Aceptaré el papel que me corresponde en el plan de Dios para la salvación.
Instrucciones para la práctica
Propósito: Con seguridad y felizmente dedicarte a aceptar tu papel en el plan de Dios para la salvación, tomar una postura sobre esto hoy.
Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes hacerlo, al menos haz el alternativo).
Esta práctica me parece similar a la que hicimos en la Lección 77. Allí repetías: “Tengo derecho a los milagros” y luego esperabas a que el Espíritu Santo te diera Su seguridad de que estas palabras son verdad. Aquí, en esta lección, repites: “Aceptaré el papel que me corresponde en el plan de Dios para la salvación” y luego esperas a que el Espíritu Santo Le dé a tus palabras Su seguridad, de modo que realmente aceptes tu papel. A lo largo de la sesión de práctica, sigue repitiendo la idea, y deja que Él haga de cada repetición una dedicatoria total hecha con convencimiento, con sinceridad y seguridad, y llena de comprensión. Deja que Él transforme la simple repetición “Aceptaré el papel que me corresponde en el plan de Dios para la salvación” en una aceptación real de tu papel. Ése es tu propósito hoy, utilizar estos periodos de práctica para tomar una postura, usarlos para aceptar tu parte en el plan de Dios.
Recordatorios frecuentes: A menudo.
Repite la idea. Intenta pensar que cada hora es un tiempo de preparación para tu siguiente sesión de cinco minutos de práctica. “Repite (la idea) a menudo, y no te olvides de que cada vez que lo haces, preparas a tu mente para el feliz momento que se acerca” (10:3)
Apoyo a la práctica: Los párrafos 5 y 6 dan ánimo y energía. Hacen la pregunta: ¿No vale la pena dedicar cinco minutos cada hora a cambio de recibir una recompensa sin límites? Recomiendo leer estos párrafos lentamente y pensándolos con detenimiento, dejando que estas preguntas y promesas hagan su trabajo en ti. Los párrafos 2 al 4 también animan de un modo maravilloso. Nos dicen que al aceptar nuestra parte en el plan de Dios (que es la razón de la práctica de hoy) podemos dejar a un lado nuestras dudas y encontrar certeza de propósito. Nos dicen que aquellos que ya lo han hecho, estarán con nosotros en nuestra práctica, ayudándonos a tomar la misma postura que ellos tomaron. Y estos párrafos también nos dicen que nuestra postura ayudará a otros a tomar la suya, lo que a su vez reforzará la nuestra (como se nos dijo en la lección de ayer).
Comentario
“Hoy es un día de una consagración especial. Hoy vamos a adoptar una postura firme en favor de un solo bando. Nos vamos a poner de parte de la verdad y a abandonar las ilusiones. No vacilaremos entre una cosa y otra, sino que adoptaremos una firme postura en favor de Dios”. (1:1-4)
“¡Qué dicha tener certeza! Hoy dejamos de lado todas nuestras dudas y nos afianzamos en nuestra postura, seguros de nuestro propósito y agradecidos de que la duda haya desaparecido y la certeza haya llegado”. (2:1-2)
Quizá mientras leo estas líneas acerca de la certeza, me encuentro dudando de esa misma certeza. Probablemente surja el pensamiento: “¿Tengo certeza?” Quizá me siento como que esta lección no me pertenece. EI ego me recuerda maliciosamente que no he superado las dudas. ¿Cómo puedo decir: “La duda ha desaparecido”?
Sin embargo en las palabras de esta lección está el reconocimiento de mi estado: “Hoy dejamos de lado todas nuestras dudas”. Sí, las dudas están ahí. Jesús lo sabe. Él únicamente sugiere que en estos cinco minutos que pasamos con Él, dejemos las dudas a un lado. Únicamente abandónalas y quédate sin ellas durante unos pocos minutos. Mira cómo te sientes sin ellas. Si quieres puedes dudar luego; ahora, mira lo gozoso que es tener seguridad.
Dentro de mí hay un lugar que siempre está seguro. Nunca ha dudado. No puede dudar porque sabe. Ése es mi verdadero Ser. Las dudas son pensamientos que hacen preguntas acerca de la realidad de ese Ser, la realidad de la parte de mí que tiene seguridad, que es la única parte real. Esta lección me lleva a dudar de mis dudas. Me lleva a escuchar la seguridad, el eterno silencio del espíritu que sabe.
