3. Durante el resto de los días venideros seguiremos utilizando un pensamiento central para introducir nuestros períodos de descanso y para calmar nuestras mentes, según lo dicte la necesidad. No obstante, no nos contentaremos unicamente con practicar los demas instantes santos con los que concluye este año que le hemos dedicado a Dios. 3Diremos más bien algunas palabras sencillas a modo de bienvenida, y luego esperaremos que nuestro Padre Se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido que lo hará. 4Lo hemos invocado y Él ha prometido que Su Hijo recibirá respuesta siempre que invoque Su Nombre.
La Introducción a la Segunda parte del Libro de Ejercicios es la última serie de instrucciones para la práctica de los siguientes 140 días. Las instrucciones finales cubren las últimas cinco lecciones, y no cambian mucho realmente. Puesto que estaremos siguiendo esta serie de instrucciones cada día durante los próximos cuatro meses, necesitamos prestar mucha atención y fijarlas en nuestra mente.
El Libro de Ejercicios está planeado para entrenarnos en crear la costumbre de la práctica diaria que durará hasta que en nuestra vida nuestro compromiso con Dios se convierta en una forma de vivir momento a momento. Para unos pocos, esta feliz costumbre puede formarse en un solo año de hacer el Libro de Ejercicios, aunque no conozco a nadie que lo haya logrado. Para la mayoría de las personas, la costumbre de la práctica está todavía muy poco formada después de hacer una sola vez el Libro de Ejercicios. A muchos les resulta útil repetir el Libro de Ejercicios, y encuentran su clara estructura un apoyo necesario para continuar desarrollando la costumbre que desean.
No te desanimes si al leer la descripción de la práctica diaria, te das cuenta de que todavía estás lejos de “estar a la altura” de lo que se pide. Esta forma de práctica diaria es el objetivo, angustiarte porque no estás a la altura ahora es como disgustarse porque no puedes tocar el piano a la perfección después de unas pocas semanas de práctica. Crear la costumbre lleva tiempo. Sencillamente haz lo más que puedas cada día, y practica perdonarte a ti mismo cuando no haces lo que te habías propuesto. Hagas lo que hagas, ¡sigue con ello! No permitas que el ego te quite la motivación de practicar al señalarte lo poco que estás haciendo. No seguir las instrucciones al completo no es motivo para dejar de practicar; es motivo para volver a la práctica con renovadas energías tan pronto como puedas.
El propósito de la práctica es volver a entrenar a nuestra mente, para que escuchar la Voz de Dios sea habitual y natural, para que se convierta en algo que hacemos incluso sin pensar en ello. El propósito es responder a cada pensamiento del ego sin miedo, y al instante llevarlo al lugar santo en nuestra mente en el que nos encontramos con Dios. La meta a largo plazo de nuestra práctica, con el Libro de Ejercicios y después, es llegar al punto en el que la vida se convierte en un instante santo continuo, en el que nunca dejamos de pensar en Dios. La meta a corto plazo de la práctica del Libro de Ejercicios es crear la costumbre de la práctica diaria necesaria para alcanzar la meta a largo plazo (ver L.135.19:1, L.135.18:1, L.rIII.In.11:2, L.194.6:2).
Entonces, ¿cuál es el modelo de práctica diaria que el Libro de Ejercicios establece para sus últimos 140 días?
1. Pasar tiempo con Dios cada mañana y cada noche, “mientras ello nos haga felices” (2:6). El resultado que se pretende es “tener una experiencia directa de la verdad” (1:3), o una experiencia de “descanso” y “calma” (3:1), y la presencia de Dios (4:1, 4:6). En resumen, buscamos un instante santo, ciertamente esta Introducción llama “instantes santos” a nuestras prácticas de la mañana y de la noche dos veces (3:2, 11:4), o “periodos en los que abandonamos el mundo del dolor y nos adentramos en la paz” (1:4). El Curso a estas experiencias de instantes santos las llama “el objetivo que este curso ha fijado” y “la meta hacia la que nuestras prácticas han estado siempre encaminadas” (1:5).
Así pues, nuestras sesiones de práctica de la mañana y de la noche se proponen acercarnos al instante santo, y “dedicaremos tanto tiempo como sea necesario a fin de lograr el objetivo que perseguimos” (2:8). La duración de la práctica es a voluntad, quizá hasta media hora o más si lo necesitamos o así lo queremos.
2. Recordatorios a cada hora (2:9): Durante el día hacemos una pausa cada hora para recordarnos a nosotros mismos la lección, usando el pensamiento del día para “calmar nuestras mentes, según lo dicte la necesidad” (3:1). Pero el recordatorio de cada hora no es únicamente repetir las palabras, es un instante en el que “esperaremos que nuestro Padre Se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido que lo hará” (3:3). Lo ideal serían dos o tres minutos de quietud, tal vez con los ojos cerrados, para poner toda nuestra atención en nuestro objetivo y en nuestros pensamientos, llevando cualquier resentimiento o disgusto al Espíritu Santo para que lo sane (L.153.17 y L.193.12). Cuando no es posible una pausa tan extensa, por un momento dirigimos nuestros pensamientos a Dios y reafirmamos nuestro objetivo, con esto es suficiente.
