DESPERTAR AL AMOR

martes, 11 de abril de 2017

11 ABRIL: La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCION 101

La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad.


1. Hoy continuaremos con el tema de la felicidad. 2Esta idea es esencial para poder comprender el significado de la salvación. 3Todavía crees que la salvación requiere que sufras como peni­tencia por tus "pecados". 4Pero no es así. 5No obstante, no podrás evitar pensar que lo es, mientras sigas creyendo que el pecado es real y que el Hijo de Dios puede pecar.

2. Si el pecado es real, entonces el castigo es justo e ineludible. 2La salvación, por lo tanto, sólo se puede obtener mediante el sufrimiento. 3Si el pecado es real, la felicidad no puede sino ser una ilusión, pues ambas cosas no pueden ser verdad. 4Los que pecan sólo merecen muerte y dolor, y por eso es por lo que cla­man. 5Pues saben que eso es lo que les espera, y que los buscará y que en algún punto y en algún lugar los encontrará, de modo que puedan saldar la deuda que tienen con Dios. 6Debido a su terror, tratan de escaparse de Él. 7Mas Él los seguirá persiguiendo y ellos no podrán escapar.

3. Si el pecado es real, la salvación tiene que ser el dolor. 2El dolor es el costo del pecado, y si el pecado es real el sufrimiento es inevitable. 3La salvación no puede sino ser temible, pues mata, aunque lentamente, y antes de otorgar el deseado favor de la muerte a las víctimas que están casi en los huesos antes de haber sido apaciguada, los despoja de todo. 4Su ira es insaciable e in­clemente, aunque totalmente justa.

4. ¿Quién buscaría un castigo tan brutal? 2¿Quién no huiría de la salvación, intentando por todos los medios ahogar la Voz que se la ofrece? 3¿Por qué habría de tratar de escuchar y aceptar Su ofrecimiento? 4Si el pecado es real, lo que le ofrece es la muerte, que le inflige cruelmente para que esté a la par de los perversos deseos de donde nace el pecado. 5Si el pecado es real, la salvación se ha vuelto tu enemigo acérrimo, la maldición de Dios contra ti que crucificaste a Su Hijo.

5. Hoy necesitas las sesiones de práctica. 2Los ejercicios te enseñan que el pecado no es real y que todo lo que crees que inevitable­mente ha de ocurrir como consecuencia de él jamás podrá suce­der, pues carece de causa. 3Acepta la Expiación con una mente receptiva que no abrigue la creencia de que has hecho del Hijo de Dios un demonio. 4El pecado no existe. 5Practicaremos hoy este pensamiento tan a menudo como nos sea posible, pues es la base de la idea de hoy.

6. La Voluntad de Dios para ti es perfecta felicidad, toda vez que el pecado no existe y el sufrimiento no tiene causa. 2La dicha es justa, y el dolor no es sino señal de que te has equivocado con respecto a ti mismo. 3No tengas miedo de la Voluntad de Dios. 4Por el contrario, ampárate en ella con la absoluta confianza de que te liberará de todas las consecuencias que el pecado ha for­jado en tu febril imaginación. 5Di:

6La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad.
7El pecado no existe ni tiene consecuencias.

8Así es como debes dar comienzo a tus sesiones de práctica. aLuego intenta otra vez encontrar la dicha que estos pensamientos le brin­darán a tu mente.

7. Da gustosamente estos cinco minutos, para eliminar la pesada carga que te has echado encima al abrigar la demente creencia de que el pecado es real. 2Escápate hoy de la locura. 3Ya estás firme­mente plantado en el camino que conduce a la libertad, y ahora la idea de hoy te da alas para acelerar tu progreso y esperanza para que vayas aún más deprisa hacia la meta de paz que te aguarda. 4El pecado no existe. 5Recuerda esto hoy, y repite en silencio tan a menudo como puedas:

6La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad.
7Ésa es la verdad, pues el pecado no existe.




