DESPERTAR AL AMOR

sábado, 12 de octubre de 2019

12 OCTUBRE: Hoy mi santidad brilla clara y radiante.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 285


Hoy mi santidad brilla clara y radiante.


1. Hoy me despierto lleno de júbilo, sabiendo que sólo han de acontecerme cosas buenas procedentes de Dios. 2Eso es todo lo que pido, y sé que mi ruego recibirá respuesta debido a los pen­samientos a los que va dirigido. 3Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas. 4Pues, ¿qué utilidad tendría el dolor para mí, para qué iba a querer el sufri­miento, y de qué me servirían el pesar y la pérdida si la demencia se alejara hoy de mí y en su lugar aceptara mi santidad?

2.Padre, mi santidad es la Tuya. 2Permítaseme regocijarme en ella y recobrar la cordura mediante el perdón. 3Tu Hijo sigue siendo tal como Tú lo creaste. 4Mi santidad es parte de mí y también de Ti. 5Pues, ¿qué podría alterar a la Santidad Misma?




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hoy sólo pido que me vengan cosas dichosas. “Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas” (1:3). La única razón de que sienta dolor, pena, sufrimiento y pérdida es porque en algún lugar de mi mente pienso que lo merezco. De algún modo pienso que el sufrimiento es bueno para mí. Me juzgo pecador, en conflicto con Dios y con Su Amor, y que por eso necesito que se me dé una lección. Necesito rehabilitarme. Pienso que el sufrimiento y las privaciones me darán una lección. Así que envío una invitación a esos pensamientos, ¡y vaya si vienen!

Cuando acepte mi santidad, “¿qué utilidad tendría el dolor para mí?” (1:4). La idea de que el sufrimiento es necesario es una bobada. Pensamos que aprendemos por medio de nuestros sufrimientos. Y lo hacemos. Pero lo que aprendemos no es cómo volvernos santos, aprendemos que somos santos. Una vez que aceptamos ese hecho, ya no necesitamos más el sufrimiento. Una vez que abandonamos la idea de que somos pecadores y culpables y que necesitamos de algún modo pasar por dificultades para compensar algo, entendemos que nos merecemos la dicha porque ya somos santos.

Pensamos que si de repente fuéramos completamente felices, nos faltaría algo. Estamos totalmente convencidos de que nuestras acciones pasadas demuestran que no nos merecemos la felicidad y no estamos preparados para ella. Pensamos que en nuestra personalidad faltan algunos elementos importantes que sólo el dolor y el sufrimiento nos pueden enseñar. Nada nos falta. Si el dolor, la pena y la pérdida terminasen en este instante, estarías bien; de hecho estarías perfecto, ¡porque ya lo eres!

Es como si tuviésemos un transmisor en la cabeza. Tenemos una imagen de nosotros de ser culpables e incompletos. Pensamos que el sufrimiento es necesario para corregir ese estado. Así que enviamos una invitación al dolor, al sufrimiento, a la pena y a la pérdida: “Venid. Ayudadme. Necesito sufrir más”. Debido a que nuestra mente tiene todo el poder creativo de Dios, logramos nuestro intento. Hacemos que suceda todo el sufrimiento, al menos en apariencia.

Cuando aprendemos a vernos como inocentes y completos, como la perfecta creación del Padre, ya no tenemos motivos para enviar tales pensamientos. En lugar de ello, cantamos: “¡Envíame sólo dicha! ¡Envíame las cosas felices de Dios! Hoy sólo acepto cosas dichosas, no permito el sufrimiento”. Mi Ser es amo y señor del universo (Lección 253). Mi mente tiene todo el poder de crear la experiencia de vida que quiero. Elijo crear dicha.


¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 5)

L.pII.7.3:1

Si supieses cuánto anhela tu Padre que reconozcas tu impecabilidad, no dejarías que Su Voz te lo pidiese en vano, ni le darías la espalda a lo que Él te ofrece para reemplazar a todas las imágenes y sueños atemorizantes que tú has forjado. (L.pII.7.3:1)

Esta frase está aquí porque estamos dejando que Su Voz nos llame en vano, y estamos dando la espalda a Sus Pensamientos con los que Él reemplazaría todos nuestros sueños e imágenes atemorizantes. Nuestro propio ego, en su lucha por la supervivencia, nos ha convencido de que Dios no anhela que reconozcamos nuestra inocencia. Es más probable que pensemos (si es que pensamos en ello) que Dios está sentado en el Cielo con su gran libro de informes siguiendo el recorrido de todos nuestros errores y anotándolos contra nosotros. Tenemos miedo de que lo hemos fastidiado todo y hemos ido demasiado lejos como para que se pueda arreglar. Tenemos miedo de Dios y no creemos en Su Amor. No podemos imaginarnos que Él todavía nos ve inocentes y sin mancha. Pero lo hace.

Cuando algo malo parece sucedernos, seguimos pensando de acuerdo con este pensamiento: “¿Qué he hecho para merecer esto?” Todavía pensamos que el mundo es una especie de modo en que el universo nos hace pagar caro por cada metedura de pata. El Curso dice una y otra vez que Dios no está metido en el juego de la venganza. Nosotros somos los únicos jugadores de ese juego, y nosotros nos provocamos nuestros propios castigos. Por otra parte, Dios anhela que dejemos de pensar que somos culpables y que reconozcamos nuestra inocencia.

Le damos la espalda al cambio de nuestros pensamientos que se nos ofrece porque estamos convencidos de que si llevamos todas estas cosas oscuras y sucias a la Luz de Dios, un rayo saldría del cielo y nos liquidaría. Pensamos que esconderlas es más seguro que sacarlas. No queremos admitir que hemos ido en busca de ídolos, en busca de cosas que sustituyan a Dios en nuestra vida, porque pensamos que eso nos ha estropeado para siempre y ha hecho que Dios ya no nos acepte. Eso no es verdad. Todo lo que Dios quiere es que abandonemos este juego tonto y que regresemos al Hogar en Él. Él nos ha dado el Espíritu Santo para que hagamos exactamente eso, pero evitamos acudir adentro hacia Él porque pensamos que perderemos o nos moriremos en el proceso.

Lee la sección del Texto: “La Restitución de la Justicia al Amor”, T.25.VIII. Describe con toda claridad nuestro miedo al Espíritu Santo. Dice que Le tenemos miedo y que pensamos que representa la ira de Dios en lugar del Amor de Dios. Que sospechamos cuando Su Voz nos dice que nunca hemos pecado (T.25.VIII.6:8). Y que huimos “del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase, que hubiese sido enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para hacer caer sobre ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños” (T.25.VIII.7:2).

Si miro honestamente a las veces que realmente acudo al Espíritu Santo para que sane mis pensamientos, y las veces en que no lo hago, parece confirmar lo que ahí se dice. Algo en mí me impide hacer esta sencilla acción, algo me está empujando a mantenerme alejado del Espíritu Santo. Si realmente supiera cuánto anhela mi Padre que yo reconozca mi inocencia, no me comportaría así.

¿Qué puedo hacer? Puedo empezar donde estoy. Cuando reconozca que he estado evitando al Espíritu Santo, puedo empezar a llevarle ese reconocimiento a Él: “Bueno, Espíritu Santo, parece que he tenido miedo de Ti de nuevo. Lo siento”. Y ese sencillo acto pide, que Le llevemos nuestra oscuridad para que Él la sane. Al ser sincero acerca de mi miedo, he dejado el miedo a un lado. Estoy de nuevo en comunicación con Él.








No hay comentarios:

Publicar un comentario