DESPERTAR AL AMOR

jueves, 24 de agosto de 2017

24 AGOSTO: Gobierno mi mente, la cual sólo yo debo gobernar.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS

LECCIÓN 236

Gobierno mi mente, la cual sólo yo debo gobernar.



1. Tengo un reino que gobernar. 2Sin embargo, a veces no parece que yo sea su rey en absoluto, 3sino que parece imponerse sobre mí, y decirme cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir. 4No obstante, se me ha dado para que sirva cualquier propósito que yo perciba en él. 5La única función de mi mente es servir. 6Hoy la pongo, al servicio del Espíritu Santo para que Él la use como mejor le parezca. 7De esta manera, soy yo quien dirige mi mente, que sólo yo puedo gobernar. 8Y así la dejo en libertad para que haga la Voluntad de Dios.

2. Padre, mi mente está dispuesta hoy a recibir Tus Pensamientos y a no darle entrada a ningún pensamiento que no proceda de Ti. 2Yo gobierno mi mente, y te la ofrezco a Ti. 3Acepta mi regalo, pues es el que Tú me hiciste a mí.





Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
Lee la lección.
Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.

·   Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

·         Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
·         Piensa en ella durante un rato.

Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.



Comentario

Si “el secreto de la salvación” es que “soy yo el que se está haciendo todo esto a sí mismo” (T.27.VIII.10:1), la “salvación” o la buena noticia es que no hay fuerzas enemigas externas que tengan poder sobre mí. Es sólo mi propia mente la que lo está fastidiando todo. Y si eso es cierto, hay esperanza. Porque ¡nadie está gobernando mi mente por mí! Por lo tanto, puedo cambiarlo completamente. Mi mente es mi reino, y yo soy el rey de mi reino. Yo lo gobierno, nadie ni nada más lo hace.

Sí, es cierto que: “a veces no parece que yo sea su rey en absoluto” (1:2). ¡A veces! Para la mayoría de nosotros parece la mayor parte del tiempo. Mi “reino” parece gobernarme a mí, y no a la inversa, diciéndome: “cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir” (1:3). Un Curso de Milagros es un curso para reyes, nos entrena en cómo gobernar nuestra mente. Hemos dejado que el reino esté sin control, en lugar de gobernarlo. Hemos inventado el problema, proyectado la imagen del problema, y luego hemos culpado a la imagen de ser el problema. Como dice el Texto, hemos invertido causa y efecto. Nosotros somos la causa, inventamos el efecto, y ahora pensamos que el efecto es nuestra causa (T.28.II.8:8). Por eso necesitamos un curso en “entrenamiento mental” que nos enseñe que somos nosotros los que gobernamos nuestra mente.

La mente es un instrumento, que se nos ha dado para que nos sirva (1:4-5). No hace nada, excepto lo que queremos que haga. El problema es que no hemos observado lo que le hemos pedido a la mente que haga. Hemos pedido la separación, hemos pedido la culpa; y puesto que nos consideramos culpables hemos pedido la muerte, y la mente ha dado lo que se pide. Nos hemos dedicado a la locura salvaje del ego, y el resultado es el mundo en el que vivimos. Por eso necesitamos verlo, dejar de hacerlo, y poner la mente al servicio del Espíritu Santo, en lugar de al servicio ego.

Eso me plantea una pregunta. Si se supone que yo debo gobernar mi mente, ¿cómo el modo de gobernarla es entregándosela al Espíritu Santo? Aquí se dice que poner la mente al servicio del Espíritu Santo es el modo en que “soy yo quien dirige mi mente” (1:6-7). La respuesta es muy sencilla. Sólo hay dos elecciones: el ego o el Espíritu Santo, el miedo o el amor, la separación o la unión. El Espíritu Santo no es un poder extraño que me gobierna, Él es la Voz de mi propio Ser así como la Voz de Dios. Él es la Voz tanto del Padre como del Hijo porque Padre e Hijo son uno, con una sola Voluntad. La petición de que gobierne mi mente no es una petición a una independencia de confiar sólo en nosotros mismos, el rey “todo por mi propia cuenta”. Ésa es la interpretación del ego acerca de gobernar mi mente. La petición de que gobierne mi mente es una petición de total dependencia, de total confianza en el Ser, confianza en el Ser que todos compartimos.

Tengo la elección entre la ilusión de independencia en la que mi mente está realmente aprisionada por sus efectos y la libertad total en la que mi mente se dedica a su propósito divino al que está destinada, sirviendo a la Voluntad de Dios. ¿Quién puede negar que nuestra experiencia de ser una mente independiente es realmente una experiencia de esclavitud, en la que nuestro “reino” nos dice cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir? Que hoy nos demos cuenta de que hay otra elección, y que gustosamente ofrezcamos nuestra mente a Dios. Que entremos de todo corazón en el proceso de entrenar nuestra mente para pensar con Dios.



¿Qué es la salvación? (Parte 6)

L.pII.2.3:4

Cuando dejamos de apoyar las ilusiones de la mente, y se convierten en polvo, ¿qué queda? “Lo que ocultaban queda ahora revelado” (3:4). Cuando las ilusiones desaparecen, lo que queda es la verdad. Y la verdad es una realidad maravillosa dentro  que tememos encontrar dentro de nosotros, encontramos “un altar al santo Nombre de Dios donde Su Palabra está escrita” (3:4). La verdad que está detrás de todas las máscaras y de todos los errores y de los astutos engaños del ego: en mi propio corazón hay un altar a Dios, un lugar sagrado, una santidad eterna y ancestral.

Hay tesoros depositados ante el altar. ¡Son tesoros que yo he depositado allí! Son los regalos de mi perdón. Y sólo hay una pequeña distancia, sólo un instante, desde este lugar al recuerdo de Dios Mismo (3:4).


El descubrimiento del santo altar a Dios dentro de mi mente es el resultado de no hacer nada, de dejar de seguir apoyando a las ilusiones del ego, de negarnos a dedicarle por más tiempo nuestra mente al ego y a sus propósitos. El descubrimiento de lo que es verdad acerca de mí, y el recuerdo de Dios que viene a continuación, proceden de mi disposición a poner en duda las ilusiones y a abandonarlas. No necesito construir el altar o acondicionarlo, ya está ahí, detrás de las brumas de engaño a mí mismo. El camino a la verdad es por medio de darnos cuenta de las mentiras que la ocultan. Muy dentro de mí, la unión con Dios continúa sin interrupciones, esperando únicamente a que me aparte de las mentiras que afirman lo contrario. Puedo regresar a ese altar ahora. Puedo apartar las cortinas que lo ocultan, entrar en la Presencia de Dios y encontrar a mi Ser esperándome ahí.



TEXTO


III. El pecado como ajuste


1. La creencia en el pecado es un ajuste. 2Y un ajuste es un cambio: una alteración en la percepción, o la creencia de que lo que antes era de una manera ahora es distinto. 3Cada ajuste es, por lo tanto, una distorsión, y tiene necesidad de defensas que lo sostengan en contra de la realidad. 4El conocimiento no requiere ajustes, y, de hecho, se pierde si se lleva a cabo: cualquier cambio o alteración, 5pues eso lo reduce de inmediato a ser simplemente una percep­ción: una forma de ver en la que se ha dejado de tener certeza y donde se ha infiltrado la duda. 6En esta condición deficiente es necesario hacer ajustes porque la condición en sí no es verdad. 7¿Quién necesita ajustarse a la verdad, si para ser entendida ésta sólo apela a lo que uno es?

2. Los ajustes, sean de la clase que sean, siempre forman parte del ámbito del ego. 2Pues la creencia fija del ego es que todas las relaciones dependen de que se hagan ajustes, para así hacer de ellas lo que él quiere que sean. 3Las relaciones directas, en las que no hay interferencia, él siempre las considera peligrosas. 4El ego se ha nombrado a sí mismo mediador de todas las relaciones, y hace todos los ajustes que cree necesarios y los interpone entre aquellos que se han de conocer, a fin de mantenerlos separados e impedir su unión. 5Esta planeada interferencia es lo que hace que te resulte tan difícil reconocer tu santa relación tal como es.

