DESPERTAR AL AMOR

viernes, 4 de diciembre de 2020

4 DICIEMBRE: Sólo mis propios pensamientos pueden afectarme.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 338


Sólo mis propios pensamientos pueden afectarme.


1. Con este pensamiento basta para dejar que la salvación arribe a todo el mundo. 2Pues es el pensamiento mediante el cual todo el mundo por fin se libera del miedo. 3Ahora cada uno ha aprendido que nadie puede atemorizarlo, y que nada puede amenazar su seguridad. 4No tiene enemigos, y está a salvo de todas las cosas externas. 5Sus pensamientos pueden asustarlo, pero, puesto que son sus propios pensamientos, él tiene el poder de cambiarlos sustituyendo cada pensamiento de miedo por un pensamiento feliz de amor. 6Se crucificó a sí mismo. 7Sin embargo, Dios planeó que Su Hijo bienamado fuese redimido.

2. Padre mío, sólo Tu plan es infalible. 2Todos los demás fracasarán. 3Y tendré pensamientos que me asustarán hasta que aprenda que Tú ya me has dado el único Pensamiento que me conduce a la salvación. Sólo mis propios pensamientos fracasarán, y no me llevarán a ninguna parte. 5Mas el Pensamiento que Tú me diste promete conducirme a mi hogar, porque en él reside la promesa que Tú le hiciste a Tu Hijo.


Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta es una idea fundamental del Curso, repetida muchas veces con palabras diferentes:

Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí. (T.21.II.2:3-5)

Nunca estoy disgustado por la razón que creo. (L.5)

Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a él. Es imposible que él mismo no haya elegido las cosas que le suceden. Su poder de decisión es lo que determina cada situación en la que parece encontrarse, ya sea por casualidad o por coincidencia. (T.21.II.3:1-3)

Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti. (T.10.In.1:1)

Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo a tu mente puede herirte o hacerte daño en modo alguno. No hay causa más allá de ti mismo que pueda abatirse sobre ti y oprimirte. Nadie, excepto tú mismo, puede afectarte. No hay nada en el mundo capaz de hacerte enfermar, de entristecerte o de debilitarte. Eres tú el que tiene el poder de dominar todas las cosas que ves reconociendo simplemente lo que eres. (L.190.5:1-6)

El Curso dice que aceptar esto es la base de nuestra liberación de todo sufrimiento. Mientras pensemos que algo de fuera de nosotros nos está afectando y causando nuestro dolor, no buscaremos dentro los pensamientos que son verdaderamente la causa del dolor. Creeremos que somos las víctimas inocentes de fuerzas que están más allá de nuestro control.

Con este pensamiento basta para dejar que la salvación arribe a todo el mundo. Pues es el pensamiento mediante el cual todo el mundo por fin se libera del miedo. (1:1-2)

La comprensión de que no hay nada fuera de mí amenazándome es el único modo seguro para liberarnos del miedo. Al principio puede parecer que provoca culpa porque si no hay nadie que me lo esté haciendo a mí, yo debo estar haciéndomelo, y ése parece ser un reconocimiento muy difícil de aceptar. Sin embargo, la comprensión de que sólo mis propios pensamientos pueden afectarme trae una enorme liberación del miedo.

Ahora cada uno ha aprendido que nadie puede atemorizarlo, y que nada puede amenazar su seguridad. No tiene enemigos, y está a salvo de todas las cosas externas. (1:3-4)

Que recuerde esto hoy. Nada puede ponerme en peligro. No tengo enemigos, y nada externo puede amenazarme. No tengo que vivir con ansiedad y a la defensiva: estoy a salvo.