Instrucciones para la práctica

Propósito: Aprender que tus pecados no son reales y, por lo tanto, que lo que Dios quiere para ti es alegría, no castigo. Experimentar esa alegría y escapar de la pesada carga que has echado sobre ti al creer que tus pecados son reales.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes hacer esto, al menos haz el alternativo). 

  • Di: “La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad. El pecado no existe ni tiene consecuencias.”
  •  Luego haz el mismo tipo de meditación que hiciste ayer. Mira muy dentro de ti, buscando ese lugar donde se encuentra la Voluntad de Dios para ti, ese lugar donde sólo existe la dicha, recordando que “la dicha es justa” (6:2), porque tú nunca pecaste. Recuerda concentrar toda tu intención en llegar a ese pozo de dicha en ti, retirando tu mente de esos “pensamientos pueriles y metas absurdas” (L.100.8;5) cuando se quede atrapada en ellos, buscando con confianza la Voluntad de Dios en ti, sabiendo que te liberará de todo el dolor que te has causado a ti mismo.


Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.
Repite: “La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad. Ésa es la verdad, pues el pecado no existe.”

Apoyo a la práctica: “Hoy necesitas las sesiones de práctica” (5:1). Porque pueden enseñarte que tus pecados nunca fueron reales. Pueden hacer que aceptes la Expiación. Tus pies ya están fijos en el camino a la salvación, y la práctica de hoy puede darte alas para acelerarte a lo largo del camino, y puede darte esperanza para que tu velocidad siga aumentando. Por lo tanto, practica felizmente. “Da gustosamente estos cinco minutos” (7:1).

Comentario

Cuando Un Curso de Milagros habla de “salvación” significa “ser feliz”. Esto es completamente diferente del punto de vista habitual acerca de la salvación, que significa algún tipo de sufrimiento por nuestros pecados. Si somos honestos con nosotros mismos, descubriremos que la idea de “pagar por nuestros pecados” está profundamente grabada en nosotros, apareciendo de maneras muy claras a veces, o tras no tan claras. Una de las más ingeniosas, pero más fáciles de descubrir si la buscas, es nuestra culpa por ser felices.

¿No te has dado cuenta de eso? De alguna manera no parece bien o seguro ser “demasiado” feliz. Tenemos este extraño sentimiento de que si somos “demasiado” felices, nos sucederá algo malo. Un ejemplo de ello es el dicho popular: “Esto es demasiado bueno para que dure”. Sondra Ray en su Entrenamiento en Relaciones Amorosas solía hacer la pregunta: “¿Cuánto tiempo puedes aguantar lo bueno?” Interesante pregunta.

O, podemos sentirnos culpables por ser felices cuando un amigo está triste o disgustado por alguna razón, nos sentimos obligados a unirnos a él en su sufrimiento. Y la idea de que podríamos ser felices todo el tiempo nos parece demasiado ridícula para tenerla en cuenta. Pensamos que el sufrimiento es una parte natural de estar vivos. Quizá incluso pensamos, al igual que Carly Simon, que “el sufrimiento es lo único que me hizo sentir que estaba viva”. (Escucha su canción “No Tengo Tiempo para el Dolor” desde el pensamiento del Curso). Pensamos que lo necesitamos. Nunca nos damos cuenta de que todas estas ideas están directamente relacionadas con nuestra creencia en el pecado y en el castigo. No nos damos cuenta de que estamos eligiendo nuestro sufrimiento activamente.

No hay necesidad de penitencia. No hay que pegar ningún precio por el pecado, porque no existe el pecado. Leyendo esto, alguno de nosotros inmediatamente pensará que estas ideas son peligrosas: si no hay que pagar un precio por el pecado, entonces no habrá control sobre los pecadores. Pensamos que el castigo es necesario para controlar el mal. Dentro del mundo en el que los cuerpos parecen reales, el control es a veces necesario, aunque quizá mucho menos de lo que pensamos. Pero darle vueltas a cómo aplicar estas ideas a la mala conducta (por ejemplo, el crimen) nos llevaría meses. Y ésta no es la cuestión aquí. Creemos que es Dios Quien pide que paguemos las ofensas que hemos cometido contra Él. ¿Y si no Le hemos hecho ninguna ofensa? ¿Y si nuestros “pecados” son para Él como la picadura de un mosquito a un elefante, que no Le afectan en absoluto?

