DESPERTAR AL AMOR

miércoles, 18 de noviembre de 2020

18 NOVIEMBRE: Tan sólo puedo renunciar a lo que nunca fue real.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 322


Tan sólo puedo renunciar a lo que nunca fue real.


1. Lo único que sacrifico son las ilusiones, nada más. 2Y a medida que éstas desaparecen, descubro los regalos que trataban de ocul­tar, los cuales me aguardan en jubilosa espera, listos para entre­garme los ancestrales mensajes que me traen de Dios. 3En cada regalo Suyo que acepto yace Su recuerdo. 4Y cada sueño sirve únicamente para ocultar el Ser que es el único Hijo de Dios, el Ser que fue creado a Su Semejanza, el Santo Ser que aún mora en Él para siempre, tal como Él aún mora en mí.

2. Padre, para Ti cualquier sacrificio sigue siendo algo por siempre inconcebible. 2Por lo tanto, sólo en sueños puedo hacer sacrificios. 3Tal como Tú me creaste, no puedo renunciar a nada que Tú me hayas dado. 4Lo que Tú no has dado es irreal. 5¿Qué pérdida podría esperar sino la pérdida del miedo y el regreso del amor a mi mente?






Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No puedo renunciar a nada real: “Tal como Tú me creaste, no puedo renunciar a nada que Tú me hayas dado” (2:3). La idea de sacrificio no está en la Mente de Dios ni en el sistema de pensamiento del Curso. ¡Oh, se nos pide que renunciemos a cosas! El Curso incluso nos pide que renunciemos al mundo entero, pero “no con una actitud de sacrificio” (T.30.V.9:4-5). La cuestión de esta lección es muy simple. Es que nada a lo que yo puedo renunciar es real. “Lo único que sacrifico son las ilusiones, nada más” (1:1).

Recuerdo una ocasión en una relación en que yo quería casarme, y la señora en cuestión no quería, me sentí como si estuviese perdiendo y sacrificando algo al renunciar a mi sueño. Luego me di cuenta de que estaba renunciando a algo que nunca había tenido. Me trajo a la mente la conocida frase que dice: “Si amas algo, déjalo ir. Si te vuelve es que era tuyo. Si no te vuelve, es que nunca lo fue”. En aquella ocasión, pude renunciar a la ilusión, y al hacerlo, quedarme con la realidad de una relación profundamente amorosa que no estaba destinada a acabar en matrimonio, una relación que duró durante años y que me trajo más satisfacción que cualquier relación matrimonial que yo haya visto entre mis amigos.

Las ilusiones que tratamos de conservar nos están ocultando los verdaderos regalos de Dios. Por ejemplo, la idea de que podemos encontrar nuestra felicidad en una relación romántica es uno de los sustitutos del ego de la realidad de nuestra relación con Dios y con todos los seres vivos. Una relación íntima, amorosa, es algo maravilloso, pero puede ser un obstáculo para nuestra paz si hacemos de ella un ídolo, esperando que nos dé todo, o empeñándonos en que sabemos cómo tiene que ser para que nos agrade.

“Y a medida que éstas desaparecen, descubro los regalos que trataban de ocultar, los cuales me aguardan en jubilosa espera, listos para entregarme los ancestrales mensajes que me traen de Dios” (1:2). No sólo no perdemos nada al renunciar a las ilusiones, realmente ganamos la realidad de lo que las ilusiones estaban sustituyendo. ¡Ésta es una situación en la que sólo puedes ganar!

El miedo al sacrificio y a la pérdida es uno de los mayores obstáculos para nuestro progreso espiritual. Y mientras pensemos que podemos perder algo real, no podemos avanzar.

Si se interpreta esto como una renuncia a lo que es deseable, se generará un enorme conflicto. Son pocos los maestros de Dios que se escapan comple-tamente de esta zozobra. (M.4.I(A).5:2-3)

La idea de sacrificio nos hace imposible juzgar lo que hacemos o lo que no queremos. Por eso es tan importante que consultemos todas nuestras decisiones al Espíritu Santo. Y cuando lo hacemos, a veces nos parecerá que nos está pidiendo que sacrifiquemos algo que valoramos. De lo que no nos damos cuenta es de que el Espíritu Santo sólo nos está enseñando que realmente no queremos lo que pensamos que queremos, Él sólo está aclarando las intenciones de nuestra mente recta, que ya sabe que no tiene valor eso que intentamos conservar.

“Y cada sueño sirve únicamente para ocultar el Ser que es el único Hijo de Dios…” (1:4). El regalo detrás de cada sueño es el recuerdo de Quién realmente soy. El apego a los “regalos” del ego sólo sirve para disminuir mi consciencia de ese Ser. No estoy pidiendo demasiado, al contrario, estoy pidiendo demasiado poco. Estos regalos no son dignos de mi Ser. Lo que Dios no da, no es real (2:4). Así pues, abandonemos hoy todo pensamiento que espera alguna clase de pérdida y reconozcamos que, como Hijos de Dios, no podemos perder.

