DESPERTAR AL AMOR

jueves, 5 de noviembre de 2020

5 NOVIEMBRE: Hoy no tendré miedo de mirar dentro de mí.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 309


Hoy no tendré miedo de mirar dentro de mí.


1. Dentro de mí se encuentra la Eterna Inocencia, pues es la Voluntad de Dios que esté allí para siempre. 2Y yo, Su Hijo, cuya voluntad es tan ilimitada como la Suya, no puedo disponer que ello sea diferente. 3Pues negar la Voluntad de mi Padre es negar la mía propia. 4Mirar dentro de mí no es sino encontrar mi volun­tad tal como Dios la creó, y como es. 5Tengo miedo de mirar dentro de mí porque creo que forjé otra voluntad que aunque no es verdad hice que fuese real. 6Mas no tiene efectos. 7Dentro de mí se encuentra la santidad de Dios. 8Dentro de mí se encuentra el recuerdo de Él.

2. El paso que he de dar hoy, Padre mío, es lo que me liberará por completo de los vanos sueños del pecado. 2Tu altar se alza sereno e incó­lume. 3Es el santo altar a mi propio Ser y es allí donde encuentro mi verdadera Identidad.







Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

A veces sospecho de mis propios motivos. Soy tan consciente de que en el pasado he hecho un trabajo increíble para esconderme mis propios pensamientos y sentimientos a mí mismo, que incluso cuando no soy consciente de que haya “basura” de por medio, cuando mis motivos parecen puros en la superficie, me pregunto qué está acechando debajo de la piedra, y dudo acerca de mirar.

Por ejemplo, en el pasado me he distanciado de una buena amiga, mientras que me convencía a mí mismo de que era ella la que se estaba distanciando de mí. Me costó tres horas de intensa discusión (no puedo darle un nombre mejor) llegar a ponerme en contacto con mi propio miedo e ira, que estaban causando que la apartase de mí. Negué con todas mis fuerzas que era eso lo que estaba haciendo, afirmé que deseaba una mayor cercanía y que ella no respondía.

Cuando conoces los engaños del ego, parece difícil confiar en ti mismo. Siempre me parece que puede haber algo malvado en mi mente que de algún modo he estado escondiendo por medio de la negación y la disociación.

Así que, ¿cómo no voy a tener miedo de mirar dentro de mí? Si lo hago, ¿qué cosa horrible y asquerosa descubriré esta vez?

“Tengo miedo de mirar dentro de mí porque creo que forjé otra voluntad que aunque no es verdad hice que fuese real” (1:5). Si miro dentro de mí, a menudo las primeras cosas que veré son cosas feas y asquerosas, “otra voluntad que no es verdad”. Las veré pero la buena noticia es que no son reales. No logré hacer que esa otra voluntad fuera real. Todo lo que conseguí hacer fueron ilusiones. La fealdad es una pantalla de humo, una máscara, una fachada que el ego ha levantado encima de la eterna inocencia de mi mente. Si miro a esos pensamientos con el Espíritu Santo, descubriré que no son tan horribles como temía. Él los cambiará en la verdad para mí, Él me ayudará a ver en ellos la petición de amor, la afirmación inconsciente del amor que ha estado enterrado debajo de ellos, el reflejo deformado de la inocencia que nunca he perdido.

Por ejemplo, en el caso que he mencionado antes, estaba alejando a mi amiga, distanciándome de ella. ¿Por qué? Porque tenía miedo de perder su amor. Porque temía que no me encontrara digno de su tiempo y de su compañía, y no le iba a dar la oportunidad de que demostrase que mis miedos eran ciertos. Me apartaría antes de que ella me rechazase, la castigaría por su (imaginada) traición de alejarme de ella. Estaba equivocado tanto en mi evaluación de mí mismo como en mi valoración de su evaluación de mí. Y el Curso me lo demostró muy claramente aquella noche. Ella se enfadó conmigo. Se puso furiosa, se levantó y se fue a pasear fuera del restaurante, diciendo que no quería saber nada más de mí porque yo estaba tan tercamente metido en la negación que ella no podía hacer nada al respecto.

