DESPERTAR AL AMOR

martes, 25 de agosto de 2020

25 AGOSTO: Ahora quiero ser tal como Dios me creó.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS


LECCIÓN 237

Ahora quiero ser tal como Dios me creó.


1. Hoy aceptaré la verdad acerca de mí mismo. 2Me alzaré glo­rioso, y dejaré que la luz que mora en mí irradie sobre el mundo durante todo el día. 3Le traigo al mundo las buenas nuevas de la salvación que oigo cuando Dios mi Padre me habla. 4Y contem­plo el mundo que Cristo quiere que yo vea, consciente de que pone fin al amargo sueño de la muerte; consciente de que es la llamada que mi Padre me hace.

2. Cristo se convierte hoy en mis ojos, y en los oídos que escuchan hoy la Voz que habla por Dios. 2Padre, vengo a Ti a través de Aquel que es Tu Hijo, así como mi verdadero Ser. 3Amén.




Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
Lee la lección.
Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.

   Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

         Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
         Piensa en ella durante un rato.

Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.



Comentario

Estas lecciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios parecen todas intentar que nos demos cuenta de Quién o Qué somos realmente. Como dice la Introducción:

El libro de ejercicios está dividido en dos secciones principales. La primera está dedicada a anular la manera en que ahora ves, y la segunda, a adquirir una percepción verdadera. (L.In.3:1)

Así que la importancia de toda esta parte del Libro de Ejercicios, las últimas 145 lecciones, está dedicada a la verdadera percepción. Se da por sentado que por fin el lector se ha dado cuenta del sistema de pensamiento en su vida, aunque no da por sentado que se ha deshecho el ego completamente. Si ése fuera el caso, no se necesitarían más lecciones.

Lo que estamos haciendo en estas últimas lecciones es poner en práctica el lado positivo del Curso, e intentar aplicarlo. “Ahora quiero ser tal como Dios me creó”. El propósito no es sólo entender la idea y guardarla en la carpeta: “Hechos: la naturaleza humana, la verdad”, sino ser el Hijo de Dios, haciéndome consciente de esta verdad a lo largo del día, y viviendo de acuerdo con ella.

“Me alzaré glorioso” (1:2). Cada día puedo empezarlo en gloria. Brillando, extendiendo luz hacia fuera. Según el diccionario, gloria significa “belleza y esplendor majestuosos y resplandecientes”. No es una palabra que asociemos con nosotros fácilmente. Hoy puedo hacer un esfuerzo consciente para darme cuenta de esta gloria. Soy un ser resplandeciente. La luz del amor se extiende desde mí hacia fuera para bendecir al mundo. Me sentaré un instante en silencio, imaginándomelo, dándome cuenta de mi resplandor.

Según voy pasando el día:

… dejaré que la luz que mora en mí irradie sobre el mundo durante todo el día. Le traigo al mundo las buenas nuevas de la salvación que oigo cuando Dios mi Padre me habla. (1:2-3)

Esto está relacionado con ser, no con hacer. Está relacionado con irradiar, no con hablar. Enseñamos paz siendo pacíficos, no hablando de ello. Si estoy alegre, relajado, amoroso y acepto a aquellos que están a mi alrededor, mi actitud hablará más alto y más claro que mis palabras.

Así que, en este día, mientras trabajo y me relaciono con amigos, estaré radiante. Soy tal como Dios me creó, por eso yo soy radiante, no tengo que hacer nada para ser resplandeciente. Todo lo que necesito es darme cuenta de que mis pensamientos harían borrar ese resplandor, y elegir lo contrario.

En cierto sentido esto sustituye a la lección anterior en la que Le preguntaba al Espíritu Santo dónde ir, qué hacer y qué decir. Ahora la importancia está en lo que soy. Realmente no importa mucho a dónde vaya, lo que haga o lo que diga, siempre que yo actúe como el ser que Dios creó, en lugar de mi ser separado e independiente.
Vengo a ver “el mundo que Cristo quiere que yo vea” (1:4), y lo veo como “la llamada que mi Padre me hace” (1:4). Visto a través de los ojos de Cristo, el mundo puede ser una llamada constante a ser lo que soy, a brillar, a extender Su Amor, a ser Su Respuesta al mundo.



