DESPERTAR AL AMOR

martes, 11 de septiembre de 2018

11 SEPTIEMBRE: Que se acalle en mí toda voz que no sea la de Dios.

AUDIOLIBRO




EJERCICIOS

LECCIÓN 254


Que se acalle en mí toda voz que no sea la de Dios.


1. Padre, hoy quiero oír sólo Tu Voz. 2Vengo a Ti en el más profundo de los silencios para oír Tu Voz y recibir Tu Palabra. 3No tengo otra ora­ción que ésta: que me des la verdad. 4Y la verdad no es sino Tu Volun­tad, que hoy quiero compartir Contigo.


2. Hoy no dejaremos que los pensamientos del ego dirijan nues­tras palabras o acciones. 2Cuando se presenten, simplemente los observaremos con calma y luego los descartaremos. 3No desea­mos las consecuencias que nos acarrearían. 4Por lo tanto, no ele­gimos conservarlos. 5Ahora se han acallado. 6Y en esa quietud, santificada por Su Amor, Dios se comunica con nosotros y nos habla de nuestra voluntad, pues hemos decidido recordarle.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Silencio. Silencio interior así como silencio exterior es algo a lo que la mayoría de nosotros no estamos acostumbrados. Cuando vivía en New Jersey, una de las cosas de las que solía darme cuenta cuando visitaba una zona del campo era el silencio, especialmente por la mañana al amanecer. No me daba cuenta de lo continuo que era el ruido donde yo vivía hasta que me alejaba de allí. Camiones que pasaban por una autopista cercana, perros que ladraban, la televisión que sonaba, cajas que retumbaban, sirenas. Incluso el zumbido constante del aire acondicionado o de los frigoríficos. Solía tener la televisión o la radio o el equipo de música enchufado casi todo el tiempo.

Todavía más difícil de desconectar es el parloteo interior constante de nuestra mente.

El Curso continuamente nos pide la práctica del silencio: “Vengo a Ti en el más profundo de los silencios” (1:2). El silencio mental es una costumbre que se consigue, necesita un montón de práctica, al menos en mi propia experiencia. Incluso cuando medito, mi tendencia es a usar palabras: quizá repetir el pensamiento de una lección, o una instrucción mental para mí mismo como “Aspira amor, espira perdón”. Mi mente quiere enzarzarse en un continuo comentario sobre mi meditación “silenciosa”. Sin embargo, últimamente empiezo con una sencilla instrucción a mí mismo como “Ahora voy a aquietarme” o “Que mi mente esté en paz. Que todos mis pensamientos se aquieten”. Y luego me siento durante quince minutos intentando estar quieto y silencioso.

La lección dice que en el silencio podemos oír la Voz de Dios y recibir Su Palabra. Si rara vez parece que recibo algo concreto, se debe a que mis intentos de silencio no tienen mucho éxito. Pero estoy practicando.

La lección tiene algunas instrucciones concretas que me parecen referirse a la pregunta: ¿Qué hago con los pensamientos que vienen cuando estoy meditando? Las instrucciones son muy sencillas: “simplemente los observaremos con calma y luego los descartaremos” (2:2). Mentalmente “descartar” mis pensamientos, y luego sigo manteniendo mi atención en el silencio. Estoy observando mis pensamientos en lugar de meterme en ellos. Esta práctica de separarnos a nosotros mismos de nuestro ego es una práctica importantísima. Los pensamientos vienen. En lugar de identificarnos con ellos y enredarnos con ellos, me distancio simplemente. Reconozco que:

No deseo las consecuencias que me acarrearían. Por lo tanto, no elijo conservarlos. (2:3-4)

“Ahora se han acallado” (2:5). Cuando te separas de los pensamientos, sin condenarlos ni aprobarlos, simplemente observándolos como que no tienen ninguna consecuencia, empiezan a acallarse de verdad. Descubro que realmente estoy a cargo de mi mente (¿quién más iba a estarlo?). Cuando los pensamientos empiezan a acallarse, “en esa quietud, santificada por Su Amor, Dios se comunica con nosotros y nos habla de nuestra voluntad, pues hemos decidido recordarle” (2:6).

