DESPERTAR AL AMOR

lunes, 9 de septiembre de 2019

9 SEPTIEMBRE: El Hijo de Dios es mi Identidad.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS

LECCIÓN 252



El Hijo de Dios es mi Identidad.



1. La santidad de mi Ser transciende todos los pensamientos de santidad que pueda concebir ahora. 2Su refulgente y perfecta pureza es mucho más brillante que cualquier luz que jamás haya contemplado. 3Su amor es ilimitado, y su intensidad es tal que abarca dentro de sí todas las cosas en la calma de una queda certeza. 4Su fortaleza no procede de los ardientes impulsos que hacen girar al mundo, sino del Amor ilimitado de Dios Mismo. 5¡Cuán alejado de este mundo debe estar mi Ser! aY, sin embargo, ¡cuán cerca de mí y de Dios!

2. Padre, Tú conoces mi verdadera Identidad. 2Revélamela ahora a mí que soy Tu Hijo, para que pueda despertar a la verdad en Ti, y saber que se me ha restituido el Cielo.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No sabemos Quién somos.

“Mi Ser” es mucho más grande y elevado de lo que puedo imaginarme. El primer párrafo ensalza la santidad, la pureza, el amor y la fortaleza de mi Ser. Me recuerda a algo que oí en un seminario de “EST” un fin de semana hace muchos años. Hablaba de volverme consciente del ser que muestro al mundo, mi “máscara” (el Curso lo llama “la cara de la inocencia”, T.31.V.2:6), luego hablaba de descubrir el ser que temo ser (el ego) y, finalmente, de descubrir quien yo soy realmente, “que es magnífico” (el Hijo de Dios). Piensa en ello, alma mía, óyelo con aceptación: “Yo soy magnífico”.

Hoy me doy cuenta de que, no importa lo elevados que puedan ser mis pensamientos, únicamente he tocado la superficie de Lo Que yo soy. “La santidad de mi Ser transciende todos los pensamientos de santidad que pueda concebir ahora” (1:1). Voy a sentarme y soñar pensamientos de santidad, voy a hacer un esfuerzo mental hasta el límite para entender lo que es mi santidad, la realidad de mi santidad “transciende todos los pensamientos de santidad que pueda concebir ahora”. El Curso dice que si pudiéramos darnos cuenta de lo santos que son nuestros hermanos “apenas podrías contener el impulso de arrodillarte a sus pies” (L.161.9:3). Sin embargo, cogeremos su mano, porque todos somos iguales. “Todos ellos son iguales: bellos e igualmente santos” (T.13.VIII.6:1).

Darme cuenta de que soy el santo Hijo de Dios supone la comprensión al mismo tiempo de que tú eres lo mismo. ¡Eres tan hermoso, amigo, de una santidad tan maravillosa! Eres la expresión de Dios, el reflejo de Su Ser, la gloria de Su creación. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino amarte?

Mi Ser, y el tuyo, tiene una “refulgente y perfecta pureza” que “es mucho más brillante que cualquier luz que jamás haya contemplado” (1:2). ¿Has visto eso alguna vez en otro? ¿Lo has visto en ti mismo? ¡Ah, eso es lo que todos andamos buscando! Es lo que pedimos: “Revélamela ahora a mí que soy Tu Hijo” (2:2). Imagínate ver y conocer una pureza tan perfecta en tu Ser. Imagínalo, y pide que te sea revelado, pues eso es lo que eres.

¡Y el amor de este Ser! Es “ilimitado, y su intensidad es tal que abarca dentro de sí todas las cosas en la calma de una queda certeza” (1:3). ¡Oh, saber que este amor es mi Ser! ¡Oh, saber que esto es lo que yo soy, para toda la eternidad! ¿Me atrevo a creer esto acerca de mí? Mi amor abarcando a todo el mundo, flotando como una burbuja en el océano de mi amor. Mi amor, sin límites de ninguna clase. Mi amor, el auténtico Amor de Dios Mismo. Voy a descansar en él, voy a pensar en ello, voy a mostrarlo ahora, enviándole mi amor a todo el mundo, a todos los seres que lo necesitan. ¡Qué intenso es! ¡Qué perfecto, qué incondicional, qué irresistible!

