DESPERTAR AL AMOR

domingo, 5 de mayo de 2019

5 MAYO: En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS


LECCION 125 

En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.


1. Deja que hoy sea un día de quietud y de sosegada escucha. 2La Voluntad de tu Padre es que hoy oigas Su Palabra. 3Por eso te llama desde lo más recóndito de tu mente donde Él mora. 4Óyele hoy. 5No podrá haber paz hasta que Su Palabra sea oída por todos los rincones del mundo, y tu mente, escuchando en quietud, acepte el mensaje que el mundo tiene que oír para que pueda dar comienzo la serena hora de la paz.

2. Este mundo cambiará gracias a ti. 2Ningún otro medio puede salvarlo, pues el plan de Dios es simplemente éste: el Hijo de Dios es libre de salvarse a sí mismo, y se le ha dado la Palabra de Dios para que sea su Guía, y Ésta se encuentra para siempre a su lado y en su mente, a fin de conducirlo con certeza a casa de Su Padre por su propia voluntad, la cual es eternamente tan libre como la de Dios. 3No se le conduce a la fuerza, sino con amor. 4No es juzgado, sino santificado.

3. Hoy oiremos la Voz de Dios en la quietud, sin la intromisión de nuestros insignificantes pensamientos ni la de nuestros deseos personales, y sin juzgar en modo alguno Su santa Palabra. 2Tam­poco nos juzgaremos a nosotros mismos hoy, pues lo que somos no puede ser juzgado. 3Nos hallamos mucho más allá de todos los juicios que el mundo ha formado contra el Hijo de Dios. 4El mundo no lo conoce. 5Hoy no prestaremos oídos al mundo, sino que aguardaremos silenciosamente la Palabra de Dios.

4. Santo Hijo de Dios, oye a tu Padre. 2Su Voz quiere darte Su santa Palabra para que disemines por todo el mundo las buenas nuevas de la salvación y de la santa hora de la paz. 3Nos congre­gamos hoy en el trono de Dios, en el sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre en la santidad que creó y que nunca ha de abandonar.

5. Él no ha esperado a que tú le devuelvas tu mente para darte Su Palabra. 2Él no se ocultó de ti cuando tú te alejaste por un breve período. 3Para Él, las ilusiones que abrigas de ti mismo no tienen ningún valor. 4Él conoce a Su Hijo, y dispone que siga siendo parte de Él a pesar de sus sueños y a pesar de la locura que le hace pensar que su voluntad no es su voluntad.

6. Él te habla hoy. 2Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente no se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados. 3Aguarda Su Pala­bra en silencio. 4Hay una paz en ti a la que puedes recurrir hoy a fin de que te ayude a preparar a tu santísima mente para oír la Voz que habla por su Creador.

7. En tres ocasiones hoy, y en aquellos momentos que sean más conducentes a estar en silencio, deja de  escuchar al mundo durante diez minutos y elige en su lugar escuchar plácidamente la Palabra de Dios. 2Él te habla desde un lugar que se encuentra más cerca de ti que tu propio corazón. 3Su Voz está más cerca de ti que tu propia mano. 4Su Amor es todo lo que eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y tú eres lo mismo qué El es.

8. Es tu voz la que escuchas cuando Él te habla. 2Es tu Palabra la que Él pronuncia. 3Es la Palabra de la libertad y de la paz, de la unión de voluntades y propósitos; sin separación o división en la única Mente del Padre y del Hijo. 4Escucha hoy a tu Ser en silen­cio, y deja que te diga que Dios nunca ha abandonado a Su Hijo y que tú nunca has abandonado a tu Ser.

9. Sólo necesitas estar muy quieto. 2No necesitas ninguna otra regla que ésta para dejar que la práctica de hoy te eleve muy por encima del pensamiento del mundo y libere tu visión de lo que ven los ojos del cuerpo. 3Sólo necesitas estar quieto y escuchar. 4Oirás la Palabra en la que la Voluntad de Dios el Hijo se une a la Voluntad de  su Padre en total armonía con ella y sin ninguna ilusión que se interponga entre lo que es absolutamente indivisi­ble y verdadero. 5A medida que transcurra cada hora hoy, detente por un momento y recuérdate a ti mismo que tienes un propósito especial en este día: recibir en la quietud la Palabra de Dios.




