DESPERTAR AL AMOR

martes, 1 de mayo de 2018

1 MAYO: El perdón es la llave de la felicidad.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

LECCION 121

El perdón es la llave de la felicidad.


1. He aquí la respuesta a tu búsqueda de paz. 2He aquí lo que le dará significado a un mundo que no parece tener sentido. 3He aquí la senda que conduce a la seguridad en medio de aparentes peligros que parecen acecharte en cada recodo del camino y soca­var todas tus esperanzas de poder hallar alguna vez paz y tran­quilidad. 4Con esta idea todas tus preguntas quedan contestadas; con esta idea queda asegurado de una vez por todas el fin de la incertidumbre.

2. La mente que no perdona vive atemorizada, y no le da margen al amor para ser lo que es ni para que pueda desplegar sus alas en paz y remontarse por encima de la confusión del mundo. 2La mente que no perdona está triste, sin esperanzas de poder hallar alivio o liberarse del dolor. 3Sufre y mora en la aflicción, mero­deando en las tinieblas sin poder ver nada, convencida, no obs­tante, de que el peligro la acecha allí.

3. La mente que no perdona vive atormentada por la duda, con­fundida con respecto a sí misma, así como con respecto a todo lo que ve, atemorizada y airada. aLa mente que no perdona es débil y presumida, tan temerosa de seguir adelante como de quedarse donde está, de despertar como de irse a dormir. aTiene miedo tam­bién de cada sonido que oye, pero todavía más del silencio; la oscuridad la aterra, mas la proximidad de la luz la aterra todavía más. 2¿Qué puede percibir la mente que no perdona sino su pro­pia condenación? 3¿Qué puede contemplar sino la prueba de que todos sus pecados son reales?

4. La mente que no perdona no ve errores, sino pecados. 2Con­templa el mundo con ojos invidentes y da alaridos al ver sus pro­pias proyecciones alzarse para arremeter contra la miserable parodia que es su vida. 3Desea vivir, sin embargo, anhela estar muerta. 4Desea el perdón, sin embargo, ha perdido toda espe­ranza. 5Desea escapar, sin embargo, no puede ni siquiera conce­birlo, pues ve pecado por doquier.

5. La mente que no perdona vive desesperada, sin la menor espe­ranza de que el futuro pueda ofrecerle nada que no sea desespe­ración. 2Ve sus juicios con respecto al mundo, no obstante, como algo irreversible, sin darse cuenta de que se ha condenado a sí misma a esta desesperación. 3No cree que pueda cambiar, pues lo que ve da testimonio de que sus juicios son acertados. 4No pre­gunta, pues cree saber. 5No cuestiona, convencida de que tiene razón.

6. El perdón es algo que se adquiere. 2No es algo inherente a la mente, la cual no puede pecar. 3Del mismo modo en que el pecado es una idea que te enseñaste a ti mismo, así el perdón es algo que tiene que aprender, no de ti mismo, sino del Maestro que repre­senta tu otro Ser. 4A través de Él aprendes a perdonar al ser que crees haber hecho, y dejas que desaparezca. 5Así es como le devuelves tu mente en su totalidad a Aquel que es tu Ser y que jamás puede pecar.

7. Cada mente que no perdona te brinda una oportunidad más de enseñarle a la tuya cómo perdonarse a sí misma. 2Cada una de ellas está esperando a liberarse del infierno a través de ti, y se dirige a ti implorando el Cielo aquí y ahora. 3No tiene esperan­zas, pero tú te conviertes en su esperanza. 4Y al convertirte en su esperanza, te vuelves la tuya propia. 5La mente que no perdona tiene que aprender, mediante tu perdón, que se ha salvado del infierno. 6Y a medida que enseñes salvación, aprenderás lo que es. 7Sin embargo, todo cuanto enseñes y todo cuanto aprendas no procederá de ti, sino del Maestro que se te dio para que te mos­trase el camino.

8. Nuestra práctica de hoy consiste en aprender a perdonar. 2Si estás dispuesto, hoy puedes aprender a aceptar la llave de la feli­cidad y a usarla en beneficio propio. 3Dedicaremos diez minutos por la mañana y otros diez por la noche a aprender cómo otorgar perdón y también cómo recibirlo.

9. La mente que no perdona no cree que dar y recibir sean lo mismo. 2Hoy trataremos, no obstante, de aprender que son uno y lo mismo practicando el perdón con alguien a quien consideras un enemigo, así como con alguien a quien consideras un amigo. 3Y a medida que aprendas a verlos a ambos como uno solo, extenderemos la lección hasta ti y veremos que su escape supone el tuyo.