No fue hasta que sucedió un milagro que se resolvió el punto sin salida. De repente, mi percepción de ella cambió. Vi su ira como lo que realmente era: una petición de amor. Estaba furiosa conmigo porque le estaba negando mi amor, y sufría con el pensamiento de perderlo. En mi interpretación su ira ya no era un ataque, era un grito de ayuda. Era su amor por mí, intentado de manera equivoca encontrar lo que quería de mí a través de la ira y el ataque. Y cuando la perdoné, vi lo mismo en mí. En aquel momento ya no tenía miedo de mirar dentro de mí. Vi los retorcidos motivos que me habían estado dirigiendo. Vi mi miedo. Vi mi frío distanciamiento. Y detrás de todo ello, vi mi amor y mi inocencia esperando encontrarse con los suyos.

No tenemos nunca que tener miedo de mirar dentro de nosotros mismos. Todo lo que existe es “mi voluntad tal como Dios la creó, y como es” (1:4). Lo que inventé, todos esos horribles pensamientos del ego, no han tenido ningún efecto en absoluto. No hay razón para tener miedo de ellos, no significan nada. Puedo mirarlos con el Espíritu Santo a mi lado, y reírme, puedo decir: “¡Qué tontería! Estos pensamientos no significan nada”. Debajo de todo eso está la mente asustada, sufriendo por lo que piensa que ha hecho. Y más allá, en lo más profundo está la santidad de Dios, el recuerdo de Dios. Esta mente caritativa, esta mente amable y dulce, tan enorme, receptiva y bondadosa, que todo lo abarca: esto es mi verdadera Identidad. Esto es Quien yo soy.


¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 9)

L.pII.9.5:1-4

¿Qué tenemos que hacer acerca del Segundo Advenimiento?

1. Ruega por él (5:1)

Ruega que tenga lugar pronto. Deséalo, anhélalo, estate serenamente impaciente por su llegada.

2. Entregarnos a él completamente

Pues necesita tus ojos, tus oídos, tus manos y tus pies. Necesita tu voz. Pero sobre todo, necesita tu buena voluntad. (5:2-4)

Nosotros somos los medios por los que vendrá el Segundo Advenimiento. Ofrezcamos nuestros ojos para ver amor por todas partes, y no para encontrar defectos y culpa. Ofrezcamos nuestros oídos para oír sólo la Voz que habla por Dios y responder a cada petición de amor a nuestro alrededor. Ofrezcamos nuestras manos para tomar las manos de aquellos que están a nuestro lado y llevarlos al hogar. Ofrezcamos nuestros pies para acudir a aquellos que están necesitados, y darles nuestra voz para que hable las palabras de sanación, de perdón y de liberación. Y sobre todo, ofrezcamos nuestra buena voluntad para unirnos en la gran cruzada de corregir el loco error del pecado y la culpa dondequiera que la encontremos.

En otras palabras, somos nosotros los que Le traeremos de vuelta. En realidad, nunca se fue, el regreso es un regreso a nuestra consciencia, el regreso del recuerdo de nuestra Identidad. El trabajo que hago conmigo mismo es el modo más poderoso de invitar al Segundo Advenimiento. El modo en que afirmo la identidad de mis hermanos conmigo y con Cristo, a través del perdón, a través de la verdadera percepción, así es como llega el Segundo Advenimiento.

Cada uno de nosotros tiene una parte importantísima en esto. “Mi papel en el plan de salvación de Dios es esencial” (L.100). El pequeño cambio que se produce en tu mente cuando practicas el Curso cada día, el aparentemente insignificante cambio mental que te permite perdonar a la persona que te corta el tráfico o al amigo o pariente que actúa de manera no amorosa, cada pequeño acto de bondad, cada vez que eliges ver una petición de amor en lugar de un ataque, contribuye al despertar de esta Gran Mente, el Único Ser que somos. No eres tú solo el que está despertando, es el Cristo. Él está regresando de nuevo. Él está regresando de nuevo en ti.

