DESPERTAR AL AMOR

viernes, 12 de octubre de 2018

12 OCTUBRE: Hoy mi santidad brilla clara y radiante.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 285


Hoy mi santidad brilla clara y radiante.


1. Hoy me despierto lleno de júbilo, sabiendo que sólo han de acontecerme cosas buenas procedentes de Dios. 2Eso es todo lo que pido, y sé que mi ruego recibirá respuesta debido a los pen­samientos a los que va dirigido. 3Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas. 4Pues, ¿qué utilidad tendría el dolor para mí, para qué iba a querer el sufri­miento, y de qué me servirían el pesar y la pérdida si la demencia se alejara hoy de mí y en su lugar aceptara mi santidad?

2.Padre, mi santidad es la Tuya. 2Permítaseme regocijarme en ella y recobrar la cordura mediante el perdón. 3Tu Hijo sigue siendo tal como Tú lo creaste. 4Mi santidad es parte de mí y también de Ti. 5Pues, ¿qué podría alterar a la Santidad Misma?




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hoy sólo pido que me vengan cosas dichosas. “Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas” (1:3). La única razón de que sienta dolor, pena, sufrimiento y pérdida es porque en algún lugar de mi mente pienso que lo merezco. De algún modo pienso que el sufrimiento es bueno para mí. Me juzgo pecador, en conflicto con Dios y con Su Amor, y que por eso necesito que se me dé una lección. Necesito rehabilitarme. Pienso que el sufrimiento y las privaciones me darán una lección. Así que envío una invitación a esos pensamientos, ¡y vaya si vienen!

Cuando acepte mi santidad, “¿qué utilidad tendría el dolor para mí?” (1:4). La idea de que el sufrimiento es necesario es una bobada. Pensamos que aprendemos por medio de nuestros sufrimientos. Y lo hacemos. Pero lo que aprendemos no es cómo volvernos santos, aprendemos que somos santos. Una vez que aceptamos ese hecho, ya no necesitamos más el sufrimiento. Una vez que abandonamos la idea de que somos pecadores y culpables y que necesitamos de algún modo pasar por dificultades para compensar algo, entendemos que nos merecemos la dicha porque ya somos santos.

Pensamos que si de repente fuéramos completamente felices, nos faltaría algo. Estamos totalmente convencidos de que nuestras acciones pasadas demuestran que no nos merecemos la felicidad y no estamos preparados para ella. Pensamos que en nuestra personalidad faltan algunos elementos importantes que sólo el dolor y el sufrimiento nos pueden enseñar. Nada nos falta. Si el dolor, la pena y la pérdida terminasen en este instante, estarías bien; de hecho estarías perfecto, ¡porque ya lo eres!

Es como si tuviésemos un transmisor en la cabeza. Tenemos una imagen de nosotros de ser culpables e incompletos. Pensamos que el sufrimiento es necesario para corregir ese estado. Así que enviamos una invitación al dolor, al sufrimiento, a la pena y a la pérdida: “Venid. Ayudadme. Necesito sufrir más”. Debido a que nuestra mente tiene todo el poder creativo de Dios, logramos nuestro intento. Hacemos que suceda todo el sufrimiento, al menos en apariencia.

Cuando aprendemos a vernos como inocentes y completos, como la perfecta creación del Padre, ya no tenemos motivos para enviar tales pensamientos. En lugar de ello, cantamos: “¡Envíame sólo dicha! ¡Envíame las cosas felices de Dios! Hoy sólo acepto cosas dichosas, no permito el sufrimiento”. Mi Ser es amo y señor del universo (Lección 253). Mi mente tiene todo el poder de crear la experiencia de vida que quiero. Elijo crear dicha.


¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 5)

L.pII.7.3:1

Si supieses cuánto anhela tu Padre que reconozcas tu impecabilidad, no dejarías que Su Voz te lo pidiese en vano, ni le darías la espalda a lo que Él te ofrece para reemplazar a todas las imágenes y sueños atemorizantes que tú has forjado. (L.pII.7.3:1)

Esta frase está aquí porque estamos dejando que Su Voz nos llame en vano, y estamos dando la espalda a Sus Pensamientos con los que Él reemplazaría todos nuestros sueños e imágenes atemorizantes. Nuestro propio ego, en su lucha por la supervivencia, nos ha convencido de que Dios no anhela que reconozcamos nuestra inocencia. Es más probable que pensemos (si es que pensamos en ello) que Dios está sentado en el Cielo con su gran libro de informes siguiendo el recorrido de todos nuestros errores y anotándolos contra nosotros. Tenemos miedo de que lo hemos fastidiado todo y hemos ido demasiado lejos como para que se pueda arreglar. Tenemos miedo de Dios y no creemos en Su Amor. No podemos imaginarnos que Él todavía nos ve inocentes y sin mancha. Pero lo hace.

