DESPERTAR AL AMOR

sábado, 18 de noviembre de 2017

18 NOVIEMBRE: Tan sólo puedo renunciar a lo que nunca fue real.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 322


Tan sólo puedo renunciar a lo que nunca fue real.


1. Lo único que sacrifico son las ilusiones, nada más. 2Y a medida que éstas desaparecen, descubro los regalos que trataban de ocul­tar, los cuales me aguardan en jubilosa espera, listos para entre­garme los ancestrales mensajes que me traen de Dios. 3En cada regalo Suyo que acepto yace Su recuerdo. 4Y cada sueño sirve únicamente para ocultar el Ser que es el único Hijo de Dios, el Ser que fue creado a Su Semejanza, el Santo Ser que aún mora en Él para siempre, tal como Él aún mora en mí.

2. Padre, para Ti cualquier sacrificio sigue siendo algo por siempre inconcebible. 2Por lo tanto, sólo en sueños puedo hacer sacrificios. 3Tal como Tú me creaste, no puedo renunciar a nada que Tú me hayas dado. 4Lo que Tú no has dado es irreal. 5¿Qué pérdida podría esperar sino la pérdida del miedo y el regreso del amor a mi mente?






Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No puedo renunciar a nada real: “Tal como Tú me creaste, no puedo renunciar a nada que Tú me hayas dado” (2:3). La idea de sacrificio no está en la Mente de Dios ni en el sistema de pensamiento del Curso. ¡Oh, se nos pide que renunciemos a cosas! El Curso incluso nos pide que renunciemos al mundo entero, pero “no con una actitud de sacrificio” (T.30.V.9:4-5). La cuestión de esta lección es muy simple. Es que nada a lo que yo puedo renunciar es real. “Lo único que sacrifico son las ilusiones, nada más” (1:1).

Recuerdo una ocasión en una relación en que yo quería casarme, y la señora en cuestión no quería, me sentí como si estuviese perdiendo y sacrificando algo al renunciar a mi sueño. Luego me di cuenta de que estaba renunciando a algo que nunca había tenido. Me trajo a la mente la conocida frase que dice: “Si amas algo, déjalo ir. Si te vuelve es que era tuyo. Si no te vuelve, es que nunca lo fue”. En aquella ocasión, pude renunciar a la ilusión, y al hacerlo, quedarme con la realidad de una relación profundamente amorosa que no estaba destinada a acabar en matrimonio, una relación que duró durante años y que me trajo más satisfacción que cualquier relación matrimonial que yo haya visto entre mis amigos.

Las ilusiones que tratamos de conservar nos están ocultando los verdaderos regalos de Dios. Por ejemplo, la idea de que podemos encontrar nuestra felicidad en una relación romántica es uno de los sustitutos del ego de la realidad de nuestra relación con Dios y con todos los seres vivos. Una relación íntima, amorosa, es algo maravilloso, pero puede ser un obstáculo para nuestra paz si hacemos de ella un ídolo, esperando que nos dé todo, o empeñándonos en que sabemos cómo tiene que ser para que nos agrade.

“Y a medida que éstas desaparecen, descubro los regalos que trataban de ocultar, los cuales me aguardan en jubilosa espera, listos para entregarme los ancestrales mensajes que me traen de Dios” (1:2). No sólo no perdemos nada al renunciar a las ilusiones, realmente ganamos la realidad de lo que las ilusiones estaban sustituyendo. ¡Ésta es una situación en la que sólo puedes ganar!

El miedo al sacrificio y a la pérdida es uno de los mayores obstáculos para nuestro progreso espiritual. Y mientras pensemos que podemos perder algo real, no podemos avanzar.

Si se interpreta esto como una renuncia a lo que es deseable, se generará un enorme conflicto. Son pocos los maestros de Dios que se escapan comple-tamente de esta zozobra. (M.4.I(A).5:2-3)

La idea de sacrificio nos hace imposible juzgar lo que hacemos o lo que no queremos. Por eso es tan importante que consultemos todas nuestras decisiones al Espíritu Santo. Y cuando lo hacemos, a veces nos parecerá que nos está pidiendo que sacrifiquemos algo que valoramos. De lo que no nos damos cuenta es de que el Espíritu Santo sólo nos está enseñando que realmente no queremos lo que pensamos que queremos, Él sólo está aclarando las intenciones de nuestra mente recta, que ya sabe que no tiene valor eso que intentamos conservar.

“Y cada sueño sirve únicamente para ocultar el Ser que es el único Hijo de Dios…” (1:4). El regalo detrás de cada sueño es el recuerdo de Quién realmente soy. El apego a los “regalos” del ego sólo sirve para disminuir mi consciencia de ese Ser. No estoy pidiendo demasiado, al contrario, estoy pidiendo demasiado poco. Estos regalos no son dignos de mi Ser. Lo que Dios no da, no es real (2:4). Así pues, abandonemos hoy todo pensamiento que espera alguna clase de pérdida y reconozcamos que, como Hijos de Dios, no podemos perder.

¿Qué pérdida podría esperar sino la pérdida del miedo y el regreso del amor a mi mente? (2:5)


¿Qué es la creación? (Parte 2)

L.pII.11.1:3-5

Jamás hubo tiempo alguno en el que todo lo que creó no existiese. Ni jamás habrá tiempo alguno en que nada que haya creado sufra merma alguna. (1:3-4)

Es muy difícil, si no imposible, que nuestra mente entienda algo que está fuera del tiempo. Podemos imaginarnos la idea, pero sentirla está más allá de nuestra mente que piensa únicamente en cosas relacionadas con el tiempo. Las creaciones del Amor están más allá del tiempo, siempre lo han estado, y siempre lo estarán. No hay un antes y un después del Amor y de Sus creaciones, es un eterno ahora.

Pensamos en la creación como traer a la existencia algo que antes no existía. Pero la idea del Curso acerca de la creación es algo que siempre está completo y que siempre existe ahora. Toda la creación siempre ha estado ahí, y siempre lo estará, y sin embargo la creación es continua. La creación es un aumento constante de Ser, nunca menos, nunca más, nunca viejo y siempre renovado. “Los Pensamientos de Dios han de ser por siempre y para siempre exactamente como siempre han sido y como son: inalterables con el paso del tiempo, así como después de que éste haya cesado” (1:5). Está diciendo, en otras palabras: “Soy tal como Dios me creó” (L.94, L.110, L.162). Tú y yo somos esas creaciones “inalterables con el paso del tiempo, así como después de que éste haya cesado”. No somos seres en construcción, con nuestra realidad en el futuro todavía; tampoco somos seres de corrupción con nuestra pureza desaparecida. Lo que somos ya es ahora, lo era antes del tiempo, y lo será cuando se acabe el tiempo. Lo que cambia no forma parte de mí. Vernos a nosotros mismos como creaciones de Dios es liberarnos a nosotros mismos de la tiranía del tiempo.

Tú y yo somos esas creaciones de Dios “inalterables con el paso del tiempo, así como después de que éste haya cesado”


Padre, busco la paz que Tú me diste al crearme. Lo que se me dio entonces tiene que encontrarse aquí ahora, pues mi creación fue algo aparte del tiempo y aún sigue siendo inmune a todo cambio. La paz en la que Tu Hijo nació en Tu Mente aún resplandece allí sin haber cambiado. Soy tal como Tú me creaste. (L.230.2:1-4)






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