AUDIOLIBRO
Sólo mis propios pensamientos pueden afectarme.
Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.
Comentario
Ésta es una idea fundamental del Curso, repetida muchas veces con palabras diferentes:
Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí. (T.21.II.2:3-5)
Nunca estoy disgustado por la razón que creo. (L.5)
Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a él. Es imposible que él mismo no haya elegido las cosas que le suceden. Su poder de decisión es lo que determina cada situación en la que parece encontrarse, ya sea por casualidad o por coincidencia. (T.21.II.3:1-3)
Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti. (T.10.In.1:1)
Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo a tu mente puede herirte o hacerte daño en modo alguno. No hay causa más allá de ti mismo que pueda abatirse sobre ti y oprimirte. Nadie, excepto tú mismo, puede afectarte. No hay nada en el mundo capaz de hacerte enfermar, de entristecerte o de debilitarte. Eres tú el que tiene el poder de dominar todas las cosas que ves reconociendo simplemente lo que eres. (L.190.5:1-6)
El Curso dice que aceptar esto es la base de nuestra liberación de todo sufrimiento. Mientras pensemos que algo de fuera de nosotros nos está afectando y causando nuestro dolor, no buscaremos dentro los pensamientos que son verdaderamente la causa del dolor. Creeremos que somos las víctimas inocentes de fuerzas que están más allá de nuestro control.
Con este pensamiento basta para dejar que la salvación arribe a todo el mundo. Pues es el pensamiento mediante el cual todo el mundo por fin se libera del miedo. (1:1-2)
La comprensión de que no hay nada fuera de mí amenazándome es el único modo seguro para liberarnos del miedo. Al principio puede parecer que provoca culpa porque si no hay nadie que me lo esté haciendo a mí, yo debo estar haciéndomelo, y ése parece ser un reconocimiento muy difícil de aceptar. Sin embargo, la comprensión de que sólo mis propios pensamientos pueden afectarme trae una enorme liberación del miedo.
Ahora cada uno ha aprendido que nadie puede atemorizarlo, y que nada puede amenazar su seguridad. No tiene enemigos, y está a salvo de todas las cosas externas. (1:3-4)
Que recuerde esto hoy. Nada puede ponerme en peligro. No tengo enemigos, y nada externo puede amenazarme. No tengo que vivir con ansiedad y a la defensiva: estoy a salvo.
Sin embargo, ¿y el hecho de que mis propios pensamientos pueden hacerme daño? ¿No es eso algo a lo que temer? Parece aterrador que los pensamientos que tengo y de los que no soy consciente pueden hacerme daño. Siempre ha sido aterrador el extraño mensaje de la psicología de que estoy dirigido por motivos de los que no soy consciente, que nunca llegan a la superficie de mi mente consciente, y el Curso parece estar bastante de acuerdo con esas teorías psicológicas. Constantemente te está diciendo que creemos ciertas cosas que no somos conscientes de que las creemos, y que estamos dirigidos por una culpa por la separación tan profundamente oculta y enterrada que quizá nunca en este mundo nos demos cuenta de ella. ¿Cómo podemos liberarnos del miedo cuando estos enemigos escondidos acechan debajo de la superficie de nuestra mente, preparados para explotar como minas de tierra cuando las pisamos sin darnos cuenta?
Sus pensamientos pueden asustarlo, pero, puesto que son sus propios pensamientos, él tiene el poder de cambiarlos sustituyendo cada pensamiento de miedo por un pensamiento feliz de amor. Se crucificó a sí mismo. Sin embargo, Dios planeó que Su Hijo bienamado fuese redimido. (1:5-7)
La buena noticia es que puesto que nuestros pensamientos son nuestros, podemos cambiarlos, incluso aquellos de los que no somos conscientes. De eso es de lo que trata el Curso. Sí, nos hemos crucificado a nosotros mismos, pero Dios ha planeado una salida para nosotros. Él ha planeado que seamos rescatados, es decir: liberados de nuestros propios pensamientos del aprisionamiento que nos hemos impuesto a nosotros mismos. Es un camino para cambiar nuestra mente, y no se necesita nada más que eso.
Todos los demás planes fracasarán. (2:2)
Fracasarán porque están basados en una falsedad, concretamente, que el problema es algo externo, algo distinto a mis pensamientos. Puedo intentar solucionar mis problemas con más dinero, con medicinas o drogas, o rodeándome de personas que parecen darme lo que parece que a mí me falta. Siendo soluciones externas fracasarán todas, porque el problema real está en mis propios pensamientos. Por muy ingeniosos que sean, mis planes fracasarán, porque estoy resolviendo los problemas equivocados.
Y tendré pensamientos que me asustarán hasta que aprenda que Tú ya me has dado el único Pensamiento que me conduce a la salvación. Sólo mis propios pensamientos fracasarán, y no me llevarán a ninguna parte. Mas el Pensamiento que Tú me diste promete conducirme a mi hogar, porque en él reside la promesa que Tú le hiciste a Tu Hijo. (2:3-5)
Aunque conozco la verdad de esta lección, todavía tendré pensamientos que producen miedo, pensamientos que parecen hacerme daño. No hay que preocuparse por eso. Cuando aparezcan tales pensamientos, puedo aprender a encogerme de hombros con indiferencia y decirme a mí mismo: “¿Así que todavía tengo un ego? ¡Eso no es nada nuevo!”. Puedo llevar los pensamientos que me atemorizan ante la Presencia del Pensamiento que Dios me ha dado: el Espíritu Santo. Él es “el Pensamiento que me lleva a la salvación”, el Pensamiento de perdón y de amor. Él es un Pensamiento lleno de promesas y seguridad, un Pensamiento que me dice que yo soy el Hijo que Dios ama, sin nada que temer (como vimos en la lección de ayer “Mi impecabilidad me protege de todo daño”).
