Se me han confiado los dones de Dios.
Instrucciones para la práctica
Propósito: Dar los regalos de Dios a aquellos que todavía recorren el camino solitario del que tú te has escapado. Demostrar con tu felicidad lo que significa recibir los regalos de Dios.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Pasa un rato sintiendo el toque de Cristo. Has inventado un falso ser que es como una persona sin hogar y mentalmente enferma (ver 4:4). Como resultado, andas sin rumbo sintiéndote solo y empobrecido. En tu meditación, deja que Cristo te dé un toque en el hombro y te ofrezca la consciencia de que no estás solo y que no eres pobre. Siente la alegría que viene al sentir Su toque.
Esto te preparará para un día en el que “tu mano se convierte en la que otorga el toque de Cristo” (14:5), en el que te vuelves el recordatorio a las personas “sin hogar” a tu alrededor de que no están solas y no son pobres. Haces esto principalmente al demostrar la alegría que has recibido de Cristo. “¡Que tu felicidad dé testimonio de la gran transformación que experimenta la mente que elige aceptarlos y sentir el toque de Cristo!” (15:4).
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Repite la idea e intenta sentir el toque de Cristo. Luego da gracias a Dios por los regalos que Él ha puesto en tus manos durante la hora que ha terminado. Y pregúntale cómo quiere que des estos regalos en esta hora que empieza.
Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado de sentirte triste, temeroso, afligido, o enfermo.
Mi sugerencia: Repite la idea para expulsar esos sentimientos, pues traicionan tu deber sagrado, tu misión. Siempre que tengas miedo, escucha a Cristo responderte: “Eso no es cierto” (11:3). Cuando te sientas pobre, déjale que te señale Sus regalos para ti. Cuando te sientas solo, déjale hablarte de Su compañía.
Comentario
Esta lección continúa con el tono general de la anterior, intentando convencernos para continuar moviéndonos adelante, dejando atrás la ilusión acerca de nosotros mismos con la que hemos estado contentos. Empieza con la idea de que Dios confía tanto en nosotros que Él nos lo ha dado todo. Todo. Él conoce a Su Hijo, y debido a que conoce a Su Hijo, nos da todo sin excepción. Su confianza en nosotros no tiene límites. Dudamos de nuestra propia seguridad, pero podemos depender de Dios.
Confío en la confianza que Dios tiene en mí.
De lo que tenemos miedo es que esa confianza en Dios es “traicionarnos” a nosotros mismos (3:2). Estamos apegados a este mundo que hemos inventado.
Admitir que no es real es traicionarme a mí mismo. Si he avanzado más allá del punto de creer que yo puedo crear como Dios, que puedo hacer un mundo que de algún modo es perfecto, al menos puedo aferrarme a la idea de que puedo deshacer lo que Dios creó, que puedo destruir el mundo y destrozar su perfección. Que se me diga que mis acciones, mis pecados, mis negaciones, mis dudas, y todas las cosas por el estilo, no tienen ningún efecto es humillante para mi ego. Por eso contradigo la verdad del Cielo para mantener lo que yo he inventado.
Hay una parte de nosotros que quiere ser “una figura trágica”, como un héroe o una heroína en una ópera (6:1 y siguientes). Queremos poder decir: “Mira lo noblemente que soporto las adversidades de una suerte atroz”. Pensamos, sin darnos cuenta de ello, que sin la “suerte atroz” perderíamos nuestra nobleza.
Cuando escucho a mi ego, así es como quiero verme a mí mismo. ¡Una figura tan trágica! Pobrecito, tan cansado y agotado. ¡Mira a su vestimenta gastada! ¡Cuánto tiene que haber pasado! Y sus pies… están sangrando. ¡Oh! ¡Pobrecito!
Todos podemos identificarnos con esta figura. “No hay nadie que no se haya identificado con él, pues todo el que viene aquí ha seguido la misma senda que él recorre, y se ha sentido derrotado y desesperanzado tal como él se siente ahora” (6:2). Sabes de qué está hablando esto. Has estado ahí, quizá estás ahí ahora. Sabes lo que significa la “derrota y desesperación”, también las has sentido.
Mas, ¿es su situación realmente trágica, si te percatas de que está recorriendo el camino que él mismo eligió, y que no tiene más que darse cuenta de Quién camina a su lado y abrir sus tesoros para ser libre? (6:3)
¿Es “él”, el héroe trágico (tú y yo), realmente trágico? ¿O es sólo un tonto? ¿Está únicamente cometiendo un error tonto? Cuando ves que está eligiendo su camino y podría elegir de otro modo, ¿puedes considerar trágico su sufrimiento?
“Éste es el ser que has elegido, el que forjaste para reemplazar a la realidad” (7:1). Esto, amigos, es el ego que hemos elegido ser. Es la manera en que nos hemos visto a nosotros mismos. Éste es el ser que estamos defendiendo. Ésta es la persona en la que nos hemos convertido, y negamos todas las pruebas y testigos que demuestran que esto no es nosotros.
Jesús nos pide que abandonemos el papel de víctimas y que reconozcamos: “No soy víctima del mundo que veo” (L.31, encabezamiento), y que reconozcamos:
Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí. (T.21.II.2:3-5)
Te ves a ti mismo como esta figura trágica, pero la respuesta de Jesús es: “Él (Cristo) te haría reír de semejante percepción de ti mismo” (8:3).
Me gustaría pensar en eso por un rato. ¡Jesús quiere hacerme reír! Jesús es un humorista frustrado. Bueno, quizá frustrado no; mira lo que consigue a través de Marianne Williamson. ¡Él quiere que nos riamos de nuestro ego! Quiere que vea el humor de mi situación, defendiendo la tragedia cuando yo he elegido a propósito lo que soy.
¿Cómo podrías entonces seguir teniendo lástima de ti mismo? ¿Y qué pasaría entonces con toda la tragedia que procuraste para aquel que Dios dispuso que gozase únicamente de dicha? (8:4-5)
La lástima de sí mismo y la tragedia simplemente desaparecen, eso es lo que sucede. Cuando te ríes de la “lamentable imagen” del ego, la tragedia desaparece.
El párrafo siguiente describe muy bien dónde algunos de nosotros estamos en este mismo momento, justo empezando a darnos cuenta de que no somos el ego. Esta lección está escrita en muchos niveles; en primer lugar como hemos visto, dirigiéndose a la persona que se esconde en la ilusión del ego de tragedia; luego en las siguientes frases, la persona que ha empezado a darse cuenta de que el miserable ego no es su verdadera Identidad; y finalmente, en el párrafo 11, la persona que ha visto claramente y ha aceptado que “tú no eres lo que pretendes ser” (11:2).
En el párrafo 9, vemos a la persona que está a medio camino: sintiéndose hundida, asustada, casi bajo el ataque de Dios, a Quien normalmente ha evitado durante toda su vida. Escuchemos nuestras respuestas cuando Jesús intenta hacernos reír, y ver en todo ello la divertida verdad.
Primero, sentimos la presencia de Dios, de Quien nos hemos estado escondiendo: “Tu miedo ancestral te ha salido al encuentro ahora, y por fin la justicia ha dado contigo” (9:1).
Nuestra reacción: ¡Caray! ¡Es Dios! ¡Me la he cargado!
Jesús: Es ridículo tener miedo de Dios, es absurdo pensar que Él es tu Enemigo y que quiere hacerte daño. ¡Qué idea más tonta, tener miedo de Dios!
La lección: “Cristo ha puesto Su mano sobre tu hombro” (9:2)
Nuestra reacción: ¿Qué ha sido esa sensación extraña? Oh, Cristo, ¿ha sido Cristo? ¿Esa Voz en mi mente es la Suya? Debo estar volviéndome loco.
Jesús: Es tu hermano, y quiere llevarte de vuelta al hogar. ¡Qué locura tener miedo de Él!
La lección: “…y ya no te sientes solo” (9:2).
Nuestra reacción: No estoy seguro de que me guste la idea de tener a alguien siempre conmigo, vigilándome
Jesús: ¡Qué reacción más divertida! Yo soy tu Consuelo y tu Maestro, no tu juez. Es ridículo pensar que prefieres estar solo.
La lección: “Piensas incluso que el miserable yo que creíste ser tal vez no sea tu verdadera Identidad. Tal vez la Palabra de Dios sea más cierta que la tuya” (9:3-4).
Nuestra reacción: ¡No puedo creer que haya empezado a dudar de estas cosas en las que he creído toda mi vida! ¡Debo estar loco!