3. Los que son santos no interfieren en la verdad. 2No le tienen miedo, pues en la verdad es donde reconocen su santidad y donde se regocijan debido a lo que ven. 3La contemplan directa­mente, sin tratar de adaptarse a ella ni de que ella se adapte a ellos. 4Y así se dan cuenta de que se encontraba en ellos, al no haber decidido de antemano dónde debería estar. 5El hecho mismo de que ellos la busquen plantea una pregunta, y lo que ven es lo que les responde. 6Tú fabricas el mundo, y luego te adaptas a él y haces que él se adapte ti. 7Y no hay ninguna diferencia entre él y tú en tu percepción, la cual os inventó a los dos.

4. Todavía queda una pregunta por contestar, la cual es muy sim­ple. 2¿Te gusta lo que has fabricado? aUn mundo de asesinatos y de ataque por el que te abres paso tímidamente en medio de cons­tantes peligros, solo y temeroso, esperando a lo sumo a que la muerte se demore un poco antes de que se abalance sobre ti y desaparezcas. 3Todo eso son fabricaciones tuyas. 4Es un cuadro de lo que tú crees ser: de cómo te ves a ti mismo. 5Los asesinos están aterrorizados y los que matan tienen miedo de la muerte. 6Todas estas cosas no son sino los temibles pensamientos de aquellos que se amoldan a un mundo que se ha vuelto temible debido a los ajustes que ellos mismos hicieron. 7Y lo contemplan, con pesar desde su propia tristeza interior, y ven la tristeza en él.

5. ¿Te has preguntado alguna vez cómo es realmente el mundo y qué aspecto tendría si se contemplase con ojos felices? El mundo que ves no es sino un juicio con respecto a ti mismo. No existe en absoluto. 4Tus juicios, no obstante, le imponen una sentencia, la justifican y hacen que sea real. 5Ése es el mundo que ves: un juicio contra ti mismo, que tú mismo has emitido. 6El ego protege celo­samente esa imagen enfermiza de ti mismo, pues ésa es su ima­gen y lo que él ama, y la proyecta sobre el mundo. 7Y tú te ves obligado a adaptarte a ese mundo mientras sigas creyendo que esa imagen es algo externo a ti, y que te tiene a su merced. 8Ese mundo es despiadado, y si se encontrase fuera de ti, tendrías ciertamente motivos para estar atemorizado. 9Pero fuiste tú quien hizo que fuese inclemente; y si ahora esa inclemencia parece vol­verse contra ti, puede ser corregida.   
     
6. ¿Quién, que se encuentre en una relación santa, podría seguir siendo no santo por mucho más tiempo? 2El mundo que ven los santos es uno con ellos, de la misma forma en que el mundo que ve el ego es semejante a él. 3El mundo que ven los santos es her­moso porque lo que ven en él es su propia inocencia. 4Ellos no le impusieron lo que tenía que ser, ni hicieron ajustes para que se amoldase a sus mandatos. 5Simplemente le preguntaron con un leve susurro: "¿Qué eres?" 6Y Aquel que cuida de toda percep­ción les respondió. 7No aceptes los juicios del mundo como la respuesta a la pregunta: "¿Qué soy?" 8El mundo cree en el pecado, pero la creencia que lo fabricó tal como tú lo ves no se encuentra fuera de ti.

7. No procures que el Hijo de Dios se adapte a su demencia. 2En él reside un extraño que, mientras vagaba sin rumbo, entró en la morada de la verdad, mas tal como vino así se irá. 3Vino sin nin­gún propósito, pero no podrá permanecer ante la radiante luz que el Espíritu Santo te ofreció y que tú aceptaste. 4Pues bajo esa luz el extraño se queda sin hogar y a ti se te da la bienvenida. 5No le preguntes a ese transeúnte: "¿Qué soy?" 6Él es la única cosa en todo el universo que no lo sabe. 7Sin embargo, es él a quien se lo preguntas, y es a su respuesta a la que deseas amoldarte. 8Este pensamiento torvo y ferozmente arrogante, y, sin embargo, tan ínfimo y carente de significado que su pasar a través del universo de la verdad ni siquiera se nota, se vuelve tu guía. 9A él te diriges para preguntarle el significado del universo. 10Y a lo único que es ciego en todo el universo vidente de la verdad le preguntas: "¿Cómo debo contemplar al Hijo de Dios?"

8. ¿Se le puede pedir que emita juicios a lo que está desprovisto de todo juicio? 2si ya lo has hecho, ¿creerías la respuesta que te da y te ajustarías a ella como si fuese cierta? 3El mundo que ves a tu alrededor es la respuesta que te dio, y tú le has conferido el poder de hacer los ajustes necesarios en el mundo para que su respuesta sea cierta. 4Le preguntaste a ese soplo de locura que te explicase el significado de tu relación no santa, e hiciste que ésta se ajustase a su descabellada respuesta. 5¿Te hizo eso feliz? 6¿Te reuniste acaso jubilosamente con tu hermano para bendecir al Hijo de Dios y darle las gracias por toda la felicidad que os ha brindado? 7¿Has reconocido acaso a tu hermano como el eterno regalo que Dios te dio? 8¿Has visto la santidad que irradia en cada uno de vosotros para bendecir al otro? 9Ése es el propósito de tu relación santa. 10No le preguntes cuáles son los medios necesarios para su consecución la única cosa que haría todo lo posible para que siguiese siendo no santa. 11No le otorgues el poder de adaptar los medios al fin.

9. Los que llevan años aprisionados con pesadas cadenas, ham­brientos y demacrados, débiles y exhaustos, con los ojos aclima­tados a la oscuridad desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdan la luz, no se ponen a saltar de alegría en el instante en que se les pone en libertad. 2Tardan algún tiempo en comprender lo que es la libertad. 3Andabas a tientas en el polvo y encontraste la mano de tu hermano, indeciso de si soltarla o bien asirte a la vida por tanto tiempo olvidada. 4Agárrate aún con más fuerza y levanta la vista para que puedas contemplar a tu fuerte compa­ñero, en quien reside el significado de tu libertad. 5Él parecía estar crucificado a tu lado. 6Sin embargo, su santidad ha perma­necido intacta y perfecta, y, con él a tu lado, este día entrarás en el Paraíso y conocerás la paz de Dios.

10. Eso es lo que mi voluntad dispone para ti y para tu hermano, y para cada uno de vosotros con respecto al otro y con respecto a sí mismo. 2Ahí sólo se puede encontrar santidad y unión sin lími­tes. 3Pues ¿qué es el Cielo sino unión, directa y perfecta, y sin el velo del temor sobre ella? 4Ahí somos uno, y ahí nos contempla­mos a nosotros mismos, y el uno al otro, con perfecta dulzura. 5Ahí no es posible ningún pensamiento de separación entre noso­tros. 6Tú que eras un prisionero en la separación eres ahora libre en el Paraíso. 7Y allí me uniré ti, que eres mi amigo, mi hermano y mi propio Ser.


11. El regalo que le has hecho a tu hermano me ha dado la certeza de que pronto nos uniremos. 2Comparte, pues, esta fe conmigo, y no dudes de que está justificada. 3En el amor perfecto no hay cabida para el miedo porque el amor perfecto no conoce el pecado y sólo puede ver a los demás como se ve a sí mismo. 4Si mira dentro de sí mismo con caridad, ¿qué podría inspirarle temor afuera? 5Los inocentes ven seguridad, y los puros de corazón ven a Dios en Su Hijo y apelan al Hijo para que él los guíe al Padre. 6¿Y a qué otro lugar querrían ir, sino allí donde anhelan estar? 7Tú y tu hermano os conduciréis el uno al otro hasta el Padre tan irremediablemente como que Dios creó santo a Su Hijo y así lo conservó. 8En tu hermano se encuentra la luz de la eterna pro­mesa de inmortalidad que Dios te hizo. 9No veas pecado en él, y el miedo no podrá apoderarse de ti.














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