10. Comienza las sesiones de práctica más largas pensando en alguien que no te cae bien, alguien que parece irritarte y con quien lamentarías haberte encontrado; alguien a quien detestas vehementemente o que simplemente tratas de ignorar. 2La forma en que tu hostilidad se manifiesta es irrelevante. 3Probablemente ya sabes de quién se trata. 4Ese mismo vale.

11. Cierra ahora los ojos y, visualizándolo en tu mente, contém­plalo por un rato. 2Trata de percibir algún atisbo de luz en alguna parte de él, algún pequeño destello que nunca antes habías notado. 3Trata de encontrar alguna chispa de luminosidad bri­llando a través de la desagradable imagen que de él has formado. 4Continúa contemplando esa imagen hasta que veas luz en alguna parte de ella, y trata entonces de que esa luz se expanda hasta envolver a dicha persona y transforme esa imagen en algo bueno y hermoso.

12. Contempla esta nueva percepción por un rato, y luego trae a la mente la imagen de alguien a quien consideras un amigo. 2Trata de transferirle a éste la luz que aprendiste a ver en torno de quien antes fuera tu "enemigo". 3Percíbelo ahora como algo más que un amigo, pues en esa luz su santidad te muestra a tu salvador, sal­vado y salvando, sano e íntegro.

13. Permite entonces que él te ofrezca la luz que ves en él, y deja que tu "enemigo" y tu amigo se unan para bendecirte con lo que tú les diste. 2Ahora eres uno con ellos, tal como ellos son uno contigo. 3Ahora te has perdonado a ti mismo. 4No te olvides a lo largo del día del papel que juega la salvación en brindar felicidad a todas las mentes que no perdonan, incluyendo la tuya. 5Cada vez que el reloj dé la hora, di para tus adentros:

6El perdón es la llave de la felicidad.
7Despertaré del sueño de que soy mortal, falible y lleno de pecado, y sabré que soy el perfecto Hijo de Dios





Instrucciones para la práctica

Propósito: Aprender a dar el perdón y ver que, cuando lo das, tú recibes perdón.

Práctica de la mañana/ noche: 2 veces, durante diez minutos. 

  • Identifica a alguien a quien perdonar. Piensa en alguien que no te gusta o que desprecias o que te parece irritante o que quieres evitar. El que ya te ha venido a la mente vale. 
  • Cierra los ojos y contémplalo en tu mente, míralo durante un rato. Intenta ver una pequeña chispa de luz en tu imagen de él. Estás buscando algo amoroso o una cualidad verdadera en él, o quizá algún pensamiento amable o un gesto bondadoso suyo (algún reflejo lejano de la luz de Dios en él). Todo depende de esto, así que tómate tiempo. Una vez que encuentres algo, piensa que representa una pequeña chispa de luz en algún lugar de tu obscura imagen de él. Luego ve a esta chispa crecer hasta que cubra completamente tu imagen de él, sustituyendo toda la obscuridad por luz. En otras palabras, contémplale sólo en la luz de esta única cualidad o acción amorosa. Piensa en ella como la única pista de lo que él es de verdad. Si tienes éxito, él te parecerá una persona santa, sin defectos, extendiendo luz. Puedes incluso imaginar que Grandes Rayos brillan y se extienden desde él. 
  • Ahora contempla esta nueva imagen de él durante un rato. Agradece lo amoroso e inocente que es. 
  • Ahora piensa en alguien a quien consideras amigo. Intenta extenderle a tu amigo la luz que viste en tu “enemigo”. Esto hace que tu amigo parezca mucho más que un amigo. Se te muestra como tu salvador, con poder para iluminarte con sólo una mirada de sus santos ojos. Ahora deja que tu salvador te ofrezca la luz que le diste. Después deja que tu antiguo enemigo se una a él, para que ambos puedan ofrecerte esta luz. ¿Por qué no iban a darte este santo regalo, cuando tú se lo diste a ellos, y mostrarte tu santidad durante el proceso? Ve rayos de perdón saliendo de ellos y cubriéndote, perdonándote tus “pecados”, haciendo que tú extiendas los mismos Grandes Rayos que ellos. Contémplate a ti mismo uno con ellos, unido en la santa luz del perdón que tú has dado y recibido. “Ahora te has perdonado a ti mismo” (13.3).