¿Qué es la salvación? (Parte 7)

L.pII.2.4:1

Si el altar a Dios está dentro de mí, pero permanece en gran parte oculto de mi consciencia, lo que tengo que hacer es acudir “diariamente a este santo lugar” (4:1). Ésta es la práctica del instante santo que recomienda el Texto (T.15.II.5,6; T.15.IV), apartarnos voluntariamente de nuestras actividades rutinarias para llevar nuestra mente a este santo lugar, con Jesús a nuestro lado (“Acudamos diariamente a este santo lugar y pasemos un rato juntos” (4:1)). Me parece que Jesús aquí nos está pidiendo que todos los días pasemos un rato con él en la Presencia de Dios, si estás abierto a ello. Si de algún modo no te sientes cómodo con la figura de Jesús, imagínate un guía espiritual desconocido y que representa a tu Ser más noble. Con él o ella entras en este templo, te mantienes ante el altar y pasas allí un rato en unión con Dios.

Tenemos que formar el hábito de traer nuestra mente al instante santo, recordándonos a nosotros mismos la presencia de Jesús (o del Espíritu Santo), recordando este altar a Dios dentro de nosotros, con Su Palabra escrita sobre él (3:4). Pienso que esa Palabra es la Palabra de la salvación, la promesa que Él nos hizo de que encontraríamos el camino a Él (1:1). Es el Pensamiento de la Paz, que sustituirá a todos nuestros pensamientos de conflicto. Este lugar de encuentro es donde sentimos que no se ha roto la comunicación entre nosotros y Dios. Aquí es donde nos sumergimos en la corriente de Amor que fluye constantemente entre el Padre y el Hijo.

El Capítulo 14, Sección VIII del Texto describe este santo lugar de encuentro, y dice:

Todo ello se encuentra a salvo dentro de ti, allí donde refulge el Espíritu Santo. Y Él no refulge donde hay división, sino en el lugar de encuentro donde Dios, unido a Su Hijo le habla a Su Hijo a través de Él. La comunicación entre lo que no puede ser divido no puede cesar. En ti y en el Espíritu Santo reside el santo lugar de encuentro del Padre y del Hijo, Quienes jamás han estado separados. Ahí no es posible ninguna clase de interferencia en la comunicación que Dios Mismo ha dispuesto tener con Su Hijo. El amor fluye constantemente entre Padre e Hijo sin interrupciones ni hiatos tal como Ambos disponen que sea. Y por lo tanto, así es. (T.14.VIII.2:10-16)


Y así es. Esto es lo que quiero conocer y sentir cada día, al venir a este lugar. Aquí traigo mi culpa y mi miedo y los deposito, aceptando la Expiación para mí mismo. Aquí mi mente renueva su contacto con su Fuente. Aquí vuelvo a descubrir la unión sin fin que es mía, mi herencia como Hijo de Dios. Aquí desaparecen mis pesadillas, y respiro el aire fragante del Cielo y del Hogar.




TEXTO

V. Los heraldos de la eternidad


1. En este mundo, el Hijo de Dios se acerca al máximo a sí mismo en una relación santa. Ahí comienza a encontrar la confianza que su Padre tiene en él. 3Y ahí encuentra su función de restituir las leyes de su Padre a lo que no está operando bajo ellas y de encontrar lo que se había perdido. 4Sólo en el tiempo se puede perder algo, pero nunca para siempre. 5Así pues, las partes sepa­radas del Hijo de Dios se unen gradualmente en el tiempo, y con cada unión el final del tiempo se aproxima aún más. 6Cada mila­gro de unión es un poderoso heraldo de la eternidad. 7Nadie que tenga un solo propósito, unificado y seguro, puede sentir miedo. 8Nadie que comparta con él ese mismo propósito podría dejar de ser uno con él.

2. Cada heraldo de la eternidad anuncia el fin del pecado y del miedo. 2Cada uno de ellos habla en el tiempo de lo que se encuen­tra mucho más allá de éste. 3Dos voces que se alzan juntas hacen un llamamiento al corazón de todos para que se hagan de un solo latir. 4Y en ese latir se proclama la unidad del amor y se le da la bienvenida. 5¡Que la paz sea con vuestra relación santa, la cual tiene el poder de conservar intacta la unidad del Hijo de Dios! 6Lo que le das a tu hermano es para el bien de todos, y todo el mundo se regocija gracias a tu regalo. 7No te olvides de Aquel que te dio los regalos que das, y al no olvidarte de Él, recordarás a Aquel que le dio los regalos para que Él te los diera a ti.

