DESPERTAR AL AMOR

lunes, 18 de febrero de 2019

18 FEBRERO: La Voz de Dios me habla durante todo el día.

AUDIOLIBRO




EJERCICIOS


LECCION 49


La Voz de Dios me habla durante todo el día.


1. Es muy posible escuchar la Voz de Dios durante todo el día sin que ello interrumpa para nada tus actividades normales. 2La parte de tu mente donde reside la verdad está en constante comunica­ción con Dios, tanto si eres consciente de ello como si no. 3Es la otra parte de tu mente la que opera en el mundo y la que obedece sus leyes. 4Ésa es la parte que está constantemente distraída, y que es desorganizada y sumamente insegura.

2. La parte que está escuchando a la Voz de Dios es serena, está en continuo reposo y llena de absoluta seguridad. 2Es la única parte que realmente existe. 3La otra es una loca ilusión, frenética y per­turbada, aunque desprovista de toda realidad. 4Trata hoy de no prestarle oídos. 5Trata de identificarte con la parte de tu mente donde la quietud y la paz reinan para siempre. 6Trata de oír la Voz de Dios llamándote amorosamente recordándote que tu Creador no se ha olvidado de Su Hijo.

3. Hoy necesitaremos por lo menos cuatro sesiones de práctica de cinco minutos cada una, e incluso más si es posible. 2De hecho, trataremos de oír la Voz de Dios recordándote a Dios y a tu Ser. 3Abordaremos el más santo y gozoso de todos los pensamientos llenos de confianza, sabiendo que al hacer esto estamos uniendo nuestra voluntad a la Voluntad de Dios. 4Él quiere que oigas Su Voz. 5Te la dio para que la oyeses.

4. Escucha en profundo silencio. 2Permanece muy quedo y abre tu mente. 3Ve más allá de todos los chillidos estridentes e imagina­ciones enfermizas que encubren tus verdaderos pensamientos y empañan tu eterno vínculo con Dios: 4Sumérgete profundamente en la paz que te espera más allá de los frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e imágenes de este mundo demente. 5No vives aquí. 6Estamos tratando de llegar a tu verdadero hogar. 7Estamos tratando de llegar al lugar donde eres verdaderamente bienvenido. 8Estamos tratando de llegar a Dios.

5. No te olvides de repetir la idea de hoy frecuentemente. 2Hazlo con los ojos abiertos cuando sea necesario, pero ciérralos siempre que sea posible. 3Y asegúrate de sentarte quedamente y de repetir la idea cada vez que puedas, cerrando los ojos al mundo, y com­prendiendo que estás invitando a la Voz de Dios a que te hable.




Instrucciones para la práctica

Propósito: Escuchar a la parte de nuestra mente donde la Voz de Dios te está hablando siempre, e identificarnos con ella.

Ejercicios más largos: 4 veces (más si es posible), durante cinco minutos.

Éste es también otro ejercicio de meditación, como en las Lecciones 41, 44, 45, y 47. Después de cerrar los ojos y repetir la idea (como siempre: lentamente), entra en meditación. De nuevo, me resulta útil pensar en el ejercicio como que tiene tres aspectos:

1. Pasa de largo la nube de pensamientos frenéticos y dementes que abarrotan la superficie de tu mente. Sumérgete en la parte de tu mente donde reina la calma, donde estás de verdad en tu hogar, y donde la Voz de Dios te habla. Sumergirte en esta parte también significa escuchar a esta parte.

2. Retira tu mente de las distracciones repitiendo la idea.

3. Por encima de todo, mantén en la mente la actitud de que ésta es la cosa más feliz y más sagrada que puedes hacer, y de que confías en que puedes hacerlo, porque Dios lo quiere.

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo.

Hay una variedad de opciones, que van desde practicar en situaciones no fáciles a la forma ideal de práctica. Esta variedad se aplica a todas las lecciones:

1. Repite la idea con los ojos abiertos cuando tengas que hacerlo así
.
2. Repítela con los ojos cerrados cuando te sea posible.

3. Siempre que puedas, siéntate tranquilamente, cierra los ojos, y repite la idea. Haz que esto sea una invitación a la Voz de Dios para que te hable.


Comentario

“La Voz de Dios me habla durante todo el día”. ¡Sí, lo hace! Te puede parecer ilusorio cuando dices esta frase, pero no lo es. La Voz de Dios nos habla durante todo el día, todos los días. “La parte de tu mente donde reside la verdad (es decir, la mente recta) está en constante comunicación con Dios, tanto si eres consciente de ello como si no” (1:2). Normalmente no somos conscientes de esta comunicación, aunque podemos serlo. Nuestra consciencia sencillamente no está a la escucha.

Es como una señal de radio. Aquí en Sedona, tenemos una emisora de radio que se llama KAZM (“abismo”, curioso ¿eh?). KAZM está en comunicación con mi radio todo el día, pero puede que yo no tenga mi radio puesta en esa emisora. El Espíritu Santo está en comunicación con mi mente todo el día, pero puede que yo no Le esté escuchando.

