DESPERTAR AL AMOR

viernes, 4 de octubre de 2019

4 OCTUBRE: No dejes que aprisione a Tu Hijo con leyes que yo mismo inventé.

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AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 277


No dejes que aprisione a Tu Hijo con leyes que yo 
mismo inventé.


1. Tu Hijo es libre, Padre mío. 2No dejes que me imagine que lo he apri­sionado con las leyes que yo mismo inventé para que gobernasen el cuerpo. 3Él no está sujeto a ninguna de las leyes que promulgué para ofrecerle más seguridad al cuerpo. 4Lo que cambia no puede alterarlo a él en absoluto. 5Él no es esclavo de ninguna de las leyes del tiempo. 6Él es tal como Tú lo creaste porque no conoce otra ley que la del amor.

2. No adoremos ídolos ni creamos en ninguna ley que la idolatría quiera maquinar para ocultar la libertad de que goza el Hijo de Dios. 2El Hijo de Dios no está encadenado por nada excepto por sus propias creencias. 3Mas lo que él es, está mucho más allá de su fe en la esclavitud o en la libertad. 4Es libre por razón de Quién es su Padre. 5Y nada puede aprisionarlo a menos que la verdad de Dios pueda mentir y Dios pueda disponer engañarse a Sí Mismo.





Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Cuando el Curso usa la palabra “Hijo” en este contexto, dirigiéndose a Dios con respecto a Su Hijo, la palabra generalmente se refiere a toda la Filiación que incluye a todos mis hermanos y hermanas así como a mí mismo. En otras palabras, “Tu Hijo” puede ser cualquiera en quien mi mente piense. Así que cuando digo: “Que no aprisione a Tu Hijo”, me refiero a mi jefe, a mi esposa, mis amigos, mi familia, o a quienquiera con quien me encuentre hoy. Es una buena oración para repetir a menudo al relacionarme con cualquiera hoy.

La otra noche en nuestro grupo de estudio local, una mujer compartió una comprensión que tuvo. Dijo que se había dado cuenta de que cuando ella ponía un límite a alguien en su mente, si esa persona ya estaba aceptando ese límite en su propia mente ella lo estaba reforzando. Y también, ella estaba poniéndose a sí misma el mismo límite. Podemos ver este proceso sorprendentemente en una situación entre padres o profesores y niños. Se manifiesta de una manera muy gráfica. El niño a menudo manifiesta los límites que el adulto “ve” en él, ya sean reales o no esos límites. Sin embargo, el hecho de que no lo veamos tan claramente con adultos no significa que no esté sucediendo todo el tiempo. Cuando limitamos a alguien en nuestra mente, literalmente podemos estar aprisionándolos con leyes que hemos inventado.

“Tu Hijo es libre, Padre mío” (1:1). Y cada persona que encontramos hoy es ese Hijo, igualmente libre. Todos hemos leído historias de cómo la negativa de un padre, compañero o amigo a aceptar los límites “normales” de alguien le ha permitido superar esos límites (historias de curaciones “imposibles”, etc.). Éstas son sólo demostraciones básicas del poder de la idea de hoy. Los límites a los que se refiere el Curso no son sólo físicos o intelectuales, sino límites como la culpa y el pecado. Cuando creemos que a una persona es imposible ayudarla o que no tiene remedio, la aprisionamos con leyes que nosotros hemos inventado. Imaginamos un grado de dificultad en los milagros y se lo imponemos a aquellos que nos rodean. “No hay grados de dificultad en los milagros” es el primer principio de los milagros (T.1.I.1:1).

Lo que cambia no puede alterarlo a él (quienquiera que sea) en absoluto. (1:4)

Sigue siendo el perfecto Hijo de Dios, tal como Dios le creó. No ha sido estropeado o marcado por nada de este mundo porque todo lo de este mundo cambia. El Hijo de Dios no ha cambiado por nada que le haya sucedido a su cuerpo, que cambia. Una pluma no puede rayar un diamante, ni siquiera un montón de plumas, ni siquiera una pluma de avestruz. Se nos pide recordar esto acerca de nuestros hermanos, ellos no han cambiado por lo que parecen ser sus pecados o errores. Tampoco son “esclavos de ninguna de las leyes del tiempo” (1:5); esto anula nuestra continua creencia de que una curación puede llevar mucho tiempo, por ejemplo. Sólo los gobierna una ley: la ley del Amor (1:6).

