Busco únicamente lo que en verdad me pertenece.
Instrucciones para la práctica
Propósito: Dejar libre un lugar en tu mente donde los regalos de dicha y paz de Dios sean bien recibidos y se sientan.
Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes hacer esto, al menos haz el alternativo).
- Empieza con: “Busco únicamente lo que en verdad me pertenece, y la dicha y la paz son mi herencia”.
- Luego, de nuevo, entra en meditación con el propósito de sentir la dicha que Dios ha puesto en el centro de tu ser. Esta lección habla de ir al santo altar dentro de ti, el lugar profundo en tu mente que contiene tus devociones principales (puedes visualizar este altar). Has cubierto este altar con los insignificantes regalos del mundo, ocultando así los regalos de Dios. En tu meditación intenta retirar los regalos del mundo. “Despejamos en nuestras mentes un santo lugar ante Su altar” (4:2). Luego busca los regalos de dicha y paz que Dios ha colocado sobre este altar para ti. Ya están allí, aunque todavía no los veas. Pide reconocerlos. Mientras los buscas, por encima de todo ten una actitud de confianza, confiando en que los regalos de Dios son tu herencia, que te pertenecen, que siempre han sido tuyos, y que los puedes pedir ahora.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.
Repite: “Busco únicamente lo que en verdad me pertenece. Lo único que quiero son los dones de dicha y paz de Dios”.Hacerlo tan a menudo te impedirá perder de vista los regalos de Dios entre las sesiones de práctica de cada hora.
Comentario
Hoy dejo a un lado las complicaciones y me concentro en dos cosas muy sencillas: la dicha y la paz de la mente. Hoy no voy a preocuparme por verdades metafísicas profundas, ni por la realidad invisible de mi Ser. Hoy únicamente busco conocer la paz y la dicha que son mías por razón de lo que soy. Me olvido de la urgencia de las metas que yo me he inventado, de la importancia que le he dado a las cosas que pienso que debo hacer. Ignoro las normas inventadas por los hombres y con las que a menudo me juzgo a mí mismo o dejo que otros me juzguen. Hoy pongo toda mi atención en las únicas cosas que son verdaderamente importantes: la dicha y la paz mental.
¿Qué puede tener más valor que éstas? Si viviera en un palacio, tuviera riquezas sin límite, y la pareja más perfecta del mundo, y no tuviera paz mental y dicha, aún así sería pobre. Si viviera en una casucha con paz mental y dicha, sería rico.
Y puedo tenerlas, son mi derecho debido a lo que soy. La dicha es mi derecho divino. La paz es mi derecho divino. Están al alcance de todo el mundo, sin importar su pasado, sin que importe su educación, sin importar sus ingresos. Hoy, en estos momentos en que me paro a recordar, esto es lo que quiero recordar. Abro mi corazón con gratitud a Dios Que me dio estos regalos, Le honro por disfrutar de ellos. Le honro por ser dichoso y estar en paz en estos periodos de cinco minutos, y no me olvidaré entre esos periodos.
Recuerdo un seminario que hice hace años en el que nos dedicamos a una profunda búsqueda interior, intentando atrapar algunas de las mentiras que nos habíamos estado diciendo a nosotros mismos, los pensamientos negativos acerca de nosotros y que nos humillaban y debilitaban nuestra vida. Luego los resumimos a lo que, para cada uno, parecía la mentira principal que nos estábamos diciendo acerca de nosotros. A continuación, se nos pidió que invirtiéramos aquella mentira y la convirtiéramos en una afirmación. Y finalmente, caminamos por la sala, presentándonos unos a otros, y afirmando nuestra “verdad eterna”.
Nunca olvidaré a una mujer, aunque he olvidado su nombre la llamaré Carol. Vino hacia mí, me miró directamente a los ojos, y sonrió con una radiante sonrisa. Dijo: “Hola. Soy Carol, y mi alegría cura”.
¿Y sabes qué? Lo hizo. Justo en aquel momento. De pronto mi mente lo comprendió, y nunca la he olvidado, nunca he olvidado su alegría. Ella había descubierto una verdad acerca de sí misma. ¡La alegría cura! Cuando soy feliz, los que están a mi alrededor sanan. ¿¿No has visto eso alguna vez en personas que son felices, verdaderamente felices? Su felicidad te cura. ¿Qué puede ser más valioso que una felicidad así?
La paz cura también. Una persona en paz dentro de una sala llena de gente nerviosa puede llevar paz a todos. Elijo ser esa persona hoy, porque es mi derecho. Me calmo en cada momento de práctica y despejo en mi mente un santo lugar ante Su altar (4:2). Despejo ese lugar para recibir los eternos regalos, la dicha y la paz que Dios quiere darme. “No hay nada más que en verdad nos pertenezca” (4:4). Ninguna de las otras cosas que pienso que quiero me pertenecen igual que me pertenecen la dicha y la paz. Éstas son “posesiones” que bendicen al mundo, en lugar de quitarle. Nadie pierde porque yo tengo dicha y paz, todo el mundo gana.
¡Yo ya tengo estos regalos! “Busco únicamente lo que en verdad me pertenece”. La dicha me pertenece, la paz me pertenece. Gracias, Dios. Gracias.
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