La fortaleza de mi Ser “no procede de los ardientes impulsos que hacen girar al mundo, sino del Amor ilimitado de Dios Mismo” (1:4). Lo que soy es este Amor, el auténtico Amor de Dios. No es algo “abrasador”, violento; es un Amor silencioso, tranquilo, seguro. Él conoce la realidad de lo que contempla. Tiene perfecta fe en cada Hijo de Dios, debido a lo que cada uno es. Eleva, anima, cree en todo lo que contempla. Su misericordia es inmensa, y Su comprensión infinita. Abraza suavemente, consuela dulcemente, Su poder procede de la tranquila seguridad de que el Amor Mismo no se puede evitar.

¡Cuán alejado de este mundo debe estar mi Ser! Y, sin embargo, ¡cuán cerca de mí y de Dios! (1:5)

Padre, Tú sabes que esto es Quien yo soy, pues Tú me creaste para que lo fuera. Deseo conocer esta realidad de mi Ser. Me siento mucho menos que esto, a veces tan poco amoroso. Revélame mi Ser. Muéstrame que esto es Quien yo soy. Ayúdame a conocer mi Ser como puro Amor. Conocer mi Ser, como el Amor que es el Cielo. Conocer mi Ser, como el Amor que es paz.

¿Qué es el pecado? (Parte 2)

L.pII.4.1:4-9

Nuestros ojos son el resultado del pecado: “El pecado dotó al cuerpo con ojos” (1:4). O como dice el párrafo siguiente: “El cuerpo es el instrumento que la mente fabricó en su afán por engañarse a sí misma” (2:1). La percepción (ver) es el resultado del pecado, “pues, ¿qué iban a querer contemplar los que están libres de pecado?” (1:4). Nuestro verdadero Ser está más allá de lo que se puede ver. La percepción es de por sí dualista (que hay dos), un “yo” que ve y un “objeto” ahí. Supone una separación. Por supuesto, el que no tiene pecado no tiene nada que percibir porque no hay nada separado. El deseo de separarse, de estar aparte y ver un “objeto” como algo distinto forma parte de la idea de pecado y de culpa. Desde el punto de vista del Curso, el que no tiene pecado siente todas las cosas como parte de sí mismo. Las “conoce” en lugar de “percibirlas”.

El que no tiene pecado no necesita la vista ni el oído ni el tacto porque todo es parte de sí mismo; conocido pero no percibido. La percepción (la vista) es muy limitada, muy incompleta e imperfecta. El que no tiene pecado no necesita los sentidos, pues todo le es conocido. “Usar los sentidos es no saber” (1:8). El propósito de los sentidos es no saber. O mejor aún, el propósito de la percepción es no saber. La percepción es una separación, un alejamiento, un estar aparte. La idea de pecado es lo que causa esa retirada, ese refugiarse en uno mismo, alejado de la unidad.

En cambio, “la verdad sólo se compone de conocimiento y de nada más” (1:9). La verdad no siente las cosas, la verdad conoce las cosas. Las conoce al ser uno con ellas. No te puedo conocer a través de la percepción. La percepción (la vista) me engaña, ése es su propósito. La percepción me impide conocerte. Únicamente puedo conocerte si siento que yo soy tú. Esto es lo que sucede en el instante santo, pues el instante santo es una experiencia de las mentes como una sola. Esa experiencia puede desorientar a una mente que está acostumbrada a la soledad; la aparente identidad a la que nos hemos acostumbrado durante toda nuestra vida desaparece de repente, ya no estoy seguro si soy yo o tú. Durante un momento me doy cuenta de que el “yo” que pensaba que existía es posible que no exista. Como de hecho no existe.

La idea de pecado y de culpa es lo que impide que las mentes se unan. Me alejo de ti con miedo. Limito mi amor, dudo del tuyo. El Curso nos lleva al punto en el que ese miedo desaparece, y la unión -que siempre ha estado ahí- se conoce otra vez como lo que es.






TEXTO



VII. La última pregunta que queda por contestar



1. ¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que eres impotente? 2Ser impotente es el pre­cio del pecado. 3La impotencia es la condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer en él. 4Sólo los impotentes podrían creer en el pecado. 5La enormidad no tiene atractivo, excepto para los insignificantes. 6sólo los que primero creen ser insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. 7Traicionar al Hijo de Dios es la defensa de los que no se identifican con él. 8Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo amas lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido como consecuencia de tu ataque.

