DESPERTAR AL AMOR

viernes, 7 de agosto de 2020

7 AGOSTO: SEXTO REPASO. Repaso de la lección 199

AUDIOLIBRO

EJERCICIOS


LECCIÓN 219


No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó.

1. (199) No soy un cuerpo. 2Soy libre.

3Soy el Hijo de Dios. 4Aquiétate mente mía, y piensa en esto por un, momento. 5Luego regresa a la tierra, sin confusión alguna acerca de quién es aquel a quien mi Padre ama eter­namente como Su Hijo.

6No soy un cuerpo. 7Soy libre.
8Pues aún soy tal como Dios me creó.






Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso



Comentario



Bueno, no tenemos mucha elección hoy. Tenemos que echarle otra mirada al hecho de que no somos un cuerpo.



Pienso que la creencia de que soy un cuerpo es lo que me pone aquí en este mundo, con un cuerpo. Puedo decir que creo que no soy un cuerpo y que entiendo lo que estoy diciendo, pero todavía sigo con un cuerpo. Eso me muestra que mis palabras no coinciden completamente con la profunda creencia de mi mente. La razón por la que el Curso nos ha hecho repetir esta idea durante los últimos veinte días (empezó con la Lección 199) no se debe a que ya la creamos y no la necesitemos; está claro que el Curso reconoce que nuestra creencia de que somos un cuerpo está profundamente enterrada dentro de nosotros, y que la repetición es necesaria para deshacer esa creencia. Recuerda que en la Lección 199 se sugería que hiciéramos de esta idea una parte de nuestra práctica de cada día. Nuestra identificación con nuestro cuerpo es una idea que no resultará fácil sacar.

Es interesante la unión de las palabras “No soy un cuerpo” con las palabras “Soy libre”. Si yo hubiera escrito el Curso, probablemente habría dicho: “No soy un cuerpo. Soy espíritu”, o algo así. ¿Por qué crees que Jesús pone juntos estos dos pensamientos?
El cuerpo es algo que aprisiona. Todos nosotros somos esclavos de nuestro cuerpo. Piensa en cuánto tiempo y energía de nuestra llamada vida en este mundo dedicamos al cuidado del cuerpo. Lo alimentamos, trabajamos para darle alojamiento y vestirlo, lo lavamos, dedicamos habitaciones de nuestra casa únicamente para cuidar de sus necesidades de eliminación y limpieza, compramos todo tipo de artilugios para adornarlo. Nos cortamos las uñas cada semana. Fijamos citas para los cortes de pelo. Mira a la sección de libros de cocina en una librería para hacerte una idea de lo que nos ocupamos del aspecto de la alimentación. Mira en los supermercados, en las tiendas de ropa, en las zapaterías. La mayoría de las tiendas en los centros comerciales están relacionadas con el cuidado del cuerpo. Mira a los gastos que dedicamos al cuidado de la salud y hospitales.

¿Y si no soy un cuerpo? ¿Y si tanto derroche de esfuerzo y atención estuviera mal dirigido? ¿Y si nos estamos concentrando en lo que no tiene importancia? ¿Y si el centro de atención de nuestra vida empezara a cambiar del cuidado del cuerpo al cuidado del espíritu? ¿Si eso sucediera cómo sería mi vida y la tuya? ¿Y si fuera tan constante en buscar instantes santos como en atiborrarme de comida? ¿Y si empezara a hacer pausas varias veces al día para alimentar mi espíritu con la misma frecuencia que dedico a comer, ir al baño, o cuidar el cuerpo? Nos resulta muy fácil decirle a un amigo: “¿Te apetece una taza de café?” ¿Y si nos resultara igual de fácil decirle: “¿Te apetece pasar unos minutos de meditación conmigo?”

Al pensar en esto queda muy claro lo poco equilibradas que están nuestras vidas y lo centradas que están en nuestro cuerpo. Me hace darme cuenta de cuánto nos queda todavía por recorrer. Y puesto que el cambio empieza en la mente, sólo con recordarme a mí mismo tan a menudo como pueda “No soy un cuerpo”, es un buen modo de empezar el gran cambio. Quizá sea útil algo tan sencillo como dejar que mis comidas sean un recordatorio para decir una oración, no porque rezar con la comida la haga mejor, sino porque me ayuda a recordar que necesito el alimento espiritual tanto, o más que el alimento físico. Cada vez que me haga consciente de que estoy dedicando tiempo y esfuerzo al cuidado del cuerpo, que eso me recuerde cuidar también de mi espíritu.