Sin embargo, ¿y el hecho de que mis propios pensamientos pueden hacerme daño? ¿No es eso algo a lo que temer? Parece aterrador que los pensamientos que tengo y de los que no soy consciente pueden hacerme daño. Siempre ha sido aterrador el extraño mensaje de la psicología de que estoy dirigido por motivos de los que no soy consciente, que nunca llegan a la superficie de mi mente consciente, y el Curso parece estar bastante de acuerdo con esas teorías psicológicas. Constantemente te está diciendo que creemos ciertas cosas que no somos conscientes de que las creemos, y que estamos dirigidos por una culpa por la separación tan profundamente oculta y enterrada que quizá nunca en este mundo nos demos cuenta de ella. ¿Cómo podemos liberarnos del miedo cuando estos enemigos escondidos acechan debajo de la superficie de nuestra mente, preparados para explotar como minas de tierra cuando las pisamos sin darnos cuenta?

Sus pensamientos pueden asustarlo, pero, puesto que son sus propios pensamientos, él tiene el poder de cambiarlos sustituyendo cada pensamiento de miedo por un pensamiento feliz de amor. Se crucificó a sí mismo. Sin embargo, Dios planeó que Su Hijo bienamado fuese redimido. (1:5-7)

La buena noticia es que puesto que nuestros pensamientos son nuestros, podemos cambiarlos, incluso aquellos de los que no somos conscientes. De eso es de lo que trata el Curso. Sí, nos hemos crucificado a nosotros mismos, pero Dios ha planeado una salida para nosotros. Él ha planeado que seamos rescatados, es decir: liberados de nuestros propios pensamientos del aprisionamiento que nos hemos impuesto a nosotros mismos. Es un camino para cambiar nuestra mente, y no se necesita nada más que eso.

Todos los demás planes fracasarán. (2:2)

Fracasarán porque están basados en una falsedad, concretamente, que el problema es algo externo, algo distinto a mis pensamientos. Puedo intentar solucionar mis problemas con más dinero, con medicinas o drogas, o rodeándome de personas que parecen darme lo que parece que a mí me falta. Siendo soluciones externas fracasarán todas, porque el problema real está en mis propios pensamientos. Por muy ingeniosos que sean, mis planes fracasarán, porque estoy resolviendo los problemas equivocados.

Y tendré pensamientos que me asustarán hasta que aprenda que Tú ya me has dado el único Pensamiento que me conduce a la salvación. Sólo mis propios pensamientos fracasarán, y no me llevarán a ninguna parte. Mas el Pensamiento que Tú me diste promete conducirme a mi hogar, porque en él reside la promesa que Tú le hiciste a Tu Hijo. (2:3-5)

Aunque conozco la verdad de esta lección, todavía tendré pensamientos que producen miedo, pensamientos que parecen hacerme daño. No hay que preocuparse por eso. Cuando aparezcan tales pensamientos, puedo aprender a encogerme de hombros con indiferencia y decirme a mí mismo: “¿Así que todavía tengo un ego? ¡Eso no es nada nuevo!”. Puedo llevar los pensamientos que me atemorizan ante la Presencia del Pensamiento que Dios me ha dado: el Espíritu Santo. Él es “el Pensamiento que me lleva a la salvación”, el Pensamiento de perdón y de amor. Él es un Pensamiento lleno de promesas y seguridad, un Pensamiento que me dice que yo soy el Hijo que Dios ama, sin nada que temer (como vimos en la lección de ayer “Mi impecabilidad me protege de todo daño”).

Que hoy esté dispuesto a reconocer mis pensamientos de miedo cuando surjan, en lugar de negar que los tengo, para que con la ayuda del Espíritu Santo pueda cambiarlos, cambiándolos por un pensamiento feliz de amor.


¿Qué es el ego? (Parte 8)

L.pII.12.4:2

Desde el punto de vista del sufrimiento, el precio que hay que pagar por tener fe en él es tan inmenso que la ofrenda que se hace a diario en su tenebroso santuario es la crucifixión del Hijo de Dios. Y la sangre no puede sino correr ante el altar donde sus enfermizos seguidores se preparan para morir. (4:2)

Aquí el Curso hace una de las valoraciones más tenebrosas de nuestro ego. Produce una imagen de una religión primitiva con sacrificios de sangre como los que hemos leído que existieron en América Central, en la que a seres humanos se les arrancaba del cuerpo el corazón todavía latiendo, y los altares tenían vías cortadas para que la sangre fluyera por allí. Dice que nuestra fe en el ego es la causa de un sufrimiento tan inmenso y aterrador como ése.
Por nuestra fe en la ilusión de separación del ego, de una identidad separada, pagamos un inmenso precio en sufrimiento. Cada día continuamos con esta extraña fe: crucificamos al Hijo de Dios. Pues la existencia de una identidad separada exige la muerte de nuestra identidad unificada. Como “enfermizos seguidores” de esta religión (pues es una religión), todos nos estamos preparando para morir mientras contemplamos el sacrificio del santo Hijo de Dios. (Por supuesto, el Hijo de Dios no puede morir, el sacrificio es ilusorio. Pero para nuestra mente es terriblemente real). Nuestra propia muerte confirmará nuestra fe, demostrará nuestra separación de Dios.

Aunque este sufrimiento no es real en la verdad, a nosotros nos parece real. Y, para librarnos del ego, una de las cosas que el Curso nos pide es que examines honestamente el costo de nuestra creencia en el ego. ¿Qué me cuesta albergar un resentimiento? ¿Qué me cuesta odiar? ¿Qué me cuesta empeñarme en tener la razón en una discusión? ¿Qué me cuesta aferrarme a mi imagen de víctima? ¿Qué me cuesta aferrarme a la culpa? ¿Qué me cuesta aferrarme a mi percepción de pecado en mis hermanos?

Tenemos que tener en cuenta lo que nos cuesta nuestra creencia en el ego. El Curso dice:

No aceptarías el costo en miedo que ello supone una vez que lo reconocieses (T.11.V.10:3)

El ego está tratando de enseñarte cómo ganar el mundo y perder tu alma. El Espíritu Santo te enseña que no puedes perder tu alma y que no hay nada que ganar en el mundo, pues, de por sí, no da nada. Invertir sin recibir beneficios es sin duda una manera segura de empobrecerte, y los gastos generales son muy altos. No sólo no recibes ningún beneficio de la inversión, sino que el costo es enorme. Pues esta inversión te cuesta la realidad del mundo al negar la tuya, y no te da nada a cambio. (T.12.VI.1:1-5)

… tienes que aprender el costo que supone estar dormido, y negarte a pagarlo. (T.12.VI.5:2)

La creencia en el pecado requiere constante defensa, y a un costo exorbitante. Es preciso combatir y sacrificar todo lo que el Espíritu Santo te ofrece. Pues el pecado está tallado en un bloque que fue arrancado de tu paz y colocado entre el retorno de ésta y tú. (T.22.V.2:6-8)

Pagamos un precio enorme en sufrimiento para mantener nuestro andrajoso y amado ego. Perdemos la consciencia de nuestra Identidad real para aferrarnos a una identidad imaginada y que no podemos hacer real. Una vez que veamos estos, una vez que reconozcamos la locura de todo ello, ya nunca estaremos dispuestos a aceptarlo. Una vez que veamos lo que el ego nos exige, nos negaremos a pagar el precio porque nos daremos cuenta de que el ego no es lo que de verdad queremos. Pero primero, muy a menudo, tenemos que hacer frente al horror de lo que hemos hecho. Tenemos que mirar a ese altar que gotea sangre y darnos cuenta de que eso es lo que hemos estado eligiendo.

No es difícil renunciar a los juicios. Lo que sí es difícil es aferrarse a ellos. El maestro de Dios los abandona gustosamente en el instante en que reconoce su costo. Toda la fealdad que ve a su alrededor es el resultado de ellos, al igual que todo el dolor que contempla. De los juicios se deriva toda soledad y sensación de pérdida; el paso del tiempo y el creciente desaliento; la desespe-ración enfermiza y el miedo a la muerte. Y ahora, el maestro de Dios sabe que todas esas cosas no tienen razón de ser. Ni una sola es verdad. Habiendo abandonado su causa, todas ellas se desprenden de él, ya que nunca fueron sino los efectos de su elección equivocada. Maestro de Dios, este paso te brindará paz. ¿Cómo iba a ser difícil anhelar sólo esto? (M.10.6:1-11)





TEXTO

 

IX. El sueño de perdón


1. El que es esclavo de ídolos lo es porque está dispuesto a serlo. 2dispuesto tiene que estar para poderse postrar en adoración ante lo que no tiene vida y buscar poder en lo que es impotente. 3¿Qué le sucedió al santo Hijo de Dios para que su deseo fuese dejarse caer más bajo que las piedras del suelo y esperar que los ídolos lo elevasen? 4Escucha, pues, tu historia en el sueño que tejiste, y pregúntate si no es verdad que no crees que es un sueño.

2. En la mente que Dios creó perfecta como Él Mismo se adentró un sueño de juicios. 2Y en ese sueño el Cielo se trocó en infierno, y Dios se convirtió en el enemigo de Su Hijo. 3¿Cómo puede desper­tar el Hijo de Dios de este sueño? 4Es un sueño de juicios. 5Para despertar, por lo tanto, tiene que dejar de juzgar. 6Pues el sueño parecerá prolongarse mientras él forme parte de él. 7No juzgues, pues el que juzga tiene necesidad de ídolos para evitar que sus juicios recaigan sobre él mismo. 8No puede tampoco conocer al Ser al que ha condenado. 9No juzgues, pues si lo haces, pasas a formar parte de sueños malvados en los que los ídolos se convier­ten en tu "verdadera" identidad, así como en la salvación del jui­cio que, lleno de terror y culpabilidad, emitiste acerca de ti mismo.

3. Todas las figuras del sueño son ídolos, concebidos para que te salven del sueño. 2No obstante, forman parte de aquello para sal­varte de lo cual fueron concebidos. 3De esta manera, el ídolo mantiene el sueño vivo y temible, pues, ¿quién podría desear un ídolo a no ser que estuviese aterrorizado y lleno de desespera­ción? 4Esto es lo que el ídolo representa. aVenerarlo, por lo tanto, es venerar la desesperación, el terror y el sueño de donde éstos proceden. 5Todo juicio es una injusticia contra el Hijo de Dios, y es justo que el que le juzgue no escape la pena que se impuso a sí mismo dentro del sueño que forjó. 6Dios sabe de justicia, no de castigos. 7Pero en el sueño de juicios tú atacas y te condenas a ti mismo; y deseas ser el esclavo de ídolos que se interponen entre tus juicios y la pena que éstos conllevan.

4. No puede haber salvación en el sueño tal como lo estás soñando. 2Pues los ídolos no pueden sino ser parte de él, para salvarte de lo que crees haber hecho y de lo que crees que hiciste para volverte un pecador y extinguir la luz interna. 3Criatura de Dios, la luz aún se encuentra en ti. 4No estás sino soñando, y los ídolos son los juguetes con los que sueñas que juegas. 5¿Quiénes, sino los niños, tienen necesidad de juguetes? 6Los niños juegan a gobernar el mundo, y le otorgan a sus juguetes el poder de mo­verse, hablar, pensar, sentir y comunicarse por ellos. 7Sin embargo, todo lo que los juguetes parecen hacer sólo tiene lugar en las mentes de aquellos que juegan con ellos. 8No obstante, ansían olvidarse de que ellos mismos son los autores del sueño en el que los juguetes son reales, y no quieren reconocer que los deseos de éstos son en realidad los suyos propios.

5. Las pesadillas son sueños pueriles. 2En ellos los juguetes se han vuelto contra el niño que pensó haberles otorgado realidad. 3Mas ¿tiene acaso un sueño el poder de atacar? 4¿O podría un juguete volverse enorme y peligroso, feroz y salvaje? 5Esto es lo que el niño cree, pues tiene miedo de sus pensamientos y se los atribuye a los juguetes. 6la realidad de éstos se convierte en la suya propia porque los juguetes parecen salvarlo de sus propios pensamientos. 7Sin embargo, los juguetes mantienen sus pensa­mientos vivos y reales, pero él los ve fuera de sí mismo, desde donde pueden volverse contra él puesto que los traicionó. 8El niño cree que necesita los juguetes para poder escapar de sus pensamientos porque cree que sus pensamientos son reales. 9Y así, convierte todo en un juguete para hacer que su mundo siga siendo algo externo a él, y pretender que él no es más que una parte de ese mundo.

6. Llega un momento en que la infancia debería dejarse atrás para siempre. 2No sigas aferrándote a los juguetes de la infancia. 3Desé­chalos, pues ya no tienes necesidad de ellos. 4El sueño de juicios no es más que un juego de niños, en el que el niño se convierte en un padre poderoso, pero con la limitada sabiduría de un niño. 5Lo que le hiere es destruido; lo que le ayuda, bendecido. 6Excepto que juzga con el criterio de un niño que no sabe distinguir entre lo que le hace daño y lo que le sanaría. 7Cosas adversas parecen acontecerle, y tiene miedo del caos que ve en un mundo que cree gobernado por las leyes que él mismo promulgó. 8El mundo real, no obstante, no se ve afectado por el mundo que él cree real, 9ni sus leyes han cambiado porque él no las entienda.

7. El mundo real es también un sueño. 2Excepto que en él los personajes han cambiado 3y no se ven como ídolos traicioneros. 4El mundo real es un sueño en el que no se usa a nadie para que sea el sustituto de otra cosa, ni tampoco se le interpone entre los pensamientos que la mente concibe y lo que ve. 5No se usa a nadie para lo que no es, pues las cosas infantiles hace mucho que se dejaron atrás. 6lo que una vez fue un sueño de juicios se ha convertido ahora en un sueño donde todo es dicha porque ése es su propósito. 7Ahí sólo pueden tener lugar sueños de perdón, pues el tiempo está a punto de finalizar, 8Y las figuras que entran a formar parte del sueño se perciben ahora como hermanos, a los que ya no se juzga sino que se les ama.

8. No es necesario que los sueños de perdón sean de larga dura­ción. 2No se concibieron para separar a la mente de sus pensa­mientos, 3ni intentan probar que el sueño lo está soñando otro. 4En ellos se puede oír una melodía que todos recuerdan, si bien no la han oído desde antes de los orígenes del tiempo. 5El perdón, una vez que es total, hace que la intemporalidad esté tan cerca que entonces se puede oír el himno del Cielo, no con los oídos, sino con la santidad que nunca se ausentó del altar que se encuentra eternamente en lo más profundo del Hijo de Dios. 6cuando éste vuelve a oír este himno, se da cuenta de que nunca había dejado de escucharlo. 7¿Y adónde va a parar el tiempo una vez que se han abandonado los sueños de juicios?

9. Siempre que tienes miedo, de la clase que sea -y tienes miedo si no estás experimentando una profunda felicidad, certeza de que dispones de ayuda o una serena confianza de que el Cielo te acompaña- ten por seguro que has forjado un ídolo que crees que te va a traicionar. 2Pues bajo tus esperanzas de que el ídolo te salve yace la culpabilidad y el dolor de la auto-traición y de la incertidumbre, tan profundos y amargos, que el sueño no puede ocultar completamente tu sensación de fracaso. 3El resultado de tu auto-traición tiene que ser el miedo, pues el miedo es un juicio, y conduce inevitablemente a la frenética búsqueda de ídolos y de muerte.

10. Los sueños de perdón te recuerdan que estás a salvo y que no te has atacado a ti mismo. 2De esta manera, tus terrores infantiles desaparecen y los sueños se convierten en la señal de que has comenzado de nuevo, y no de que has tratado una vez más de venerar ídolos y de perpetuar el ataque. 3Los sueños de perdón son benévolos con todo aquel que forma parte de ellos. 4Y así, liberan completamente al soñador de los sueños de miedo. 5Él deja entonces de tener miedo de sus propios juicios, pues no ha juzgado a nadie ni ha intentado liberarse, mediante juicios, de lo que los propios juicios imponen. 6Y ahora recuerda continua­mente lo que había olvidado cuando los juicios parecían ser la manera de salvarle de la sanción que ellos mismos imponen.



















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