Instrucciones para la práctica
Ver las instrucciones del Tercer Repaso
Comentario
En algún lugar de nuestra mente colectiva hay un mito obscuro y terrible. El mito significa que la Voluntad de Dios para nosotros es sufrimiento, sacrificio, la pérdida de todo lo que amamos, renunciar a todo lo que queremos por Su Reino. Según este mito hacer la Voluntad de Dios es una cosa sin alegría y sombría. En una de sus conferencias, Marianne Williamson lo describió así: “Creía que tendría que vestirme de gris el resto de mi vida”.
La Voluntad de Dios es felicidad. ¿Cómo puede el Amor querer menos que eso para nosotros? Cada ser humano, incluso los más mezquinos, quieren que sus seres amados sean felices. ¿Cómo hemos podido imaginar que Dios, Amor perfecto, quería algo distinto a la perfecta felicidad para nosotros?
Entonces, todo nuestro sufrimiento debe venir de la creencia de que hay alguna “otra” voluntad que se opone a la de Dios y quiere estropear nuestra felicidad. Quizá, secretamente sospechamos que esa voluntad es la nuestra. Si no, sabemos que “ellos” están ahí fuera en algún lugar, y que la tienen tomada con nosotros. Sin embargo, no hay “otra” voluntad. No hay un poder malvado acechando al universo y apuntando a nuestra destrucción. Sólo existe Dios.
Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz. No soy un incurable destructor de mí mismo, con un ramalazo obscuro e incomprensible contra Dios, contra el universo, y contra mí mismo, que me lleva sin remedio a la muerte. Mi verdadera voluntad es la de Dios, y yo quiero felicidad. “Mi voluntad es que haya luz”, como decía la lección 37. Su Voluntad es todo lo que realmente quiero.
El Curso habla mucho sobre los tenebrosos cimientos del ego que llevan a la muerte. Esas corrientes sombrías circulan por nuestra mente, deformando y viciando nuestra experiencia en este mundo. Pero el Curso no nos deja ahí, sin esperanza. Trae el mensaje de que aunque el ego parece real, no es lo que nosotros somos. No tiene poder sobre nosotros, es una invención equivocada de nuestra mente. Y debido a que nosotros lo hicimos, podemos deshacerlo. Ya que lo elegimos, podemos elegir de nuevo. Si dejamos de tenerle miedo a esos rincones tenebrosos de nuestra mente y los miramos de frente, reconoceremos que no tienen fundamento. Más allá de ellos veremos a nuestro Ser. Veremos lo que esos obscuros cimientos han estado ocultando todo el tiempo: nuestro propio intenso y ardiente amor a Dios, y el Suyo a nosotros (ver T.13.III.2:8). Aquí, en el auténtico cimiento de nuestro ser, queremos lo que Dios quiere y amamos lo que Dios ama.
Hoy, me permito descansar en el pensamiento feliz de que en el centro de mi ser hay un impulso irresistible hacia la verdad. Quizá no sienta “perfecta felicidad”, pero la sentiré. Tengo que sentirla porque lo más profundo de mi corazón lo quiere y se une a Dios en Su Voluntad, y no hay nada que pueda oponerse, nada real o con poder para oponerse.
“La Voluntad de Dios se hace sean cuales fueren tus reacciones a la Voz del Espíritu Santo, sea cual fuere la voz que elijas escuchar y sea cuales fueren los extraños pensamientos que te asalten”. (T.13.XI.5:3-4)
Es imposible que no alcances el Cielo, pues Dios es algo seguro, y lo que Su Voluntad dispone es tan seguro como Él. (T.13.XI.8:9)
No hay comentarios:
Publicar un comentario