2. Nadie, cree que el Hijo de Dios sea impotente. 2Y aquellos que se ven a sí mismos como impotentes deben creer que no son el Hijo de Dios. 3¿Qué podrían ser, entonces, sino su enemigo? 4¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder, y, como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? 5Éstos son los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos e incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. 6Se unen al ejército de los impotentes, para librar su guerra de venganza, amargura y rencor contra él, a fin de que él se vuelva uno con ellos. 7Y puesto que no saben que son uno con él, no saben a quién odian. 8Son en verdad un ejército lamentable, cada uno de ellos tan capaz de atacar a su hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez todos creyeron tener una causa común.

3. Los siniestros dan la impresión de estar frenéticos, de ser voci­ferantes y fuertes. 2Mas no saben quién es su "enemigo", sino sólo que lo odian. 3El odio los ha congregado, pero ellos no se han unido entre sí. 4Pues si lo hubieran hecho no serían capaces de abrigar odio. 5El ejército de los impotentes se desbanda en presencia de la fortaleza. 6Los que son fuertes son incapaces de traicionar porque no tienen necesidad de tener sueños de poder ni de exteriorizarlos. 7¿De qué manera puede actuar un ejército en sueños? 8De cualquier manera. 9Podría vérsele atacando a cual­quiera con cualquier cosa. 10Losueños son completamente irra­cionales. 11En ellos, una flor se puede convertir en una lanza envenenada, un niño en un gigante y un ratón puede rugir como un león. 12con la misma facilidad el amor puede trocarse en odio. 13Esto no es un ejército, sino una casa de locos. 14Lo que parece ser un ataque concertado no es más que un pandemó­nium.

4. El ejército de los impotentes es en verdad débil. 2No tiene armas ni enemigo. 3Puede ciertamente invadir el mundo y buscar un enemigo. 4Pero jamás podrá encontrar lo que no existe. 5Puede ciertamente soñar que encontró un enemigo, pero éste cambia incluso mientras lo está atacando, de modo que corre de inme­diato a buscarse otro, y nunca consigue cantar victoria. 6Y a medida que corre se vuelve contra sí mismo, pensando que tuvo un pequeño atisbo del gran enemigo que siempre elude su ata­que asesino convirtiéndose en alguna otra cosa. 7¡Cuán traicionero parece ser ese enemigo, que cambia tanto que ni siquiera es posible reconocerlo!

5. El odio, no obstante, tiene que tener un blanco. 2No se puede tener fe en el pecado sin un enemigo. 3¿Quién, que crea en el pecado, podría atreverse a creer que no tiene enemigos? 4¿Podría admitir que nadie lo hizo sentirse impotente? 5La razón seguramente le diría que dejase de buscar lo que no puede ser hallado. 6Sin embargo, tiene primero que estar dispuesto a percibir un mundo donde no hay enemigos. 7No es necesario que entienda cómo sería posible que él pudiese ver un mundo así. 8Ni siquiera debería tratar de entenderlo. 9Pues  si pone su atención en lo que no puede entender, no hará sino agudizar su sensación de impo­tencia y dejar que el pecado le diga que su enemigo debe ser él mismo. 10Pero deja que se haga a sí mismo las siguientes pregun­tas con respecto a las cuales tiene que tomar una decisión, para que esto se lleve a cabo por él:

11¿Deseo un mundo en el que gobierno yo en lugar de uno que me gobierna a mí?
12¿Deseo un mundo en el que soy poderoso en lugar de uno en el que soy impotente?
13¿Deseo un mundo en el que no tengo enemigos y no puedo pecar?
14¿Y deseo ver aquello que negué porque es la verdad?     


      
6. Tal vez ya hayas contestado las tres primeras preguntas, pero todavía no has contestado la última. 2Pues ésta aún parece temi­ble y distinta de las demás. 3Mas la razón te aseguraría que todas ellas son la misma. 4Dijimos que en este año se haría hincapié en la igualdad de las cosas que son iguales. 5Esta última pregunta, que es en verdad la última acerca de la cual tienes que tomar una decisión, todavía parece encerrar una amenaza para ti que las otras ya no poseen. 6Y esta diferencia imaginaria da testimonio de tu creencia de que a lo mejor la verdad es el enemigo con el que aún te puedes encontrar. 7En esto parece residir, pues, la última esperanza de encontrar pecado y de no aceptar el poder.