Recordatorios frecuentes: Cada hora (no te olvides).
Repite: “El perdón es la llave de la felicidad. Despertaré del sueño de que soy mortal, falible y lleno de pecado, y sabré que soy el perfecto Hijo de Dios”. Para entender estas líneas, puedes poner “por medio del perdón” al principio de la segunda frase. ¿Recuerdas el viejo dicho:
“Equivocarse es humano, perdonar es divino”? El perdón es lo que nos demuestra que somos más que humanos, que somos divinos.
Una cosa más: Si vas a repetir estas frases cada hora, necesitarás aprendértelas de memoria o escribirlas en una tarjeta.

Comentario

Cuanto más estudio el Curso más sentido tiene esta lección para mí. La primera vez que la leí, me pareció poco probable que el perdón fuese la llave de la felicidad. Podía ver que era una llave pero no la llave. Cuando la explicación del Curso acerca de la raíz de todos nuestros problemas empezó a meterse en mi mente, empecé a ver que de un modo u otro, la falta de perdón estaba detrás de cada problema. Luego empezó a tener sentido que el perdón los solucionaría todos ellos.

Mira a la letanía de males que abarca esta descripción de “la mente que no perdona” (2:1-5:5): 

  • Miedo. 
  • Un modo de pensar estrecho y cerrado que no deja espacio para que el amor crezca y se desarrolle. 
  • Tristeza, sufrimiento, duda, confusión, ira. 
  • Los pares contradictorios de miedos, para mí el más claro es “miedo de cada sonido que oye, pero todavía más del silencio” (3:1). 
  • La deformación de la percepción que resulta de la falta de perdón, que no nos deja ver los errores como lo que son y, en su lugar, percibe pecados. 
  • El terror alucinante de nuestras propias proyecciones.

Me reconozco a mí mismo, o por lo menos recuerdos de mí, en tantas de estas frases: “Desea vivir, sin embargo, anhela estar muerta. Desea el perdón, sin embargo, ha perdido toda espe-ranza” (4:3-4). Yo me he sentido así. Estos párrafos nos describen a todos nosotros. Pienso que si alguien no se reconoce aquí en algunas cosas, no esta siendo honesto consigo mismo. Y el pensamiento más horrible de todos es este: “No cree que pueda cambiar” (5:3). ¿No has sentido ese miedo en tu propio corazón alguna que otra vez? Yo sé que lo he sentido.

Cuando reconocemos que estas descripciones son adecuadas acerca de nosotros, que nos encontramos en uno u otro de estos estados mentales, la misma palabra “perdón” suena como un oasis en el desierto de Sahara. Fresca, calmante y refrescante. Como se nos decía en la Lección 79, tenemos que reconocer el problema antes de darnos cuenta de cuál es la solución.

“El perdón es algo que se adquiere. No es algo inherente a la mente” (6:1-2). Esto afirma un principio fundamental que explica mucho de los métodos del Curso, y explica por qué es necesaria alguna forma de transición entre dónde pensamos que estamos y dónde estamos ya en realidad. Si ya somos perfectos, tal como Dios nos creó, ¿por qué tenemos que aprender algo? Porque la solución al problema de la culpa es el perdón, y el perdón no era parte de nuestra mente tal como Dios la creó. No había necesidad de perdón. Sin pensamientos de pecado, la idea del perdón no tiene significado. Debido a que nos enseñamos a nosotros mismos la idea de pecado, ahora se nos tiene que enseñar el antídoto: el perdón. El perdón tiene que ser aprendido.

Pero la mente que no perdona no puede enseñarse a sí misma el perdón. Cree en la realidad del pecado, y con esa base el perdón es imposible. Todo lo que percibe en el mundo demuestra que “todos sus pecados son reales” (3:3). Atrapados en la falta de perdón, estamos convencidos de que nuestra percepción de las cosas es correcta. No la ponemos en duda. Desde esa perspectiva no hay manera de que nuestra mente pueda siquiera imaginar el verdadero perdón. Por eso necesitamos al Espíritu Santo “Maestro que representa a tu otro Ser” (6:3). Tiene que haber un “Poder más elevado” Que representa un modo de pensar diferente. La causa de nuestra percepción tiene que estar fuera del modo de pensar del ego, aparte de él, limpio de él. Y eso es Él.

Él nos enseña a perdonar y, por medio del perdón, se Le devuelve nuestra mente a nuestro Ser, Que “jamás puede pecar” (6:5). Cada persona “fuera” de nosotros, cada representante de esa multitud de mentes que no perdonan, “te brinda una oportunidad más de enseñarle a la tuya cómo perdonarse a sí misma” (7:1). Nuestros hermanos y hermanas, que manifiestan su ego llenos de miedo, dolor, y de la agitación y confusión del mundo, hablándonos con brusquedad desde su terror, son nuestros salvadores. Al perdonarles a ellos, nos perdonamos a nosotros mismos. Cuando enseñamos la salvación, la aprendemos. Al liberar a otros del infierno, nos liberamos a nosotros mismos. Al dar, recibimos.

De esto trata el Curso. Al practicar hoy, que podamos darnos cuenta de que nos estamos dedicando al ejercicio más importante del Curso, estamos aprendiendo “la llave de la felicidad”. Y no pensemos que ya sabemos lo que es el perdón, vengamos con humildad, preparados para que nos enseñe Uno Que sabe.





TEXTO


III. Cómo invertir en la realidad


1. Te pedí una vez que vendieses todo cuanto tuvieses, que se lo dieses a los pobres y que me siguieras. 2Esto es lo que quise decir: si no inviertes tu atención en ninguna de las cosas de este mundo, puedes enseñarle a los pobres dónde está su tesoro. 3Los pobres son sencillamente los que han invertido mal, ¡y vaya que son pobres! 4Puesto que están necesitados, se te ha encomendado que los ayudes, pues te cuentas entre ellos. 5Observa lo bien que aprenderías tu lección si te negases a compartir su pobreza, 6pues la pobreza no es otra cosa que insuficiencia, y sólo hay una insu­ficiencia, ya que sólo hay una necesidad.

2. Suponte que un hermano insiste en que hagas algo que tú crees que no quieres hacer. 2Su misma insistencia debería indicarte que él cree que su salvación depende de que tú hagas lo que te pide. 3Si insistes en que no puedes satisfacer su deseo y experimentas de inmediato una reacción de oposición, es que crees que tu salva­ción depende de no hacerlo. 4Estás, por lo tanto, cometiendo el mismo error que él, y haciendo que su error sea real para ambos. 5Insistir significa invertir, y aquello en lo que inviertes está siem­pre relacionado con tu idea de lo que es la salvación. 6La pregunta se compone de dos partes: primera, ¿qué es lo que hay que salvar? 7segunda, ¿cómo se puede salvar?

3. Cada vez que te enfadas con un hermano, por la razón que sea, crees que tienes que proteger al ego, y que tienes que protegerlo atacando. 2Si es tu hermano el que ataca, estás de acuerdo con esta creencia; si eres tú el que ataca, no haces sino reforzarla. 3Recuerda que los que atacan son pobres. 4Su pobreza pide regalos, no mayor empobrecimiento. 5Tú que podrías ayudarles estás ciertamente actuando en forma destructiva si aceptas su pobreza como propia. 6Si no hubieses invertido de la manera en que ellos lo hicieron, jamás se te hubiese ocurrido pasar por alto su necesidad.  

4. Reconoce lo que no importa, y si tus hermanos te piden algo "des­cabellado", hazlo precisamente porque no importa. 2Niégate, y tu oposición demuestra que sí te importa. 3Eres únicamente tú, por lo tanto, el que determina si la petición es descabellada o no, y toda petición de un hermano es tu propia petición. 4¿Por qué te empeñas en negarle lo que pide? 5Pues negárselo es negártelo a ti mismo, y empobrecerte a ti y a él. 6Él está pidiendo la salvación, al igual que tú. 7La pobreza es siempre cosa del ego y nunca de Dios. 8Ninguna petición es "descabellada” para el que reconoce lo que es valioso y no acepta nada más.

5. La salvación es para la mente, y se alcanza por medio de la paz. 2La mente es lo único que se puede salvar, y sólo se puede salvar a través de la paz. 3Cualquier otra respuesta que no sea amor, surge como resultado de una confusión con respecto a "qué" es la salva­ción y a "cómo" se alcanza, y el amor es la única respuesta. 4Nunca te olvides de esto, y nunca te permitas creer, ni por un solo instante, que existe otra respuesta, 5pues de otro modo te contarás forzosamente entre los pobres, quienes no han entendido que moran en la abundancia y que la salvación ha llegado.