Cuando algo malo parece sucedernos, seguimos pensando de acuerdo con este pensamiento: “¿Qué he hecho para merecer esto?” Todavía pensamos que el mundo es una especie de modo en que el universo nos hace pagar caro por cada metedura de pata. El Curso dice una y otra vez que Dios no está metido en el juego de la venganza. Nosotros somos los únicos jugadores de ese juego, y nosotros nos provocamos nuestros propios castigos. Por otra parte, Dios anhela que dejemos de pensar que somos culpables y que reconozcamos nuestra inocencia.

Le damos la espalda al cambio de nuestros pensamientos que se nos ofrece porque estamos convencidos de que si llevamos todas estas cosas oscuras y sucias a la Luz de Dios, un rayo saldría del cielo y nos liquidaría. Pensamos que esconderlas es más seguro que sacarlas. No queremos admitir que hemos ido en busca de ídolos, en busca de cosas que sustituyan a Dios en nuestra vida, porque pensamos que eso nos ha estropeado para siempre y ha hecho que Dios ya no nos acepte. Eso no es verdad. Todo lo que Dios quiere es que abandonemos este juego tonto y que regresemos al Hogar en Él. Él nos ha dado el Espíritu Santo para que hagamos exactamente eso, pero evitamos acudir adentro hacia Él porque pensamos que perderemos o nos moriremos en el proceso.

Lee la sección del Texto: “La Restitución de la Justicia al Amor”, T.25.VIII. Describe con toda claridad nuestro miedo al Espíritu Santo. Dice que Le tenemos miedo y que pensamos que representa la ira de Dios en lugar del Amor de Dios. Que sospechamos cuando Su Voz nos dice que nunca hemos pecado (T.25.VIII.6:8). Y que huimos “del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase, que hubiese sido enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para hacer caer sobre ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños” (T.25.VIII.7:2).

Si miro honestamente a las veces que realmente acudo al Espíritu Santo para que sane mis pensamientos, y las veces en que no lo hago, parece confirmar lo que ahí se dice. Algo en mí me impide hacer esta sencilla acción, algo me está empujando a mantenerme alejado del Espíritu Santo. Si realmente supiera cuánto anhela mi Padre que yo reconozca mi inocencia, no me comportaría así.

¿Qué puedo hacer? Puedo empezar donde estoy. Cuando reconozca que he estado evitando al Espíritu Santo, puedo empezar a llevarle ese reconocimiento a Él: “Bueno, Espíritu Santo, parece que he tenido miedo de Ti de nuevo. Lo siento”. Y ese sencillo acto pide, que Le llevemos nuestra oscuridad para que Él la sane. Al ser sincero acerca de mi miedo, he dejado el miedo a un lado. Estoy de nuevo en comunicación con Él.






TEXTO

VI. Tu función especial


1. La gracia de Dios descansa dulcemente sobre los ojos que per­donan, y todo lo que éstos contemplan le habla de Dios al especta­dor. 2Él no ve maldad, ni nada que temer en el mundo o nadie que sea diferente de él. 3Y de la misma manera en que ama a otros con amor y con dulzura, así se contempla a sí mismo. 4Él no se condenaría a sí mismo por sus propios errores tal como tam­poco condenaría a otro. 5No es un árbitro de venganzas ni un castigador de pecadores. 6La dulzura de su mirada descansa sobre sí mismo con toda la ternura que les ofrece a los demás. 7Pues sólo quiere curar y bendecir. 8Y puesto que actúa en armo­nía con la Voluntad de Dios, tiene el poder de curar y bendecir a todos los que contempla con la gracia de Dios en su mirada.

2. Los ojos se acostumbran a la oscuridad, y la luz de un día soleado les resulta dolorosa a los ojos aclimatados desde hace mucho a la tenue penumbra que se percibe durante el crepús­culo. 2Dichos ojos esquivan la luz del sol y la claridad que ésta le brinda a todo lo que contemplan. 3La penumbra parece mejor: más fácil de ver y de reconocer. 4De alguna manera lo vago y lo sombrío parece ser más fácil de contemplar y menos doloroso para los ojos que lo que es completamente claro e inequívoco. 5Éste, no obstante, no es el propósito de los ojos, y ¿quién puede decir que prefiere la oscuridad y al mismo tiempo afirmar que desea ver?