¿Cómo puedo ser feliz si creo que Dios está enfadado conmigo? ¿Cómo puedo sentirme atraído por la salvación que viene a través del dolor, matándome lentamente, quitándome la vida hasta que me quede en los huesos (metafóricamente hablando)? ¡El infierno no es salvación! No es un Dios de Amor Quien exige esas cosas. Dios no está enfadado, Su Voluntad para mí es perfecta felicidad. Si el pecado es real, el castigo es real; y si el castigo es real, tengo todos los motivos para huir de Dios. Por eso precisamente fomenta el ego que pensemos así de Dios. La lección dice: “El pecado no existe” (5:4), y nos dice“Practicaremos hoy este pensamiento tan a menudo como nos sea posible” (5:5).

¿Y la justicia? “La dicha es justa”. ¡Eso es la justicia: alegría!

Cuando pienso en esto, a menudo llego a una aplicación muy sencilla con la que me enfrento cada día. Cuando hago algo que no apruebo, o no hago algo que creo que debería haber hecho, o me doy cuenta de que estoy teniendo pensamientos de condena o de juicio a alguien, a menudo me pesco a mí mismo pensando que tengo que pasar por un largo periodo de remordimiento antes de poder ser feliz de nuevo. Sólo con haberme dado cuenta de mi error y decidir cambiar mi mente probablemente no es suficiente para merecer ser feliz de nuevo, ¿no? ¿No tengo que “pagar por mi pecado” de algún modo? Por lo menos, ¿quizá pasar diez minutos en meditación? ¡Qué disparate!

Y sin embargo, sigo dándole vueltas a la idea. Esto me muestra que mi mente no se ha librado de esta idea de pecado-y-castigo, que todavía creo que tengo que compensar la cuenta con Dios antes de poder ser feliz de nuevo. Lo que Dios quiere en ese instante, y en cada instante, es que yo sea feliz. “Obedecer a Dios” significa “ser feliz”. Significa abandonar la penitencia que me he impuesto a mí mismo y que me alegre en el Amor de Dios. Significa aceptar la Expiación para mí mismo. ¿Qué mejor modo de “renunciar al pecado” que dejar de hundirme en llorosas humillaciones y negarles el poder de impedirme la felicidad?

Que hoy me niegue a echarme el fardo de culpa a mí mismo. Que levante la cabeza, sonría y Le dé a Dios la gloria de que soy feliz. El mayor regalo que puedo dar a los que están a mi alrededor es mi felicidad.

“La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad. Ésa es la verdad, pues el pecado no existe.” (7:6-7)






TEXTO


Capítulo 10

LOS ÍDOLOS DE LA ENFERMEDAD


Introducción

1. Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti. 2Tanto el tiempo como la eternidad se encuen­tran en tu mente, y estarán en conflicto hasta que percibas el tiempo exclusivamente como un medio para recuperar la eterni­dad. 3No podrás hacer esto mientras sigas creyendo que la causa de todo lo que te ocurre se encuentra en factores externos a ti. 4Tienes que aprender que el tiempo sólo existe para que hagas uso de él, y que nada en el mundo puede eximirte de esa responsabili­dad. 5Puedes violar las leyes de Dios en tu imaginación, pero no puedes escaparte de ellas. 6Fueron promulgadas para tu protec­ción y son tan inviolables como tu seguridad.

