EJERCICIOS
LECCIÓN 192
RESUMEN DE LA PRÁCTICA
Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora, Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.
Propósito: Abandonar la ira, para cumplir tu función de perdonar a tu hermano sus pecados y así sentir que tú eres lo que él es: el Hijo de Dios. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso. Y salvará al mundo.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Respuesta a la tentación: Siempre que alguien te tiente a enfadarte, date cuenta de que sostienes una espada sobre tu cabeza y que caerá o se desviará según lo que elijas. Date cuenta de que tienes que estarle agradecido a tu hermano, pues te ha dado una oportunidad de liberarte a ti mismo, y por lo tanto es tu salvador.
Comentario
En el Cielo tenemos una elevada y santa función: es la creación. El primer párrafo lo describe lo mejor que se puede en palabras, aunque aquí en la tierra no podemos ni imaginar lo que es (3:1). La creación es completar a Dios, extender Su Amor en Su Nombre. ¿Qué significa eso? No podemos entenderlo completamente hasta que estemos allí de nuevo, sintiendo su significado de manera directa.
Por lo tanto, en la tierra tenemos “una función en el mundo de acuerdo a sus propias normas” (2:1), algo que podemos entender en el entorno en el que nos encontramos. “El perdón es tu función aquí” (2:3). “El perdón es lo que más se le asemeja (a la creación) aquí en la tierra” (3:3). La creación no tiene forma, el perdón es la creación traída a la forma, un sueño feliz tan cerca del Cielo que, cuando entremos en él completamente, nuestros “ojos que ya empiezan a abrirse contemplan los felices panoramas que esos sueños les ofrecen” (3:4-6).
Tal como se presenta en el Curso, el perdón es mucho más que simplemente abandonar los resentimientos concretos que albergamos contra aquellos que han sido injustos con nosotros. Es un cambio total en nuestra manera de ver al mundo entero. La postura básica del ego es ver al mundo como la causa de nuestros sufrimientos. Parece haber razón más que suficiente para esa opinión. ¿Cómo podemos estar contentos cuando nada dura, cuando el dolor y el sufrimiento parecen estar en todas partes, cuando las personas y las cosas que amamos nos las arrebata el destino y cuando la muerte nos espera al final, sin importar lo que hagamos? El perdón significa que dejamos a un lado tal opinión acerca del mundo, y permitimos que al Espíritu Santo lo reemplace todo ello con una nueva manera de ver las cosas. Esto incluye una nueva valoración de nuestro propio cuerpo, en el que dejamos de identificarnos con él, y ya no nos vemos atados a él. Llegamos a ver el cuerpo como “un simple recurso de enseñanza del que se prescinde cuando el aprendizaje haya terminado, pero que es incapaz de efectuar cambio alguno en el que aprende” (4:3). Nos damos cuenta de que en realidad somos una “mente sin un cuerpo” (5:1). “Sólo el perdón puede liberar a la mente de la idea de que el cuerpo es su hogar” (5:5).
Ésa es la meta a la que el Curso nos está llevando. Sin embargo, aunque el perdón es mucho más que simplemente abandonar los resentimientos concretos, es ahí donde empieza. Al trabajar con lo concreto empezamos por lo básico, y poco a poco aprendemos a generalizarlo y aplicarlo al mundo entero, incluyendo nuestra jaula física (cuerpo).
Puede parecer que se nos pide que abandonemos muchísimo. Sin duda, finalmente se nos pide que abandonemos el mundo entero, incluido nuestro cuerpo, toda esta “vida” en la que pensamos que estamos viviendo. Pero, cuando todo esto se haya logrado, cuando nuestra ira contra el mundo haya desaparecido
… podrás percibir que a cambio de la visión de Cristo y del don de la vista no se te pidió sacrificio alguno, y que lo único que ocurrió fue que una mente enferma y atormentada se liberó de su dolor. ¿Es esto indeseable? ¿Es algo de lo que hay que tener miedo? (6:1-3)
Si podemos llegar a perdonar al mundo, lo veremos como la ilusión que siempre ha sido, y lo dejaremos ir con mucho gusto, conscientes de que nunca fue nada más que una pesadilla de dolor y de muerte. Por el contrario, si no lo hemos perdonado, no hacemos más que “rendir culto a lo que no está ahí” (7:4). Lo valoramos precisamente porque nos castiga, porque en nuestra locura de culpa secretamente creemos que nos lo merecemos.
Nuestra ira contra el mundo nos aprisiona. Nos hemos convertido en el guardián, atentos a encontrarle culpa, y al hacer esto nos condenamos a nosotros mismos a la prisión con los prisioneros que estamos vigilando. Si el “guardián” no perdona a “todos los que ve, o en los que piensa o se imagina” (8:1), él tiene que vivir en la prisión vigilando a los criminales. Esto es lo que nos ata a este mundo, no su belleza, ni sus posibilidades, sino nuestra ira contra él por no ser lo que pensamos que debería ser. Nuestra ira sostiene una espada sobre nuestra cabeza (9:4).
Por lo tanto, el modo de escapar de la prisión es liberar a todos los prisioneros. Podemos aprender esto reconociendo que cada vez que nos sentimos tentados a enfadarnos, que puede manifestarse desde la furia más desenfrenada hasta una ligera irritación (L.21.2:5), se nos está ofreciendo una oportunidad de liberarnos a nosotros mismos. Podemos estar agradecidos, en lugar de furiosos. Podemos perdonar. Incluso podemos estar agradecidos por la oportunidad (9:7). Ésta es nuestra única función verdadera aquí (10:6). Ésta es la lección que toda la vida nos está enseñando. Esto es Un Curso de Milagros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario