DESPERTAR AL AMOR

viernes, 24 de agosto de 2018

24 AGOSTO: Gobierno mi mente, la cual sólo yo debo gobernar.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS

LECCIÓN 236

Gobierno mi mente, la cual sólo yo debo gobernar.



1. Tengo un reino que gobernar. 2Sin embargo, a veces no parece que yo sea su rey en absoluto, 3sino que parece imponerse sobre mí, y decirme cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir. 4No obstante, se me ha dado para que sirva cualquier propósito que yo perciba en él. 5La única función de mi mente es servir. 6Hoy la pongo, al servicio del Espíritu Santo para que Él la use como mejor le parezca. 7De esta manera, soy yo quien dirige mi mente, que sólo yo puedo gobernar. 8Y así la dejo en libertad para que haga la Voluntad de Dios.

2. Padre, mi mente está dispuesta hoy a recibir Tus Pensamientos y a no darle entrada a ningún pensamiento que no proceda de Ti. 2Yo gobierno mi mente, y te la ofrezco a Ti. 3Acepta mi regalo, pues es el que Tú me hiciste a mí.






Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
Lee la lección.
Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.

   Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

         Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
         Piensa en ella durante un rato.

Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.



Comentario

Si “el secreto de la salvación” es que “soy yo el que se está haciendo todo esto a sí mismo” (T.27.VIII.10:1), la “salvación” o la buena noticia es que no hay fuerzas enemigas externas que tengan poder sobre mí. Es sólo mi propia mente la que lo está fastidiando todo. Y si eso es cierto, hay esperanza. Porque ¡nadie está gobernando mi mente por mí! Por lo tanto, puedo cambiarlo completamente. Mi mente es mi reino, y yo soy el rey de mi reino. Yo lo gobierno, nadie ni nada más lo hace.

Sí, es cierto que: “a veces no parece que yo sea su rey en absoluto” (1:2). ¡A veces! Para la mayoría de nosotros parece la mayor parte del tiempo. Mi “reino” parece gobernarme a mí, y no a la inversa, diciéndome: “cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir” (1:3). Un Curso de Milagros es un curso para reyes, nos entrena en cómo gobernar nuestra mente. Hemos dejado que el reino esté sin control, en lugar de gobernarlo. Hemos inventado el problema, proyectado la imagen del problema, y luego hemos culpado a la imagen de ser el problema. Como dice el Texto, hemos invertido causa y efecto. Nosotros somos la causa, inventamos el efecto, y ahora pensamos que el efecto es nuestra causa (T.28.II.8:8). Por eso necesitamos un curso en “entrenamiento mental” que nos enseñe que somos nosotros los que gobernamos nuestra mente.

La mente es un instrumento, que se nos ha dado para que nos sirva (1:4-5). No hace nada, excepto lo que queremos que haga. El problema es que no hemos observado lo que le hemos pedido a la mente que haga. Hemos pedido la separación, hemos pedido la culpa; y puesto que nos consideramos culpables hemos pedido la muerte, y la mente ha dado lo que se pide. Nos hemos dedicado a la locura salvaje del ego, y el resultado es el mundo en el que vivimos. Por eso necesitamos verlo, dejar de hacerlo, y poner la mente al servicio del Espíritu Santo, en lugar de al servicio ego.

Eso me plantea una pregunta. Si se supone que yo debo gobernar mi mente, ¿cómo el modo de gobernarla es entregándosela al Espíritu Santo? Aquí se dice que poner la mente al servicio del Espíritu Santo es el modo en que “soy yo quien dirige mi mente” (1:6-7). La respuesta es muy sencilla. Sólo hay dos elecciones: el ego o el Espíritu Santo, el miedo o el amor, la separación o la unión. El Espíritu Santo no es un poder extraño que me gobierna, Él es la Voz de mi propio Ser así como la Voz de Dios. Él es la Voz tanto del Padre como del Hijo porque Padre e Hijo son uno, con una sola Voluntad. La petición de que gobierne mi mente no es una petición a una independencia de confiar sólo en nosotros mismos, el rey “todo por mi propia cuenta”. Ésa es la interpretación del ego acerca de gobernar mi mente. La petición de que gobierne mi mente es una petición de total dependencia, de total confianza en el Ser, confianza en el Ser que todos compartimos.