Hay otra parte de nuestra mente que se ocupa de los asuntos de este mundo. Ésa es la parte de la que somos conscientes la mayor parte del tiempo. La llamaré “mente errónea” para que podamos distinguirlas. En realidad esta parte no existe, y la parte que escucha a Dios (mente recta) es en realidad la única parte que existe (2:2-3). Por consiguiente, hablar de “partes” de nuestra mente es sólo una invención útil.

La mente errónea es una ilusión. La mente recta es real. La mente errónea está angustiada, desesperada, llena de un enloquecido parloteo de “pensamientos” que se parecen al Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas. La mente recta es “serena, está en continuo reposo y llena de absoluta seguridad” (2:1). La mente recta es de lo que habló la Lección 47 al decir: “Hay un lugar en ti donde hay perfecta paz” (L.47.7:4). En este lugar, “la quietud y la paz reinan para siempre” (2:5).

Podemos elegir qué voz escuchar, a qué “parte” de nuestra mente hacerle caso: la voz desesperada de preocupación o la Voz llena de paz. ¿Parece difícil creer que dentro de nosotros hay un lugar de perfecta calma, como en el centro de un huracán? Pues, lo hay. A mí me parecía difícil de creer, pero cuando empecé a buscarlo, empecé a encontrarlo.
A menudo, cuando al principio intentamos encontrarlo, la otra voz grita tan alto que parece que no podemos ignorarla (que es lo que la lección nos dice que hagamos). Justo el otro día alguien me contaba que cuando se sentaba en meditación, la llegada de la paz era tan aterradora que tenía que levantarse y ponerse a hacer algo. ¿No es extraño que la paz nos resulte tan poco deseable? Siéntate durante unos minutos intentando estar en paz, y algo dentro de ti empieza a gritar: “¡No puedo aguantarlo!”. Ésa es la voz frenética de desesperación. La lección nos dice: “Trata hoy de no prestarle oídos” (2:4).

¡Merece el esfuerzo! El lugar de paz está ahí en todos nosotros, y cuando lo encontramos: ¡Ahhh! Todavía tengo días en que parece que no puedo parar el parloteo constante de mi mente, pero están aumentando los momentos en los que me sumerjo en la paz, por lo cual estoy muy agradecido. Únicamente tienes que dejar toda actividad por un momento para encontrar la paz; no puedes encontrarla sin sentarte, sin aquietarte, sin desconectarte de todo lo de fuera por un momento. De otro modo, el mundo distrae demasiado al principio.
Finalmente podemos aprender a encontrar esta paz en cualquier momento, en cualquier lugar, e incluso llevarla con nosotros en situaciones caóticas. Sin embargo, al principio, necesitamos desarrollar la quietud para encontrarla, cerrar los ojos al mundo, pasar de largo la superficie tormentosa de nuestra mente y entrar en el centro profundo y sereno, pidiéndole a la Voz de Dios que nos hable.

Un pensamiento más. Podrías pensar, a causa de esta lección, que si la “emisora de radio” de Dios siempre está funcionando, tiene que ser fácil oír Su Voz. Falso. La voz del ego se describe aquí como “chillidos estridentes” (4:3), “frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e imágenes” (4:4), y “constantemente distraída” (1:4). Al principio, escuchar la Voz de Dios es como intentar meditar en medio de una revuelta callejera. Es como intentar componer una nueva melodía mientras está tocando una banda musical de rock. O como intentar escribir una carta con toda atención mientras tres personas te están gritando cosas distintas en los oídos. No es nada fácil. Requiere mucha atención y concentración. Y sobre todo, requiere mucha voluntad.

“La Voz del Espíritu Santo es tan potente como la buena voluntad que tengas de escucharla” (T.8.VIII. 8:7).

Tienes que estar dispuesto a ignorar esa otra voz. Los chillidos del ego no suceden sin nuestro consentimiento, no proceden de algún demonio malvado que intenta hacer fracasar nuestros esfuerzos de oír la Voz de Dios. Son nuestro propio deseo que toma forma, eso es todo. Nos hemos pasado muchísimo tiempo escuchando al “fabricador de ruidos” en nuestra mente. Tenemos que empezar a evitarlo y a elegir desenchufarlo.

Así que, oír al Espíritu Santo no es algo que sucede de la noche a la mañana, lee sobre esto hoy, empieza a ser “divinamente guiado en todo lo que hagas” mañana. No, no es así de sencillo. De hecho, en el Texto Jesús dice que aprender a escuchar sólo esa Voz fue la última lección que Él aprendió y que requiere esfuerzo y gran voluntad (ver T.5.II.3:7-11).

“El Espíritu Santo se encuentra en ti en un sentido muy literal. Suya es la Voz que te llama a retornar a donde estabas antes y a donde estarás de nuevo. Aún en este mundo es posible oír sólo esa Voz y ninguna otra. Ello requiere esfuerzo así como un gran deseo de aprender. Ésa es la última lección que yo aprendí, y los Hijos de Dios gozan de la misma igualdad como alumnos que como Hijos de Dios” (T.5.II.3:7-11).

