No podemos amar a Dios Sin amar lo que Él creó. El apóstol Juan, en sus epístolas, dijo lo mismo que la lección de hoy:
Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano. (1Juan 4:20-21)
En el Curso el “Hijo de Dios” se refiere no sólo a Jesús o a nuestros hermanos, se refiere también a nosotros mismos. La medida de la calidad de la relación que tenemos con Dios es las relaciones que tenemos con los que nos rodean y con nosotros mismos. El amor a nuestros hermanos refleja el amor que tenemos a Dios. “Que no piense que puedo encontrar el camino a Dios si abrigo odio en mi corazón” (1:1). Si de algún modo le deseo el mal a mi hermano, no puedo conocer a Dios, ni siquiera puedo conocer a mi Ser (1:2). Y si en mi mente estoy despreciándome a mí mismo, que soy el mismísimo Hijo de Dios, no podré conocer el Amor de Dios por mí, ni el mío por Él (1:3).
El ego es un pensamiento de ataque, cree que ha atacado a Dios y que ha ganado. Y además ve esa lucha reflejada en todos los que nos rodean, y proyecta su miedo y su ataque sobre todas las cosas, a menudo con disfraces astutos, algunos incluso llevan el nombre de “amor”.
Que esté abierto a descubrir los “pedacitos” de odio que todavía hay en mi corazón, especialmente aquellos dirigidos contra mí mismo. Hay más de los que me gustaría creer. El Texto me enseña que dejar al descubierto el odio dentro de mí es “importantísimo” (T.13.III.1:1). Me enseña que: “debes darte cuenta de que tu odio se encuentra en tu mente y no fuera de ella antes de que puedas liberarte de él” (T.12.III.7:10). Los restos de odio a los que me aferro deben verse como lo que son, y elegir en contra de ellos. Con un acto consciente de mi voluntad necesito decir: “elijo amar a Tu Hijo” (2:4). La elección a favor del amor es la elección a favor de Dios y la elección a favor de mi Ser.
Los “mecanismos de la ilusión” son los que hacen que este mundo parezca tan real. Incluyen nuestros ojos y oídos, y todos nuestros sentidos físicos
Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. No pueden ver más allá de aquello para cuya contemplación fueron fabricados. Y fueron fabricados para fijarse en los errores y no ver más allá de ellos. (T.22.III.5:3-5)
Cuando vemos las cosas a través de los ojos del ego, las ilusiones parecen sólidas, la separación del ego parece la verdad (3:4). Para ver con la visión de Cristo, para ver la unidad en lugar de la separación, necesitamos estar dispuestos a pasar por alto lo que nuestros ojos nos están mostrando porque “fueron fabricados para fijarse en los errores”. “No informan más que de ilusiones, las cuales se mantienen separadas de la verdad” (3:5). El milagro nos permite ver lo que los ojos no ven, eleva nuestra percepción al reino espiritual, lejos de lo físico (ver T.1.I.22, y T.1.I.32).
Necesitamos estar dispuestos a dudar de lo que nuestros sentidos parecen hacer real, y estar dispuestos a percibir con una visión diferente, algo completamente diferente. Hemos sido víctimas de una campaña de propaganda muy astuta y con mucho éxito: de información falsa dirigida por el ego. Necesitamos darnos cuenta de que no podemos confiar en nada de lo que hemos creído que era verdad y en lo que hemos creído que era la sólida realidad, tenemos que dudar de todo ello. Hemos estado rodeados de una conspiración de mentiras, procedentes de nuestra propia mente. Hemos dirigido nuestros sentidos de manera equivocada hasta que nos hemos dado cuenta de lo que estábamos haciendo, pero hoy podemos dirigirlos de otra manera. Podemos elegir buscar pruebas del amor, en lugar del odio; buscar pruebas de la paz, en lugar del ataque. Podemos decir:
Por encima de todo quiero ver las cosas de otra manera. (L.28, título)
Si...
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