¿Qué pérdida podría esperar sino la pérdida del miedo y el regreso del amor a mi mente? (2:5)


¿Qué es la creación? (Parte 2)

L.pII.11.1:3-5

Jamás hubo tiempo alguno en el que todo lo que creó no existiese. Ni jamás habrá tiempo alguno en que nada que haya creado sufra merma alguna. (1:3-4)

Es muy difícil, si no imposible, que nuestra mente entienda algo que está fuera del tiempo. Podemos imaginarnos la idea, pero sentirla está más allá de nuestra mente que piensa únicamente en cosas relacionadas con el tiempo. Las creaciones del Amor están más allá del tiempo, siempre lo han estado, y siempre lo estarán. No hay un antes y un después del Amor y de Sus creaciones, es un eterno ahora.

Pensamos en la creación como traer a la existencia algo que antes no existía. Pero la idea del Curso acerca de la creación es algo que siempre está completo y que siempre existe ahora. Toda la creación siempre ha estado ahí, y siempre lo estará, y sin embargo la creación es continua. La creación es un aumento constante de Ser, nunca menos, nunca más, nunca viejo y siempre renovado. “Los Pensamientos de Dios han de ser por siempre y para siempre exactamente como siempre han sido y como son: inalterables con el paso del tiempo, así como después de que éste haya cesado” (1:5). Está diciendo, en otras palabras: “Soy tal como Dios me creó” (L.94, L.110, L.162). Tú y yo somos esas creaciones “inalterables con el paso del tiempo, así como después de que éste haya cesado”. No somos seres en construcción, con nuestra realidad en el futuro todavía; tampoco somos seres de corrupción con nuestra pureza desaparecida. Lo que somos ya es ahora, lo era antes del tiempo, y lo será cuando se acabe el tiempo. Lo que cambia no forma parte de mí. Vernos a nosotros mismos como creaciones de Dios es liberarnos a nosotros mismos de la tiranía del tiempo.

Tú y yo somos esas creaciones de Dios “inalterables con el paso del tiempo, así como después de que éste haya cesado”


Padre, busco la paz que Tú me diste al crearme. Lo que se me dio entonces tiene que encontrarse aquí ahora, pues mi creación fue algo aparte del tiempo y aún sigue siendo inmune a todo cambio. La paz en la que Tu Hijo nació en Tu Mente aún resplandece allí sin haber cambiado. Soy tal como Tú me creaste. (L.230.2:1-4)




TEXTO

 

IV. La unión mayor



1. Aceptar la Expiación para ti mismo significa no prestar apoyo a los sueños de enfermedad y muerte de nadie. 2Significa que no compartes con ningún individuo su deseo de estar separado ni dejas que vuelque sus ilusiones contra sí mismo. 3Tampoco deseas que éstas se vuelquen contra ti. 4De este modo, no tienen ningún efecto. 5te liberas de los sueños de dolor porque permites que él se libere de ellos. 6A menos que lo ayudes, sufrirás con él, ya que ése es tu deseo. 7Y te convertirás en un protagonista en su sueño de dolor, tal como él lo es en el tuyo. 8De este modo, los dos os convertís en ilusiones sin ninguna identidad. 9Tú puedes ser cual­quier persona o cualquier cosa, según de quién sea el sueño de maldad que compartas. 10Pero de una cosa puedes estar seguro: que eres perverso, pues compartes sueños de miedo.

2. Hay un modo de encontrar certeza aquí y ahora. 2Niégate a ser parte de ningún sueño de miedo, sea cual sea su forma, pues si lo haces perderás tu identidad en ellos. 3La manera de encontrarte a ti mismo es negándote a aceptar tales sueños como tu causa, o como que tienen efectos en ti. 4Tú no tienes nada que ver con ellos, pero sí con aquel que los sueña. 5De esta manera, separas al soñador del sueño, al unirte a uno y abandonar el otro. 6El sueño no es más que una ilusión de la mente. 7Y a ésta te puedes unir, pero jamás al sueño. 8Es del sueño de lo que tienes miedo, no de la mente. 9Sin embargo, los ves como si fuesen lo mismo porque crees que tú no eres más que un sueño. 10Y no sabes lo que es real acerca de ti o lo que es ilusorio, ni puedes distinguir entre lo uno y lo otro.

3. Al igual que tú, tu hermano cree que él es un sueño. 2No com­partas con él su ilusión acerca de sí mismo, pues tu identidad depende de su realidad. 3Piensa en él más bien como una mente en la que todavía persisten las ilusiones, pero con la que tienes una relación fraternal. 4Lo que él sueña no es lo que lo convierte en tu hermano, ni tampoco su cuerpo, el "héroe" del sueño, es tu hermano. 5Su realidad es lo que es tu hermano, de la misma manera en que tu realidad es lo que es hermano suyo. 6Tu mente y la suya están unidas en hermandad. 7Su cuerpo y sus sueños tan sólo aparentan abrir una diminuta brecha en la que tus sue­ños se han unido a los suyos.