Por eso, empecemos hoy mismo a aprender esta lección tan importante. Escuchemos.



TEXTO


VII. La decisión en favor de Dios

 

1. ¿Crees realmente que puedes fabricar una voz que pueda aho­gar a la de Dios? 2¿Crees realmente que puedes inventar un sis­tema de pensamiento que te pueda separar de Él? 3¿Crees realmente que puedes encargarte de tu seguridad y de tu dicha mejor que Él? 4No tienes que ser ni cuidadoso ni descuidado, necesitas simplemente echar sobre Sus Hombros toda angustia, pues Él cuida de ti. 5Él cuida de ti porque te ama. 6Su Voz te recuerda continuamente que tienes motivos para sentirte esperan­zado debido a que estás a Su cuidado. 7No puedes elegir excluirte de Su cuidado porque ésa no es Su Voluntad, pero puedes elegir aceptar Su cuidado y usar el poder infinito de éste en beneficio de todos los que Él creó mediante él.

2. Han sido muchos los sanadores que no se curaron a sí mismos. 2No movieron montañas con su fe porque su fe no era absoluta. 3Algunos de ellos ocasionalmente curaron enfermos, mas no resucitaron a ningún muerto. 4A menos que el sanador se cure a sí mismo, no podrá creer que no hay grados de dificultad en los milagros. 5No habrá aprendido que toda mente que Dios haya creado es igualmente digna de ser sanada porque El la creó ínte­gra. 6Se te pide simplemente que le devuelvas a Dios tu mente tal como Él la creó. 7Dios te pide únicamente lo que Él te dio, sabiendo que mediante esa entrega sanarás. 8La cordura no es otra cosa que plenitud, y la cordura de tus hermanos es también la tuya.

3. ¿Por qué prestarle atención a las continuas y dementes exigen­cias que crees que se te hacen, cuando puedes saber que la Voz que habla por Dios se encuentra en ti? 2Dios te encomendó Su Espíritu, y te pide que tú le encomiendes el tuyo. 3Su Voluntad dispone que éste permanezca en perfecta paz porque tú eres de una misma mente y de un mismo espíritu con El. 4El último recurso desesperado del ego en defensa de su propia existencia es excluirte de la Expiación. 5Ello refleja a la vez la necesidad del ego de mantenerse separado, y el hecho de que tú estás dispuesto a ponerte de parte de la separación por la que él aboga. 6El hecho de que estés dispuesto a ello significa que no quieres sanar.

4. Pero ha llegado el momento. 2No se te ha pedido que elabores el plan de la salvación porque, como ya te dije anteriormente, el remedio no pudo haber sido obra tuya. 3Dios Mismo te dio la Corrección perfecta para todo lo que has inventado que no esté de acuerdo con Su santa Voluntad. 4Te estoy haciendo perfecta­mente explícito Su plan, y te diré también cuál es tu papel en él y cuán urgente es que lo lleves a cabo. 5Dios se lamenta ante el "sacrificio" de Sus Hijos que creen que Él se olvidó de ellos.

5. Siempre que no te sientes completamente dichoso es porque has reaccionado sin amor ante una de las creaciones de Dios. 2Al percibir eso como un pecado te pones a la defensiva porque pre­vés un ataque. 3Tú eres el que toma la decisión de reaccionar de ­esa manera, y, por lo tanto, la puedes revocar. 4No puedes revo­carla arrepintiéndote en el sentido usual de la palabra porque eso implicaría culpabilidad. 5Si sucumbes al sentimiento de culpabi­lidad, reforzarás el error en vez de permitir que sea des-hecho.

6. Tomar esta decisión no puede ser algo difícil. 2Esto es obvio, si te percatas de que si no te sientes completamente dichoso es por­que tú mismo así lo has decidido. 3Por lo tanto, el primer paso en el proceso de des-hacimiento es reconocer que decidiste equivo­cadamente a sabiendas, pero que con igual empeño puedes deci­dir de otra manera. 4Sé muy firme contigo  mismo con respecto a esto, y mantente plenamente consciente de que el proceso de des-­hacimiento, que no procede de ti, se encuentra no obstante en ti porque Dios lo puso ahí. 5Tu papel consiste simplemente en hacer que tu pensamiento retorne al punto en que se cometió el error, y en entregárselo allí a la Expiación en paz. 6Repite para tus aden­tros lo que sigue a continuación tan sinceramente como puedas, recordando que el Espíritu Santo responderá de lleno a tu más leve invitación:

7Debo haber decidido equivocadamente porque no estoy en paz.
8Yo mismo tomé esa decisión, por lo tanto, puedo tomar otra.
9Quiero tomar otra decisión porque deseo estar en paz.
10No me siento culpable porque el Espíritu Santo, si se lo permito  anulará todas las consecuencias de mi decisión equivocada.

11Elijo permitírselo, al dejar que Él decida en favor de Dios por mí.







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