Tengo la elección entre la ilusión de independencia en la que mi mente está realmente aprisionada por sus efectos y la libertad total en la que mi mente se dedica a su propósito divino al que está destinada, sirviendo a la Voluntad de Dios. ¿Quién puede negar que nuestra experiencia de ser una mente independiente es realmente una experiencia de esclavitud, en la que nuestro “reino” nos dice cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir? Que hoy nos demos cuenta de que hay otra elección, y que gustosamente ofrezcamos nuestra mente a Dios. Que entremos de todo corazón en el proceso de entrenar nuestra mente para pensar con Dios.




¿Qué es la salvación? (Parte 6)

L.pII.2.3:4

Cuando dejamos de apoyar las ilusiones de la mente, y se convierten en polvo, ¿qué queda? “Lo que ocultaban queda ahora revelado” (3:4). Cuando las ilusiones desaparecen, lo que queda es la verdad. Y la verdad es una realidad maravillosa dentro  que tememos encontrar dentro de nosotros, encontramos “un altar al santo Nombre de Dios donde Su Palabra está escrita” (3:4). La verdad que está detrás de todas las máscaras y de todos los errores y de los astutos engaños del ego: en mi propio corazón hay un altar a Dios, un lugar sagrado, una santidad eterna y ancestral.

Hay tesoros depositados ante el altar. ¡Son tesoros que yo he depositado allí! Son los regalos de mi perdón. Y sólo hay una pequeña distancia, sólo un instante, desde este lugar al recuerdo de Dios Mismo (3:4).


El descubrimiento del santo altar a Dios dentro de mi mente es el resultado de no hacer nada, de dejar de seguir apoyando a las ilusiones del ego, de negarnos a dedicarle por más tiempo nuestra mente al ego y a sus propósitos. El descubrimiento de lo que es verdad acerca de mí, y el recuerdo de Dios que viene a continuación, proceden de mi disposición a poner en duda las ilusiones y a abandonarlas. No necesito construir el altar o acondicionarlo, ya está ahí, detrás de las brumas de engaño a mí mismo. El camino a la verdad es por medio de darnos cuenta de las mentiras que la ocultan. Muy dentro de mí, la unión con Dios continúa sin interrupciones, esperando únicamente a que me aparte de las mentiras que afirman lo contrario. Puedo regresar a ese altar ahora. Puedo apartar las cortinas que lo ocultan, entrar en la Presencia de Dios y encontrar a mi Ser esperándome ahí.



TEXTO

V. Los heraldos de la eternidad


1. En este mundo, el Hijo de Dios se acerca al máximo a sí mismo en una relación santa. Ahí comienza a encontrar la confianza que su Padre tiene en él. 3Y ahí encuentra su función de restituir las leyes de su Padre a lo que no está operando bajo ellas y de encontrar lo que se había perdido. 4Sólo en el tiempo se puede perder algo, pero nunca para siempre. 5Así pues, las partes sepa­radas del Hijo de Dios se unen gradualmente en el tiempo, y con cada unión el final del tiempo se aproxima aún más. 6Cada mila­gro de unión es un poderoso heraldo de la eternidad. 7Nadie que tenga un solo propósito, unificado y seguro, puede sentir miedo. 8Nadie que comparta con él ese mismo propósito podría dejar de ser uno con él.

2. Cada heraldo de la eternidad anuncia el fin del pecado y del miedo. 2Cada uno de ellos habla en el tiempo de lo que se encuen­tra mucho más allá de éste. 3Dos voces que se alzan juntas hacen un llamamiento al corazón de todos para que se hagan de un solo latir. 4Y en ese latir se proclama la unidad del amor y se le da la bienvenida. 5¡Que la paz sea con vuestra relación santa, la cual tiene el poder de conservar intacta la unidad del Hijo de Dios! 6Lo que le das a tu hermano es para el bien de todos, y todo el mundo se regocija gracias a tu regalo. 7No te olvides de Aquel que te dio los regalos que das, y al no olvidarte de Él, recordarás a Aquel que le dio los regalos para que Él te los diera a ti.

