DESPERTAR AL AMOR

domingo, 15 de septiembre de 2019

15 SEPTIEMBRE: Que recuerde que Dios es mi objetivo.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

LECCIÓN 258


Que recuerde que Dios es mi objetivo.


1. Lo único que necesitamos hacer es entrenar nuestras mentes a pasar por alto todos los objetivos triviales e insensatos, y a recor­dar que Dios es nuestro objetivo. 2Su recuerdo se encuentra oculto en nuestras mentes, eclipsado tan sólo por nuestras absurdas e insignificantes metas, que no nos deparan nada y que ni siquiera existen. 3¿Vamos acaso a continuar permitiendo que la gracia de Dios siga brillando inadvertida, mientras nosotros preferimos ir en pos de los juguetes y las baratijas del mundo? 4Dios es nuestro único objetivo, nuestro único Amor. 5No tenemos otro propósito que recordarle.

2. No tenemos otro objetivo que seguir el camino que conduce a Ti. 2Ése es nuestro único objetivo. 3¿Qué podríamos desear sino recordarte? 4¿ Qué otra cosa podemos buscar sino nuestra Identidad?



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

¿Te has dado cuenta de que estamos en una serie de lecciones “Que recuerde”? Hay cuatro “Que recuerde” seguidas empezando con la lección de ayer: “mi propósito”, “que Dios es mi objetivo”, “que el pecado no existe” y “que Dios me creó”. También hay una lección anterior (124): “Que recuerde que soy uno con Dios”.

Esa es una de las cosas de las que trata la práctica del Libro de Ejercicios: recordar. ¿Cuántas veces durante el día recuerdo la lección? ¿Con qué frecuencia me paro a pensar en ella durante un minuto o dos? ¿Con qué frecuencia mi estado mental refleja mi único propósito? ¿Y con qué frecuencia mi estado mental refleja lo contrario? El propósito de los tiempos fijados por la mañana, por la noche y cada hora es volver a entrenar mi mente para que piense de acuerdo con las líneas del Curso. No me cabe la menor duda de que necesitamos ese entrenamiento y esa práctica.

Lo único que necesitamos hacer es entrenar nuestras mentes a pasar por alto todos los objetivos triviales e insensatos, y a recordar que Dios es nuestro objetivo. (1:1)

Sin embargo, “los objetivos triviales e insensatos” ocupan nuestra consciencia en su mayor parte, nos parecen muy importantes, dominan nuestra mente y la distraen de su verdadero objetivo. Por eso el entrenamiento es “necesario”. El recuerdo de Dios ya está en nuestra mente (1:2), no tenemos que cavar para ello. “Dios se encuentra en tu memoria” (T.10.II.2:4).Todo lo que necesitamos hacer es “pasar por alto” o abandonar “nuestras absurdas e insignificantes metas, que no nos deparan nada y que ni siquiera existen” (1:2), ellas nos ocultan el recuerdo de Dios dentro de nosotros. Sin ellas, el recuerdo de Dios vendrá y llenará nuestra consciencia.

“Los juguetes y las baratijas del mundo” que perseguimos tan ansiosamente hacen que “la gracia de Dios siga brillando inadvertida” (1:3). La luz de Dios está brillando, pero no la vemos, nos vamos de compras. La luz de Dios está brillando no sólo en los centros comerciales, sino en las relaciones especiales, en el mercado de poder e influencias, en la salud, en los bares de sexo, y en los entretenimientos de nuestra televisión de mando a distancia. ¿Quiero el recuerdo de Dios? Todo lo que necesito es estar dispuesto a entrenar mi mente para que no me ciegue a Él.

“Que recuerde”. Oh, Dios, que Te recuerde.

Dios es nuestro único objetivo, nuestro único Amor. No tenemos otro propósito que recordarle. (1:4-5)

¿Qué otra cosa puedo desear que pueda compararse con esto? Hoy cada vez que mi corazón se sienta impulsado a “comprar” algo, que sea una señal para que mi mente haga una pausa y recuerde que “Dios es mi objetivo”.

Un poema que aprendí en mis días cristianos surge en mi mente. Algunas de aquellas personas sabían de lo que estaban hablando:


Mi meta es Dios Mismo.
No la alegría ni la paz, ni siquiera la bendición.
Sino Él Mismo, mi Dios.
A cualquier precio, Amado Señor, por cualquier camino.

Un amigo del Curso nos envió unas gorras parecidas a las de béisbol con las palabras MUOED. Que significan “Mi Único Objetivo Es Dios”. Voy a ponerme esa gorra mientras trabajo hoy, será un buen recordatorio.

¿Qué es el pecado? (Parte 8)

L.pII.4.4:4

Mientras que todos estamos muy involucrados en este “juego de niños” (4:2), la realidad continúa estando ahí. No ha cambiado. “Mientras tanto, su Padre ha seguido derramando Su luz sobre él y amándolo con un Amor eterno que sus pretensiones no pueden alterar en absoluto” (4:4). Nuestras “pretensiones”, el juego de niños, el juego de ser cuerpos que sufren la maldad, la culpa y la muerte, no han cambiado y no pueden cambiar la profunda y eterna realidad del Amor de Dios, la perfecta seguridad sin fin en la que moramos en Él.

La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de ti, que todas las cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse ni verse. La sosegada infinitud de la paz eterna te envuelve dulcemente en su tierno abrazo, tan fuerte y serena, tan tranquila en la omnipotencia de su Creador, que nada puede perturbar al sagrado Hijo de Dios que se encuentra en tu interior. (T.29.V.2:3-4)

El Amor de Dios garantiza nuestra seguridad eterna. Debido a que Su Amor es “eterno”, nosotros también lo somos. Mientras Su Amor exista, nosotros existimos también.

Al Hijo de la Vida no se le puede destruir. Es inmortal como su Padre. Lo que él es no puede ser alterado. Él es lo único en todo el universo que necesariamente es uno sólo. A todo lo que parece eterno le llegará su fin. Las estrellas desaparecerán, y la noche y el día dejarán de ser. Todas las cosas que van y vienen, la marea, las estaciones del año y las vidas de los hombres; todas las cosas que cambian con el tiempo y que florecen y se marchitan, se irán para no volver jamás. Lo eterno no se encuentra allí donde el tiempo ha fijado un final para todo. El Hijo de Dios jamás puede cambiar por razón de lo que los hombres han hecho de él. Será como siempre ha sido y como es, pues el tiempo no fijó su destino, ni marcó la hora de su nacimiento ni la de su muerte. (T.29.VI.2:3-12)





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