2. Dios no creó nada a excepción de ti, y nada a excepción de ti existe, pues tú formas parte de Él. 2¿Qué puede existir excepto Él? 3Nada puede tener lugar aparte de Él porque nada excepto Él es real. 4Tus creaciones, al igual que tú, representan una aporta­ción para Él, pero ni tú ni ellas le aportan nada que sea diferente porque todo ha existido siempre. 5¿Qué otra cosa puede alterarte salvo lo efímero, y cómo puede ser lo efímero real si tú eres la única creación de Dios y Él te creó eterno? 6Tu santa mente deter­mina todo lo que te ocurre. 7La respuesta que das a todo lo que percibes depende de ti porque es tu mente la que determina tu percepción de ello.

3. Dios no cambia de parecer con respecto a ti, pues Él no duda de Sí Mismo. 2Y lo que Él conoce se puede conocer porque no se lo reserva sólo para Sí Mismo. 3Te creó para Sí Mismo, pero te dio el poder de crear para ti mismo a fin de que fueses como Él. 4Por eso es por lo que tu mente es santa. 5¿Qué podría haber que fuese más grande que el Amor de Dios? 6¿Qué podría haber, entonces, que fuese más grande que tu voluntad? 7Nada externo a tu voluntad te puede afectar porque, al estar en Dios, lo abarcas todo. 8Cree esto, y te darás cuenta de hasta qué punto todo depende de ti. 9Cuando tu paz mental se vea amenazada por algo, pregúntate, "¿Ha cambiado Dios de parecer con respecto a mí?" 10Acepta luego Su decisión, que es ciertamente inmutable, y niégate a cambiar de parecer con respecto a ti mismo. 11Dios nunca decidirá contra ti, pues si lo hiciese, estaría decidiendo contra Él Mismo.



I. En Dios estás en tu hogar


1. No conoces tus creaciones simplemente porque mientras tu mente siga estando dividida decidirás contra ellas, y es imposible atacar lo que has creado. 2Pero recuerda que a Dios le resulta igual­mente imposible. 3La ley de la creación consiste en que ames a tus creaciones como a ti mismo, por ser éstas parte de ti. 4Todo lo que fue creado se encuentra, por lo tanto, perfectamente a salvo por­que las leyes de Dios lo protegen con Su Amor. 5Cualquier parte de tu mente que no sepa esto se ha desterrado a sí misma del conocimiento, al no haber satisfecho sus condiciones. 6¿Quién sino tú pudo haber hecho eso? 7Reconócelo gustosamente, pues en ese reconocimiento radica tu entendimiento de  que tu destie­rro es algo ajeno a Dios, y, por lo tanto, no existe.

2. En Dios estás en tu hogar, soñando con el exilio, pero siendo perfectamente capaz de despertar a la realidad: 2¿Deseas real­mente hacerlo? 3Reconoces por experiencia propia que lo que ves en sueños lo consideras real mientras duermes. 4Mas en el ins­tante en que te despiertas te das cuenta de que todo lo que parecía ocurrir en el sueño en realidad no había ocurrido. 5Esto no te parece extraño, si bien todas las leyes de aquello a lo que despier­tas fueron violadas mientras dormías. 6¿No será que simplemente pasaste de un sueño a otro sin haber despertado realmente?

3. ¿Te molestarías en reconciliar lo que ocurrió en dos sueños con­flictivos, o simplemente descartarías los dos si descubrieses que la realidad no coincide con ninguno de ellos? 2No recuerdas estar despierto. 3Cuando oyes al Espíritu Santo tal vez te sientes mejor porque entonces te parece que es posible amar, pero todavía no recuerdas que una vez fue así. 4Mas cuando lo recuerdes, sabrás que puede volver a ser así de nuevo. 5Lo que es posible no se ha logrado todavía. 6Sin embargo, lo que una vez fue, aún es, si es que es eterno. 7Cuando recuerdes sabrás que lo que recuerdas es eterno, y, por lo tanto, que se encuentra aquí ahora.

4. Recordarás todo en el instante en que lo desees de todo cora­zón, pues si desear de todo corazón es crear, tu voluntad habrá dispuesto el fin de la separación, y simultáneamente le habrás devuelto tu mente a tu Creador y a tus creaciones. 2Al conocerlos, ya no tendrás deseos de dormir, sino sólo el deseo de despertar y regocijarte. 3Soñar será imposible porque sólo desearás la verdad, y al ser ésa por fin tu voluntad, dispondrás de ella.


