Comentario
Si “el secreto de la salvación” es que “soy yo el que se está haciendo todo esto a sí mismo” (T.27.VIII.10:1), la “salvación” o la buena noticia es que no hay fuerzas enemigas externas que tengan poder sobre mí. Es sólo mi propia mente la que lo está fastidiando todo. Y si eso es cierto, hay esperanza. Porque ¡nadie está gobernando mi mente por mí! Por lo tanto, puedo cambiarlo completamente. Mi mente es mi reino, y yo soy el rey de mi reino. Yo lo gobierno, nadie ni nada más lo hace.
Sí, es cierto que: “a veces no parece que yo sea su rey en absoluto” (1:2). ¡A veces! Para la mayoría de nosotros parece la mayor parte del tiempo. Mi “reino” parece gobernarme a mí, y no a la inversa, diciéndome: “cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir” (1:3). Un Curso de Milagros es un curso para reyes, nos entrena en cómo gobernar nuestra mente. Hemos dejado que el reino esté sin control, en lugar de gobernarlo. Hemos inventado el problema, proyectado la imagen del problema, y luego hemos culpado a la imagen de ser el problema. Como dice el Texto, hemos invertido causa y efecto. Nosotros somos la causa, inventamos el efecto, y ahora pensamos que el efecto es nuestra causa (T.28.II.8:8). Por eso necesitamos un curso en “entrenamiento mental” que nos enseñe que somos nosotros los que gobernamos nuestra mente.
La mente es un instrumento, que se nos ha dado para que nos sirva (1:4-5). No hace nada, excepto lo que queremos que haga. El problema es que no hemos observado lo que le hemos pedido a la mente que haga. Hemos pedido la separación, hemos pedido la culpa; y puesto que nos consideramos culpables hemos pedido la muerte, y la mente ha dado lo que se pide. Nos hemos dedicado a la locura salvaje del ego, y el resultado es el mundo en el que vivimos. Por eso necesitamos verlo, dejar de hacerlo, y poner la mente al servicio del Espíritu Santo, en lugar de al servicio ego.
Eso me plantea una pregunta. Si se supone que yo debo gobernar mi mente, ¿cómo el modo de gobernarla es entregándosela al Espíritu Santo? Aquí se dice que poner la mente al servicio del Espíritu Santo es el modo en que “soy yo quien dirige mi mente” (1:6-7). La respuesta es muy sencilla. Sólo hay dos elecciones: el ego o el Espíritu Santo, el miedo o el amor, la separación o la unión. El Espíritu Santo no es un poder extraño que me gobierna, Él es la Voz de mi propio Ser así como la Voz de Dios. Él es la Voz tanto del Padre como del Hijo porque Padre e Hijo son uno, con una sola Voluntad. La petición de que gobierne mi mente no es una petición a una independencia de confiar sólo en nosotros mismos, el rey “todo por mi propia cuenta”. Ésa es la interpretación del ego acerca de gobernar mi mente. La petición de que gobierne mi mente es una petición de total dependencia, de total confianza en el Ser, confianza en el Ser que todos compartimos.
Tengo la elección entre la ilusión de independencia en la que mi mente está realmente aprisionada por sus efectos y la libertad total en la que mi mente se dedica a su propósito divino al que está destinada, sirviendo a la Voluntad de Dios. ¿Quién puede negar que nuestra experiencia de ser una mente independiente es realmente una experiencia de esclavitud, en la que nuestro “reino” nos dice cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir? Que hoy nos demos cuenta de que hay otra elección, y que gustosamente ofrezcamos nuestra mente a Dios. Que entremos de todo corazón en el proceso de entrenar nuestra mente para pensar con Dios.
L.pII.2.3:4
Cuando dejamos de apoyar las ilusiones de la mente, y se convierten en polvo, ¿qué queda? “Lo que ocultaban queda ahora revelado” (3:4). Cuando las ilusiones desaparecen, lo que queda es la verdad. Y la verdad es una realidad maravillosa dentro que tememos encontrar dentro de nosotros, encontramos “un altar al santo Nombre de Dios donde Su Palabra está escrita” (3:4). La verdad que está detrás de todas las máscaras y de todos los errores y de los astutos engaños del ego: en mi propio corazón hay un altar a Dios, un lugar sagrado, una santidad eterna y ancestral.
Hay tesoros depositados ante el altar. ¡Son tesoros que yo he depositado allí! Son los regalos de mi perdón. Y sólo hay una pequeña distancia, sólo un instante, desde este lugar al recuerdo de Dios Mismo (3:4).
El descubrimiento del santo altar a Dios dentro de mi mente es el resultado de no hacer nada, de dejar de seguir apoyando a las ilusiones del ego, de negarnos a dedicarle por más tiempo nuestra mente al ego y a sus propósitos. El descubrimiento de lo que es verdad acerca de mí, y el recuerdo de Dios que viene a continuación, proceden de mi disposición a poner en duda las ilusiones y a abandonarlas. No necesito construir el altar o acondicionarlo, ya está ahí, detrás de las brumas de engaño a mí mismo. El camino a la verdad es por medio de darnos cuenta de las mentiras que la ocultan. Muy dentro de mí, la unión con Dios continúa sin interrupciones, esperando únicamente a que me aparte de las mentiras que afirman lo contrario. Puedo regresar a ese altar ahora. Puedo apartar las cortinas que lo ocultan, entrar en la Presencia de Dios y encontrar a mi Ser esperándome ahí.
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