DESPERTAR AL AMOR

jueves, 15 de agosto de 2019

15 AGOSTO: Éste es el instante santo de mi liberación.


AUDIOLIBRO


EJERCICIOS

 LECCIÓN 227

Éste es el instante santo de mi liberación.

1. Padre, hoy es el día en que me libero porque mi voluntad es la Tuya. 2Pensé hacer otra voluntad. 3Sin embargo, nada de lo que pensé aparte de Ti existe. 4Y soy libre porque estaba equivocado y las ilusiones que abri­gaba no afectaron en modo alguno mi realidad. 5Ahora renuncio a ellas y las pongo a los pies de la verdad, a fin de que sean para siempre borradas de mi mente. 6Éste es el instante santo de mi liberación. 7Padre, sé que mi voluntad es una con la Tuya.

2. Y de esta manera, nos encontramos felizmente de vuelta en el Cielo, del cual realmente jamás nos ausentamos. 2En este día el Hijo de Dios abandona sus sueños. 3En este día el Hijo de Dios regresa de nuevo a su hogar, liberado del pecado y revestido de santidad, habiéndosele restituido finalmente su mente recta.



Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
Lee la lección.
Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.

   Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

         Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
         Piensa en ella durante un rato.


Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.

Comentario

La lección de hoy es otro recordatorio de que estos momentos de práctica son instantes santos para nosotros. Por supuesto, no todos son una experiencia espectacular de gozo que no pueda describirse. Recuerda que simplemente estar dispuesto a concentrar tu mente en Dios puede considerarse un instante santo, tanto si conscientemente sientes algo especial como si no. El poderoso instante santo del que nació el Curso, fue sencillamente un instante en que Bill Thetford dijo: “Tiene que haber otro camino”, y Helen contestó: “Yo te ayudaré a encontrarlo”. El cambio mental de conectar con el propósito de Dios es lo que verdaderamente cuenta. Si practicamos fielmente, llegará la experiencia directa de la verdad de la que se habla en el Libro de Ejercicios, no por nuestros propios esfuerzos, sino por la gracia de Dios, cuando estemos listos para recibirla.

Considera el efecto sobre nuestra mente de concentrarnos en la idea de hoy: “Éste es el instante santo de mi liberación”, y luego sentarnos en silenciosa quietud, abrir nuestra mente y recibir todo lo que se nos dé. Deberíamos entrar en cada uno de esos instantes con esperanza, esperando oír lo que la Voz de Dios nos dirá.

Yo ya soy libre, ahora, hoy. Mi pensamiento de separación no tuvo ningún efecto sobre mi realidad, así que el aprisionamiento que me he imaginado nunca ocurrió. “Nada de lo que pensé aparte de Ti existe” (1:3). ¡Qué maravilloso saber que los pensamientos que yo creía separados de Dios no existen! ¡Qué sanador es abandonarlos, ponerlos a los pies de la verdad, y dejar que sean “para siempre borradas de mi mente”! (1:5). Éste es el proceso sanador del Curso: tomar cada pensamiento que parece expresar una voluntad separada de la de Dios, y llevarlo ante Su Presencia para que sea borrado de mi mente, con la garantía de Dios de que no me ha afectado en nada. Yo sigo siendo Su Hijo.

Así es como sana mi mente. Así es como vuelve la consciencia de mi Identidad a mí




¿Qué es el perdón? (Parte 7)

L.pII.1.4:1-3

“El perdón, en cambio, es tranquilo y sosegado, y no hace nada” (4:1). Si podemos entender esto, tendremos una idea clara de lo que verdaderamente es el perdón. Las palabras “en cambio” se refieren a los dos párrafos anteriores que describían un pensamiento que no perdona (especialmente al 3:1): “Un pensamiento que no perdona hace muchas cosas”. El perdón, en cambio, no hace nada. La falta de perdón es muy activa, intentando ansiosamente hacer que las cosas encajen en su cuadro de la realidad; el perdón no hace nada. No se apresura a interpretar o a intentar entender. Deja que las cosas sean como son.

Una vez más fíjate en la importancia que se le da a la quietud y la tranquilidad. La práctica del instante santo, al igual que la práctica del perdón, es la práctica de estar tranquilo, de estar quieto, de no hacer nada. Nuestro habitual estado mental es resultado del entrenamiento del ego, siempre activo y trabajando constantemente. Necesitamos practicar estar en quietud y no hacer nada. Se necesita mucha práctica para romper la costumbre de la actividad frenética y para formar una costumbre nueva de estar en silencio y quietud.

A menudo una trampa del ego de la que me doy cuenta es que ¡intentará hacerme sentir culpable por estar en quietud y silencio! Cuando intento dedicar diez minutos a sentarme en silencio y quietud, mi ego inunda mi mente con pensamientos de lo que debería estar haciendo en ese momento.

El estado mental en el que el perdón tiene lugar es de simplemente dejar que la realidad sea como es, sin juzgar nada. “No ofende ningún aspecto de la realidad ni busca tergiversarla para que adquiera apariencias que a él le gusten” (4:2). A mi ego le encanta eso de: “Yo tengo razón y ellos están equivocados”. O “Yo soy bueno y ellos son malos”. O “yo soy mejor que ellos”. Incluso “yo no soy como ellos”. Todos estos pensamientos comparten el mismo tema: “Yo soy diferente de ellos y, por lo tanto, estoy separado de ellos”. Cualquier pensamiento de esta clase está deformando la realidad, porque la realidad es que todos somos lo mismo, somos iguales, somos uno. El perdón acalla tales pensamientos y abandona todo esfuerzo de convertir a la realidad en una forma “más deseable”.

“Simplemente observa, espera y no juzga” (4:3). No niega lo que ve, pero no lo interpreta. Espera que el Espíritu Santo le diga lo que significa. “Mi compañero está teniendo una aventura amorosa”. El perdón observa, espera y no juzga. “Mi hijo está enfermo”. El perdón observa, espera y no juzga. “Mi jefe acaba de despedirme” El perdón observa, espera y no juzga. Somos muy rápidos en creer que ¡sabemos lo que significan las cosas! Y nos equivocamos. No lo sabemos. Saltamos a una conclusión basada en la separación, y tal conclusión no entiende nada.


Cuando tales acontecimientos terribles suceden en nuestra vida, lo mejor que podemos hacer es: nada. Únicamente aquietar y acallar nuestra mente, y abrirnos a la luz sanadora del Espíritu Santo. Buscar un instante santo. Que esto se convierta en una costumbre en nuestra vida, y veremos el mundo de una manera completamente diferente, y el Amor fluirá a través de nosotros para llevar sanación a todas las situaciones, en lugar de hacer daño.





TEXTO



C. El tercer obstáculo: La atracción de la muerte


1. A ti y a tu hermano, en cuya relación especial el Espíritu Santo entró a formar parte, se os ha concedido liberar -y ser libera­dos- del culto a la muerte. 2Pues esto fue lo que se os ofreció, y vosotros lo aceptasteis. 3No obstante, tenéis que aprender más acerca de este extraño culto, pues encierra el tercer obstáculo que la paz debe superar. 4Nadie puede morir a menos que elija la muerte. 5Lo que parece ser el miedo a la muerte es realmente su atracción. 6La culpabilidad es asimismo algo temido y temible. 7Mas no ejerce ningún poder, excepto sobre aquellos que se sien­ten atraídos por ella y la buscan. 8Y lo mismo ocurre con la muerte. 9Concebida por el ego, su tenebrosa sombra se extiende sobre toda cosa viviente porque el ego es el "enemigo" de la vida.

2. Mas una sombra no puede matar. 2¿Qué es una sombra para los que viven? 3Basta con que la pasen de largo para que desapa­rezca. 4¿Y qué ocurre con aquellos cuya consagración no es a la vida; los "pecadores" enlutados, el lúgubre coro del ego, quienes se arrastran penosamente en dirección contraria a la vida, tirando de sus cadenas y marchando en lenta procesión en honor de su sombrío dictador, señor y amo de la muerte? 5Toca a cual­quiera de ellos con las dulces manos del perdón, y observa cómo desaparecen sus cadenas, junto con las tuyas. 6Ve cómo se des­poja del ropaje de luto con el que iba vestido a su propio funeral y óyele reírse de la muerte. 7Gracias a tu perdón puede escapar de la sentencia que el pecado quería imponerle. 8Esto no es arro­gancia. 9Es la Voluntad de Dios. 10¿Qué podría ser imposible para ti que elegiste que Su Voluntad fuese la tuya? 11¿Qué significado podría tener la muerte para ti? 12Tu dedicación no es a la muerte ni a su amo. 13Cuando aceptaste el glorioso propósito del Espíritu Santo en vez del ego, renunciaste a la muerte y la substituiste por la vida. 14Ya sabemos que ninguna idea abandona su fuente. 15la muerte es el resultado del pensamiento al que llamamos ego, tan inequívocamente como la vida es el resultado del Pensa­miento de Dios.