7. No olvides que la elección entre el pecado y la verdad, o la impotencia y el poder, es la elección entre atacar y curar. 2Pues la curación emana del poder, y el ataque, de la impotencia. 3Es imposible que quieras curar a quien atacas. 4Y el que deseas que sane tiene que ser aquel que decidiste que estuviese salvo del ataque. 5¿Y qué otra cosa podría ser esta decisión, sino la elección entre verle a través de los ojos del cuerpo, o bien permitir que te sea revelado a través de la visión? 6La manera en que esta deci­sión da lugar a sus efectos no es tu problema. 7Pero tú decides lo que quieres ver. 8Éste es un curso acerca de causas, no de efectos. 

8. Considera detenidamente qué respuesta vas a dar a esa última pregunta que todavía no has contestado. 2Y deja que la razón te diga que debe ser contestada, y que su contestación reside en las otras tres. 3Te resultará evidente entonces que cuando observes los efectos del pecado en cualquiera de sus formas, lo único que nece­sitarás hacer es simplemente preguntarte a ti mismo lo siguiente:

4¿ Es esto lo que quiero ver? 5 ¿Es esto lo que deseo?

9. Ésta es tu única decisión, la base de lo que ocurre. No tiene nada que ver con la manera en que ocurre, pero sí con el por qué. 3Pues sobre esto tienes control. 4si eliges ver un mundo donde no tienes enemigos y donde no eres impotente, se te proveerán los medios para que lo veas.

10. ¿Por qué es tan importante esta última pregunta? 2La razón te dirá por qué. 3Es igual a las otras tres, salvo en lo que respecta al tiempo. 4Las otras son decisiones que puedes tomar, volverte atrás y luego volverlas a tomar. 5Pero la verdad es constante e implica un estado en el que las vacilaciones son imposibles. 6Puedes desear un mundo en el que tú gobiernas y no uno que te gobierna a ti, y luego cambiar de parecer. 7Puedes desear inter­cambiar tu impotencia por poder, y luego perder ese deseo cuando un ligero destello de pecado te atrae. 8Y puedes desear ver un mundo incapaz de pecar, y, sin embargo, permitir que un "enemigo" te tiente a usar los ojos del cuerpo y a cambiar de parecer.

11. El contenido de todas esas preguntas es el mismo. 2Pues cada una de ellas te pregunta si estás dispuesto a intercambiar el mundo del pecado por lo que el Espíritu Santo ve, puesto que es esto lo que el mundo del pecado niega. 3Los que ven el pecado, por lo tanto, están viendo la negación del mundo real. 4Sin embargo, la última pregunta suma a tu anhelo de querer ver el mundo real el deseo de permanencia, de tal forma que ese deseo se convierta en  el único que tengas. 5Si contestas esta última pregunta con un "sí", añades sinceridad a las decisiones que ya has tomado con respecto a las demás. 6Pues sólo entonces habrás renunciado a la opción de poder cambiar de parecer nueva­mente. 7Cuando eso deje de interesarte, las Otras preguntas quedarán perfectamente contestadas. 

12. ¿Por qué crees que no estás seguro de que las otras preguntas hayan sido contestadas? 2¿Sería acaso necesario plantearlas con tanta frecuencia si ya se hubiesen contestado? 3Hasta que no se haya tomado la decisión final, la respuesta será a la vez un "sí" y un "no". 4Pues has contestado     sin darte cuenta de que "sí' tiene que significar "que no has dicho no". 5Nadie decide en con­tra de su propia felicidad, pero puede hacerlo si no se da cuenta de que eso es lo que está haciendo. 6si él ve su felicidad como algo que cambia constantemente, es decir, ahora es esto, luego otra cosa, y más tarde una sombra elusiva que no está vinculada a nada, no podrá sino decidir en contra de ella.

13. La felicidad elusiva, la que cambia de forma según el tiempo o el lugar, es una ilusión que no significa nada. 2La felicidad tiene que ser constante porque se alcanza mediante el abandono del deseo de lo que no es constante: 3La dicha no se puede percibir excepto a través de una visión constante. 4Y la visión constante sólo se les concede a aquellos que desean la constancia. 5El poder del deseo del Hijo de Dios sigue siendo la prueba de que todo aquel que se considera a sí mismo impotente está equivocado. 6Desea lo que quieres, y eso será lo que contemplarás y creerás que es real. 7No hay un solo pensamiento que esté desprovisto del poder de liberar o de matar. 8Ni ninguno que pueda abando­nar la mente del pensador, o dejar de tener efectos sobre él.






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