3. Recordatorios frecuentes: Entre horas, aunque no se habla de ello en esta Introducción a la Segunda Parte, se señaló en la Introducción al repaso que acabamos de completar, y suponemos que se da por sentado que continuaremos haciéndolos.
4. Respuesta a la tentación: Cada vez que nos sintamos “tentados de olvidarnos de nuestro objetivo” (2:9), necesitamos llamar a Dios. Que la tentación es “olvidarnos de nuestro objetivo” supone que el resto del tiempo ¡lo estamos recordando! En cualquier momento en que nos demos cuenta de que nuestra mente se ha olvidado de nuestro objetivo, Le llamamos a Dios para que nos ayude a llevar nuestra mente a Él.
Ésta es una práctica espiritual rigurosa. Se necesita esfuerzo para crear esta costumbre. Pero los resultados se merecen con creces el esfuerzo. Todo el propósito del Libro de Ejercicios ha sido traernos a esta clase de experiencia directa de la verdad. Sin esta experiencia directa, las ideas del Texto serán sólo ideas huecas.
Hay más detalles acerca de cómo pasar nuestras sesiones más largas de la mañana y de la noche. Las palabras concretas de la lección del día son de menor importancia, sólo se les dedica media página. Las palabras de la lección ya no son el centro de atención (1:1), no son más que “guías de las que no hemos de depender” (1:2). El objetivo más importante es la experiencia directa de la verdad, o el instante santo. Leer la lección del día y repetir su pensamiento central es sólo el comienzo (2:1), una vez que hemos utilizado las palabras para dirigir nuestra mente, dedicamos el tiempo a esperar a que Dios venga a nosotros (3:3, 4:6), en “los períodos de experiencia profunda e inefable que deben seguir a éstas” (11:2). La mayor parte del tiempo se pasa en silenciosa espera y dispuestos a recibirle, sin pensamientos ni palabras.
Si miras adelante en la Segunda Parte, verás que cada lección tiene una corta oración a Dios. No se explica cómo usar estas oraciones, pero creo que las siguientes palabras dan las instrucciones:
“Diremos más bien algunas palabras sencillas a modo de bienvenida, y luego esperaremos que nues-tro Padre Se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido que lo hará” (3:3). “Así es como transcurrirán nuestros momentos con Él. Expresaremos las palabras de invitación que Su Voz sugiere y luego esperaremos a que Él venga a nosotros” (4:5-6).
Yo creo que esas “palabras de invitación” que nos sugiere La Voz de Dios son las oraciones que se dan en cada lección. Las oraciones son sugerencias de cómo invitar a Dios a que nos hable, de darle la bienvenida. Verdaderamente decir estas palabras de corazón puede ser una poderosa herramienta para traernos experiencias directas con Dios.
En lugar de palabras, sólo necesitamos sentir Su Amor. En lugar de oraciones, sólo necesitamos invocar Su Nombre. Y en lugar de juzgar, sólo necesitarnos aquietarnos y dejar que todas las cosas sean sanadas. (10:3-5)
Así pues los periodos de la mañana y de la noche no están planeados para pensar en las ideas del Curso, ni para orar por nosotros o por otros, ni para decidir cómo solucionar nuestros problemas. Están dedicados a ser momentos de experiencia, y no de pensamiento. Únicamente sentir el Amor de Dios. Únicamente repetir Su Nombre siendo conscientes de nuestra unión con Él. Permanecer muy quedos, abandonando todo, dejando que todas las cosas sean sanadas, como un paciente tumbado muy quieto mientras el Sanador sana. “Siéntate en silencio y aguarda a tu Padre” (5:5).
Hay palabras de ánimo en esta Introducción, asegurándonos que no podríamos haber llegado tan lejos si la meta no fuera nuestra voluntad; si en nuestro corazón no quisiéramos que Dios venga y Se nos muestre a Sí Mismo. Ésta es nuestra voluntad, en caso de que tengamos dudas, o que miremos a lo que se nos pide y dudemos de si lo queremos de verdad o no. Lo queremos.
Jesús dice: “Estoy tan cerca de ti que no podemos fracasar” (6:1). “Pues ahora no podemos fracasar” (5:4). Él repasa el camino que hemos recorrido, desde nuestro demente deseo de dejarle a Dios sin el Hijo que Él creó, a nuestro reconocimiento de que las ilusiones no son verdad. Nos dice que el final está cerca. Pienso que es importante darse cuenta de que está hablando en el contexto de miles de años; “cerca” es una palabra comparativa y probablemente no se refiere a días, o semanas, o meses. Él dice aquí que “A la necesidad de practicar casi le ha llegado su fin” (10:1). Sin embargo en el Manual (Capítulo 16) deja claro que la práctica es parte de la costumbre de toda la vida del maestro de Dios. “Casi le ha llegado su fin”, también se compara con los billones de años que hemos pasado en la separación. Estamos muy cerca de la meta, ¡en ese contexto!
