EJERCICIOS
Instrucciones para la práctica
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Mi sugerencia: Empieza dándote cuenta de que la experiencia de miedo y la experiencia de hogar no pueden sentirse al mismo tiempo. Cuando verdaderamente te sientes en el hogar, tienes una sensación de refugio y seguridad, una sensación de unión y de pertenecer ahí, una sensación de comodidad y paz. Cuando sientes miedo, sientes la ausencia de todas esas cosas. Fundamentalmente, te sientes sin hogar.
Ahora pasa un tiempo intentando ponerte en contacto con ese estado. Primero, imagina sintiéndote completamente en el hogar dentro de ti mismo, pase lo que pase fuera de ti. Imagina que sabes quién eres, sintiéndote en el hogar contigo mismo. Imagina sintiéndote en el hogar con Dios, envuelto en Su Amor. Imagina al miedo siendo un pensamiento que acecha en la superficie de tu mente, intentando invadir la paz de este hogar interior, llamando a la puerta, dando golpes en la ventana, pero que no puede entrar.
Luego ponte en contacto con el estado de miedo, el estado en el que todos vivimos. Date cuenta de cómo en este estado, el miedo, la ansiedad y la preocupación son tus reacciones más naturales a los acontecimientos del mundo, tan naturales que son respuestas automáticas. Esto te hace sentir que no tienes un puerto seguro ni un refugio verdadero. Te sientes separado de Dios y alejado de ti mismo. Es como si estuvieses acechando fuera, mientras el miedo se sienta sin problemas en el trono de tu mente.
Ahora pregúntate a ti mismo con sinceridad: “¿Quién es el extraño?” ¿Es el miedo o tú? ¿Quién se sienta en el hogar de tu mente, y quién está fuera caminando sin hogar? ¿Es el miedo o tú? ¿Cuál de los estados por los que has pasado es la verdad y cuál es la mentira?
Ahora responde con estas palabras que Dios te ha dado: “Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que es un extraño aquí”. Date cuenta de que esta respuesta es verdad porque viene de Dios. Repítela una y otra vez. Intenta sentir la verdad que encierra.
Finalmente, deja que esta idea te lleve muy adentro en tu mente, al lugar donde estás en tu hogar y donde el miedo no tiene lugar. Siente la atracción del hogar llevándote muy dentro en tu interior. Sumérgete allí donde eres uno con tu Ser, en el hogar en tu Creador. Para renovar el centro de tu atención, de vez en cuando repite: “Yo estoy en mi hogar”. Y cuando un pensamiento se cuele en este santo hogar, di: “Yo estoy en mi hogar. Este pensamiento es el que es un extraño aquí”.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Repite la idea, dejando que te lleve a un lugar en tu mente donde te sientes verdaderamente en el hogar. Dale gracias a tu Padre por las cartas desde el hogar que te ha enviado en la hora anterior, en forma de relaciones y cambios en la percepción. Y pregúntale que hacer en la hora a continuación.
Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a sentir miedo o a ver a un hermano como un extraño.
Cuando sientas la tentación del miedo, di: “Yo estoy en mi hogar. Este pensamiento de miedo es el que es un extraño aquí”. Mientras lo haces, imagínate a ti mismo en el hogar dentro de tu mente mientras que el pensamiento de miedo espera fuera, sin poder entrar.
Cuando sientas la tentación de ver a un hermano como un extraño, recuerda que él es parte de tu Ser. Puedes decirle mentalmente a este hermano: “Tú estás en el hogar conmigo. No hay extraños aquí.
Comentario
En esta lección el miedo es lo mismo que el “ego”. La imagen que aquí se da es que hemos invitado a nuestro hogar al miedo, personificado como un extraño, y el extraño se ha puesto al mando y ha declarado que él es nosotros. Ha absorbido nuestra identidad casi por completo. Y la parte demente de todo ello es que vamos con el extraño. Hemos aceptado que el extraño es realmente nosotros, y le hemos dejado nuestro hogar a él por completo. Nos ha despojado de todo.
¿Quién es el extraño? ¿Tú o el ego? Es tan fácil, cuando pensamientos de miedo invaden nuestra mente, creer que el miedo es nosotros. Que la ira es nosotros. Que la soledad es nosotros. Que la incapacidad es nosotros. Nos hemos acostumbrado a identificarnos con nuestros pensamientos y sentimientos de miedo, pensamos que ellos son nosotros. La fuerza de esta lección es que todas estas manifestaciones de miedo son un intruso, no una auténtica parte de nosotros en absoluto. Tú no eres el ego, el ego no es tú.
Stephen Levine, en varios de sus libros, habla acerca de relacionarnos con nuestro miedo en lugar de relacionarnos desde nuestro miedo. La diferencia que hace es entre identificarnos con el miedo (relacionarnos desde él) o diferenciar nuestro ser de él (relacionarnos con él). Cuando me relaciono desde el miedo, me tiene atrapado. Me dirige el miedo, el miedo es yo. Sin embargo, cuando me relaciono con mi miedo, puedo mirarlo con misericordia y sin confusión. Puedo reaccionar al miedo con compasión, y sanar en lugar de dejarme invadir por el pánico. Es la diferencia entre decir: “Tengo miedo” y decir: “Tengo pensamientos de miedo” o “Estoy sintiendo miedo”. Mis pensamientos no son yo. Yo soy el pensador que está pensando los pensamientos, pero yo no soy los pensamientos.
Cuando podemos separarnos del miedo que sentimos, ya nos hemos identificado con nuestro verdadero Ser. Nuestro Ser está seguro de Sí Mismo, y actúa para sanar nuestra mente, para llamarnos al hogar. Cuando damos la bienvenida en nuestra mente a este Ser, recordamos Quién somos.
Sin embargo, esta nueva visión de nosotros mismos incluye necesariamente a todos. Es como si Dios nos estuviera ofreciendo unas gafas y dijera: “Si te las pones, verás tu verdadero Ser”. Pero nos rebelamos, cuando descubrimos que al ponérnoslas no sólo nos vemos a nosotros en una nueva luz sino a todos. Queremos vernos a nosotros inocentes, pero no estamos dispuestos a ver a todos de ese modo. Si nos negamos a ver inocentes a todos a nuestro alrededor, nos quitaremos las gafas, rechazaremos la visión de Cristo, y no podremos reconocernos a nosotros mismos (10:5). “Mas tú no lo podrás recordar a Él (Dios) hasta que contemples todo tal como Él lo hace” (10:4).
Cuando pensamientos de miedo entren hoy en mi mente, que yo reconozca que ellos son los extraños, los intrusos, y que yo soy el que estoy en mi hogar, no el miedo. El miedo no pertenece aquí. No necesito aceptarlo en mi mente. Pero que no luche contra el miedo, que contemple a mis pensamientos de miedo con compasión y con comprensión, reconociéndolos como un simple error, y no como un pecado. No hay que sentirse culpable por sentir miedo, no hay necesidad de ello. Puedo abandonar estos pensamientos, puedo ir a mi Ser, y ver esos pensamientos como las ilusiones que son. Puedo contemplarme con amor. Y desde este mismo lugar de consciencia compasiva, veo a todos mis hermanos en la misma luz: atrapados por el miedo, confundiendo al miedo consigo mismos, y que necesitan no juicio ni ataque sino perdón, amabilidad y compasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario