EJERCICIOS
Ahora somos uno con Aquel que es nuestra Fuente.
Instrucciones para la práctica
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Promesas inmensas vienen con la práctica de la lección de hoy, si la hacemos con fe (4:5), si practicamos “con fervor” (9:5). Así que traigamos cada pizca de buena voluntad a esta práctica de hoy.
Empieza llevando a cabo un proceso de renunciar “a todas las cosas que crees desear” (8:1). Haz una lista de todas las cosas a las que tu ego se aferra, y con cada una durante este periodo de práctica, estate dispuesto a considerar que no tiene valor real. Puedes imaginarte que estás dentro de la habitación de tu mente, una habitación abarrotada con todos los “frívolos tesoros” (8:2) a los que estás aferrado. Uno a uno, elimina esos “tesoros” sin valor de esta habitación.
Ahora tienes una habitación limpia y abierta, preparada para recibir el tesoro real de Cristo, “el tesoro de la salvación” (8:2). Deja que esta habitación se llene con “una paz ancestral que llevas en tu corazón y que no has perdido” (4:2). Deja que se inunde de “una sensación de santidad que el pensamiento de pecado jamás ha mancillado” (4:3). Escucha a tu Padre llamándote, y luego escucha al Cristo en ti responderle por ti. Pero sobre todo, intenta dejar que venga la visión de Cristo. Abre las cortinas de esta habitación, deja que entre la luz. A través de estas ventanas abiertas, ahora puedes “ver el mundo renovado, radiante de inocencia, lleno de esperanza” (L.189.1:7).
Ahora la habitación de tu mente se ha convertido en Su almacén de tesoros, llena del oro y la plata de Sus milagros. Ahora, mires donde mires, tus ojos reparten estos milagros, mientras bendices lo que ves con tu amorosa mirada. Sal a tus actividades del día sabiendo que éste es tu trabajo, sanar a todo el mundo que ves mirándoles con “Su visión redentora” (7:6).
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Repite la idea como un modo de entrar al almacén de tesoros de tu mente y de sentir tu unidad con Dios. Luego dale gracias por los tesoros que te ha ofrecido en la hora anterior. Y pregúntale lo que Él quiere que tú hagas en esta siguiente hora.
Comentario
A cualquiera que ha hecho las lecciones del Libro de Ejercicios hasta este punto, está claro que las últimas lecciones están alcanzando un nuevo nivel. Se le da una importancia constante a lo que el Curso llama el instante santo, aunque muchas de las lecciones no usan estas palabras. Pero cuando una lección, como ésta, habla de “en este mismo instante, ahora mismo” como el momento en el que “contemplar lo que se encuentra ahí eternamente” (1:3), o del tiempo que dedicamos a pasar en quietud “con Él, más allá del mundo” (3:2), está claramente indicando los momentos en que entramos en el instante santo, un momento de eternidad dentro del tiempo.
La práctica que se nos pide (desde la Lección 153), día tras día, es reservar momentos de no menos de cinco minutos, y hasta media hora o más, por la mañana y por la noche, a trabajar nuestra visión y escucha espirituales. Se nos pide escuchar “el himno del Cielo” (1:6) que está sonando continuamente más allá de los sonidos de este mundo. Esta “melodía procedente de mucho más allá del mundo” (2:3) es la canción del amor, la llamada de nuestros corazones a Él, y la Suya a nosotros.
Estos momentos son periodos en los que nos olvidamos de todos nuestros aparentes pecados y dejamos de recordar todos nuestros pesares (3:3), y recordamos los regalos que Él nos da (3:4). Practicamos dejar a un lado las vistas y los sonidos del mundo que son testigos constantes para nosotros del mensaje de miedo del ego, y escuchamos la canción del Cielo. Nos aquietamos, acallamos nuestra mente, e intentamos ponernos en contacto con “un silencio que el mundo no puede perturbar” (4:1), la “paz ancestral que llevas en tu corazón y que no has perdido (4:2), y la “sensación de santidad que el pensamiento de pecado jamás ha mancillado” (4:3). Todo esto, como dice el primer párrafo: “se encuentra ahí eternamente, no ante nuestra vista sino ante los ojos de Cristo” (1:3). No lo estamos creando, no estamos haciendo que suceda, sino que estamos apartando todo lo que hay en nuestra mente que lo oculta de nuestra vista. “Ahora se hace visible lo que realmente está ahí, mientras que todas las sombras que parecían ocultarlo simplemente se sumergen en la nada” (5:2).
Esta práctica pone a nuestra mente en un estado en el que sentimos puro gozo. Gozo es la palabra que me viene a la mente para describir “lo que se siente” en el instante santo. Hay una sensación de satisfacción, una seguridad de que todo está bien, a pesar de toda la evidencia en contra. Hay una relajación pacífica dentro de la mente de Dios. De modo natural nuestra mente se extiende hacia fuera con amor a todo el mundo, desde este santo lugar, bendiciendo en lugar de juzgar.
Puede ser difícil para nosotros desde este momento entender completamente cómo esta práctica de quietud, algo que sucede completamente dentro de nuestra propia mente, puede “curar y salvar al mundo” (6:3). La lección afirma sin posibilidad de dudas que, por medio de esta práctica “podemos cambiar el mundo” (9:2). ¿Cómo puede ser así? Eso es así porque todas las mentes están unidas, y aunque podemos entender la idea, nuestra sensación de su realidad es muy débil. Eso es normal, el efecto sobre el mundo tiene lugar, nos demos cuenta de ello o no. Por el momento, podemos centrarnos en el beneficio personal: “Pero sin duda quieres esto: poder cambiar todo sufrimiento por dicha hoy mismo” (9:4).
Si te pareces a mí, la realidad e importancia de esta práctica aumenta lentamente. Hay muchos días que “dejamos pasar” sin tomarnos el tiempo de hacer el trabajo sobre nuestra mente que el Libro de Ejercicios pide. Los detalles de la vida, la presión de los negocios, las crisis diarias piden nuestra atención a gritos, alejándonos del trabajo interno, que es lo que pretenden. Se necesita una firme decisión de poner lo primero este “momento de quietud” con Dios, por encima de todas las demás cosas. Pero cuando lo hacemos, sucede algo sorprendente. Como dice la Lección 286: “Padre, ¡qué día tan sereno el de hoy! ¡Cuán armoniosamente cae todo en su sitio!” (L.286.1:1-2). Recuerdo, hace mucho, que leí lo que Martin Luther escribió una vez: “Tengo tantas cosas que hacer, que tengo que pasar tres horas en oración para prepararme a mí mismo para ello”. Había un hombre que entendía, dentro de su propia situación, que preparar su mente con Dios era lo más importante, y cuanta mayor presión por parte del mundo, más necesitaba ese momento de quietud en la Presencia de Dios.
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