Una cosa más. Cuando empezamos a aprender esta práctica del silencio, empieza a extenderse a toda nuestra vida durante el día. Descubrimos que, en la angustia de una situación molesta, podemos “separarnos” de los pensamientos de nuestra mente que nos impulsan a reaccionar, observar la reacción, y elegir con Su ayuda abandonarlos. Durante el día nos acompaña el lugar de silencio y quietud que hemos encontrado en nuestros momentos de quietud. “Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe” (T.18.VII.8:3).

¿Qué es el pecado? (Parte 4)

L.pII.4.2:4-7

Cuando cambiamos el objetivo de nuestra lucha, y establecemos un nuevo objetivo para nuestro cuerpo y sus sentidos, empiezan a “servir a un objetivo diferente” (2:4). El objetivo ahora es la santidad en lugar del pecado, el perdón en lugar de la culpa. A través del cuerpo y de sus sentidos, nuestra mente ha estado intentando engañarse a sí misma (2:5, 2:1). Nuestra mente ha estado intentando hacer que las ilusiones de separación fueran reales. Ahora nuestro objetivo es volver a descubrir la verdad. Cuando nuestra meta elige un nuevo objetivo, el cuerpo lo sigue. El cuerpo sirve a la mente, y no al contrario (T.31.III.4). El cuerpo siempre hace lo que la mente le ordena. Así que cuando conscientemente elegimos un nuevo objetivo, el cuerpo empieza a servir a ese objetivo (T.31.III.6:2-3).

“Los sentidos buscarán lo que da fe de la verdad” (2:7). Dicho sencillamente, empezaremos a ver las cosas de manera diferente. El Texto explica con detalle cómo sucede esto (ver T. 11.VIII .9-14, o T.19.IV (A).10-11). Empezamos a buscar los pensamientos amorosos de nuestros hermanos en lugar de sus pecados. Estamos buscando conocer su realidad (que es el Cristo) en lugar de intentar descubrir su culpa. Pasamos por alto su ego, su “percepción variable” de sí mismos (T.11.VIII.11:1), y sus ofensas. Pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a ver su realidad, y Él nos la muestra. “Cuando lo único que desees sea amor, no verás nada más” (T.12.VII.8:1).

Lo que vemos depende de lo que elegimos buscar en nuestra mente. Elige sólo amor, y el cuerpo se convertirá en el instrumento de una nueva percepción.



TEXTO


I. El mensaje de la relación santa


1. Deja que la razón dé otro paso. 2Si atacas a quien Dios quiere sanar y odias a quien Él ama, entonces tú y tu Creador tenéis voluntades diferentes. 3Pero si tú eres Su Voluntad, entonces debes creer que tú no eres quien eres. 4Puedes ciertamente creer esto y, de hecho, lo crees. 5tienes fe en ello y encuentras muchas pruebas a su favor. 6¿Y de dónde procede, te preguntas, tu extraño desasosiego, tu sensación de estar desconectado y tu constante temor de que tú no signifiques nada? 7Es como si hubieses llegado hasta aquí a la deriva, sin ningún plan, excepto el de seguir vagando, pues sólo eso parece seguro.

2. Sin embargo, hemos oído una descripción muy similar ante­riormente, pero no se refería a ti. 2Aun así, crees ser esa extraña idea que con tanta precisión se describe ahí. 3La razón te diría que es imposible que el mundo que ves a través de ojos que no son los tuyos tenga sentido para ti. 4¿A quién le devolvería sus mensajes esta forma de ver? 5Ciertamente no a ti, cuya visión es totalmente independiente de los ojos que contemplan al mundo. 6Si ésa no es tu visión, ¿qué podría mostrarte? 7El cerebro no puede interpretar lo que tu visión ve. 8Esto tú lo puedes comprender. 9El cerebro interpreta para el cuerpo del que forma parte. 10Pero tú no puedes comprender lo que dice. 11Sin embargo, lo has escuchado. 12Y te has esforzado durante mucho tiempo por entender sus mensajes.