i. El cuerpo incorruptible

3. El pecado, la culpabilidad y la muerte se originaron en el ego, en clara oposición a la vida, a la inocencia y a la Voluntad de Dios Mismo. 2¿Dónde puede hallarse semejante oposición, sino en las mentes enfermizas de los desquiciados, que se han consagrado a la locura y se oponen firmemente a la paz del Cielo? 3Pero una cosa es segura: Dios, que no creó ni el pecado ni la muerte, no dispone que tú estés aprisionado por ellos. 4Pues Él no conoce ni el pecado ni sus resultados. 5Las figuras amortajadas que mar­chan en la procesión fúnebre no lo hacen en honor de su Creador, Cuya Voluntad es que vivan. 6No están acatando Su Voluntad, sino oponiéndose a ella.

4. ¿Y qué es ese cuerpo vestido de negro que quieren enterrar? 2Es un cuerpo que ellos consagraron a la muerte, un símbolo de corrupción, un sacrificio al pecado, ofrecido a éste para que se cebe en él y, de este modo, siga viviendo; algo condenado, malde­cido por su hacedor y lamentado por todos los miembros de la procesión fúnebre que se identifican con él. 3Tú que crees haber sentenciado al Hijo de Dios a esto eres arrogante. 4Pero tú que quieres liberarlo no haces sino honrar la Voluntad de su Creador. 5La arrogancia del pecado, el orgullo de la culpabilidad, el sepul­cro de la separación, son todos parte de tu consagración a la muerte, lo cual aún no has reconocido. 6El brillo de culpabilidad con el que revestiste al cuerpo no haría sino destruirlo. 7Pues lo que el ego ama, lo mata por haberle obedecido. 8Pero no puede matar a lo que no le obedece.

5. Tú tienes otra consagración que puede mantener al cuerpo incorrupto y en perfectas condiciones mientras sea útil para tu santo propósito. 2El cuerpo es tan incapaz de morir como de sen­tir. 3No hace nada. 4De por sí, no es ni corruptible ni incorruptible. 5No es nada. 6Es el resultado de una insignificante y descabellada idea de corrupción que puede ser corregida. 7Pues Dios ha con­testado a esta idea demente con una Suya, una Respuesta que no se ha alejado de Él, y que, por lo tanto, lleva al Creador a la conciencia de toda mente que haya oído Su Respuesta y la haya acep­tado.

6. A ti que estás dedicado a lo incorruptible se te ha concedido, mediante tu aceptación, el poder de liberar de la corrupción. 2¿Qué mejor manera puede haber de enseñarte el primer princi­pio fundamental de un curso de milagros, que mostrándote que el que parece ser más difícil se puede lograr primero? 3El cuerpo no puede hacer otra cosa que servir a tu propósito. 4Tal como lo consideres, eso es lo que te parecerá que es. 5La muerte, de ser real, supondría la ruptura final y absoluta de la comunicación, lo cual es el objetivo del ego.

7. Aquellos que tienen miedo de la muerte no ven con cuánta fre­cuencia y con cuánta fuerza claman por ella, implorándole que venga a salvarlos de la comunicación. 2Pues consideran que la muerte es un refugio: el gran salvador tenebroso que libera de la luz de la verdad, la respuesta a la Respuesta, lo que acalla la Voz que habla en favor de Dios. 3Sin embargo, abandonarte a la muerte no pone fin al conflicto. 4Sólo la Respuesta de Dios es su fin. 5El obstáculo que tu aparente amor por la muerte supone y que la paz debe superar parece ser muy grande. 6Pues en él yacen ocultos todos los secretos del ego, todas sus insólitas artimañas, todas sus ideas enfermizas y extrañas imaginaciones. 7En él radica la ruptura final de la unión, el triunfo de lo que el ego ha fabri­cado sobre la creación de Dios, la victoria de lo que no tiene vida sobre la Vida Misma.

