DESPERTAR AL AMOR

viernes, 15 de septiembre de 2017

15 SEPTIEMBRE: Que recuerde que Dios es mi objetivo.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

LECCIÓN 258


Que recuerde que Dios es mi objetivo.


1. Lo único que necesitamos hacer es entrenar nuestras mentes a pasar por alto todos los objetivos triviales e insensatos, y a recor­dar que Dios es nuestro objetivo. 2Su recuerdo se encuentra oculto en nuestras mentes, eclipsado tan sólo por nuestras absurdas e insignificantes metas, que no nos deparan nada y que ni siquiera existen. 3¿Vamos acaso a continuar permitiendo que la gracia de Dios siga brillando inadvertida, mientras nosotros preferimos ir en pos de los juguetes y las baratijas del mundo? 4Dios es nuestro único objetivo, nuestro único Amor. 5No tenemos otro propósito que recordarle.

2. No tenemos otro objetivo que seguir el camino que conduce a Ti. 2Ése es nuestro único objetivo. 3¿Qué podríamos desear sino recordarte? 4¿ Qué otra cosa podemos buscar sino nuestra Identidad?



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

¿Te has dado cuenta de que estamos en una serie de lecciones “Que recuerde”? Hay cuatro “Que recuerde” seguidas empezando con la lección de ayer: “mi propósito”, “que Dios es mi objetivo”, “que el pecado no existe” y “que Dios me creó”. También hay una lección anterior (124): “Que recuerde que soy uno con Dios”.

Esa es una de las cosas de las que trata la práctica del Libro de Ejercicios: recordar. ¿Cuántas veces durante el día recuerdo la lección? ¿Con qué frecuencia me paro a pensar en ella durante un minuto o dos? ¿Con qué frecuencia mi estado mental refleja mi único propósito? ¿Y con qué frecuencia mi estado mental refleja lo contrario? El propósito de los tiempos fijados por la mañana, por la noche y cada hora es volver a entrenar mi mente para que piense de acuerdo con las líneas del Curso. No me cabe la menor duda de que necesitamos ese entrenamiento y esa práctica.

Lo único que necesitamos hacer es entrenar nuestras mentes a pasar por alto todos los objetivos triviales e insensatos, y a recordar que Dios es nuestro objetivo. (1:1)

Sin embargo, “los objetivos triviales e insensatos” ocupan nuestra consciencia en su mayor parte, nos parecen muy importantes, dominan nuestra mente y la distraen de su verdadero objetivo. Por eso el entrenamiento es “necesario”. El recuerdo de Dios ya está en nuestra mente (1:2), no tenemos que cavar para ello. “Dios se encuentra en tu memoria” (T.10.II.2:4).Todo lo que necesitamos hacer es “pasar por alto” o abandonar “nuestras absurdas e insignificantes metas, que no nos deparan nada y que ni siquiera existen” (1:2), ellas nos ocultan el recuerdo de Dios dentro de nosotros. Sin ellas, el recuerdo de Dios vendrá y llenará nuestra consciencia.

“Los juguetes y las baratijas del mundo” que perseguimos tan ansiosamente hacen que “la gracia de Dios siga brillando inadvertida” (1:3). La luz de Dios está brillando, pero no la vemos, nos vamos de compras. La luz de Dios está brillando no sólo en los centros comerciales, sino en las relaciones especiales, en el mercado de poder e influencias, en la salud, en los bares de sexo, y en los entretenimientos de nuestra televisión de mando a distancia. ¿Quiero el recuerdo de Dios? Todo lo que necesito es estar dispuesto a entrenar mi mente para que no me ciegue a Él.

“Que recuerde”. Oh, Dios, que Te recuerde.

Dios es nuestro único objetivo, nuestro único Amor. No tenemos otro propósito que recordarle. (1:4-5)

¿Qué otra cosa puedo desear que pueda compararse con esto? Hoy cada vez que mi corazón se sienta impulsado a “comprar” algo, que sea una señal para que mi mente haga una pausa y recuerde que “Dios es mi objetivo”.

Un poema que aprendí en mis días cristianos surge en mi mente. Algunas de aquellas personas sabían de lo que estaban hablando:

Mi meta es Dios Mismo.
No la alegría ni la paz, ni siquiera la bendición.
Sino Él Mismo, mi Dios.
A cualquier precio, Amado Señor, por cualquier camino.

Un amigo del Curso nos envió unas gorras parecidas a las de béisbol con las palabras MUOED. Que significan “Mi Único Objetivo Es Dios”. Voy a ponerme esa gorra mientras trabajo hoy, será un buen recordatorio.

¿Qué es el pecado? (Parte 8)

L.pII.4.4:4

Mientras que todos estamos muy involucrados en este “juego de niños” (4:2), la realidad continúa estando ahí. No ha cambiado. “Mientras tanto, su Padre ha seguido derramando Su luz sobre él y amándolo con un Amor eterno que sus pretensiones no pueden alterar en absoluto” (4:4). Nuestras “pretensiones”, el juego de niños, el juego de ser cuerpos que sufren la maldad, la culpa y la muerte, no han cambiado y no pueden cambiar la profunda y eterna realidad del Amor de Dios, la perfecta seguridad sin fin en la que moramos en Él.

La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de ti, que todas las cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse ni verse. La sosegada infinitud de la paz eterna te envuelve dulcemente en su tierno abrazo, tan fuerte y serena, tan tranquila en la omnipotencia de su Creador, que nada puede perturbar al sagrado Hijo de Dios que se encuentra en tu interior. (T.29.V.2:3-4)

El Amor de Dios garantiza nuestra seguridad eterna. Debido a que Su Amor es “eterno”, nosotros también lo somos. Mientras Su Amor exista, nosotros existimos también.

Al Hijo de la Vida no se le puede destruir. Es inmortal como su Padre. Lo que él es no puede ser alterado. Él es lo único en todo el universo que necesariamente es uno sólo. A todo lo que parece eterno le llegará su fin. Las estrellas desaparecerán, y la noche y el día dejarán de ser. Todas las cosas que van y vienen, la marea, las estaciones del año y las vidas de los hombres; todas las cosas que cambian con el tiempo y que florecen y se marchitan, se irán para no volver jamás. Lo eterno no se encuentra allí donde el tiempo ha fijado un final para todo. El Hijo de Dios jamás puede cambiar por razón de lo que los hombres han hecho de él. Será como siempre ha sido y como es, pues el tiempo no fijó su destino, ni marcó la hora de su nacimiento ni la de su muerte. (T.29.VI.2:3-12)




TEXTO


III. La razón y las distintas formas del error


1. La introducción de la razón en el sistema de pensamiento del ego es el comienzo de su des-hacimiento, pues la razón y el ego se contradicen entre sí. 2no es posible que coexistan en tu concien­cia, 3ya que el objetivo de la razón es hacer que todo esté claro y, por lo tanto, que sea obvio. 4La razón es algo que tú puedes ver. 5Esto no es simplemente un juego de palabras, pues aquí da co­mienzo una visión que tiene sentido. 6La visión es literalmente sentido. 7Dado que no es lo que el cuerpo ve, la visión no puede sino ser comprendida, 8pues es inequívoca, y lo que es obvio no es ambiguo. 9Por lo tanto, puede ser comprendido. 10Aquí la razón y el ego se separan, y cada uno sigue su camino.

2. Lo que le permite al ego seguir existiendo es su creencia de que tú no puedes aprender este curso. 2Si compartes con él esa creencia, la razón será incapaz de ver tus errores y despejar el camino hacia su corrección. 3Pues la razón ve más allá de los errores y te dice que lo que pensabas que era real no lo es. 4La razón puede reconocer la diferencia entre el pecado y el error porque desea la corrección. 5Te dice, por lo tanto, que lo que pensabas que era incorregible puede ser corregido, y que, por consi­guiente, tuvo que haber sido un error. 6La oposición del ego a la corrección conduce a su creencia fija en el pecado y a desenten­derse de los errores. 7No ve nada que pueda ser corregido. 8El ego, por lo tanto, condena y la razón salva.

3. La razón de por sí no es la salvación, pero despeja el camino para la paz y te conduce a un estado mental en el que se te puede conceder la salvación. 2El pecado es un obstáculo que se alza como un formidable portón -cerrado con candado y sin llave- ­en medio del camino hacia la paz. 3Nadie que lo contemplase sin la ayuda de la razón osaría traspasarlo. 4Los ojos del cuerpo lo ven como si fuese de granito sólido y de un espesor tal que sería una locura intentar atravesarlo. 5La razón, en cambio, ve fácil­mente a través de él, puesto que es un error. 6La forma que adopta no puede ocultar su vacuidad de los ojos de la razón.