3. No te has dado cuenta de que es imposible que puedas enten­der lo que nunca puede llegar hasta ti. 2Jamás has recibido men­saje alguno que hubieses podido entender. 3Pues has estado prestándole oídos a algo que no puede comunicarse en absoluto. 4Examina, entonces, lo que ha sucedido. 5Al negar lo que eres, y al estar firmemente, convencido de que eres otra cosa, esa "otra cosa" que tú has creído ser se ha convertido en tus ojos. 6Sin embargo, debe ser esa "otra cosa" la que ve, y al no ser quien tú eres te explica lo que ve. 7Tu verdadera visión haría, por supuesto, que todo esto fuese innecesario. 8Pero si tus ojos están cerrados y le pides a esa cosa que te dirija y te explique el mundo que ve, no verás razón alguna para no escuchar lo que te dice ni para sospe­char que no es verdad. 9La razón te diría que es imposible que sea verdad porque tú no lo entiendes. 10Dios no tiene secretos. 11Él no te conduce por un mundo de sufrimiento, esperando hasta el final de la jornada para decirte por qué razón te hizo pasar por eso.

4. ¿Qué podría mantenerse oculto de la Voluntad de Dios? 2Sin embargo, tú crees tener secretos. 3¿Qué podrían ser esos secretos sino otra "voluntad" tuya propia, separada de la Suya? 4La razón te diría que esto no es un secreto que deba ocultarse como si se tratase de un pecado. 5Pero ciertamente es un error. 6No permitas que tu temor del pecado impida la corrección del error, pues la atracción que ejerce la culpabilidad es sólo miedo. 7He aquí la única emoción que has inventado, independientemente de lo que aparente ser. 8He aquí la emoción de los secretos, de los pensa­mientos privados y del cuerpo. 9He aquí la emoción que se opone al amor y que siempre conduce a la percepción de diferencias y a la pérdida de la igualdad. 10He aquí la única emoción que te man­tiene en  las tinieblas, dependiente de ese otro ser que tú crees haber inventado para que te guíe por el mundo que él fabricó para ti.

5. La visión se te concedió, junto con todo lo que puedes com­prender. 2No te resultará difícil comprender lo que esta visión te dice, pues todo el mundo ve sólo lo que cree ser. 3Y tú comprenderás lo que tu visión te muestre porque es la verdad. 4Única­mente tu visión puede comunicarte lo que puedes ver. 5Te llega directamente, sin necesidad de ninguna interpretación. 6Lo que necesita interpretación tiene que ser algo ajeno a ti. 7Y un intér­prete al que no entiendes nunca podrá hacer que ello sea inteligi­ble para ti.

6. De todos los mensajes que has recibido y que no has enten­dido, sólo este curso está al alcance de tu entendimiento y puede ser entendido. 2Éste es tu idioma. 3Aún no lo entiendes porque tu comunicación es todavía corno la de un bebé. 4No se puede dar credibilidad a los balbuceos de un bebé ni a lo que oye, ya que los sonidos tienen un significado diferente para él, según la ocasión. 5ni los sonidos que oye ni las cosas que ve son aún estables. 6Pero lo que oye y todavía no comprende será algún día su len­gua materna, a través de la cual se comunicará con los que le rodean y ellos con él. 7Y esos seres extraños y cambiantes que se mueven a su alrededor serán quienes lo consuelen, y él recono­cerá su hogar y los verá allí junto con él.