Que hoy esté dispuesto a reconocer mis pensamientos de miedo cuando surjan, en lugar de negar que los tengo, para que con la ayuda del Espíritu Santo pueda cambiarlos, cambiándolos por un pensamiento feliz de amor.
L.pII.12.4:2
Desde el punto de vista del sufrimiento, el precio que hay que pagar por tener fe en él es tan inmenso que la ofrenda que se hace a diario en su tenebroso santuario es la crucifixión del Hijo de Dios. Y la sangre no puede sino correr ante el altar donde sus enfermizos seguidores se preparan para morir. (4:2)
Aquí el Curso hace una de las valoraciones más tenebrosas de nuestro ego. Produce una imagen de una religión primitiva con sacrificios de sangre como los que hemos leído que existieron en América Central, en la que a seres humanos se les arrancaba del cuerpo el corazón todavía latiendo, y los altares tenían vías cortadas para que la sangre fluyera por allí. Dice que nuestra fe en el ego es la causa de un sufrimiento tan inmenso y aterrador como ése.
Por nuestra fe en la ilusión de separación del ego, de una identidad separada, pagamos un inmenso precio en sufrimiento. Cada día continuamos con esta extraña fe: crucificamos al Hijo de Dios. Pues la existencia de una identidad separada exige la muerte de nuestra identidad unificada. Como “enfermizos seguidores” de esta religión (pues es una religión), todos nos estamos preparando para morir mientras contemplamos el sacrificio del santo Hijo de Dios. (Por supuesto, el Hijo de Dios no puede morir, el sacrificio es ilusorio. Pero para nuestra mente es terriblemente real). Nuestra propia muerte confirmará nuestra fe, demostrará nuestra separación de Dios.
Aunque este sufrimiento no es real en la verdad, a nosotros nos parece real. Y, para librarnos del ego, una de las cosas que el Curso nos pide es que examines honestamente el costo de nuestra creencia en el ego. ¿Qué me cuesta albergar un resentimiento? ¿Qué me cuesta odiar? ¿Qué me cuesta empeñarme en tener la razón en una discusión? ¿Qué me cuesta aferrarme a mi imagen de víctima? ¿Qué me cuesta aferrarme a la culpa? ¿Qué me cuesta aferrarme a mi percepción de pecado en mis hermanos?
Tenemos que tener en cuenta lo que nos cuesta nuestra creencia en el ego. El Curso dice:
No aceptarías el costo en miedo que ello supone una vez que lo reconocieses (T.11.V.10:3)
El ego está tratando de enseñarte cómo ganar el mundo y perder tu alma. El Espíritu Santo te enseña que no puedes perder tu alma y que no hay nada que ganar en el mundo, pues, de por sí, no da nada. Invertir sin recibir beneficios es sin duda una manera segura de empobrecerte, y los gastos generales son muy altos. No sólo no recibes ningún beneficio de la inversión, sino que el costo es enorme. Pues esta inversión te cuesta la realidad del mundo al negar la tuya, y no te da nada a cambio. (T.12.VI.1:1-5)
… tienes que aprender el costo que supone estar dormido, y negarte a pagarlo. (T.12.VI.5:2)
La creencia en el pecado requiere constante defensa, y a un costo exorbitante. Es preciso combatir y sacrificar todo lo que el Espíritu Santo te ofrece. Pues el pecado está tallado en un bloque que fue arrancado de tu paz y colocado entre el retorno de ésta y tú. (T.22.V.2:6-8)
Pagamos un precio enorme en sufrimiento para mantener nuestro andrajoso y amado ego. Perdemos la consciencia de nuestra Identidad real para aferrarnos a una identidad imaginada y que no podemos hacer real. Una vez que veamos estos, una vez que reconozcamos la locura de todo ello, ya nunca estaremos dispuestos a aceptarlo. Una vez que veamos lo que el ego nos exige, nos negaremos a pagar el precio porque nos daremos cuenta de que el ego no es lo que de verdad queremos. Pero primero, muy a menudo, tenemos que hacer frente al horror de lo que hemos hecho. Tenemos que mirar a ese altar que gotea sangre y darnos cuenta de que eso es lo que hemos estado eligiendo.
No es difícil renunciar a los juicios. Lo que sí es difícil es aferrarse a ellos. El maestro de Dios los abandona gustosamente en el instante en que reconoce su costo. Toda la fealdad que ve a su alrededor es el resultado de ellos, al igual que todo el dolor que contempla. De los juicios se deriva toda soledad y sensación de pérdida; el paso del tiempo y el creciente desaliento; la desespe-ración enfermiza y el miedo a la muerte. Y ahora, el maestro de Dios sabe que todas esas cosas no tienen razón de ser. Ni una sola es verdad. Habiendo abandonado su causa, todas ellas se desprenden de él, ya que nunca fueron sino los efectos de su elección equivocada. Maestro de Dios, este paso te brindará paz. ¿Cómo iba a ser difícil anhelar sólo esto? (M.10.6:1-11)
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