DESPERTAR AL AMOR

lunes, 21 de diciembre de 2020

21 DICIEMBRE: La paz, la dicha y los milagros que otorgaré cuando acepte la Palabra de Dios son ilimitados. ¿Por qué no aceptarla hoy?


AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 355


La paz, la dicha y los milagros que otorgaré cuando acepte la Palabra de Dios son ilimitados. ¿Por qué no aceptarla hoy?


1. ¿Por qué debo esperar, Padre mío, para recibir la dicha que Tú me prometiste? 2Pues Tú mantendrás Tu Palabra, que le diste a Tu Hijo en el exilio. 3Estoy seguro de que mi tesoro me aguarda y de que sólo tengo que extender la mano para encontrarlo. 4 Incluso ahora mismo mis dedos ya lo están tocando. 5Está muy cerca. 6No es necesario que espere ni un instante más para estar en paz para siempre. 7Es a Ti a Quien elijo, y a mi Identidad junto Contigo. 8Tu Hijo quiere ser él mismo, y reconocerte como su Padre y Creador, así como su Amor.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Aquí, “la Palabra de Dios” para mí, me está hablando de lo que Jesús en el Curso me dice acerca de mi Identidad. Es la verdad de lo que yo soy.

Es a Ti a Quien elijo, y a mi Identidad junto Contigo. Tu Hijo quiere ser él mismo, y reconocerte como su Padre y Creador, así como su Amor. (1:7-8)

Un conferenciante cristiano que me inspiró hace años, Ian Thomas, solía decir que el propósito del hombre, mi propósito como individuo, es ser “el vehículo humano para el contenido divino”. Por eso es por lo que estoy aquí. Cristo quiere ser Él Mismo en mí, en la forma de mí. No tengo otra razón para estar aquí, aunque el ego piensa que estoy aquí para olvidar a Dios.

El Curso nos enseña que el ego inventó el mundo y el cuerpo como un ataque contra Dios. El ego quiere usar el mundo para olvidar a Dios. El Espíritu Santo quiere usarlo como un medio para recordar a Dios. No hay propósito en nada excepto en uno de esos dos.

Estoy aquí, hoy como siempre, para reflejar el Amor de Dios. Estoy aquí para ver la inocencia. Estoy aquí para “ver a todos como hermanos, y percibir todas las cosas como buenas y bondadosas” (L.pII.14.3:4). Estoy aquí para bendecir a mis hermanos y pedirles que compartan mi paz y dicha.

¿Por qué no aceptarla hoy? (Título de la lección). ¿Por qué esperar? Éstas son las preguntas que hace la lección.

Estoy seguro de que mi tesoro me aguarda y de que sólo tengo que extender la mano para encontrarlo. Incluso ahora mismo mis dedos ya lo están tocando. Está muy cerca. No es necesario que espere ni un instante más para estar en paz para siempre. (1:3-6)

No hay respuesta a por qué esperamos, porque no hay razones para esperar. Ni nunca ha habido una razón. Todo lo que hay que hacer en respuesta es dejar que se suelte el aprisionamiento en nuestro corazón, para acabar con la resistencia a la extensión del Amor, y abrir nuestro corazón completamente a toda cosa viviente. Permitirnos a nosotros mismos ser Amor, permitir que el Amor esté en nosotros. Para abandonar la creencia de que somos algo distinto al Amor.

La resistencia que parece tan grande, como una muralla de piedra, no es nada más que una nube, incapaz de parar una pluma. Sólo mi creencia en la imposibilidad de atravesarla la convierte en una barrera, como un elefante atado a una pequeña estaca en el suelo, que cree que no se puede mover porque ha sido entrenado a pensar que está encadenado a un árbol. Pensamos que no tenemos amor, pensamos que somos malvados. Pensamos que el ego se interpone como un muro de granito entre nosotros y Dios, que Le mantiene afuera.

El ego es una nube. No podría detener ni a una pelota. No tiene ninguna fuerza para resistirse al Amor de Dios, no puede resistirse ni se resistirá. El Amor de Dios espera al final del tiempo, habiendo ganado ya. ¡Oh, corazón mío, ábrete a ese Amor hoy! Recíbelo, dalo. Recíbelo al darlo, y dalo al recibirlo. Contémplalo por todas partes pues está en todas partes, en todos.