3. Es imposible sobrestimar la valía de tu hermano. 2Sólo el ego hace eso, pero ello sólo quiere decir que desea al otro para sí mismo, y, por lo tanto, que lo valora demasiado poco. 3Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede ser evaluado. 4¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes ver? 5No juzgues lo que es invisible para ti, o, de lo contrario, nunca lo podrás ver. 6Más bien, aguarda con paciencia su llegada 6Se te concederá poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz. 7Y lo que le desees a él será lo que recibirás.

4. ¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece paz? 2¿Qué otra cosa podrías desear, salvo lo que te ofrece? 3Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él. 4Lo que se encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión, que simplemente lo amarás y te regocijarás. 5No se te ocu­rrirá juzgarlo, pues, ¿quién puede ver la faz de Cristo y aun así insistir en que juzgar tiene sentido? 6Pues esa insistencia es pro­pia de aquellos que no ven. 7Puedes elegir ver o juzgar, pero nunca ambas cosas.

5. El cuerpo de tu hermano tiene tan poca utilidad para ti como para él. 2Cuando se usa únicamente de acuerdo con las enseñan­zas del Espíritu Santo, no tiene función alguna. 3Pues las mentes no necesitan el cuerpo para comunicarse. 4La visión que ve al cuerpo no le es útil al propósito de la relación santa. 5mientras sigas viendo a tu hermano como un cuerpo, los medios y el fin no estarán en armonía. 6¿Por qué se han de necesitar tantos instantes santos para alcanzar una relación santa, cuando con uno solo bastaría? 7No hay más que uno. 8El pequeño aliento de eternidad que atraviesa el tiempo como una luz dorada es sólo uno: no ha habido nada antes ni nada después.

6. Ves cada instante santo como un punto diferente en el tiempo. 2Mas es siempre el mismo instante. 3Todo lo que jamás hubo o habrá en él se encuentra aquí ahora mismo. 4El pasado no le resta nada, y el futuro no le añadirá nada más. 5En el instante santo, entonces, se encuentra todo. 6En él se encuentra la belleza de tu relación, con los medios y el fin perfectamente armonizados ya. 7En él se te ha ofrecido ya la perfecta fe que algún día habrás de ofrecerle a tu hermano; en él se ha concedido ya el ilimitado per­dón que le concederás; y en él es visible ya la faz de Cristo que algún día habrás de contemplar.

7. ¿Cómo ibas a poder calcular la valía de quien te ofrece seme­jante regalo? 2¿Cambiarías ese regalo por otro? 3Ese regalo resti­tuye las leyes de Dios nuevamente a tu memoria. 4Y sólo por recordarlas, te olvidas de las leyes que te mantenían prisionero del dolor y de la muerte. 5No es éste un regalo que el cuerpo de tu hermano te pueda ofrecer. 6El velo que oculta el regalo, tam­bién lo oculta a él. 7Él es el regalo, sin embargo, no lo sabe. 8Tú tampoco lo sabes. 9Pero ten fe en que Aquel que ve el regalo en ti y en tu hermano lo ofrecerá y lo recibirá por vosotros dos. 10Y a través de Su visión lo verás, y a través de Su entendimiento lo reconocerás y lo amarás como tuyo propio.

8. Consuélate, y siente cómo el Espíritu Santo cuida de ti con amor y con perfecta confianza en lo que ve. 2Él conoce al Hijo de Dios y comparte la certeza de su Padre de que el universo des­cansa a salvo y en paz en sus tiernas manos. 3Consideremos ahora lo que tiene que aprender a fin de poder compartir la confianza que su Padre tiene en él. 4¿Quién es él, para que el Creador del universo ponga a éste en sus manos, sabiendo que en ellas está a salvo? 5Él no se ve a sí mismo tal como su Padre lo conoce. 6Sin embargo, es imposible que Dios se equivoque con respecto a dónde deposita Su confianza.





















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