EJERCICIOS
Comentario
Hogar. ¡Qué palabra más sugerente! “Voy a mi hogar”. A veces sólo con pensar en ir al hogar, incluso en sentido abstracto, puede hacer que surjan en nosotros profundas emociones, felices, aunque para algunos una vida desgraciada en el hogar ha ensombrecido esta palabra. Incluso entonces, aunque nuestro hogar “real” haya sido desgraciado, seguimos llenos de un profundo deseo del hogar como debería ser. Nuestro verdadero hogar está en Dios. Nuestros deseos del hogar están basados en nuestro deseo de este hogar espiritual en Dios.
¿Cómo puedo “ir al hogar”? Hay canciones que expresan la idea de que vamos al hogar, al Cielo, cuando morimos: canciones espirituales como “Ir al Hogar”. Pero el Curso aquí es muy, muy claro. Habla de abandonar este mundo y dice: “No mediante la muerte, sino mediante un cambio de parecer con respecto al propósito del mundo” (1:2).
Mientras pensemos que el propósito del mundo está en el mundo mismo, que la felicidad y la libertad y la satisfacción se encuentran aquí en el mundo, nunca lo abandonaremos. Ni siquiera al “morir”. Las cadenas que nos atan al mundo son mentales, no físicas. Lo que nos aprisiona al mundo es el valor que le damos. Si le doy valor al mundo “tal como lo veo ahora” (1:3, también 1:4), me tendrá apresado aunque mi cuerpo se desmorone. Pero si ya no veo en este mundo “tal como lo contemplo” nada que quiera conservar o conseguir, entonces estoy libre.
Literalmente hablando, ¡hay todo un mundo de significado en esas palabras “tal como lo veo ahora” y “tal como lo contemplo”! Tal como el ego lo ve, este mundo es un lugar de castigo y de aprisionamiento, y al mismo tiempo un lugar donde vengo a buscar lo que parece “faltarme” a mí. Mientras le dé valor a ese castigo y aprisionamiento, quizá no para mí sino para otros sobre los que he proyectado mi culpa, estaré encadenado al mundo, y no iré al hogar. Mientras piense que me falta algo y continúe buscándolo fuera de mí, dándole valor al mundo por lo que creo que puede ofrecerme, estaré encadenado al mundo, y no iré al hogar.
“Mi hogar me aguarda”. Nuestro hogar no se está construyendo. Está preparado y esperando, la alfombra roja extendida, todo está listo, los Brazos de Dios están abiertos y oigo Su Voz (2:2). El hogar está a mi alcance ahora mismo, sólo con elegirlo. Que esté dispuesto a mirar a lo que me impide elegirlo, porque ésos son los obstáculos que me impiden encontrarlo. ¿Todavía deseo con nostalgia que venga mi príncipe (o princesa) azul? ¿Todavía tengo cosas que quiero hacer antes de estar listo para ir? ¿Todavía encuentro placer cuando los malvados (en mi opinión) sufren? Si este mundo pudiera desaparecer dentro de una hora, ¿qué lamentaría? ¿Estaría dispuesto a irme? Si una brillante cortina apareciese en la entrada y una Voz dijera: “Cruza este portal y estarás en el Cielo”, ¿lo cruzaría? ¿Por qué no?
Esto no es una fantasía. La Voz nos está llamando, y el Cielo está aquí ahora. Podemos cruzar el portal en cualquier momento que lo elijamos. Si no estamos sintiendo el Cielo, estamos eligiendo no hacerlo, y se nos ha encomendado el trabajo de descubrir lo que nos retiene en esta aula de aprendizaje. Para eso es el mundo: para enseñarnos a abandonarlo.
¿Qué necesidad tengo de prolongar mi estadía en un lugar de vanos deseos y de sueños frustrados cuando con tanta facilidad puedo alcanzar el Cielo? (2:3)
L.pII.1.3:3-4
No nos damos cuenta de cuánto deforman la verdad nuestros pensamientos que no perdonan (3:3). Los pensamientos que no perdonan deforman la manera en que vemos las cosas que nos están de acuerdo con cómo quiere verlas la falta de perdón. Los pensamientos que no perdonan pasan por alto cualquier muestra de amor, y encuentran pruebas de culpa. En “Los Obstáculos a la Paz” y el apartado sobre “La Atracción de la Culpabilidad”, nuestros pensamientos que no perdonan se comparan con mensajeros hambrientos a los que “se les ordena con aspereza que vayan en busca de culpabilidad, que hagan acopio de cualquier retazo de maldad y de pecado que puedan encontrar sin que se les escape ninguno so pena de muerte, y que los depositen ante su señor y amo respetuosa-mente” (T.19.IV (A).i.11:2). Es decir, encontramos lo que estamos buscando, y el ego está buscando culpa.
Pero la distorsión (deformación) no es sólo el método que usa el ego, la distorsión (deformación) es también el propósito del ego. Así, el propósito de la falta de perdón es deformar la realidad. La falta de perdón se propone con furia “arrasar la realidad, sin ningún miramiento por nada que parezca contradecir su punto de vista” (3:4). La realidad es el enemigo odiado, la presencia intolerable, porque nuestra realidad es todavía el Hijo de Dios que jamás se ha separado de Él en lo más mínimo.
La realidad pone al descubierto al ego como una mentira, y esto no puede tolerarse. Cuando nuestra mente está dominada por pensamientos que no perdonan, el modo en que funciona se propone desde el comienzo deformar la realidad para que no se reconozca.
En contraste con esto, el Curso nos pide: “Sueña con la bondad de tu hermano en vez de concentrarte en sus errores… Y no desprecies los muchos regalos que te ha hecho sólo porque en tus sueños él no sea perfecto” (T.27.VII.15). Nos pide que busquemos amor en lugar de buscar culpa. Para empezar, podemos poner en duda el modo en que vemos las cosas, dándonos cuenta de que nuestros procesos de pensamiento y nuestros métodos de juzgar están seriamente dañados y no son de fiar. No es que no deberíamos juzgar, sino que no podemos juzgar (M.10.2:1). Nuestra mente está enferma, necesitamos una mente sana para que juzgue por nosotros. Y esa mente es el Espíritu Santo.
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