7. Así es como renace en cada relación santa la capacidad de comunicar en vez de la de separar. 2Mas una relación santa, que apenas acaba de renacer de una relación no santa, y que, sin embargo, es más antigua que la vieja ilusión que acaba de reem­plazar, es como un bebé que ahora renaciera. 3Pero con este bebé se te devuelve la visión, ya que te hablará en un idioma que podrás entender. 4Este bebé no se nutre de "aquello otro" que tú creías ser. 5No fue dado ahí, ni tampoco fue recibido por nada excepto por ti mismo. 6Pues no es posible que dos hermanos se puedan unir, excepto a través de Cristo, Cuya visión los ve como uno.

8Santo hermano mío, piensa en lo que se te ha dado. 2Este infante te explicará lo que no entiendes y te lo presentará de una manera muy clara. 3Pues su idioma no será una lengua extraña. 4Él no necesitará ningún intérprete para comunicarse contigo, pues fuiste tú quien le enseñó lo que sabe debido a que tú lo sabías. 5Él no habría podido acudir a nadie excepto a ti, nunca a "aquello otro". 6Donde Cristo ha entrado nadie está solo, pues Él nunca podría encontrar Su morada entre los que creen estar separados. 7Mas Él tiene que renacer en Su hogar de antaño -tan aparentemente nuevo, y, sin embargo, tan inmemorial como Él- como un pequeño recién llegado que depende de la santidad de tu relación para sobrevivir.

9. Ten por seguro que Dios no puso a Su Hijo en manos de quien no es digno de él. 2Solamente lo que es parte de Dios es digno de estar unido. 3Y es imposible que nada que no sea parte de Él pueda unirse. 4La comunicación tiene que haberse restablecido entre los que se unen, ya que nunca se habrían podido unir a través de sus cuerpos. 5¿Qué es lo que los ha unido, entonces? 6La razón te diría que tuvieron que haberse visto el uno al otro a través de una visión que no era del cuerpo y haberse comunicado en un lenguaje que el cuerpo no habla. 7No pudo tampoco haber sido una visión o sonido atemorizante lo que tan dulcemente los unió. 8Fue más bien que cada uno vio en el otro un perfecto refu­gio donde su Ser podía renacer a salvo y en paz. 9Así se lo dijo la razón y así lo creyó porque era la verdad.

10. He aquí la primera percepción directa que puedes construir. 2la construyes a través de una conciencia que es más antigua que la percepción, y que, sin embargo, renace en un instante. 3Pues ¿qué es el tiempo para lo que siempre ha sido como es? 4Observa lo que ese instante trajo consigo: el reconocimiento de que "aquello otro" que tú pensabas ser, era sólo una ilusión. 5Y la verdad brotó ins­tantáneamente, para mostrarte dónde se encuentra tu Ser. 6Al negar las ilusiones invitas a la verdad, pues al negarlas reconoces que el miedo no significa nada. 7En el santo hogar donde el miedo es impotente el amor entra dando las gracias, agradecido de ser uno con vosotros que os unisteis para dejarlo entrar.

11. Cristo acude a lo que es semejante a Él; a lo que es lo mismo, no a lo que es diferente. 2Pues siempre se siente atraído hacia Sí Mismo. 3¿Qué se asemeja más a Él que una relación santa? 4lo que hace que tú te sientas atraído hacia tu hermano, es lo que hace que Él se sienta atraído hacia ti. 5Ahí Su dulzura y Su benévola inocencia están a salvo del ataque. 6Y ahí Él puede regresar con confianza, pues la fe que depositas en otro es la fe que depo­sitas en Él. 7No cabe duda de que estás en lo cierto al considerar a tu hermano el hogar que Cristo ha elegido, pues al hacer eso ejerces tu voluntad junto con la de Cristo y la de Su Padre. 8Esto es lo que la Voluntad de tu Padre dispone para ti, y la tuya junto con la de Él. 9Y el que se siente atraído hacia Cristo se siente atraído hacia Dios tan irremediablemente como Cristo y Dios se sienten atraídos hacia toda relación santa: la morada que ha sido preparada para Ellos a medida que la tierra se convierte en el Cielo.












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