Y a medida que te dejas curar, te das cuenta de que junto contigo se curan todos los que te rodean, los que te vienen a la mente, aquellos que están en contacto contigo y los que parecen no estarlo. Tal vez no los reconozcas a todos, ni comprendas cuán grande es la ofrenda que le haces al mundo cuando permites que la curación venga a ti. Mas nunca te curas solo. Legiones y legiones de hermanos recibirán el regalo que tú recibes cuando te curas. (L.137.10:1-4)

El Espíritu Santo se regocijará de tomar cinco minutos de cada hora de tu tiempo para llevarlos alrededor de este mundo afligido donde el dolor y la congoja parecen reinar. No pasará por alto ni una sola mente receptiva que esté dispuesta a aceptar los dones de curación que esos minutos brindan, y los concederá allí donde Él sabe que han de ser bien recibidos. Y su poder sanador aumentará cada vez que alguien los acepte como sus propios pensamientos y los use para curar.

De esta manera, cada ofrenda que se le haga se multiplicará miles de veces y decenas de miles más. Y cuando te sea devuelta, sobrepasará en poderío la pequeña ofrenda que hiciste, en forma parecida a como el resplandor del sol es infinitamente más potente que el pequeño destello que emite la luciérnaga en un fugaz instante antes de apagarse. El constante fulgor de esta luz permanecerá y te guiará más allá de las tinieblas; y jamás podrás olvidar el camino otra vez. (L.97.5-6)


Eso es lo que está sucediendo hoy. A lo largo de los siglos, sólo unos pocos han recordado. Su luz ha brillado y, aparentemente, en muchos casos se ha apagado. Pero en realidad, nunca se ha apagado. Cada destello de luz ha iluminado cada mente del mundo, la ha cambiado y acercado un poco más a la Verdad, hasta hoy, en nuestra vida podemos ver los comienzos de un “resplandor constante”, una luz que es demasiado brillante como para quedarnos en la oscuridad de nuevo. Estamos viendo el efecto bola de nieve de la iluminación. La bola de nieve se ha hecho demasiado grande para ignorarla. Victor Hugo dijo: “Nada es tan poderoso como una idea a la que le ha llegado su hora”, y la hora de esta idea ya ha llegado. Está aquí, y nosotros somos parte de ella.






TEXTO

 

IV. La callada respuesta


1. En la quietud todas las cosas reciben respuesta y todo pro­blema queda resuelto serenamente. 2Pero en medio del conflicto no puede haber respuesta ni se puede resolver nada, pues su propósito es asegurarse de que no haya solución y de que nin­guna respuesta sea simple. 3Ningún problema puede resolverse dentro del conflicto, pues se le ve de diferentes maneras. 4Y lo que sería una solución desde un punto de vista, no lo es desde otro. 5Tú estás en conflicto. 6Por lo tanto, es evidente que no pue­des resolver nada en absoluto, pues los efectos del conflicto no son parciales. 7No obstante, si Dios dio una solución, de alguna manera tus problemas tienen que haberse resuelto, pues lo que Su Voluntad dispone ya se ha realizado.

2. Por eso es por lo que el tiempo no tiene nada que ver con la solución de ningún problema, ya que cualquiera de ellos puede ser resuelto ahora mismo. 2Y por eso es también por lo que, en tu estado mental, ninguna solución es posible. 3Dios tiene que haberte dado, por lo tanto, una manera de alcanzar otro estado mental en el que se encuentra la solución. 4Tal es el instante santo. 5Ahí es donde debes llevar y dejar todos tus problemas. 6Ahí es donde les corresponde estar, pues ahí se encuentra su solución. 7Y si su solución se encuentra ahí, el problema tiene que ser sim­ple y fácil de resolver. 8No tiene objeto tratar de resolver un problema donde es imposible que se encuentre su solución. 9Mas es igualmente seguro que se resolverá si se lleva donde se encuentra la solución.

3. No intentes resolver ningún problema excepto desde de la seguridad del instante santo. 2Pues ahí el problema sí tiene solu­ción y queda resuelto. 3Fuera de él no habrá solución, pues fuera de él no puede hallarse respuesta alguna. 4No hay lugar fuera de él donde jamás se pueda plantear una sola pregunta sencilla. 5El mundo sólo puede hacer preguntas que se componen de dos par­tes. 6Una pregunta con muchas respuestas no tiene respuesta. 7Ninguna de ellas sería válida. 8El mundo no hace preguntas con la intención de que sean contestadas, sino sólo para reiterar su propio punto de vista.

4. Todas las preguntas que se hacen en este mundo no son real­mente preguntas, sino tan sólo una manera de ver las cosas. 2Nin­guna pregunta que se haga con odio puede ser contestada porque de por sí ya es una respuesta. 3Una pregunta que se com­pone de dos partes, pregunta y responde simultáneamente, y ambas cosas dan testimonio de lo mismo aunque en forma dife­rente. 4El mundo tan sólo hace una pregunta 5y es ésta: "De todas estas ilusiones, ¿cuál es verdad? 6¿Cuáles inspiran paz y ofrecen dicha? 7¿Y cuáles pueden ayudarte a escapar de todo el dolor del que este mundo se compone?" 8Independientemente de la forma que adopte la pregunta, su propósito es siempre el mismo: 9pre­gunta para establecer que el pecado es real, y las contestaciones que te ofrece requieren que expreses tus preferencias. 10"¿Qué pecado prefieres? 11Éste es el que debes elegir. 12Los otros no son verdad. 13¿Qué quieres que te consiga el cuerpo que tú desees por encima de todas las cosas? 14Él es tu siervo y también tu amigo 15Dile simplemente lo que quieres y te servirá amorosa y diligen­temente." 16Esto no es una pregunta; pues te dice lo que quieres y adónde debes ir para encontrarlo. 17No da lugar a que sus creen­cias se puedan poner en tela de juicio. aLo único que hace es exponer lo que afirma en forma de pregunta.

5. Una pseudo-pregunta carece de respuesta, 2pues dicta la res­puesta al mismo tiempo que hace la pregunta. 3Toda pregunta que se hace en el mundo es, por lo tanto, una forma de propa­ganda a favor de éste. 4De la misma manera en que los testigos del cuerpo son sus propios sentidos, así también las respuestas a las preguntas que el mundo hace están implícitas en las pregun­tas. 5Cuando la respuesta es lo mismo que la pregunta, no aporta nada nuevo ni se aprende nada de ella. 6Una pregunta honesta es un medio de aprendizaje que pregunta algo que tú no sabes. 7No establece los parámetros a los que se debe ajustar la respuesta, sino que simplemente pregunta cuál es la respuesta. 8Mas nadie que se encuentre en un estado conflictivo es libre para hacer esta clase de pregunta, pues no desea una respuesta honesta que ponga fin a su conflicto.

6. Sólo dentro del instante santo se puede plantear honestamente una pregunta honesta. 2del significado de la pregunta se deri­vará todo el significado que pueda tener la respuesta. 3Es posible entonces separar tus deseos de la respuesta, para que ésta se te pueda dar y también para que la puedas aceptar. 4La respuesta se ofrece en todas partes. 5Mas sólo se puede oír en el instante santo. 6Una respuesta honesta no exige sacrificios porque sólo contesta preguntas verdaderas. 7Las preguntas que hace el mundo tan sólo quieren saber a quién se le debe exigir sacrificio y no si el sacrificio tiene sentido o no. 8Y así, a menos que la respuesta indique "a quién", no se reconocerá ni será escuchada, y de este modo la pregunta seguirá en pie, ya que se contestó a sí misma. 9El ins­tante santo es aquel en el que la mente está lo suficientemente serena como para poder escuchar una respuesta que no está implícita en la pregunta, 10que ofrece algo nuevo y distinto. 11¿Cómo iba a poderse contestar una pregunta que no hace sino repetirse a sí misma?

7. No trates, por lo tanto, de solventar problemas en un mundo del que se ha excluido la solución. 2Lleva más bien el problema al único lugar en el que se halla la respuesta y en el que se te ofrece amorosamente. 3En él se encuentran las respuestas que solventa­rán tus problemas, pues no forman parte de ellos y toman en cuenta lo que puede ser contestado: lo que la pregunta realmente es. 4Las respuestas que el mundo ofrece no hacen sino suscitar otra pregunta, si bien dejan la primera sin contestar. 5En el ins­tante santo puedes llevar la pregunta a la respuesta y recibir la respuesta que fue formulada expresamente para ti.










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