DESPERTAR AL AMOR

sábado, 26 de octubre de 2019

26 OCTUBRE: La santidad eterna mora en mí

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AUDIOLIBRO



EJERCICIOS  

LECCIÓN 299


La santidad eterna mora en mí


1. Mi santidad está mucho más allá de mi propia capacidad de comprender o saber lo que es. 2No obstante, Dios, mi Padre, Quien la creó, reconoce que mi santidad es la Suya. 3Nuestra Voluntad conjunta comprende lo que es. 4Y nuestra Voluntad conjunta sabe que así es.

2. Padre, mi santidad no procede de mí. 2No es mía para dejar que el pecado la destruya. 3No es mía para dejar que sea el blanco del ataque. 4Las ilusiones pueden ocultarla, pero no pueden extinguir su fulgor ni atenuar su luz. 5Se yergue por siempre perfecta e intacta. 6En ella todas las cosas sanan, pues siguen siendo tal como Tú las creaste. 7Y puedo conocer mi santidad, 8pues fui creado por la. Santidad Misma, y puedo conocer mi Fuente porque Tu Voluntad es que se Te conozca.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Éste es el tipo de lección que siempre me hace darme cuenta de mi mente dividida. Una parte está suspirando, llena de felicidad: “¡Ah! Qué maravilloso saber que la creación de Dios permanece intacta en mí” La otra parte está mirando a mi alrededor y por encima del hombro mientras dice: “¿Te refieres a mí?”

A veces, Padre, puedo aceptar la idea de que hay santidad en mí. Quiero aceptarlo más a menudo y más profundamente. Quiero saber que santidad es todo lo que yo soy. Puedo relacionarlo con la primera frase: “Mi santidad está mucho más allá de mi propia capacidad de comprender o saber lo que es” (1:1). Por lo menos la parte “mucho más allá de mi propia capacidad”. Pero hay una parte de mí que sabe que la santidad está aquí, quizá no conocida, quizá no entendida, pero todavía… aquí.

Cuando soy consciente de mi unión con Dios, cuando permito que esa comprensión entre en mi consciencia, entonces, junto con Él, sé que es así, que la santidad eterna mora en mí.

El Curso insiste en este punto, repitiéndolo con tanta frecuencia que tengo que darme cuenta de que hay una enorme resistencia a aceptarlo:

… mi santidad no procede de mí. No es mía para dejar que el pecado la destruya. No es mía para dejar que sea el blanco del ataque. Las ilusiones pueden ocultarla, pero no pueden extinguir su fulgor ni atenuar su luz. (2:1-4)

Puedo cambiar mi comportamiento, puedo tener alucinaciones y creer que he cambiado mi naturaleza original, pero en realidad no puedo cambiar lo que soy, no puedo cambiar mi Ser creado por Dios. Mi ataque a mí mismo no ha tenido efectos y nunca los tendrá. Sigo siendo tal como Dios me creó: el santo Hijo de Dios Mismo. Todo lo que parece decir otra cosa es sólo una ilusión, una invención de mi mente, luchando desesperadamente por mantener su identificación con el ego. La culpa es esa invención. Nadie que es santo puede ser culpable, por lo tanto, si soy culpable, no puedo ser santo. Así es como la mente del ego intenta demostrarme su realidad.

Hoy afirmo que mi santidad no procede de mí (2:1). Yo no creé mi santidad ni puedo hacerlo, y mucho menos cambiarla. Dios quiere que la conozca y así será conocida. Dejo a un lado mi incredulidad. Dejo que el pensamiento se aloje en mi mente:

“La santidad eterna mora en mí”.


¿Qué es el mundo real? (Parte 9)

L.pII.8.5:1-2

Cuando el tiempo ha servido al propósito del Espíritu Santo, Él ya no lo necesita. Pero es decisión nuestra a qué propósito sirve el tiempo. Dos secciones del Texto tratan de los dos usos del tiempo: el Capítulo 13, Sección IV, “La Función del Tiempo”, y el Capítulo 15, Sección I, “Los Dos Usos del Tiempo”. Estas secciones nos dicen que podemos usar el tiempo para el ego o para el Espíritu Santo. El ego utiliza el tiempo para perpetuarse a sí mismo, buscando nuestra muerte. Ve la destrucción como el propósito del tiempo. El Espíritu Santo ve la sanación como el propósito del tiempo.

El ego, al igual que el Espíritu Santo, se vale del tiempo para convencerte de la inevitabilidad del objetivo y del final del aprendizaje. Él objetivo del ego es la muerte, que es su propio fin. Mas el objetivo del Espíritu Santo es la vida, la cual no tiene fin. (T.15.I.2:7-9)

Se nos pide: “Empieza a usar el tiempo tal como lo hace el Espíritu Santo: como un instrumento de enseñanza para alcanzar paz y felicidad” (T.15.I.9:4). Y lo hacemos al practicar el instante santo. “El tiempo es tu amigo si lo pones a la disposición del Espíritu Santo” (T.15.I.15:1). Hay necesidad del tiempo mientras estamos aprendiendo todavía a usarlo sólo para Sus propósitos, vivir el momento presente, abandonando el pasado y el futuro, y buscar la paz dentro del instante santo.

Todos los días deberían consagrarse a los milagros. El propósito del tiempo es que aprendas a usarlo de forma constructiva. El tiempo es, por lo tanto, un recurso de enseñanza y un medio para alcanzar un fin. El tiempo cesará cuando ya no sea útil para facilitar el aprendizaje. (T.1.I.15)

“Ahora espera un sólo instante más para que Dios dé el paso final” (5:2). Ese “ahora” se refiere al momento en que el tiempo ha servido a su propósito. No queda nada más por hacer, nada que Él tenga que enseñarnos, nada que nosotros tengamos que aprender o hacer, excepto “esperar un sólo instante más para que Dios dé el paso final”. El tiempo continúa un instante más permitiéndonos apreciar el mundo real, y luego el tiempo y la percepción desaparecen. Este “paso final” es algo que se menciona a menudo en el Curso, “paso final” o “último paso” aparece 29 veces. (Ver por ejemplo en el Texto, el Capítulo 6.(V).5 , y el Capítulo 7, Sección I). Representa el cambio de la percepción (dualidad) al conocimiento (unidad), salir del mundo y entrar en el Cielo, salir del cuerpo y entrar en el espíritu. Está muy claro que esto es cosa de Dios, nosotros no tenemos nada que ver con ello. Nuestra única parte es prepararnos para ello, limpiando nuestra percepción hasta que toda ella se convierta en “percepción verdadera”, sin miedo. O como dice en la cita mencionada arriba: “Todos los días deberían consagrarse a los milagros”. Para eso es el tiempo.






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