II. La decisión de olvidar

1. A menos que primero conozcas algo no puedes disociarte de ello. 2El conocimiento, entonces, debe preceder a la disociación, de modo que ésta no es otra cosa que la decisión de olvidar. 3Lo que se ha olvidado parece entonces temible, pero únicamente porque la disociación es un ataque contra la verdad. 4Sientes miedo porque la has olvidado. 5has reemplazado tu conocimiento por una con­ciencia de sueños, ya que tienes miedo de la disociación y no de aquello de lo que te disociaste. 6Cuando aceptas aquello de lo que te disociaste, deja de ser temible.

2. Sin embargo, renunciar a tu disociación de la realidad trae consigo más que una mera ausencia de miedo. 2En esa decisión radica la dicha, la paz y la gloria de la creación. 3Ofrécele al Espí­ritu Santo únicamente tu voluntad de estar dispuesto a recordar, pues Él ha conservado para ti el conocimiento de Dios y de ti mismo, y sólo espera a que lo aceptes. 4Abandona gustosamente todo aquello que pueda demorar la llegada de ese recuerdo, pues Dios se encuentra en tu memoria. 5Su Voz te dirá que eres parte de Él cuando estés dispuesto a recordarle y a conocer de nuevo tu realidad. 6No permitas que nada en este mundo demore el que recuerdes a Dios, pues en ese recordar radica el conocimiento de ti mismo.

3. Recordar es simplemente restituir en tu mente lo que ya se encuentra allí. 2Tú no eres el autor de aquello que recuerdas, sino que sencillamente vuelves a aceptar lo que ya se encuentra allí, pero había sido rechazado. 3La capacidad de aceptar la verdad en este mundo es la contrapartida perceptual de lo que en el Reino es crear. 4Dios cumplirá con Su cometido si tu cumples con el tuyo, y a cambio del tuyo Su recompensa será el intercambio de la percepción por el conocimiento. 5Nada está más allá de lo que Su Voluntad dispone para ti. 6Pero expresa tu deseo de recor­darle, y ¡oh maravilla!, 7Él te dará todo sólo con que se lo pidas.

4. Cuando atacas te estás negando a ti mismo. 2Te estás enseñando específicamente que no eres lo que eres. 3Tu negación de la realidad te impide aceptar el regalo de Dios, puesto que has aceptado otra cosa en su lugar 4Si entendieses que esto siempre constituye un ataque contra la verdad, y que Dios es la verdad, comprende­rías por qué esto siempre da miedo. 5Si además reconocieses que formas parte de Dios, entenderías por qué razón siempre te atacas a ti mismo primero.

5. Todo ataque es un ataque contra uno mismo. 2No puede ser otra cosa. 3Al proceder de tu propia decisión de no ser quien eres, es un ataque contra tu identidad. 4Atacar es, por lo tanto, la manera en que pierdes conciencia de tu identidad, pues cuando atacas es señal inequívoca de que has olvidado quién eres. 5si tu realidad es la de Dios, cuando atacas no te estás acordando de Él. 6Esto no se debe a que Él se haya marchado, sino a que tú estás eligiendo conscientemente no recordarlo.

6. Si te dieses cuenta de los estragos que esto le ocasiona a tu paz mental no podrías tomar una decisión tan descabellada. 2La tomas únicamente porque todavía crees que puede proporcionarte algo que deseas. 3De esto se deduce, por consiguiente, que lo que quie­res no es paz mental sino otra cosa, pero no te has detenido a considerar lo que esa otra cosa pueda ser. 4Aun así, el resultado lógico de tu decisión es perfectamente evidente, sólo con que lo observes. 5Al decidir contra tu realidad, has decidido mantenerte alerta contra Dios y Su Reino. 6Y es este estado de alerta lo que hace que tengas miedo de recordarle.










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