¿Qué soy? (Parte 5)

L.pII.14.3:1-4

¿Cuál es nuestra “función” de la que se habla en el párrafo 2? “Somos los portadores de la salvación” (3:1). ¿He pensado realmente que ésta es mi función? ¿He empezado a darme cuenta de que cada día, al vivir mi vida, para esto es para lo que estoy aquí, para traer la salvación al mundo? No estamos hablando aquí de rescatar a personas, estamos hablando de verlas tal como Dios las creó, y verlas de ese modo con tanta claridad y tanta fuerza que nuestra visión de ellas empieza a abrir sus ojos a esa misma visión. Estamos hablando de mantener una imagen tan clara de su inocencia que pueden ver su propia inocencia reflejada en nosotros.

Aceptamos nuestro papel como salvadores del mundo, el cual se redime mediante nuestro perdón conjunto. (3:2)

Salvamos al mundo al perdonarlo. Y practicamos este perdón como un perdón conjunto, junto con Jesús. Nos unimos a Él para eliminar la culpa y la condena de cada persona con la que entramos en contacto. Así es como el mundo es “redimido”, rescatado de su esclavitud de la culpa y el miedo.

Y al concederle el regalo de nuestro perdón, éste se nos concede a nosotros. (3:3)

Una vez más el tema repetido a menudo: Recibimos el perdón al darlo.

Vemos a todos como nuestros hermanos, y percibimos todas las cosas como buenas y bondadosas. (3:4)

Ésta es la visión de un salvador. Así es como un salvador ve las cosas. Ver a todos como hermanos es verlos como iguales a nosotros, compartiendo la misma inocencia de la creación de Dios. Ver a todas las cosas como buenas y bondadosas es darnos cuenta de que incluso lo que parece ser ataque no convierte al “atacante” en cruel, detrás del miedo que le impulsa al aparente ataque sigue habiendo un corazón bondadoso y lleno de ternura. Tal vez algunos de nosotros hemos empezado a darnos cuenta de esto acerca de nosotros mismos y de otros. Reconocemos que hemos cometido errores, y que hemos actuado de manera no amorosa, y sin embargo sabemos que, debajo de ese disfraz de ira y egoísmo, nuestros corazones son bondadosos. No queremos hacer daño pero nos sentimos impulsados a ello por las circunstancias, parece el único modo de sobrevivir. Ésa es la mentira que el ego nos cuenta, que el ataque es necesario para la supervivencia. El Curso nos pregunta:

¿No crees que el mundo tiene tanta necesidad de paz como tú? ¿No te gustaría dársela en la misma medida en que tú deseas recibirla? Pues a menos que se la des, no la recibirás. Si quieres recibirla de mí, tienes que darla. La curación no procede de nadie más. (T.8.IV.4:1-5)

No hay ninguna cosa viviente que no comparta la Voluntad universal de que goce de plenitud y de que tú no seas sordo a su llamada. (T.31.I.9:1)

Nuestro camino a la salvación está en llegar a darnos cuenta de que todas las cosas comparten la Voluntad universal de estar completas, que todo el mundo quiere la paz al igual que nosotros y que, debajo de todos los disfraces que llevamos tan fielmente, lo que somos, todos nosotros, es Amor.




TEXTO

 

III. Los que se acusan a sí mismos

  

1. Sólo los que se acusan a sí mismos pueden condenar. 2Antes de tomar una decisión de la que se han de derivar diferentes resulta­dos tienes que aprender algo, y aprenderlo muy bien. 3Ello tiene que llegar a ser una respuesta tan típica para todo lo que hagas que acabe convirtiéndose en un hábito, de modo que sea tu pri­mera reacción ante toda tentación o suceso que ocurra. 4Aprende esto, y apréndelo bien, pues con ello la demora en experimentar felicidad se acorta por un tramo de tiempo que ni siquiera pue­des concebir: 5nunca odias a tu hermano por sus pecados, sino únicamente por los tuyos. 6Sea cual sea la forma que sus pecados parezcan adoptar, lo único que hacen es nublar el hecho de que crees que son tus propios pecados y, por lo tanto, que el ataque es su "justo" merecido.

2. ¿Por qué iban a ser sus pecados pecados, a no ser que creyeses que esos mismos pecados no se te podrían perdonar a ti? 2¿Cómo iba a ser que sus pecados fuesen reales, a no ser que creyeses que constituyen tu realidad? 3¿Y por qué los atacas por todas partes, si no fuese porque te odias a ti mismo? 4¿Eres acaso tú un pecado? 5Contestas afirmativamente cada vez que atacas, pues mediante el ataque afirmas que eres culpable y que tienes que infligirle a otro lo que tú te mereces. 6¿Y qué puedes merecer, sino lo que eres? Si no creyeses que mereces ataque, jamás se te ocurriría atacar a nadie. 8¿Por qué habrías de hacerlo? 9¿Qué sacarías con ello? 10¿Y de qué manera podría beneficiarte el asesinato?

3. Los pecados se perciben en el cuerpo, 2no en la mente. 3No se ven como propósitos, sino como acciones. 4Los cuerpos actúan, pero las mentes no. 5Por lo tanto, el cuerpo debe tener la culpa de lo que él mismo hace. 6No se le ve como algo pasivo que simple­mente se somete a tus órdenes sin hacer nada por su cuenta. 7Si tú eres un pecado, no puedes sino ser un cuerpo, pues la mente no actúa. 8Y el propósito tiene que encontrarse en el cuerpo y no en la mente. 9El cuerpo debe actuar por su cuenta y motivarse a sí mismo. 10Si eres un pecado, aprisionas a la mente dentro del cuerpo y le adjudicas el propósito de ésta a su prisión, que enton­ces actúa en su lugar. 11Un carcelero no obedece órdenes, sino que es el que le da órdenes al prisionero.

4. Mas es el cuerpo el que es el prisionero, no la mente. 2El cuerpo no tiene pensamientos. 3No tiene la capacidad de aprender, perdo­nar o esclavizar. 4No da órdenes que la mente tenga que acatar, ni fija condiciones que ésta tenga que obedecer. 5Él cuerpo sólo man­tiene en prisión a la mente que está dispuesta a morar en él. 6Se enferma siguiendo las órdenes de la mente que quiere ser su pri­sionera. 7Y envejece y muere porque dicha mente está enferma. 8El aprendizaje es lo único que puede producir cambios. 9El cuerpo, por lo tanto, al que le es imposible aprender, jamás podría cam­biar a menos que la mente prefiriese que él cambiase de aparien­cia para amoldarse al propósito que ella le confirió. 10Pues la mente puede aprender, y es en ella donde se efectúa todo cambio.

5. La mente que se considera a sí misma un pecado sólo tiene un propósito: que el cuerpo sea la fuente del pecado, para que la mantenga en la prisión que ella misma eligió y que vigila, y don­de se mantiene a sí misma separada, prisionera durmiente de los perros rabiosos del odio y de la maldad, de la enfermedad y del ataque, del dolor y de la vejez, de la angustia y del sufrimiento. 2Aquí es donde se conservan los pensamientos de sacrificio, pues ahí es donde la culpabilidad impera y donde le ordena al mundo que sea como ella misma: un lugar donde nadie puede hallar misericordia, ni sobrevivir los estragos del temor, excepto me­diante el asesinato y la muerte. 3Pues ahí tú te conviertes en un pecado, y el pecado no puede morar allí donde moran el júbilo y la libertad, pues éstos son sus enemigos y él los tiene que des­truir. 4El pecado se conserva mediante la muerte, y aquellos que creen ser un pecado no pueden sino morir por razón de lo que creen ser.

6. Alegrémonos de que ves aquello que crees, y de que se te haya concedido poder cambiar tus creencias. 2El cuerpo simplemente te seguirá. 3Jamás te puede conducir adonde tú no quieres ir. 4No es un centinela de tu sueño, ni interfiere en tu despertar. 5Libera a tu cuerpo del encarcelamiento, y no verás a nadie prisionero de lo que tú mismo te has escapado. 6Tampoco querrás retener en la culpabilidad a aquellos que habías decidido eran tus enemigos, ni mantener encadenados a la ilusión de un amor cambiante a aquellos que consideras amigos.

7. Los inocentes otorgan libertad como muestra de gratitud por su liberación. 2lo que ven apoya su liberación del encarcela­miento y de la muerte. 3Haz que tu mente sea receptiva al cam­bio, y ni a tu hermano ni a ti se os podrá imponer ninguna pena ancestral. 4Pues Dios ha decretado que no se pueda pedir ni hacer ningún sacrificio.

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