Comentario
“Fui creado en la paz. Y en la paz permanezco” (1:1-2). En este Curso, Jesús nunca se cansa de recordarnos que seguimos siendo tal como Dios nos creó. Lo repite a menudo porque está claro que no lo creemos. Podemos creer que Dios nos creó en la paz. Por supuesto, ¿cómo podríamos creer otra cosa? ¿Nos habría creado un Dios de Amor en el sufrimiento y la agonía, en la agitación y confusión, en conflicto y lucha? Así que la primera frase no es realmente un problema para nosotros, podemos aceptar que Dios nos creó en la paz.
El problema surge en nuestra mente con la segunda frase: “Y en la paz permanezco”. Sinceramente, no lo creemos. De hecho estamos convencidos de saber lo contrario. Tal vez esta mañana estoy angustiado por algo que sucedió ayer, o preocupado por algo que puede suceder hoy o la semana que viene. En mi experiencia, puedo mirar a toda una vida en la que ha habido muy poca paz, si es que la ha habido. Algunos días parece como si la vida estuviese conspirando contra mí para robarme la paz. Parece como si en la mayoría de los días en que estoy ocupado, raramente tengo un momento de paz. Así que, ¿cómo puedo aceptar esta frase: “Y en la paz permanezco”?
Me parece increíble cuando el Curso insiste en que puesto que Dios me creó en la paz, todavía debo permanecer en la paz. La lección dice que mi creación por Dios tuvo lugar “aparte del tiempo y aún sigue siendo inmune a todo cambio” (2:2). Me dice: “No me ha sido dado poder cambiar mi Ser” (1:3). Mi experiencia de la vida en este mundo me dice lo contrario.
La pregunta es: ¿A cuál voy a creer? ¿A la Voz de Dios o a mi experiencia? Una de ellas debe ser falsa. Echa por tierra y es alucinante que toda mi experiencia de este mundo ha sido una mentira, un error y una alucinación. Sin embargo, ¿cuál es la alternativa? En su lugar, ¿voy a creer que Dios es un mentiroso? ¿Voy a creer que su creación estaba llena de imperfecciones, y capaz de corromperse? ¿Voy a creer que lo que Él quiso para mí fue derrotado por mi voluntad? Sin embargo, esto es lo que debo estar creyendo si insisto en que no estoy en paz en este momento.
Si Dios no es un mentiroso y Su creación no tiene ninguna imperfección, entonces lo que debe ser cierto es que mi propia mente me ha engañado y se ha inventado toda una vida de experiencias falsas. Si estoy dispuesto a escuchar, esto no es tan exagerado como suena al principio. De hecho, si observo mi mente, puedo cazarla haciendo precisamente eso. Puedo cazarla y observar que veo lo que espero ver. Puedo darme cuenta de que diferentes personas ven los mismos acontecimientos de maneras diferentes. Recuerdo momentos en que creía entender las cosas muy bien, y luego ver la situación dar la vuelta completamente con algún hecho nuevo que se me había pasado por alto. Sólo necesito ver salir al sol, moverse por el cielo, y ponerse, para darme cuenta de que mi percepción falla. No es el sol el que se mueve, soy yo según la tierra da vueltas. Cuando la noche llega y el sol se ha “ido” en mi percepción, el sol sigue brillando, es el mundo que le ha dado la espalda a la luz.
¿Y si mi aparente falta de paz no significa lo que pienso? ¿Y si la paz de Dios nunca me ha abandonado, sino que sigue brillando, mientras que yo le he dado la espalda? En el instante santo puedo descubrir que esto es la verdad. Sólo con apartar mi mente de sus locas creencias en el malestar, puedo descubrir la paz de Dios brillando dentro de mí ahora.
L.pII.1.5:3
Hay otro aspecto del perdón. Puesto que el Espíritu Santo ya me ha perdonado, cumpliendo Su función, ahora yo debo “compartir Su función y perdonar a aquel que Él ha salvado” (5:3).
Piensa en el modo en que el Espíritu Santo actúa con nosotros, podemos venir a Él con nuestros pensamientos más negros y encontrar que desaparecen en Su Amor. La total falta de juicios, Su ternura con nosotros, Su aceptación de nosotros, Su conocimiento de nuestra inocencia, Su honrarnos como Hijo de Dios, sin ningún cambio a pesar de nuestros alocados pensamientos de pecado. Ahora tenemos que compartir Su función con el mundo. Ahora somos Sus representantes, Su manifestación en las vidas de aquellos a nuestro alrededor. A ellos les ofrecemos esta misma ternura, esta misma seguridad de la santidad interna de cada uno con los que nos relacionamos, esta misma callada despreocupación por los pensamientos de condena a sí mismos en cada uno de los que vemos, o con los que hablamos, o en los que pensamos. “Perdonar es el privilegio de los perdonados” (T.1.I.27:2).
Lo que reflejamos en el mundo es lo que creemos de nosotros mismos. Cuando juzgamos, condenamos y echamos la culpa a los de nuestro alrededor, reflejamos lo que creemos que Dios hace con nosotros. Cuando sentimos el dulce perdón en la Presencia amorosa del Espíritu Santo, reflejamos eso mismo al mundo. Que entre en Su Presencia, permitiéndole contemplarme, para descubrir que Él no hace nada, sino únicamente mirar, esperar y no juzgar. Que Le oiga hablarme de Su confianza en que finalmente triunfaré. Y que luego que regrese y comparta esta bendición con el mundo, dando lo que he recibido. Sólo al darlo, sabré que es mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario