DESPERTAR AL AMOR

lunes, 17 de agosto de 2020

17 AGOSTO: El Amor, que es lo que me creó, es lo que soy.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

LECCIÓN 229



El Amor, que es lo que me creó, es lo que soy.



1. Busco mi verdadera Identidad, y la encuentro en estas pala­bras: "Soy Amor, pues el Amor fue lo que me creó". 2Ahora no necesito buscar más. 3El Amor ha prevalecido. 4Ha esperado tan quedamente mi regreso a casa, que ya no me volveré a apartar de la santa faz de Cristo. 5Y lo que contemple dará testimonio de la verdad de la Identidad que procuré perder, pero que mi Padre conservó a salvo para mí.

2. Padre, te doy gracias por lo que soy, por haber conservado mi Identi­dad inalterada e impecable en medio de todos los pensamientos de pecado que mi alocada mente inventó. 2Y te doy gracias también por haberme salvado de ellos. 3Amén.



Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
Lee la lección.
Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.

   Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

         Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
         Piensa en ella durante un rato.


Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.

Comentario

Muchas de estas lecciones en la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, mientras las leo, parecen expresar un estado mental que está más allá de donde yo estoy. En realidad, hablan de mi verdadero estado mental, el estado de mi mente recta. Éste es el estado mental que podemos alcanzar en el instante santo. La mente recta no es un estado futuro que estoy intentando alcanzar. Hay un aspecto de mi mente que ya conoce estas cosas y las cree. Ésta es la parte de mi mente que me está llevando al Hogar. “Ahora no necesito buscar más” (1:2), es la verdad en este mismo instante. La que no es real es la parte de mi mente que las pone en duda y las niega.

El Amor es lo que soy, el Amor es mi Identidad. Que mire honestamente a lo que creo que soy en Su lugar, porque al descubrir lo que no es Amor, llegaré a conocer el Amor.

El amor no es algo que se pueda aprender. Su significado reside en sí mismo. Y el aprendizaje finaliza una vez que has reconocido todo lo que no es amor. Ésa es la interferencia, eso es lo que hay que eliminar. (T.18.IX.12:1-4)

El Amor me ha esperado “tan quedamente” (1:4). El Amor es tranquilo porque eso es lo que hace el perdón, “es tranquilo y sosegado, y no hace nada” (L.pII.4:1). Mi propio Amor espera para perdonarme todo lo que creo haber hecho, todo lo que he creído que era, diferente al Amor. Verdaderamente “procuré perder” mi Identidad (1:5), pero Dios ha guardado esa Identidad a salvo para mí, dentro de mí, como lo que yo soy. “En medio de todos los pensamientos de pecado que mi alocada mente inventó” (2:1), mi Padre ha mantenido mi Identidad intacta y sin pecado. Que me concentre en esa Identidad ahora. Que dé gracias y exprese mi agradecimiento a Dios por no haber perdido mi Identidad, aunque yo estaba seguro de haberla perdido. No puedo ser otra cosa distinta de lo que 




¿Qué es el perdón? (Parte 9)

L.pII.1.5:1-2

Enfrentado al contraste total entre el perdón y la falta de perdón, entonces ¿qué tenemos que hacer? “No hagas nada, pues” (5:1). No se nos pide que hagamos, se nos pide que dejemos de hacer, porque no es necesario hacer nada. Para el ego hacer significa juzgar, y es al juicio a lo que tenemos que renunciar. Si sentimos que hay que hacer algo, es un juicio que afirma que nos falta algo dentro, y no nos falta nada. Eso es lo que tenemos que recordar. Creer que tenemos que hacer algo es negar nuestra plenitud, que nunca ha disminuido.

“Deja que el perdón te muestre lo que debes hacer a través de Aquel que es tu Guía” (5:1). Perdonarnos a nosotros mismos significa quitar las manos del volante de nuestra vida, dejar de intentar “arreglar las cosas”, lo que afirma que algo anda mal. Perdonar a otros significa que dejamos de pensar que es cosa nuestra corregirles. El Espíritu Santo es el Único Que conoce lo que tenemos que hacer, si fuera necesario, y Su dirección a menudo nos sorprenderá. Sí, puede que tengamos que “hacer” algo, pero no seremos nosotros los que lo decidiremos. Lo que hacemos es muy a menudo desastroso, apagando el espíritu en lugar de afirmarlo, alimentando la culpa en lugar de quitarla.

El Espíritu Santo es mi Guía, Salvador y Protector. En cada situación en la que me sienta tentado a hacer algo, que me pare y recuerde que mi juicio no es de fiar, que lo abandone y lo ponga en Sus Manos. Él está “lleno de esperanza, está seguro de que finalmente triunfarás” (5:1). ¿Con qué frecuencia, cuando me juzgo a mí mismo o a otro, estoy seguro de que finalmente triunfaré? Que entonces ponga la situación al cuidado de Uno que está seguro. Él me enseñará qué hacer.


“Él ya te ha perdonado, pues ésa es la función que Dios le encomendó” (5:2). Cada vez que Le traigo algo terrible que creo haber hecho, que recuerde que “Él ya me ha perdonado”. No tengo por qué tener miedo de entrar en Su Presencia. Su función, Su razón de ser, es perdonarme. No juzgarme, ni castigarme, ni hacerme sentir mal, sino perdonar. ¿Por qué voy a permanecer alejado un instante más? Que ahora descanse agradecido en Sus amorosos brazos y Le oiga decir: “Lo que crees no es verdad” (L.134.7:5). Él aquietará las inquietas aguas de mi mente, y me traerá paz.





TEXTO


D. El cuarto obstáculo: El temor a Dios

 

1. ¿Qué verías si no tuvieses miedo de la muerte? 2¿Qué sentirías y pensarías si la muerte no te atrajese? 3Simplemente recordarías a tu Padre. 4Recordarías al Creador de la vida, la Fuente de todo lo que vive, al Padre del universo y del universo de los universos, así como de todo lo que se encuentra más allá de ellos. 5con­forme esta memoria surja en tu mente, la paz tendrá todavía que superar el obstáculo final, tras el cual se consuma la salvación y al Hijo de Dios se le restituye completamente la cordura. 6Pues ahí acaba tu mundo.

2. El cuarto obstáculo a superar pende como un denso velo ante la faz de Cristo. 2No obstante, a medida que Su faz se revela tras él, radiante de júbilo porque Él mora en el Amor de Su Padre, la paz descorrerá suavemente el velo y se apresurará a encontrarse con Él y a unirse finalmente a Él. 3Pues este velo oscuro, que hace que la faz de Cristo se asemeje a la de un leproso y que los radiantes rayos del Amor de Su Padre que iluminan Su rostro con gloria parezcan chorros de sangre, se desvanecerá ante la deslumbrante luz que se encuentra más allá de él una vez que el miedo a la muerte haya desaparecido.

3. Este velo, que la creencia en la muerte mantiene intacto y que su atracción protege, es el más tenebroso de todos. 2La dedicación a la muerte y a su soberanía no es más que el voto solemne, la promesa que en secreto le hiciste al ego de jamás descorrer ese velo, de no acercarte a él y de ni siquiera sospechar que está ahí. 3Éste es el acuerdo secreto al que llegaste con el ego para mante­ner eternamente en el olvido lo que se encuentra más allá del velo. 4He aquí tu promesa de jamás permitir que la unión te haga aban­donar la separación; la profunda amnesia en la que el recuerdo de Dios parece estar totalmente olvidado; la brecha entre tu Ser y tú: el temor a Dios, el último paso de tu disociación.

4. Observa cómo la creencia en la muerte parece "salvarte". 2Pues si ésta desapareciese, ¿a qué le podrías temer, sino a la vida? 3La atracción de la muerte es lo que hace que la vida parezca ser algo feo, cruel y tiránico. 4Tu miedo a la muerte no es mayor que el que le tienes al ego. 5Ambos son los amigos que tú has elegido, ya que en tu secreta alianza con ellos has acordado no permitir que jamás se revoque el temor a Dios, de modo que pudieses contem­plar la faz de Cristo y unirte a Él en Su Padre.

5. Cada obstáculo que la paz debe superar se salva de la misma manera: el miedo que lo originó cede ante el amor que se encuen­tra detrás, y así desaparece el miedo. 2lo mismo ocurre con este último obstáculo. 3El deseo de deshacerte de la paz y de ahuyen­tar el Espíritu Santo se desvanece en presencia del sereno recono­cimiento de que amas a Dios. 4La exaltación del cuerpo se abandona en favor del espíritu, al que amas como jamás podrías haber amado al cuerpo. 5la atracción de la muerte desaparece para siempre a medida que la atracción del amor despierta en ti y te llama. 6Desde más allá de cada uno de los obstáculos que te impiden amar, el Amor Mismo ha llamado. 7Y cada uno de ellos ha sido superado mediante el poder de atracción que ejerce lo que se encuentra tras ellos. 8El hecho de que deseases el miedo era lo que hacía que pareciesen insuperables. 9Mas cuando oíste la Voz del Amor tras ellos, contestaste y ellos desaparecieron.

6. Y ahora te encuentras aterrorizado ante lo que juraste no vol­ver a mirar nunca más. 2Bajas la vista, al recordar la promesa que les hiciste a tus "amigos". 3La "belleza" del pecado, la sutil atrac­ción de la culpabilidad, la "santa" imagen encerada de la muerte y el temor de la venganza del ego a quien le juraste con sangre que no lo abandonarías, se alzan todos, y te ruegan que no levan­tes la mirada. 4Pues te das cuenta de que si miras ahí y permites que el velo se descorra, ellos desaparecerán para siempre. 5Todos tus "amigos", tus "protectores" y tu "hogar" se desvanecerían. 6No recordarías nada de lo que ahora recuerdas.



7. Te parece que el mundo te abandonaría por completo sólo con que alzases la mirada. 2Sin embargo, lo único que ocurriría es que serías tú quien lo abandonaría para siempre. 3En esto consiste el re-establecimiento de tu voluntad. 4Mira con los ojos bien abiertos a eso que juraste no mirar, y nunca más creerás que estás a merced de cosas que se encuentran más allá de ti, de fuerzas que no puedes controlar o de pensamientos que te asaltan en contra de tu voluntad. 5Tu voluntad es mirar ahí. 6Ningún deseo desqui­ciado, ningún impulso trivial de volverte a olvidar, ninguna pun­zada de miedo, ni el frío sudor de lo que aparenta ser la muerte pueden oponerse a tu voluntad. 7Pues lo que te atrae desde detrás del velo es algo que se encuentra en lo más recóndito de tu ser, algo de lo que no estás separado y con lo que eres completa­mente uno.








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