DESPERTAR AL AMOR

domingo, 12 de noviembre de 2017

12 NOVIEMBRE: Todos los regalos que les hago a mis hermanos me pertenecen.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

 

 

LECCIÓN 316



Todos los regalos que les hago a mis hermanos me pertenecen.


1. Del mismo modo en que cada uno de los regalos que mis her­manos hacen me pertenece, así también cada regalo que yo hago me pertenece a mí. 2Cada uno de ellos permite que un error pasado desaparezca sin dejar sombra alguna en la santa mente que mi Padre ama. 3Su gracia se me concede con cada regalo que cualquier hermano haya recibido desde los orígenes del tiempo, y más allá del tiempo también. 4Mis arcas están llenas, y los ánge­les vigilan sus puertas abiertas para que ni un solo regalo se pierda, y sólo se puedan añadir más. 5Déjame llegar allí donde se encuentran mis tesoros, y entrar a donde en verdad soy bienve­nido y donde estoy en mi casa, rodeado de los regalos que Dios me ha dado.

2. Padre, hoy quiero aceptar Tus regalos. 2No los reconozco. 3Mas confío en que Tú que me los diste, me proporcionarás los medios para poder contemplarlos, ver su valor y estimarlos como lo único que deseo.




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección acompaña a la de ayer: “Todos los regalos que mis hermanos hacen me pertenecen”. Recibimos todos los regalos que dan nuestros hermanos y también recibimos los regalos que nosotros damos. Por supuesto, también es verdad a la inversa: todo lo que cualquiera da lo reciben todos y también reciben todos los regalos que nosotros damos. Todos reciben todo. Es así porque todos somos uno.

“Cada uno de ellos permite que un error pasado desaparezca sin dejar sombra alguna en la santa mente que mi Padre ama” (1:2). Los regalos de los que estamos hablando son regalos de perdón, cuando dejamos que un error pasado se vaya, en lugar de aferrarnos a un resentimiento o queja que no lo perdona. Cuando doy un regalo de perdón, yo soy bendecido porque las sombras de ese error pasado desaparecen de mi mente. Las sombras ya no oscurecen más la verdad de mi hermano, mi perdón me muestra al Cristo en él.

Por lo tanto, no sólo recibimos un regalo cada vez que alguien lo da, (una sonrisa, una palabra de piedad, un acto de amor) sino que ¡también recibimos un regalo cada vez que alguien recibe un regalo! “Su gracia se me concede con cada regalo que cualquier hermano haya recibido desde los orígenes del tiempo, y más allá del tiempo también” (1:3). Cuando Jesús miró a la mujer pillada en adulterio, le dijo: “Yo tampoco te condeno, vete y no peques más”, ella recibió Su regalo de perdón, y yo recibí un regalo al igual que ella.

La lección dice que nuestras arcas están llenas (1:4). “Los ángeles vigilan sus puertas abiertas para que ni un solo regalo se pierda, y sólo se puedan añadir más” (1:4). El hecho de que no seamos conscientes de estos regalos no influye en ellos, no pueden perderse. Cada pensamiento amoroso se atesora y guarda para nosotros, no se pierde ni uno solo. El tesoro de amor continúa creciendo, tal como Dios continúa expandiéndose y extendiéndose eternamente.

¿Sabes? Si pudiéramos aprovecharnos de esos pensamientos nuestras vidas cambiarían por completo. Nos están llegando e inundando regalos de amor en cada momento. Tenemos la abundante herencia de todo el amor todo el tiempo “y más allá del tiempo también” (1:3), para recurrir a él y hacer uso de él. ¡Nuestra perspectiva está tan terriblemente oprimida por el aislamiento que nos hemos impuesto a nosotros mismos! No tenemos ni idea de la riqueza y abundancia que tenemos.

Pero puedo entrar hoy, ahora, en este mismo instante, en mi almacén de tesoros. Puedo “llegar allí donde se encuentran mis tesoros, y entrar a donde en verdad soy bienvenido y donde estoy en mi casa, rodeado de los regalos que Dios me ha dado” (1:5). Puedo recordar todos los regalos que tengo y garantizármelos a mí mismo al darlos, como nos aconseja la Lección 159:

No hay milagro que no puedas dar, pues todos te han sido dados. Recíbelos ahora abriendo el almacén de tu mente donde se encuentran y dándoselos al mundo. (L.159.2:4-5)

El almacén de tesoros es mi mente, los regalos están todos allí. Puedo reconocer que los tengo al darlos. Es como mantener la circulación funcionando. Y puesto que todos los regalos que les doy a mis hermanos son míos, darlos es la manera en que reconozco que los tengo y la manera de conservarlos. Ésa es otra manera de entender la lección: Los únicos regalos que tengo son los que doy. Así que hoy daré amor y dicha a mis hermanos. Ofreceré paz mental a todos. Al hacerlo, los regalos serán míos.
Si nos sentimos inseguros acerca de cómo reclamar y reconocer todos estos tesoros, esta avalancha de bendiciones, podemos unirnos en la oración que cierra la lección, que expresa el hecho de que no los reconocemos todos los regalos todavía, y pedimos instrucciones para hacerlo:

Padre, hoy quiero aceptar Tus regalos. No los reconozco. Mas confío en que Tú que me los diste, me proporcionarás los medios para poder contemplarlos, ver su valor y estimarlos como lo único que deseo. (2:1-3)


¿Qué es el Juicio Final? (Parte 6)

L.pII.10.3:2

Tener miedo de la gracia redentora de Dios es tener miedo de liberarte totalmente del sufrimiento, del retorno a la paz, de la seguridad y la felicidad, así como de tu unión con tu propia Identidad. (3:2)

Si en el Juicio final no hay condena, si todos nosotros estamos libres de todos nuestros errores y de todos los efectos que parecían tener, ¡qué locura tener miedo al Juicio Final! Los evangelistas de la calle proclaman con sus pancartas: “¡Prepárate para encontrarte con tu Dios!”, están transmitiendo un mensaje de miedo: “¡Ten cuidado! Pronto estarás ante el trono de Cristo para ser juzgado, y si no estás preparado, serás condenado”. En el Curso, Jesús nos dice que no hay razón para el miedo. Tener miedo al Juicio de Dios es tener miedo a todo lo que queremos: la completa liberación del sufrimiento. El Juicio de Dios no condena, sino que salva.

Sufrimos debido a nuestra culpa, el perdón nos libera. Sentimos angustia debido a nuestro miedo, el perdón nos devuelve la paz y la seguridad y alegría. Vivimos alejados de nuestra Identidad debido a nuestra creencia en el pecado, pero el perdón nos devuelve la unión con nuestro Ser.

Nuestro miedo a Dios está profundamente arraigado. Cuando Dios se acerca, reaccionamos como un animal salvaje atrapado, feroz, cruel y aterrorizado. ¡Oh, alma mía! ¡Él sólo viene con sanación y liberación! Él viene a traernos todo lo que siempre hemos querido y más. No tengas miedo. En el nacimiento de Jesús, “El ángel les dijo: „No temáis pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo‟” (Lucas 2:10). Eso es lo que se nos pide que creamos, que debajo de toda la apariencia de terror, de muerte y de venganza que hemos puesto encima, la creación de Dios es pura dicha, puro amor, pura paz, perfecta seguridad. Dios nos espera, no para castigarnos sino para acogernos para siempre en Sus amorosos brazos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario