformación de ambos cuadros. 5Y cada uno de ellos se le da el lugar que le corresponde una vez que se ve en relación con el otro. 6Cuando llevas el cuadro tenebroso ante la luz, no lo percibes como algo temible, sino que por fin te das cuenta del hecho de que no es más que un cuadro. 7Y en ese momento reconoces lo que ves ahí tal como es: un cuadro de algo que pensabas que era real, y nada más. 8Pues más allá de ese cuadro no verás nada.

15. El cuadro de luz, en claro e inequívoco contraste, se trans­forma en lo que está más allá del cuadro. 2medida que lo con­templas, te das cuenta de que no es un cuadro, sino una realidad. 3No se trata de una representación pictórica de un sistema de pensamiento, sino que es el Pensamiento mismo. 4Lo que representa está ahí. 5El marco se desvanece suavemente y brota en ti el recuerdo de Dios, ofreciéndote toda la creación a cambio de tu insignificante cuadro, que no tenía ningún valor ni ningún signi­ficado.



16. A medida que Dios ascienda al lugar que le corresponde y tú asciendas al tuyo, volverás a entender el significado de las relacio­nes, y sabrás que es verdad. 2Ascendamos juntos hasta el Padre en paz, permitiendo que adquiera predominancia en nuestras men­tes. 3Todo se nos dará al darle a Él el poder y la gloria, y al no conservar ninguna ilusión con respecto a dónde se encuentran éstos. 4Se encuentran en nosotros gracias a Su predominio. 5Lo que Él ha dado, es Suyo. 6Resplandece en cada parte de Él, así como en la totalidad. 7La realidad de tu relación con Él radica en la relación que tenemos unos con otros. 8El instante santo refulge por igual sobre todas las relaciones, pues en él todas las relaciones son una. 9En el instante santo sólo hay curación, ya completa y perfecta, 10pues Dios está en él, y donde Él está, sólo lo que es perfecto y completo puede estar.



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