4. La forma del error es lo único que atrae al ego. 2No trata de ver si esa forma de error tiene significado o no, pues es incapaz de reconocer significados. 3Todo lo que los ojos del cuerpo pueden ver es una equivocación, un error de percepción, un fragmento distorsionado del todo sin el significado que éste le aportaría. 4Sin embargo, cualquier error, sea cual sea su forma, puede ser corregido. 5El pecado no es sino un error expresado en una forma que el ego venera. 6El ego quiere conservar todos los errores y convertirlos en pecados. 7Pues en eso se basa su propia estabili­dad, la pesada ancla que ha echado sobre el mundo cambiante que él fabricó; la roca sobre la que se edificó su iglesia y donde sus seguidores están condenados a sus cuerpos, al creer que la libertad del cuerpo es la suya propia.

5. La razón te diría que no es la forma que adopta el error lo que hace que éste sea una equivocación. 2Si lo que la forma oculta es un error, la forma no puede impedir su corrección. 3Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. 4No pueden ver más allá de aque­llo para cuya contemplación fueron fabricados. 5Y fueron fabrica­dos para fijarse en los errores y no ver más allá de ellos. 6Su percepción es ciertamente extraña, pues sólo pueden ver ilusio­nes, al no poder ver más allá del bloque de granito del pecado y al detenerse ante la forma externa de lo que no es nada. 7Para esta forma distorsionada de visión, el exterior de todas las cosas, el muro que se interpone entre la verdad y tú, es absolutamente real. 8Mas ¿cómo va a poder ver correctamente una visión que se detiene ante lo que no es nada como si de un sólido muro se tratase? 9Está restringida por la forma, habiendo sido concebida para garantizar que no perciba nada, excepto la forma.

6. Esos ojos, hechos para no ver, jamás podrán ver. 2Pues la idea que representan nunca se separó de su hacedor, y es su hacedor el que ve a través de ellos. 3¿Qué otro objetivo tenía su hacedor, salvo el de no ver? 4Para tal fin, los ojos del cuerpo son los medios perfectos, pero no para ver. 5Advierte cómo los ojos del cuerpo se posan en lo exterior sin poder ir más allá de ello. 6Observa cómo se detienen ante lo que no es nada, incapaces de comprender el significado que se encuentra más allá de la forma. 7Nada es tan cegador como la percepción de la forma. 8Pues ver la forma signi­fica que el entendimiento ha quedado velado.

7. Sólo los errores varían de forma, y a eso se debe que puedan engañar. 2Tú puedes cambiar la forma porque ésta no es verdad. 3Y no puede ser la realidad precisamente porque puede cambiar. 4La razón te diría que si la forma no es la realidad tiene que ser entonces una ilusión, y que no se puede ver porque no existe. 5Y si la ves debes estar equivocado, pues estás viendo lo que no puede ser real como si lo fuera. 6Lo que no puede ver más allá de lo que no existe no puede sino ser percepción distorsionada, y no puede por menos que percibir a las ilusiones como si fuesen la verdad. 7¿Cómo iba a poder, entonces, reconocer la verdad?

8. No permitas que la forma de sus errores te aleje de aquel cuya santidad es la tuya. 2No permitas que la visión de su santidad, que te mostraría tu perdón, quede oculta tras lo que ven los ojos del cuerpo. 3No permitas que la conciencia que tienes de tu her­mano se vea obstruida por tu percepción de sus pecados y de su cuerpo. 4¿Qué hay en él que quisieras atacar, excepto lo que aso­cias con su cuerpo, el cual crees que puede pecar? 5Más allá de sus errores se encuentra su santidad junto con tu salvación. 6Tú no le diste su santidad, sino que trataste de ver tus pecados en él para salvarte a ti mismo. 7Sin embargo, su santidad es tu perdón. a¿Cómo ibas a poder salvarte si haces de aquel cuya santidad es tu salvación un pecador?

9. Una relación santa, por muy recién nacida que sea, tiene que valorar la santidad por encima de todo lo demás. 2Cualquier valor profano producirá confusión, y lo hará en la conciencia. 3En las relaciones no santas se le atribuye valor a cada uno de los indivi­duos que la componen, ya que cada uno de ellos parece justificar los pecados del otro. 4Cada uno ve en el otro aquello que le incita a pecar en contra de su voluntad. 5De esta manera, cada uno le atribuye sus pecados al otro y se siente atraído hacia él para poder perpetuar sus pecados. 6Y así se hace imposible que cada uno vea que él mismo es el causante de sus propios pecados al desear que el pecado sea real. 7La razón, en cambio, ve una relación santa como lo que realmente es: un estado mental común, donde ambos gustosamente le entregan sus errores a la corrección, de manera que los dos puedan ser felizmente sanados cual uno solo.

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