Jesús: Por otra parte, ¿Quién es más probable que tenga razón: tú o Dios? ¡Sé honesto!
La lección: “Tal vez los dones que Él te ha dado son reales” (9:5).
Nuestra reacción: ¡Sí, y quizá son sólo imaginaciones mías!
Jesús: Pero ¿y si estos regalos son de verdad reales? ¿No es una locura no investigarlo?
La lección: “Tal vez tu plan de mantener a Su Hijo sepultado en el olvido y de seguir por el camino que elegiste recorrer separado de tu Ser no Le ha engañado del todo” (9:6).
Nuestra reacción: Sí, quizá Le ha engañado. Quizá lo he fastidiado tanto que ni siquiera Dios puede arreglarlo.
Jesús: ¡Ahora si que tiene eso gracia! ¿Tú, burlándote de Dios? Sí, seguro, ése es un modo de pensar brillante. Dios decide que Él quiere algo, ¿y tú vas a impedir que suceda?
Nuestra reacción: Pero si no me burlé de Él, entonces todavía debo ser lo que Él dispuso que yo fuera. No estoy seguro de querer dejar de creer en lo que yo siempre he pensado que soy. Me siento amenazado.
Jesús: En ese caso, no pasa nada. Sigue con la imagen de ti que siempre has tenido; estoy seguro de que verdaderamente has disfrutado ser de ese modo. ¿Verdad? Dios no se pelea con ello.
La lección: “La Voluntad de Dios no se opone a nada. Simplemente es” (10:1-2).
No estás luchando contra Dios, y Dios no está luchando contra ti. Él no lucha, Él no se opone. Él simplemente es. Estás luchando contra la realidad misma. Pensar que estás separado de Dios es tan inteligente como una gota de agua que decide que ya no forma parte del océano. Es como un león que decide que quiere ser un ratón. Estás intentando ser lo que no eres, eso es lo que te produce tanta tensión, cuando sólo da risa. La lucha es únicamente por tu parte, contra un enemigo imaginario. Tú eres la Respuesta a todas tus preguntas. No hay nada aquí de lo que tener miedo. La verdad acerca de ti es maravillosa, no temible.
En el resto de la lección, Jesús habla de tres cosas que necesitamos saber. Primero, todos los regalos que Dios nos ha dado, es decir, el Ser real que somos, completo, sano y que lo tiene todo. Segundo, Su Presencia con nosotros, nuestro Compañero de viaje. Y tercero, que los regalos que tenemos son para darlos y compartirlos; tenemos un propósito aquí, dar estos regalos a “todos aquellos que eligen recorrer el solitario camino del que tú te has escapado” (13:1).
En cierto sentido ésas son las tres fuerzas principales de Un Curso de Milagros. Primero, aprender la verdadera naturaleza del Ser, la santidad y alegría de nuestro propio Ser. Segundo, e igualmente importante hasta que dejemos este mundo, es el conocimiento seguro de Su Compañía en el camino, la ayuda que necesitamos para lograrlo. Y finalmente, que la naturaleza de la que nos hemos dado cuenta es la de Dador y Amante; para saber que tenemos el regalo, debemos darlo. Tenemos que enseñar al mundo mostrándole “la felicidad que colma a aquellos que sienten el toque de Cristo” (13:5).
Nuestra misión es simplemente: ser felices. “Tu cambio de mentalidad se convierte en la prueba de que quien acepta los dones de Dios jamás puede sufrir por nada” (14:5).
Conviértete en la prueba viviente de lo que el toque de Cristo puede ofrecerle a todo el mundo… ¡Que tu felicidad dé testimonio de la gran transformación que experimenta la mente que elige aceptarlos y sentir el toque de Cristo! Ésa es tu misión ahora. (15:2, 4-5)
Reconoce Sus regalos. Siente Su toque. Y comparte Sus regalos con el mundo a través de tu felicidad. Ésas son las tres etapas de avanzar hacia delante.
Otra manera de decirlo: Abandona el papel de víctima y toma la responsabilidad como la fuente de tu vida. Elige el Cielo en lugar del infierno, pídele a tu Compañero Su ayuda. Y sé la prueba viviente de la realidad del Cielo con tu alegría radiante y tu negación a sufrir por nada.
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