Piensa también en la libertad que tendremos cuando nos demos cuenta de que el cuerpo no es gran cosa. Lo que yo soy no es algo que se desgasta, envejece y muere. Lo que yo soy no es “una vela corta” como lo llamó Shakespeare, sino una eterna estrella brillando en el cielo por toda la eternidad. El cuerpo se merece cuidado porque es un instrumento útil para la situación en la que nos encontramos, pero no más que eso. Como un coche es bueno para el propósito que sirve. Pero el cuerpo no es “yo” como el coche tampoco es “yo” (aunque los anuncios de coche digan lo contrario). Piensa en toda la ansiedad y preocupación constante que se nos quitaría de encima si podemos pensar de este modo. Cambiar nuestra forma de pensar acerca de ello se merece todo el esfuerzo que sea necesario.




TEXTO



III. La irrealidad del pecado



1. La atracción de la culpabilidad reside en el pecado, no en el error. 2El pecado volverá a repetirse por razón de esta atracción. 3El miedo puede hacerse tan agudo que al pecado se le ruega su expresión. 4Pero mientras la culpabilidad continúe siendo atrac­tiva, la mente sufrirá y no abandonará la idea del pecado. 5Pues la culpabilidad todavía la llama, y la mente la oye y la desea ardientemente, y se deja cautivar voluntariamente por su enfer­miza atracción. 6El pecado es una idea de perversidad que no puede ser corregida, pero que, sin embargo, será siempre desea­ble. 7AI ser parte esencial de lo que el ego cree que eres, siempre la desearás. 8sólo un vengador, con una mente diferente de la tuya, podría acabar con ella valiéndose del miedo.


2. El ego no cree que sea posible que lo que el pecado realmente invoca, y a lo que el amor siempre responde, es al amor y no al miedo. 2Pues el ego lleva el pecado ante el miedo, exigiendo cas­tigo. 3Mas el castigo no es sino otra forma de proteger la culpabi­lidad, pues lo que merece castigo tuvo que haber sucedido realmente. 4El castigo es siempre el gran protector del pecado, al que trata con respeto y a quien honra por su perversidad. 5Lo que clama por castigo, tiene que ser verdad. 6lo que es verdad no puede sino ser eterno, y se seguirá repitiendo sin cesar. 7Pues deseas lo que consideras real, y no lo abandonas.


3. Un error, en cambio, no es algo atractivo. 2Lo que ves clara­mente como una equivocación deseas que se corrija. 3A veces un pecado se comete una y otra vez, con resultados obviamente angustiosos, pero sin perder su atractivo. 4Mas de pronto cambias su condición, de modo que de ser un pecado pasa a ser simple­mente un error. 5Ahora ya no lo seguirás cometiendo, simplemen­te no lo volverás a hacer y te desprenderás de él, a menos que todavía te sigas sintiendo culpable. 6Pues en ese caso no harás sino cambiar una forma de pecado por otra, reconociendo que era un error pero impidiendo su corrección. 7Eso no supone realmente un cambio en tu percepción, pues es el pecado y no el error el que exige castigo.


4. El Espíritu Santo no puede castigar el pecado. 2Reconoce los errores y Su deseo es corregirlos todos tal como Dios le encargó que hiciese. 3Pero no conoce el pecado, ni tampoco puede ver errores que no puedan ser corregidos. 4Pues la idea de un error incorregible no tiene sentido para Él. 5Lo único que el error pide es corrección, y eso es todo. 6Lo que pide castigo no está real­mente pidiendo nada. 7Todo error es necesariamente una petición de amor. 8¿Qué es, entonces, el pecado? 9¿Qué otra cosa podría ser, sino una equivocación que quieres mantener oculta, una peti­ción de ayuda que no quieres que sea oída, y que, por lo tanto, se queda sin contestar?


5. En el tiempo, el Espíritu Santo ve claramente que el Hijo de Dios puede cometer errores. 2En esto compartes Su visión. 3Mas no compartes Su criterio con respecto a la diferencia que existe entre el tiempo y la eternidad. 4cuando la corrección se com­pleta, el tiempo se convierte en eternidad. 5El Espíritu Santo puede enseñarte a ver el tiempo de manera diferente y a ver más allá de él, pero no podrá hacerlo mientras sigas creyendo en el pecado. 6En el error sí puedes creer, pues éste puede ser corregido por la mente. 7Pero  el pecado es la creencia de que tu percepción es inalterable y de que la mente tiene que aceptar como verdadero lo que le dicta la percepción. 8Si la mente no obedece, se la juzga como desquiciada. 9De ese modo la mente, que es el único poder que podría cambiar la percepción, se mantiene en un estado de impotencia y restringida al cuerpo por miedo al cambio de per­cepción que su Maestro, que es uno con ella, le brindaría.