3. Es imposible sobrestimar la valía de tu hermano. 2Sólo el ego hace eso, pero ello sólo quiere decir que desea al otro para sí mismo, y, por lo tanto, que lo valora demasiado poco. 3Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede ser evaluado. 4¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes ver? 5No juzgues lo que es invisible para ti, o, de lo contrario, nunca lo podrás ver. 6Más bien, aguarda con paciencia su llegada 6Se te concederá poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz. 7Y lo que le desees a él será lo que recibirás.

4. ¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece paz? 2¿Qué otra cosa podrías desear, salvo lo que te ofrece? 3Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él. 4Lo que se encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión, que simplemente lo amarás y te regocijarás. 5No se te ocu­rrirá juzgarlo, pues, ¿quién puede ver la faz de Cristo y aun así insistir en que juzgar tiene sentido? 6Pues esa insistencia es pro­pia de aquellos que no ven. 7Puedes elegir ver o juzgar, pero nunca ambas cosas.

5. El cuerpo de tu hermano tiene tan poca utilidad para ti como para él. 2Cuando se usa únicamente de acuerdo con las enseñan­zas del Espíritu Santo, no tiene función alguna. 3Pues las mentes no necesitan el cuerpo para comunicarse. 4La visión que ve al cuerpo no le es útil al propósito de la relación santa. 5mientras sigas viendo a tu hermano como un cuerpo, los medios y el fin no estarán en armonía. 6¿Por qué se han de necesitar tantos instantes santos para alcanzar una relación santa, cuando con uno solo bastaría? 7No hay más que uno. 8El pequeño aliento de eternidad que atraviesa el tiempo como una luz dorada es sólo uno: no ha habido nada antes ni nada después.

6. Ves cada instante santo como un punto diferente en el tiempo. 2Mas es siempre el mismo instante. 3Todo lo que jamás hubo o habrá en él se encuentra aquí ahora mismo. 4El pasado no le resta nada, y el futuro no le añadirá nada más. 5En el instante santo, entonces, se encuentra todo. 6En él se encuentra la belleza de tu relación, con los medios y el fin perfectamente armonizados ya. 7En él se te ha ofrecido ya la perfecta fe que algún día habrás de ofrecerle a tu hermano; en él se ha concedido ya el ilimitado per­dón que le concederás; y en él es visible ya la faz de Cristo que algún día habrás de contemplar.

7. ¿Cómo ibas a poder calcular la valía de quien te ofrece seme­jante regalo? 2¿Cambiarías ese regalo por otro? 3Ese regalo resti­tuye las leyes de Dios nuevamente a tu memoria. 4Y sólo por recordarlas, te olvidas de las leyes que te mantenían prisionero del dolor y de la muerte. 5No es éste un regalo que el cuerpo de tu hermano te pueda ofrecer. 6El velo que oculta el regalo, tam­bién lo oculta a él. 7Él es el regalo, sin embargo, no lo sabe. 8Tú tampoco lo sabes. 9Pero ten fe en que Aquel que ve el regalo en ti y en tu hermano lo ofrecerá y lo recibirá por vosotros dos. 10Y a través de Su visión lo verás, y a través de Su entendimiento lo reconocerás y lo amarás como tuyo propio.

8. Consuélate, y siente cómo el Espíritu Santo cuida de ti con amor y con perfecta confianza en lo que ve. 2Él conoce al Hijo de Dios y comparte la certeza de su Padre de que el universo des­cansa a salvo y en paz en sus tiernas manos. 3Consideremos ahora lo que tiene que aprender a fin de poder compartir la confianza que su Padre tiene en él. 4¿Quién es él, para que el Creador del universo ponga a éste en sus manos, sabiendo que en ellas está a salvo? 5Él no se ve a sí mismo tal como su Padre lo conoce. 6Sin embargo, es imposible que Dios se equivoque con respecto a dónde deposita Su confianza.













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