Nuestros hermanos no están encadenados por nada excepto por sus propias creencias (2:2). Y lo que son “está mucho más allá de su fe en la esclavitud o en la libertad” (2:3). Su apariencia limitada es algo muy débil, que apenas tapa la sólida realidad de santidad y amor que hay debajo. No pueden estar encadenados “a menos que la verdad de Dios pueda mentir y Dios pueda disponer engañarse a Sí Mismo” (2:5). ¿Qué clase de Dios sería ése?

¿Y si hoy mirase a todos a mi alrededor desde este punto de vista? ¿Qué milagros sucederían? ¿Qué cadenas se soltarían? ¿Qué persona ciega podría ver de nuevo? ¿Qué antigua herida del corazón podría sanar? Ésa es exactamente nuestra función aquí como obradores de milagros.


¿Qué es el Cristo? (Parte 7)

L.pII.6.4:1

“El Espíritu Santo se extiende desde el Cristo en ti hasta todos tus sueños, y los invita a venir hasta Él para que puedan ser transformados en la verdad” (4:1). Por lo tanto, que no Le esconda hoy ninguno de mis sueños. Que ninguna sensación de vergüenza me impida llevárselos. Él no me condenará. Él no se asusta por nada de lo que ve en nosotros, nada Le afecta. Al contrario, “Cristo ama lo que ve en ti” (T.13.V.9:6), pues Él pasa de largo la ilusión de pecado y sólo ve la realidad del amor que ha estado ocultando.

En cada pensamiento de ataque Él ve nuestra petición de amor. En cada temblor de miedo Él oye una petición de ayuda. En todos nuestros deseos de cosas de este mundo Él contempla nuestro deseo de estar completos. Cualquier cosa que Le llevemos, Él lo transforma en la verdad. Nada queda fuera del alcance de la salvación, nada queda fuera del alcance de la Expiación. “La tarea del Espíritu Santo consiste, pues, en reinterpretarnos a nosotros en nombre de Dios” (T.5.III.7:7). Todo lo que Le llevamos, lo transforma en la verdad. Pero sólo si lo llevamos a Él. Si lo escondemos, Él no puede ayudarnos.

Llévale, por lo tanto, todos tus pensamientos tenebrosos y secretos, y contémplalos con Él. (T.14.VII.6:8)


Ábrele todas las puertas y pídele que entre en la oscuridad y la desvanezca con Su luz. (T.14.VII.6:2, debería leerse todo el párrafo)







TEXTO 

 V. El Cristo en ti



1. El Cristo en ti está muy quedo. 2Contempla lo que ama y lo reconoce como Su Propio Ser. 3Y así, se regocija con lo que ve, pues sabe que ello es uno con Él y con Su Padre. 4El especialismo también se regocija con lo que ve, aunque lo que ve no es verdad. 5Aun así, lo que buscas es una fuente de gozo tal como lo concibes. 6Lo que deseas es verdad para ti. 7Pues es imposible desear algo y no tener fe de que ello es real. 8Desear otorga realidad tan irreme­diablemente como ejercer la voluntad crea. 9El poder de un deseo apoya a las ilusiones tan fuertemente como el amor se extiende a sí mismo. 10Excepto que uno de ellos engaña y el otro sana.

2. No hay ningún sueño de querer ser especial que no suponga tu propia condenación, por muy oculta o disfrazada que se encuen­tre la forma en que éste se manifiesta, por muy hermoso que pueda parecer o por muy delicadamente que ofrezca la esperanza de paz y la escapatoria del dolor. 2En los sueños, causa y efecto se intercambian, pues en ellos el hacedor del sueño cree que lo que hizo le está sucediendo a él. 3No se da cuenta de que tomó una hebra de aquí, un retazo de allá y tejió un cuadro de la nada. 4Mas las partes no casan, y el todo no les aporta nada que haga que tengan sentido.

3. ¿De dónde podría proceder tu paz sino del perdón? 2El Cristo en ti contempla solamente la verdad y no ve ninguna condenación que pudiese necesitar perdón. 3Él está en paz porque no ve pecado alguno. 4Identifícate con Él, ¿y qué puede tener Él que tú no ten­gas? 5Cristo es tus ojos, tus oídos, tus manos, tus pies. 6¡Qué afa­bles son los panoramas que contempla, los sonidos que oye! 7¡Qué hermosa la mano de Cristo, que sostiene a la de Su hermano! a¡Y con cuánto amor camina junto a él, mostrándole lo que se puede ver y oír, e indicándole también dónde no podrá ver nada y dónde no hay ningún sonido que se pueda oír!

4. Mas deja que tu deseo de ser especial dirija su camino, y tú lo recorrerás con él. 2Y ambos caminaréis en peligro, intentando con­ducir al otro a un precipicio execrable y arrojarlo por él, mientras os movéis por el sombrío bosque de los invidentes, sin otra luz que la de los breves y oscilantes destellos de las luciérnagas del pecado, que titilan por un momento para luego apagarse. 3Pues, ¿en qué puede deleitarse el deseo de ser especial, sino en matar? 4¿Qué busca sino ver la muerte? 5¿Adónde conduce, sino a la destrucción? 6Mas no creas que fue a tu hermano a quien contem­pló primero, ni al que aborreció antes de aborrecerte a ti. 7El pecado que sus ojos ven en él y en lo que se deleitan, lo vio en ti y todavía lo sigue contemplando con deleite. 8Sin embargo, ¿qué deleite te puede dar contemplar la putrefacción y la demencia, y creer que esa cosa que está a punto de desintegrarse, con la carne desprendiéndose ya de los huesos y con cuencas vacías por ojos es como tú?

5. Regocíjate de no tener ojos con los que ver, ni oídos con los que oír, ni manos con las que sujetar nada, ni pies a los que guiar. 2Alégrate de que el único que pueda prestarte los Suyos sea Cristo, mientras tengas necesidad de ellos. 3Los Suyos son ilusio­nes también, lo mismo que los tuyos. 4Sin embargo, debido a que sirven a un propósito diferente, disponen de la fuerza de éste. 5Y derraman luz sobre todo lo que ven, oyen, sujetan o guían, a fin de que tú puedas guiar tal como fuiste guiado.

6. El Cristo en ti está muy quedo. 2Él sabe adónde te diriges y te conduce allí dulcemente, bendiciéndote a lo largo de todo el tra­yecto. 3Su Amor por Dios reemplaza todo el miedo que creíste ver dentro de ti. 4Su santidad hace que Él se vea a Sí Mismo en aquel cuya mano tú sujetas, y a quien conduces hasta Él. 5Y lo que ves es igual a ti. 6Pues, ¿a quién sino a Cristo se puede ver, oír, amar y seguir a casa? 7Él te contempló primero, pero recono­ció que no estabas completo. 8De modo que buscó lo que te completa en cada cosa viviente que Él contempla y ama. 9Y aún lo sigue buscando, para que cada una pueda ofrecerte el Amor de Dios.

7. Aun así, Él permanece muy quedo, pues sabe que el amor está en ti ahora, asido con firmeza por la misma mano que sujeta a la de tu hermano. 2La mano de Cristo sujeta a todos sus hermanos en Sí Mismo. 3Él les concede visión a sus ojos invidentes y les canta himnos celestiales  para que sus oídos dejen de oír el estruendo de las batallas y de la muerte. 4Él se extiende hasta otros a través de ellos, y les ofrece Su mano para que puedan bendecir toda cosa viviente y ver su santidad. 5Él se regocija de que éstos sean los panoramas que ves, y de que los contemples con Él y compartas Su dicha. 6Él está libre de todo deseo de ser especial y eso es lo que te ofrece, a fin de que puedas salvar de la muerte a toda cosa viviente y recibir de cada una el don de vida que tu perdón le ofrece a tu Ser. 7La visión de Cristo es lo único que se puede ver. 8El canto de Cristo es lo único que se puede oír. 9La mano de Cristo es lo único que se puede asir. 10No hay otra jornada, salvo caminar con Él.

8. Tú que te contentarías con ser especial y que buscarías la salva­ción luchando contra el amor, considera esto: el santo Señor del Cielo ha descendido hasta ti para ofrecerte tu compleción. 2Lo que es de Él es tuyo porque en tu compleción reside la Suya. 3Él, que no dispuso estar sin Su Hijo, jamás habría podido disponer que tú estuvieses sin tus hermanos. 4¿Y te habría dado Él un hermano que no fuese tan perfecto como tú y tan semejante a Él en santidad como tú no puedes sino serlo también?


9. Antes de que pueda haber conflicto tiene que haber duda. 2Y toda duda tiene que ser acerca de ti mismo. 3Cristo no tiene nin­guna duda y Su serenidad procede de Su certeza. 4Él intercam­biará todas tus dudas por Su certeza, si aceptas que Él es uno contigo y que esa unidad es interminable, intemporal y que está a tu alcance porque tus manos son las Suyas. 5Él está en ti, sin embargo, camina a tu lado y delante de ti, mostrándote el camino que Él debe seguir para encontrar Su Propia compleción. 6Su quietud se convierte en tu certeza. 7¿Y dónde está la duda una vez que la certeza ha llegado?







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