EJERCICIOS
De nuevo se nos lleva a la Presencia de Dios, sin palabras, en silencio y quietud. Somos conscientes únicamente de Dios, con Su Nombre en nuestros labios.
¿Qué significa “vivo y me muevo en Dios”? Éste es el mensaje que el Apóstol Pablo llevó a los Atenienses, hablando del “dios desconocido”, y diciendo: “en Él vivimos, y nos movemos y tenemos nuestro ser” (Hechos de los A. 17:16-28). La lección habla de la Presencia de Dios en todos y en todo, que Dios está en todas partes y “en todo momento”. En hermosas imágenes, la lección saca nuestros pensamientos a la Presencia que todo lo llena, que nunca está separada de nosotros, “más cerca que mi propia respiración, y más cerca que mis manos y pies”, como escribió Tennyson.
Esto son imágenes y no literal (en mi opinión). Si el mundo es una ilusión, como dice a menudo el Curso, Dios no es literalmente “el agua que me renueva y me purifica” (1:2). Esto está hablando de nuestra realidad espiritual, donde realmente estamos. Dios es la realidad de todas las cosas que buscamos en el mundo para alimento y sustento, Dios es la verdadera Fuente de nuestra vida. Pensamos que vivimos en el mundo, pero vivimos en Dios. Pensamos que nuestro cuerpo contiene nuestra vida, pero Él es nuestra vida. Pensamos que respiramos aire, pero Le respiramos a Él. Dios es nuestro verdadero alimento y nuestra verdadera bebida, nuestro verdadero Hogar. No vivimos ni nos movemos en el mundo, vivimos y nos movemos en Dios.
Leer esta lección en voz alta es un ejercicio excelente. O convertir la primera parte en una oración: “Tú eres mi Fuente de vida... Tú eres mi hogar”. Usa estas palabras al comienzo de tu periodo de práctica para poner tu mente en un estado de consciencia de estar lleno de Dios y dentro de Él, protegido por su amoroso cuidado. Luego, aquiétate, y entra dentro de esa Presencia, para descansar con Él en paz durante un rato.
L.pII.1.1:2-7
Dice: “El perdón no perdona pecados, otorgándoles así realidad. Simplemente ve que no hubo pecado” (1:2-3).
Ésta es la distinción entre el verdadero perdón y el falso perdón, que La Canción de la Oración llama “perdón-para-destruir” (Canción 2:1-2). Hay una gran diferencia entre ver pecado en alguien y luchar para pasarlo por alto o contener el deseo de castigarle, y ver no un pecado sino un error y una petición de ayuda de un Hijo de Dios confundido, y de manera natural responder con amor. Cuando el Espíritu Santo nos permite ver el “pecado” de otro de esta manera, de repente podemos ver nuestros propios”pecados” en esa misma luz. En lugar de intentar justificar nuestros propios errores, podemos admitir que son errores y abandonarlos sin culpa.
El pecado es simplemente “una idea falsa acerca del Hijo de Dios” (1:5). Es una falsa evaluación de uno mismo proyectada sobre todos a nuestro alrededor. Es la creencia de que verdaderamente estamos separados, de que somos los agresores del Amor de Dios en nuestra separación, y vemos agresores por todas partes.
Aquí (1:6-7) el perdón se ve en tres pasos. Primero, vemos la falsedad de la idea del pecado. Reconocemos que no ha habido pecado, el Hijo de Dios (en el otro o en nosotros) sigue siendo el Hijo de Dios, y no un demonio. Se ha equivocado, pero no ha pecado. Segundo, siguiendo de cerca al primer paso y como consecuencia de él, abandonamos la idea de pecado. Renunciamos a ella. Abandonamos nuestras quejas, renunciamos a nuestros pensamientos de ataque. Sólo el primer paso depende de nuestra elección, el segundo paso resultado del primero. Cuando ya no vemos más el ataque, ¿qué razón hay para castigar con un contraataque?
El tercer paso es cosa de Dios. Algo viene a ocupar el lugar del pecado, la Voluntad de Dios es libre para fluir a través de nosotros sin que nuestras ilusiones se lo impidan, y el Amor sigue su curso natural. En esto experimentamos nuestro verdadero Ser, la extensión del propio Amor de Dios.
Todo lo que necesitamos hacer, si se le puede llamar hacer, es estar dispuesto a ver algo distinto al ataque, algo distinto al pecado. Necesitamos estar dispuestos a admitir que nuestra percepción del pecado es falsa. Cuando lo hagamos, el Espíritu Santo compartirá con nosotros Su percepción. Él sabe cómo perdonar, nosotros no lo sabemos. Nuestro papel consiste simplemente en pedirle que Él nos enseñe. Él hace el resto, y todo sucede como resultado de ese estar dispuestos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario