DESPERTAR AL AMOR

sábado, 26 de diciembre de 2020

26 DICIEMBRE: Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 360


Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz.


1. Padre, Tu paz es lo que quiero dar, al haberla recibido de Ti. 2Yo soy Tu Hijo, eternamente como Tú me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por siempre serenos e imperturbables. 3Quiero llegar a ellos en silencio y con certeza, pues en ninguna otra parte se puede hallar certeza. 4Que la paz sea conmigo, así como con el mundo. 5En la santidad fuimos creados y en la santidad seguimos. 6En Tu Hijo, al igual que en Ti, no hay mancha alguna de pecado. 7Y con este pensa­miento decimos felizmente “Amén”.




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

A efectos prácticos, ésta es la última lección “normal” del Libro de Ejercicios. Los últimos cinco días del año se dedican a una sola lección, que nos da una idea de cómo puede pasar cada día un alumno “graduado” (por decirlo de algún modo) en el Curso. Esta última lección resume y termina la práctica del Libro de Ejercicios.

“Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz”. Éste es un modo de resumir de qué trata el Curso: encontrar la paz dentro de nosotros, compartir esa paz con otro, y juntos compartirla con todo el mundo. Lo fundamental es encontrarla dentro de nosotros. Compartirla con otro confirma que está dentro de nosotros, en la relación aprendemos a extender esa paz. Habiendo aprendido a compartirla juntos, entonces extendemos la paz a todo el mundo

Padre, Tu paz es lo que quiero dar, al haberla recibido de Ti. (1:1)

La paz que recibimos y que damos es la paz de Dios. Es la paz que procede de saber que somos la creación de Dios: “En la santidad fuimos creados y en la santidad seguimos” (1:5). “Yo soy Tu Hijo, eternamente como Tú me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por siempre serenos e imperturbables” (1:2). No se ha perdido nada de lo que Dios me dio en mi creación. Eternamente en paz, Dios se extendió a Sí Mismo para crearme, y Su paz se extendió dentro de mí y me incluyó en Su quietud. Esa quietud existe siempre. Hay un lugar dentro de ti, dentro de mí, dentro de todos, que está en perfecta paz siempre. Podemos encontrar esa paz en cualquier momento que decidamos hacerlo. Para encontrarla todo lo que tenemos que hacer es permanecer muy quietos, quitar nuestra interferencia. La paz está ahí siempre.

Quiero llegar a ellos en silencio y con certeza, pues en ninguna otra parte se puede hallar certeza. Que la paz sea conmigo, así como con el mundo. (1:3-4)

Esta mañana, cierra los ojos durante un momento, lo que sea necesario. Deja que los pensamientos que han estado ocupando tu mente se alejen flotando, indiferente a ellos. No intentes alejarlos, no te aferres a ellos. Únicamente deja que se vayan, e intenta hacerte consciente de ese lugar dentro de ti que está en paz siempre. No te esfuerces en encontrarlo, deja que él te encuentre. Únicamente permanece muy quieto. Ábrete a la paz, y aparecerá, porque está ahí siempre. Siéntate en silencio. Si un ruido te llama la atención, no dejes que tu mente se quede “enganchada” en él. Tu único propósito es estar muy quieto y en silencio. Ahora tu único propósito es decir: “Que la paz sea conmigo”.

Y cuando sientas esa paz, o cuando esa paz te toque, por muy brevemente que sea, añade: “Que la paz sea con todo el mundo”. Con dulzura deséales esa paz a todos tus hermanos. Para eso es para lo que estamos aquí. Eso es todo lo que realmente hay que hacer. Será suficiente.

En Tu Hijo, al igual que en Ti, no hay mancha alguna de pecado. Y con este pensa-miento decimos felizmente “Amén”. (1:6-7)

El pensamiento de perfecta inocencia pone fin al Curso: ésa es su meta.

El contenido del curso, no obstante, nunca varía. Su tema central es siempre: "El Hijo de Dios es inocente, y en su inocencia radica su salvación". (M.1.3:4-5)

Cuando haya aceptado mi propia inocencia, y haya extendido ese pensamiento para que incluya al mundo entero, la salvación se habrá conseguido. Hacer esto es perdonar completamente todas las cosas. La inocencia y la paz van siempre juntas. Sólo los inocentes pueden estar en paz, sólo los pacíficos son inocentes. El mensaje del Curso es de inocencia total. Todos somos inocentes, y nadie tiene que ser condenado para que otro sea libre.


¿Qué soy? (Parte 10)

L.pII.14.5:3-5

Nuestra función aquí es traerle “buenas nuevas al Hijo de Dios que pensó que sufría” (5:3). El Hijo de Dios que pensó que sufría eres tú, soy yo, y todos los que entran en tu vida. ¡Qué anuncio más maravilloso! Anunciar, como dijo el profeta Isaías en el Antiguo Testamento:

“… a anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad… para consolar a todos los que lloran, para darles belleza en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido”, (Isaías 61:1-3)

En los Evangelios se dice que esta temporada de Navidad es un tiempo de “una gran alegría… para todo el pueblo” (Lucas 2:10). En el Curso tenemos la continuación a ese mensaje, y nosotros somos sus mensajeros. Podemos anunciar: “Ahora (el Hijo de Dios) ha sido redimido” (5:4). El camino para encontrar nuestro hogar está abierto para cada uno de nosotros, para conocer primero nuestro perdón perfecto, y luego la inmensidad del Amor de Dios.

Y al ver las puertas del Cielo abiertas ante él, entrará y desaparecerá en el Corazón de Dios. (5:5)


Cuando esta “buena nueva” sea recibida por todos, todos cruzaremos las puertas del Cielo, símbolo de entrar en la consciencia de la perfecta Unidad. En esa Unidad desapareceremos en el Corazón de Dios. Esa palabra “desaparecer” no significa que dejemos de existir, o que seremos absorbidos y eliminados en la absorción. Significa únicamente que toda sensación de separación y de diferencias habrán desaparecido, junto con el deseo de ellas. Desapareceremos en la Unidad, pero estaremos en esa Unidad, profundamente unidos a ella y parte de ella, llevando a cabo nuestra función gozosamente, resplandeciendo para siempre en la gloria eterna de Dios.





















  

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