EJERCICIOS
En Su Presencia he de estar ahora.
Instrucciones para la práctica
Propósito: Conducirnos a nuestra primera experiencia directa del Cielo. Éste es un día santo, un punto decisivo en el programa de estudios, el comienzo de un nuevo viaje. Hoy empezará tu ministerio. Tu único propósito ahora será llevar al mundo la visión que refleja lo que sientes hoy. Y se te dará poder para tocar a todos con esa visión.
Tiempo de quietud por la mañana/noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
- Acércate a esta práctica con un sentido de santidad, pues estás intentando pasar más allá del velo del mundo y entrar en el Cielo.
- Repite la idea (puedes repetirla una y otra vez), y déjala que te sumerja en ese profundo lugar de tu mente, el lugar de quietud y descanso.
- Luego espera allí “en tranquila expectación y en sereno gozo” (4:3), la experiencia que se te ha prometido. Confía en que tu Ser te llevará a donde necesitas ir. Él elevará tu mente a las más elevadas cimas de la percepción, a la más santa visión posible. Aquí, a “las puertas donde finaliza el aprendizaje” (2:3), te detendrás un momento, y luego atravesarás la entrada a la eternidad. Irás más allá de toda forma y por poco tiempo entrarás al Cielo.
Hoy se pretende que sea tu primera experiencia de lo que el Texto llama revelación: unión directa con Dios y con tu Ser. Si sucede (y la lección de mañana parece reconocer el hecho de que puede que no; ver L.158.11:1), no será la última. Tendrás esta experiencia cada vez más. Cada vez os acercará a ti y al mundo un poco más al día en el que esta experiencia será vuestra para toda la eternidad.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Repite la idea y pasa un momento de quietud con ella, buscando entrar en la Presencia de tu Ser. Luego da gracias a Dios por Sus regalos a ti en la hora anterior, y deja que Su Voz te diga lo que Él quiere que hagas en esta hora que viene a continuación.
Comentario
Experiencia y Visión
Hoy me gustaría compartir algunos pensamientos basados principalmente en la Lección 157, pero con algunas referencias a la Lección 158 también. Esta lección introduce una serie de lecciones planeadas para llevarnos al instante santo, que es un objetivo muy importante del Libro de Ejercicios. A partir de este momento, “cada lección, fielmente practicada, te lleva con mayor rapidez a este santo lugar” (3:3).
El Curso habla aquí de una experiencia y de una visión que es el resultado de esa experiencia. El instante santo contiene un instante de conocimiento -algo más allá de la percepción- del que regresamos con la Visión de Cristo en nuestra mente, que podemos ofrecer a todos.
La experiencia de la que aquí se habla es sencillamente entrar en la Presencia de Dios. Es “una manera de sentir distinta y una conciencia diferente” (1:4) en la que “aprender a sentir el júbilo de la vida” (1:6). Se le llama el instante santo. La Lección 157 lo llama “un atisbo del Cielo” (3:1) y un momento en el que se te deja con tu Ser. Es un instante en el que “el mundo se olvida calladamente y el Cielo se recuerda por un tiempo” (6:3). Por un momento abandonamos el tiempo y entramos en la eternidad (3:2). No es algo que nosotros hacemos; el Espíritu Santo, “el Dador de los sueños felices de la vida” y “el Traductor de la percepción a la verdad”, nos conducirá. (8:2).
La visión de la que se habla es el resultado de la experiencia. No es “una visión”, algo que se ve con los ojos del cuerpo, sino “la visión”, una manera de ver. No hablamos de un estado de trance, ni de algunas apariciones en nuestra mente de visiones místicas. Estamos hablando de una manera diferente de ver el mundo, un mecanismo diferente de vista, algo distinto a los sentidos físicos. La religión oriental habla del Tercer Ojo para indicar lo mismo.
Al experimentar el instante santo, hemos despertado una manera diferente de ver. Ese nuevo tipo de visión no desaparece cuando regresamos al mundo (7:1), por así decir. Es sólo una manera de hablar para decir que volvemos. Nunca nos marchamos. O quizá mejor, puesto que el Cielo es lo real y este mundo es la ilusión, nunca vinimos aquí en absoluto. Lo que “regresa” con nosotros, dentro del sueño, es el recuerdo de Dios y del Cielo, el recuerdo de lo que vimos en ese instante santo. Seguimos viendo atisbos de él más allá de la vista del mundo, viendo el “mundo real” más allá del mundo; y más allá del mundo real vemos el Cielo.
Cada (aparentemente separado) instante santo que sentimos, fortalece esta nueva visión, este mecanismo nuevo de ver. Éste es el propósito de las recomendaciones del Libro de Ejercicios para los periodos de meditación diarios por la mañana y por la noche; son sesiones de práctica, ejercicios para desarrollar nuestra nueva visión. Por supuesto, se espera que ejercitemos esta visión constantemente durante el día, para tener varios instantes santos a lo largo del día. Si comparamos esto con aprender un idioma, las sesiones de meditación son como los laboratorios de idiomas y los estudios de gramática. Los ejercicios concentrados del idioma no son un fin en sí mismos sino que están planeados para prepararnos y mejorar nuestras capacidades de hablar y entender cuando salimos fuera y realmente utilizamos el idioma. Del mismo modo, la meditación no es un fin en sí misma. Es un ejercicio para fortalecer nuestra visión espiritual, pero el propósito es salir a la vida diaria y empezar a utilizar esa nueva visión tan a menudo como sea posible.
La Lección 157 dice: “Una experiencia como ésta no se puede transmitir directamente. No obstante, deja en nuestros ojos una visión que podemos ofrecerles a todos” (6:2-3). No puedo darte un instante santo directamente. Puedo hablarte de él, pero tú tienes que hacer tu propio trabajo y tener la experiencia por ti mismo.
Lo que puedo darte u ofrecerte es la nueva visión, la nueva manera de ver el mundo. La visión que todos podemos enseñar, como maestros de Dios “en prácticas”, es la del perdón y el amor dentro del mundo. Puedo enseñarte que es posible ver lo invisible más allá de lo visible, ver la verdad duradera detrás de las nubes de duda, miedo y defensa. Puedo enseñarte a “no ver a nadie como un cuerpo y a saludar a todo el mundo como el Hijo de Dios que es reconociendo que es uno contigo en santidad” (L.158.8:3-4). Al verte sin culpa, te enseño que ver sin culpa es posible.
Y al estar dispuesto a practicar la visión, dispuesto a pedir que se te muestre una manera diferente de ver, llega la experiencia del instante santo.
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