6. Identificarte con el ego es atacarte a ti mismo y empobrecerte. 2Por eso es por lo que todo aquel que se identifica con el ego se siente desposeído. 3Lo que experimenta entonces es depresión o ira, ya que lo que hizo fue intercambiar su amor hacia Sí Mismo por odio hacia sí mismo, y, como consecuencia de ello, tiene miedo de sí mismo. 4Él no se da cuenta de esto. 5Aun si es plenamente consciente de que está sintiendo ansiedad, no percibe que el ori­gen de ésta reside en su propia identificación con el ego, y siem­pre trata de lidiar con ella haciendo algún "trato" demente con el mundo. 6Siempre percibe este mundo como algo externo a él, pues esto es crucial para su propia adaptación. No se da cuenta de que él es el autor de este mundo, pues fuera de sí mismo no existe ningún mundo.

7. Si sólo los pensamientos amorosos del Hijo de Dios constituyen la realidad del mundo, el mundo real tiene que estar en su mente. 2Sus pensamientos descabellados tienen que estar también en su mente, pero él no puede tolerar un conflicto interno de tal magnitud. 3Una mente dividida está en peligro, y el reconocimiento de que alberga dentro de sí pensamientos diametralmente opuestos es intolerable. 4Proyecta, por consiguiente, la división, no la reali­dad. 5Todo lo que percibes como el mundo externo no es otra cosa que tu intento de mantener vigente tu identificación con el ego, pues todo el mundo cree que esa identificación es su salvación. 6Observa, sin embargo, lo que ha sucedido, pues los pensamientos tienen consecuencias para el que los piensa. 7Estás en conflicto con el mundo tal como lo percibes porque crees que el mundo es antagónico á ti. 8Ésta es una consecuencia inevitable de lo que has hecho. 9Has proyectado afuera aquello que es antagónico a lo que está adentro, y, así, no puedes por menos que percibirlo de esa forma. 10Por eso es por lo que debes darte cuenta de que tu odio se encuentra en tu mente y no fuera de ella antes de que puedas liberarte de él, y por lo que debes deshacerte de él antes de que puedas percibir el mundo tal como realmente es.

8. He dicho antes que Dios amó tanto al mundo, que se lo dio Su Hijo unigénito. 2Dios ama ciertamente el mundo real y aque­llos que perciben la realidad de éste no pueden ver el mundo de la muerte, 3pues la muerte no forma parte del mundo real, en el que todo es un reflejo de lo eterno. 4Dios te dio el mundo real a cambio del mundo que tú fabricaste como resultado de la divi­sión de tu mente, el cual es el símbolo de la muerte. 5Pues si pudieses realmente separarte de la Mente de Dios, perecerías.

9. El mundo que percibes es un mundo de separación. 2Quizá estés dispuesto a aceptar incluso la muerte con tal de negar a tu Padre. 3Sin embargo, Él no dispuso que fuese así, y, por lo tanto, no es así. 4Tu voluntad sigue siendo incapaz de oponerse a lo que la Suya dispone, y ésa es la razón de que no tengas ningún con­trol sobre el mundo que fabricaste. 5No es éste un mundo que provenga de la voluntad, pues está regido por el deseo de ser diferente de Dios, y ese deseo no tiene nada que ver con la volun­tad. 6El mundo que has fabricado es, por lo tanto, completamente caótico, y está regido por "leyes" arbitrarias que no tienen sen­tido ni significado alguno. 7Se compone de lo que tú no deseas, lo cual has proyectado desde tu mente porque tienes miedo de ello. 8Sin embargo, un mundo así sólo se puede encontrar en la mente de su hacedor, junto con su verdadera salvación. 9No creas que se encuentra fuera de ti, ya que únicamente reconociendo dónde se encuentra es como podrás tener control sobre él. 10Ciertamente tienes control sobre tu mente, ya que la mente es el mecanismo de decisión.

10. Si reconocieses que cualquier ataque que percibes se encuentra en tu mente, y sólo en tu mente, habrías por fin localizado su origen, y allí donde el ataque tiene su origen, allí mismo tiene que terminar. 2Pues en ese mismo lugar reside también la salva­ción. 3El altar de Dios donde Cristo mora se encuentra ahí. 4Tú has profanado el altar, pero no has profanado el mundo. 5Cristo, sin embargo, ha puesto la Expiación sobre el altar para ti. 6Lleva todas tus percepciones del mundo ante ese altar, pues es el altar a la verdad. 7Ahí verás tu visión transformarse y ahí aprenderás a ver verdaderamente. 8Desde este lugar, en el que Dios y Su Hijo moran en paz y en el que se te da la bienvenida, mirarás en paz hacia el exterior, y verás el mundo correctamente. 9Mas para encontrar ese lugar tienes que renunciar a tu inversión en el mundo tal como lo proyectas, y permitir que el Espíritu Santo extienda el mundo real desde el altar de Dios hasta ti.







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