6. Cuando te sientas tentado de pensar que el pecado es real, recuerda esto: si el pecado es real, ni tú ni Dios lo sois. 2Si la creación es extensión, el Creador tiene que haberse extendido a Sí Mismo, y es imposible que lo que forma parte de Él sea comple­tamente diferente del resto. 3Si el pecado es real, Dios no puede sino estar en pugna Consigo Mismo. 4Tiene que estar dividido, debatiéndose entre el bien y el mal; ser en parte cuerdo y en parte demente. 5Pues tiene que haber creado aquello que quiere des­truirlo y que tiene el poder de hacerlo. 6¿No sería más fácil creer que has estado equivocado que creer eso?


7. Mientras creas que tu realidad o la de tu hermano está limi­tada a un cuerpo, seguirás creyendo en el pecado. 8Mientras creas que los cuerpos se pueden unir, seguirás encontrando atractiva a la culpabilidad y considerando el pecado como algo de inestimable valor. 3Pues la creencia de que los cuerpos limitan a la mente conduce a una percepción del mundo en la que la prueba de la separación parece abundar por todas partes. 4Así Dios y Su creación parecen estar separados y haber sido derroca­dos. 5Pues el pecado demostraría que lo que Dios creó santo no puede prevalecer contra él, ni seguir siendo lo que es ante su poderío. 6Al pecado se le percibe como algo más poderoso que Dios, ante el cual Dios Mismo se tiene que postrar y ofrecer Su creación a su conquistador. 7¿Es esto humildad o demencia?


8. Si el pecado es real, tiene que estar permanentemente excluido de cualquier esperanza de curación. 2Pues en ese caso habría un poder que transcendería al de Dios, un poder capaz de fabricar otra voluntad que puede atacar y derrotar Su Voluntad, así como conferirle a Su Hijo otra voluntad distinta de la Suya y más fuerte. 3cada parte fragmentada de la creación de Dios tendría una voluntad diferente, opuesta a la Suya, y en eterna oposición a Él y a las demás. 4Tu relación santa tiene ahora como propósito la meta de demostrar que eso es imposible. 5El Cielo le ha sonreído, y en su sonrisa de amor la creencia en el pecado ha sido erradicada. 6Todavía lo ves porque no te das cuenta de que sus cimientos han desaparecido. 7Su fuente ya ha sido eliminada, y sólo puedes abrigarlo por un breve período de tiempo antes de que desaparezca del todo. 8Lo único que queda es el hábito de buscarlo.


9. Y sin embargo, lo contemplas con la sonrisa del Cielo en tus labios y con la bendición del Cielo en tu mirada. 2No seguirás viendo el pecado por mucho más tiempo. 3Pues en la nueva per­cepción, la mente lo corrige cuando parece presentarse y se vuel­ve invisible. 4Los errores se reconocen de inmediato y se llevan enseguida ante la corrección para que ésta los sane y no para que los oculte. 5Serás curado del pecado y de todas sus atrocidades en el instante en que dejes de conferirle poder sobre tu hermano. 6lo ayudarás a superar sus errores al liberarlo jubilosamente de la creencia en el pecado.


10En el instante santo verás refulgir la sonrisa del Cielo sobre ti y sobre tu hermano. 2Y derramarás luz sobre él, en jubiloso recono­cimiento de la gracia que se te ha concedido. 3Pues el pecado no puede prevalecer contra una unión que el Cielo ve con beneplá­cito. 4Tu percepción sanó en el instante santo que el Cielo te dio. 5Olvídate de lo que has visto, y eleva tus ojos con fe hacia lo que ahora puedes ver. 6Las barreras que impiden el paso al Cielo de­saparecerán ante tu santa mirada, pues a ti que eras ciego se te ha concedido la visión y ahora puedes ver. 7No busques lo que ha sido eliminado, sino la gloria que ha sido restituida para que tú la veas.


11. Mira a tu Redentor y contempla lo que Él quiere que tú veas en tu hermano, y no permitas que el pecado vuelva a cegar tus ojos. 2Pues el pecado te mantendría separado de él, pero tu Redentor quiere que veas a tu hermano como te ves a ti mismo. 3Vuestra relación es ahora un templo de curación, un lugar donde todos los que están fatigados pueden venir a descansar. 4En ella se encuentra el descanso que les espera a todos después de la jor­nada. 5Y gracias a vuestra relación todos se encuentran más cerca de ese descanso.









.

















No hay comentarios:

Publicar un comentario