DESPERTAR AL AMOR

sábado, 28 de noviembre de 2020

28 NOVIEMBRE: El miedo aprisiona al mundo. El perdón lo libera.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 332


El miedo aprisiona al mundo. El perdón lo libera.


1. El ego forja ilusiones. 2La verdad desvanece sus sueños malva­dos con el brillo de su fulgor. 3La verdad nunca ataca. 4Sencilla­mente es. 5Y por medio de su presencia se retira a la mente de las fantasías, y así ésta despierta a lo real. 6El perdón invita a esta presencia a que entre, y a que ocupe el lugar que le corresponde en la mente. 7Sin el perdón, la mente se encuentra encadenada, creyendo en su propia futilidad. 8Mas con el perdón, la luz brilla a través del sueño de tinieblas, ofreciéndole esperanzas y propor­cionándole los medios para que tome conciencia de la libertad que es su herencia.

2. Hoy no queremos volver a aprisionar al mundo. 2El miedo lo man­tiene aprisionado. 3Mas Tu Amor nos ha proporcionado los medios para liberarlo. 4Padre, queremos liberarlo ahora. 5Pues cuando ofrecemos libertad se nos concede a nosotros. 6Y no queremos seguir presos cuando Tú nos ofreces la libertad.





Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El miedo y la falta de perdón están estrechamente relacionados. Según el Curso, nuestro miedo está basado en nuestra culpa. Nuestro miedo primario es al castigo porque creemos que hemos obrado mal. Nuestra creencia de que hemos pecado produce culpa, y esa culpa produce miedo. El miedo nos “aprisiona”. Es una emoción que paraliza. El perdón, que elimina la culpa, nos libera.

La creencia en el pecado es la ilusión en la que se basa el ego. Todo lo que el ego hace es ilusorio (1:1), y no real. La verdad, con su sola presencia, hace desaparecer las ilusiones del ego (1:2-5). Si existe la ilusión de un muro en frente de nosotros, conocer la verdad (en este caso, que no existe tal muro), nos permite “atravesar” el muro. No hay necesidad de destruir el muro derribándolo, simplemente lo hacemos desaparecer con la verdad.

La verdad acerca de nosotros es que somos inocentes. El perdón no destruye el pecado y la culpa. No tiene que hacerlo. Simplemente los hace desaparecer con la verdad. El perdón invita a la verdad a que entre en la mente “y a que ocupe el lugar que le corresponde en la mente” (1:6).

“Sin el perdón, la mente se encuentra encadenada, creyendo en su propia futilidad” (1:7). Cuando estoy afianzado en mi propia culpa, mi mente parece que no puede nada, incapaz de lograr nada en absoluto. No puedo creer en mi propio poder porque creo en mi debilidad. El poder que Dios me dio en mi creación parece que no existe. Parezco frágil, arrastrado por circunstancias que están más allá de mi control.

Cuando practico el perdón, me doy cuenta más rápidamente de la libertad y del poder de mi mente. Cuando me doy cuenta de que la imagen de pecado que estoy viendo en mi hermano es mi propia invención y que puedo elegir verle de manera diferente (que esto está dentro de mi poder, y que no depende de nada fuera de mí) estoy reclamando mi herencia como Hijo de Dios. Con mi perdón libero al mundo de culpa. ¡Tengo el poder de perdonar pecados! Tengo el poder de liberar al mundo de sus cadenas, y ese poder es el poder del perdón.

¿Qué es el ego? (Parte 2)

L.pII.12.1:3

El ego es la "prueba" de que la fuerza es débil y el amor temible, la vida en realidad es la muerte y sólo lo que se opone a Dios es verdad. (1:3)

Para encontrar su ilusoria independencia, el ego niega a Dios y todo lo relacionado con Dios. La fuerza de la inocencia, la ternura y el amor se consideran “débiles” y se evitan. En cambio, el ataque se considera fuerte. “Valerte por ti mismo” y ser “independiente” se consideran madurez y fuerza, mientras que la unión con otros y la dependencia de Dios se consideran debilidad. La imagen de un ego poderoso es la de un individuo solitario gritando desafiante a todo el universo. El ego no puede ver ni entender que este ser solitario, limitado y separado es el símbolo de la debilidad.

Al hablar de esta elección que hemos hecho (una elección que sólo podemos lograr en sueños, nunca en la realidad), el Curso dice:

Aquí el Hijo de Dios no pide mucho, sino demasiado poco, pues está dispuesto a sacrificar la identidad que comparte con todo, a cambio de su propio miserable tesoro. (T.26.VII.11:7-8)

Aprender a escuchar la Voz de Dios, en lugar de la del ego, significa mucho más que escuchar al pequeño ángel en nuestro hombro derecho en lugar del demonio en el izquierdo. Esa idea deja al “yo” que escucha tal como está, sigue siendo la misma identidad: un ser separado. Escuchar la Voz de Dios, en lugar de la del ego, significa abandonar completamente mi “propio miserable tesoro”, que es la idea que tengo de lo que soy como algo separado de Dios, y en lugar de ello afirmar mi “identidad que comparto con todo” (T.26.VII.11:8).

Estaba equivocado cuando pensaba que vivía separado de Dios, que era una entidad aparte que se movía por su cuenta, desvinculada y encasillada en un cuerpo. Ahora sé que mi vida es la de Dios, que no tengo otro hogar y que no existo aparte de Él. Él no tiene Pensamientos que no sean parte de mí, y yo no tengo ningún pensamiento que no sea de Él. (L.223.1:1-3)















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