Cuando, aunque sólo sea por un momento, estoy dispuesto a dejar de lado mis dudas, a acallar el parloteo constante de la mente, el culebrón de mis pensamientos frívolos, encuentro una seguridad serena y silenciosa. No es una seguridad de ideas y palabras, es una seguridad del ser, una calma majestuosa. La quietud está más allá del espacio y del tiempo. No tiene nada que ver con el drama que se representa en este planeta.
Es de esto de lo que hablamos hoy. Es de aquellos que saben sentir esta calma eterna de los que la lección dice:
“Descansan en la serena certeza de que llevarán a cabo lo que se les encomiende hacer. No ponen en duda su propia capacidad porque saben que cumplirán debidamente su función en el momento y lugar perfectos”. (3:3-4)
Ocupo mi lugar con aquellos que, antes que yo, han llegado a este lugar. Es el mismo lugar para todos. Es el mismo Ser el Que llegamos a conocer. Y sé, en ese instante santo, que si uno ha estado en este lugar antes que yo, todos lo encontraremos. Si uno ha estado en este lugar (y sé que muchos han estado) todos estaremos en él, pues uno no puede llegar a menos que sea para todos. La naturaleza de este lugar, de esta seguridad silenciosa, es que es de todos y para todos. No podría estar aquí para mí si no fuera también para ti. No podría haber estado ahí para Jesús si no fuera también para mí.
“Todos aquellos que adoptaron la postura que hoy vamos a adoptar nosotros, estarán a nuestro lado y nos transmitirán gustosamente todo cuanto aprendieron, así como todos sus logros. Los que todavía no están seguros también se unirán a nosotros y, al compartir nuestra certeza, la reforzarán todavía más. Y los que aún no han nacido, oirán la llamada que nosotros hemos oído, y la contestarán cuando hayan venido a elegir de nuevo. Hoy no elegimos sólo para nosotros”. (4:1-4)
En medio de la tormenta de dudas e inseguridad está el centro de la calma. La tormenta ruge. Todavía podemos sentirlo. Sí, aquí, aquí en nuestro Ser estamos en calma. Estamos en silencio. Descansamos.
Por supuesto tienes dudas e inseguridades. ¡De eso es de lo que te vas a dar cuenta al hacer esta lección! Únicamente durante un momento estate dispuesto a que desaparezcan. Hay Uno contigo Que siempre está seguro, y Él está contigo, has olvidado eso. Por muy brevemente que sea, permítete identificarte con Su certeza, y abandona tu identificación con las dudas. Haz esa elección, eso es lo único que se te pide.
“Él impartirá a las palabras que utilices al practicar con la idea de hoy la profunda convicción y firmeza de las que tú careces. Sus palabras se unirán a las tuyas y harán de cada repetición de la idea de hoy una absoluta consagración, hecha con fe tan perfecta y segura como la que Él tiene en ti. La confianza que Él tiene en ti impartirá luz a todas las palabras que pronuncies, e irás más allá de su sonido a lo que verdaderamente significan”. (7:2-4)
“Ofrécele las palabras y Él se encargará del resto” (9:1). ¡Qué maravillosa afirmación! Él sólo te pide tu vacilante “Sí”. No se te pide que cambies tus dudas en fe. Él hará eso. “Mi parte en el plan de Dios” es muy sencilla: aceptarla. Mi parte no es un papel activo, sino pasivo. Es estar dispuesto a recibir, eso es todo. Mi parte es decir: “De acuerdo. Sí. Lo acepto”. Darle a Él estas palabras, eso es todo. Él responderá con toda Su fe, con todo Su gozo, y con toda Su certeza que lo que dices es verdad.
Una y otra vez durante el día, una y otra vez a lo largo de tu vida, dale a Él estas palabras: “Aceptaré mi papel. Sí.”
Esto es entregarse. Esto es todo lo que hacemos. No hay que hacer nada más. Tan sencillo. Tan difícil para ser tan sencillo. Tan difícil dejar de hacerlo por nuestra cuenta. Abandona todo intento de hacerlo por tu cuenta y déjaselo a Dios. “Sí, Dios. Sí, Espíritu Santo. Acepto mi papel.”
Dile a Él una vez más que aceptas el papel que Él quiere que hagas y que te ayudará a llevar a cabo, y Él se asegurará de que quieres esta elección, que Él ha hecho contigo y tú con Él.
Quizá no estoy seguro de quererlo. Pero Él se asegurará de que lo quieras. Ven a Él tal como te sientes, con todas tus dudas y con todos tus miedos. Únicamente ven. Únicamente di: “Sí. Acepto”.
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