Instrucciones para la práctica

Propósito: Oír a Dios hablarte, recibir Su Palabra.

Más largo: 3 veces (en los momentos más adecuados para el silencio), durante diez minutos.
Ayer se nos dijo que no necesitábamos instrucciones especiales para nuestra práctica más larga. Siguiendo con esto, hoy se nos dice que todo lo que necesitamos es acallar y aquietar nuestra mente. “No necesitas ninguna otra regla” (9:2). Sin embargo, la lección nos dice algo más que esto. Podemos organizar sus instrucciones en tres pasos.

  1. Aquieta tu mente. Acalla tus pensamientos caóticos, tus deseos sin significado, y todos tus juicios.
  2. Entra en ese “sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre” (4:3), el trono de Dios en tu mente, el centro de quietud.
  3. Espera y escucha. Cuando llegas a ese lugar de quietud en tu mente, tu tarea se ha acabado. Simplemente espera y escucha, con confianza de que tu Padre vendrá a ti y te dirá Su Palabra. Por supuesto, oír Su Voz puede presentarse de maneras diferentes: desde oír palabras a recibir ideas o imágenes o sentimientos.
Durante este tiempo, con frecuencia necesitarás apartar tu mente de todos esos pensamientos y deseos insignificantes que intentan molestar. Para este propósito, sugiero usar la idea del día, o elegir una frase como “sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). Como siempre, empieza la práctica repitiendo la idea del día.

Recordatorios frecuentes: Cada hora, durante un momento.
Repite la idea. Date cuenta de que al hacerlo te estás recordando a ti mismo el propósito especial de hoy: recibir la Palabra de Dios. Luego pasa un rato escuchando en la quietud.

Comentario

Todo lo que hoy se nos pide es estar en silencio y quietos durante diez minutos, 3 veces durante el día y cada hora. Únicamente estar en silencio. “Sólo necesitas estar muy quieto. No necesitas ninguna otra regla que ésta” (9:1-2). “Sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). “Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados” (6:2).

¿No es sorprendente cuánta práctica se necesita para aprender a aquietarnos? No puedo decirte cuántas veces me he sentado a meditar y aquietarme y, a veces sólo unos pocos minutos más tarde, me he encontrado a mí mismo tan distraído con algunos pensamientos que me venían que abro los ojos y me levanto para “hacer algo” antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo. Me dejo caer de nuevo en la silla, diciéndome entre dientes “¡Cielos!” por la distracción de mi mente. Respiro profundamente, pienso para mí: “Quieto, Allen. Quieto. Paz, aquiétate”.

Las dificultades que tengo para aquietarme, en lugar de levantarse como un obstáculo insuperable, se han convertido en indicadores de cuánto necesito esta práctica. Claramente el Curso nos está enseñando que una mente en silencio es esencial. “El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena” (T.23.I.1:1). No podemos oír Su Voz hasta que nos aquietemos durante un rato.

El Curso describe la voz del ego con frases llenas de color: “insensatos alaridos”, “chillidos estridentes e imaginaciones enfermizas”, “alaridos discordantes y chillones”, “insensato ruido de sonidos que no tienen sentido”, “frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e imágenes de este mundo demente”, “estridentes gritos e insensatos arranques de furia”, “una voz estridente y ensordecedora”, “frenética avalancha de pensamientos sin sentido”.

Nuestro ego es una máquina constante de hacer ruido que intenta tapar la Voz de Dios; necesitamos aprender a acallar nuestra mente, dejar de prestarle atención a los gritos del ego. El ego es ruido, el espíritu es silencio. Entonces, tiene mucho mérito estar en silencio, aunque parezca que no sucede nada más. Que hoy recuerde dedicar este tiempo para aquietarme, para estar en silencio, y para escuchar.
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1 Referencias de las descripciones de arriba acerca de la voz del ego: T.25.V.3:5; L.49.4:3;

Psicot. 2.VI.2:6; T.31.I.6:1; L.49.4:4; T.21.V.1:6; T.27.VI.1:2; L.198.11:2









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