4. Entre vuestras mentes, sin embargo, no hay ninguna brecha. 2Unirte a sus sueños significa que no te unes a él, pues sus sueños lo separan de ti. 3Libéralo, por lo tanto, proclamando sencilla­mente tu hermandad con él y no con sueños de miedo. 4Ayúdale a que reconozca quién es, negándote a apoyar sus ilusiones con tu fe, pues si lo haces, no podrás sino tener fe en las tuyas. 5al tener fe en las tuyas, él no podrá liberarse y tú quedarás atrapado en sus sueños. 6Y sueños de terror vendrán a rondar la diminuta brecha, la cual está poblada únicamente por las ilusiones que habéis apoyado en la mente del otro.

5. Ten absoluta certeza de que si tú haces lo que te corresponde hacer, él hará lo que le corresponda hacer a él, pues se unirá a ti allí donde tú estés. 2No lo invites a unirse a ti en la brecha que hay entre vosotros, pues si lo haces, creerás que ésa es tu realidad así como la suya. 3Tú no puedes llevar a cabo su papel por él, mas esto es precisamente lo que haces cuando te vuelves una figura pasiva en sus sueños, en vez del soñador de los tuyos. 4Tener una identidad carece de significado en los sueños porque el soñador y el sueño son lo mismo. 5El que comparte un sueño no puede sino ser el sueño que comparte porque el acto de compartir es lo que produce la causa.

6. Como consecuencia de compartir confusión estás confundido, pues en la brecha no existe un yo estable. 2Lo que es lo mismo parece diferente porque lo que es lo mismo aparenta ser algo distinto. 3Los sueños de tu hermano son los tuyos porque tú per­mites que lo sean. 4Mas si lo librases de tus sueños, él se liberaría de ellos, así como de los suyos. 5Tus sueños dan testimonio de los suyos y, los suyos, de la verdad de los tuyos. 6No obstante, si vieses que no hay verdad en los tuyos, sus sueños desaparecerían y él comprendería qué fue lo que dio origen al sueño.

7. El Espíritu Santo mora en vuestras dos mentes, y Él es Uno porque no hay brecha que pueda dividir Su Unicidad*2La bre­cha que separa vuestros cuerpos es irrelevante, pues lo que está unido en Él es siempre uno. 3Nadie puede estar enfermo si alguien acepta su unión con él. 4Su deseo de ser una mente enferma y separada no puede seguir vigente sin un testigo o una causa. 5tanto el testigo como la causa desaparecen si alguien decide unirse a él. 6En su sueño él estaba separado de su her­mano, quien, al no compartir su sueño con él, ha eliminado el espacio que había entre ellos. 7Y el Padre viene a unirse con Su Hijo, a quien el Espíritu Santo se unió.

8. La función del Espíritu Santo es tomar la imagen fragmentada del Hijo de Dios y poner cada fragmento nuevamente en su lugar. 2Él muestra esta santa imagen, completamente sanada, a cada fragmento separado que piensa que en sí es una imagen completa. 3A cada uno de ellos Él le ofrece su Identidad, que la imagen en su totalidad representa, en vez de la fragmentada y diminuta porción que él insistía que era él mismo. 4Mas cuando él vea esta imagen, se reconocerá a sí mismo. 5Si tú no compartes con tu hermano su sueño de maldad, ésa es la imagen con la que el milagro llenará la diminuta brecha, la cual quedará así libre de todas las semillas de enfermedad y de pecado. 6Y ahí el Padre recibirá a Su Hijo porque Su Hijo ha sido misericordioso consigo mismo.

9. Te doy las gracias, Padre, sabiendo que Tú vendrás a salvar cada diminuta brecha que hay entre los fragmentos separados de Tu santo Hijo. 2Tu santidad, absoluta y perfecta, mora en cada uno de ellos. 3Y están unidos porque lo que mora en uno solo de ellos, mora en todos ellos. 4¡Cuán sagrado es el más diminuto grano de arena, cuando se reconoce que forma parte de la ima­gen total del Hijo de Dios. 5Las formas que los diferentes frag­mentos parecen adoptar no significan nada, 6pues el todo reside en cada uno de ellos. 7Y cada aspecto del Hijo de Dios es exacta­mente igual a todos los demás.


10. No te unas a los sueños de tu hermano, sino a él, y ahí donde te unes a Su Hijo, ahí está el Padre. 2¿Quién iría en busca de sustitu­tos si se diese cuenta de que no ha perdido nada? 3¿Quién querría disfrutar de los "beneficios" de la enfermedad cuando ha recibido la simple bendición de la salud? 4Lo que Dios ha dado no puede suponer pérdida alguna, y lo que no procede de Él no tiene efec­tos. 5¿Qué podrías percibir, entonces, en la brecha? 6Las semillas de la enfermedad proceden de la creencia de que es posible encontrar felicidad en la separación y de que renunciar a ella sería un sacrificio. 7Mas los milagros son el resultado de no seguir tratando de ver en la brecha lo que no se encuentra en ella. 8Lo único que requiere el Sanador del Hijo de Dios es que estés dispuesto a abandonar todas las ilusiones. 9Él sembrará los milagros de cura­ción allí donde antes se encontraban las semillas de la enferme­dad. 10Y no habrá pérdidas de ninguna clase, sino sólo ganancias.


















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