3. Tu deseo de ver hace que la gracia de Dios descienda sobre tus ojos, trayendo consigo el regalo de luz que hace que la visión sea posible. 2¿Quieres realmente contemplar a tu hermano? 3A Dios le complacería que lo hicieses. 4No es Su Voluntad que no reco­nozcas a tu salvador. 5Tampoco es Su Voluntad que tu salvador no desempeñe la función que Él le encomendó. 6No dejes que se siga sintiendo solo por más tiempo, pues los que se sienten solos son aquellos que no ven ninguna función en el mundo que ellos puedan desempeñar, ningún lugar en el que se les necesite, ni ningún objetivo que sólo ellos puedan alcanzar perfectamente.

4. Ésta es la percepción benévola que el Espíritu Santo tiene del deseo de ser especial: valerse de lo que tú hiciste para sanar en vez de para hacer daño. 2A cada cual Él le asigna una función especial en la salvación que sólo él puede desempeñar, un papel exclusivamente para él. 3Y el plan no se habrá llevado a término hasta que cada cual descubra su función especial y desempeñe el papel que se le asignó para completarse a sí mismo en un mundo donde rige la incompleción.

5. Aquí, donde las leyes de Dios no rigen de forma perfecta, él todavía puede hacer una cosa perfectamente y llevar a cabo una elección perfecta. 2Y por este acto de lealtad especial hacia uno que percibe como diferente de sí mismo, se da cuenta de que el regalo se le otorgó a él mismo y, por lo tanto, de que ambos tienen que ser necesariamente uno. 3El perdón es la única función que tiene sentido en el tiempo. 4Es el medio del que el Espíritu Santo se vale para transformar el especialismo de modo que de pecado pase a ser salvación. 5El perdón es para todos. 6Mas sólo es com­pleto cuando descansa sobre todos, y toda función que este mundo tenga se completa con él. 7Entonces el tiempo cesa. 8No obstante, mientras se esté en el tiempo, es mucho lo que todavía queda por hacer. 9Y cada uno tiene que hacer lo que se le asignó, pues todo el plan depende de su papel. 10Cada uno tiene un papel especial en el tiempo, pues eso fue lo que eligió, y, al elegirlo, hizo que fuese así para él. 11No se le negó su deseo, sino que se modi­ficó la forma del mismo, de manera que redundase en beneficio de su hermano y de él, y se convirtiese de ese modo en un medio para salvar en vez de para llevar a la perdición.

6. La salvación no es más que un recordatorio de que este mundo no es tu hogar. 2No se te imponen sus leyes, ni sus valores son los tuyos. 3Y nada de lo que crees ver en él se encuentra realmente ahí. 4Esto se ve y se entiende a medida que cada cual desempeña su papel en el des-hacimiento del mundo, tal como desempeñó un papel en su fabricación. 5Cada cual dispone de los medios para ambas posibilidades, tal como siempre dispuso de ellos. 6Dios dispuso que el especialismo que Su Hijo eligió para hacerse daño a sí mismo fuese igualmente el medio para su salvación desde el preciso instante en que tomó esa decisión. 7Su pecado especial pasó a ser su gracia especial. 8Su odio especial se convir­tió en su amor especial.


7. El Espíritu Santo necesita que desempeñes tu función especial, de modo que la Suya pueda consumarse. 2No pienses que no tienes un valor especial aquí. 3Tú lo quisiste, y se te concedió. 4Todo lo que has hecho se puede utilizar, fácil y provechosa­mente, a favor de la salvación. 5El Hijo de Dios no puede tomar ninguna decisión que el Espíritu Santo no pueda emplear a su favor, en vez de contra él. 6Sólo en la oscuridad parece ser un ataque tu deseo de ser especial. 7En la luz, lo ves como la función especial que te corresponde desempeñar en el plan para salvar al Hijo de Dios de todo ataque y hacerle entender que está a salvo, tal como siempre lo estuvo y lo seguirá estando, tanto en el tiempo como en la eternidad. 8Ésta es la función que se te enco­mendó con respecto a tu hermano. 9Acéptala dulcemente de la mano de tu hermano, y deja que la salvación se consume perfec­tamente en ti. 10Haz sólo esto y todo se te dará.








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