8. Bajo el polvoriento contorno de su mundo distorsionado, el ego quiere dar sepultura al Hijo de Dios, a quien ordenó asesinar, y en cuya putrefacción reside la prueba de que Dios Mismo es impotente ante el poderío del ego e incapaz de proteger la vida que Él creó contra el cruel deseo de matar del ego. 2Hermano mío, criatura de Dios, esto no es más que un sueño de muerte. 3No hay funeral, ni altares tenebrosos, ni mandamientos siniestros, ni distorsionados ritos de condena a los que el cuerpo te pueda con­ducir. 4No pidas que se te libere de eso. 5Más bien, libera al cuerpo de las despiadadas inexorables órdenes a las que lo sometiste y perdónalo por lo que tú le ordenaste hacer. 6Al exaltarlo lo conde­naste a morir, pues sólo la muerte podía derrotar a la vida. 7¿Y qué otra cosa, sino la demencia, podría percibir la derrota de Dios y creer que es real?

9. El miedo a la muerte desaparecerá a medida que la atracción que ésta ejerce ceda ante la verdadera atracción del amor. 2El final del pecado, que anida quedamente en la seguridad de tu rela­ción, protegido por tu unión con tu hermano y listo para conver­tirse en una poderosa fuerza al servicio de Dios, está muy cerca. 3El amor protege celosamente los primeros pasos de la salvación, la resguarda de cualquier pensamiento que la pudiese atacar y la prepara silenciosamente para cumplir la imponente tarea para la que se te concedió. 4Los ángeles dan sustento a tu recién nacido propósito, el Espíritu Santo le da abrigo y Dios Mismo vela por él. 5No tienes que protegerlo, ya dispones de él. 6Pues es inmortal, y en él reside el final de la muerte.

10.¿Qué peligro puede asaltar al que es completamente inocente? 2¿Qué puede atacar al que está libre de culpa? 3¿Qué temor podría venir a perturbar la paz de la impecabilidad * misma? 4Si bien lo que se te ha concedido todavía se encuentra en su infan­cia, está en completa comunicación con Dios y contigo. 5En sus diminutas manos se encuentran, perfectamente a salvo, todos los milagros que has de obrar, y te los ofrece. 6El milagro de la vida es eterno, y aunque ha nacido en el tiempo, se le da sustento en la eternidad. 7Contempla a ese tierno infante, al que diste un lugar de reposo al perdonar a tu hermano, y ve en él la Voluntad de Dios. 8He aquí el bebé de Belén renacido. 9Y todo aquel que le dé abrigo lo seguirá, no a la cruz, sino a la resurrección y a la vida

11. Cuando alguna cosa te parezca ser una fuente de miedo, cuando una situación te llene de terror y haga que tu cuerpo se estremezca y se vea cubierto con el frío sudor del miedo, recuerda que siempre es por la misma razón: el ego ha percibido la situación como un símbolo de miedo, como un signo de pecado y de muerte. 2Recuerda entonces que ni el signo ni el símbolo se deben confundir con su fuente, pues deben repre­sentar algo distinto de ellos mismos. 3Su significado no puede residir en ellos mismos, sino que se debe buscar en aquello que representan. 4Y así, puede que no signifiquen nada o que lo signifiquen todo, dependiendo de la verdad o falsedad de la idea que reflejan. 5Cuando te enfrentes con tal aparente incertidumbre con respecto al significado de algo, no juzgues la situación. 6Recuerda la santa Presencia de Aquel que se te dio para que fuese la Fuente del juicio. 7Pon la situación en Sus manos para que Él la juzgue por ti, y di:

8Te entrego esto para que lo examines y juzgues por mí.
9No dejes que lo vea como un signo de pecado y de muerte, ni que lo use para destruir.

10Enséñame a no hacer de ello un obstáculo para la paz, sino a dejar que Tú lo uses por mí, para facilitar su llegada.













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