Una última cosa acerca de nuestra práctica diaria para los próximos cuatro meses, en la que deberíamos fijarnos cuidadosamente: Se nos pide que leamos una de las secciones de “¿Qué es?” cada día, antes de nuestro momento de quietud de la mañana o de la noche. Así, cada sección se leerá diez veces. Y se nos pide que cada vez que la leamos, lo hagamos “lentamente” y que pensemos en ella durante un rato.
Por lo tanto, junto con los comentarios de la lección del día que viene a continuación, incluiré mis pensamientos para ese día sobre la sección “¿Qué es?” que corresponda. Pienso comentar, generalmente, sólo unas pocas frases acerca de la sección “¿Qué es?” cada día, completando la sección entera durante el periodo de los diez días.
AUDIOLIBRO
AUDIOLIBRO
Como ya puse de relieve en mis comentarios a la Introducción a la Segunda Parte, una gran parte del tiempo dedicado a nuestras dos prácticas diarias más largas está planeada para pasarla en quietud sin palabras. Recibiendo nuestra sanación, escuchando en lugar de hablar. La lección de hoy es muy importante para producir ese estado mental. Empezamos dirigiendo nuestra mente a estar en paz y que nuestros pensamientos se aquieten.
La oración con la que empieza el primer párrafo habla de venir en silencio, y en la quietud de nuestro corazón, esperar y escuchar la Voz de Dios. Las palabras usadas -“quietud”, “silencio” (dos veces), “lo más recóndito de mi mente”- todas estas palabras apuntan en la misma dirección, desarrollar esa misma actitud en nosotros. Una actitud de estar abiertos a recibir. Una pasividad, siendo nosotros el que recibe al Dador de la Vida. Aquietamos nuestros propios pensamientos, y permitimos que los pensamientos de Dios vengan a nosotros. Le llamamos, y esperamos Su respuesta.
Jesús está con nosotros mientras esperamos en silencio. Él expresa su confianza de que Dios está con nosotros, y que Le oiremos hablar si esperamos con él en silencio y quietud. Nos pide que aceptemos su confianza, diciéndonos que su confianza es nuestra propia confianza. A menudo me ha resultado útil darme cuenta de que Jesús representa la parte de mi propia mente que ya está despierta. Su confianza es verdaderamente mi confianza, una confianza que yo he negado y que por eso veo como fuera de mí mismo.
Esperamos con un solo propósito: oír Su Voz hablarnos de lo que somos, y revelarse a Sí Mismo a nosotros. En estos momentos de quietud, esto es por lo que estamos escuchando: darnos cuenta de la pureza y perfección de nuestro propio Ser tal como Él nos creó, y darnos cuenta de Su Amor, de Su tierno cuidado por nosotros, y de Su paz que Él comparte con nosotros en estos momentos de quietud.
¿Cómo podemos oír un mensaje sin palabras? Lo que escuchamos es la canción del amor, cantada eternamente, siempre sonando su armonía por todo el universo. Es una canción de la que oímos fragmentos en los ojos del amado, en las risas de los niños, en la lealtad de una mascota, en la extensión de un lago en calma, o el majestuoso fluir de un río, y en la maravilla de un cuento de hadas bien contado. Es la canción a la que nuestros corazones responden, mostrando su verdadera naturaleza. Es nuestra eternidad invitándonos a bailar. Es el Padre compartiendo Su Amor con Su único Hijo.
“El perdón reconoce que lo que pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca ocurrió” (1:1).
El perdón es un modo diferente de verte a ti mismo. Fíjate en las palabras “lo que pensaste” y “te” en esa descripción del perdón. No dice “Lo que tu hermano te había hecho nunca ocurrió”, sino “lo que pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca ocurrió”. No es la negación de que haya sucedido un acontecimiento, sino más bien una manera diferente de verte a ti mismo en relación con el suceso. Pensaste que el acontecimiento te afectó, te hirió, te causó daño, cualquier pensamiento de que te afectó, fuera “lo que” fuese, de hecho ¡tú no fuiste afectado por lo que tu hermano hizo en absoluto!
Como el Curso dice: “Sólo tus propios pensamientos pueden afectarte”.
Lo primero y más importante, el perdón significa verte a ti mismo de manera diferente en relación con el suceso. No empieza por ver un acontecimiento u otra persona de manera diferente. Cuando perdonas, lo que sucede primero es que reconoces que no has perdido tu paz o tu amor a causa de lo que ha sucedido: las has perdido porque has elegido perderlos. En algún momento, has elegido abandonarla paz de Dios en tu corazón. El suceso luego se presentó para justificar tu pérdida de paz. Luego has proyectado la pérdida de paz sobre el suceso y has dicho: “Ésa es la razón de que esté disgustado”.
Por lo tanto, una vez que tu pensamiento acerca de ti mismo ha sido corregido, puedes ver que tu hermano es inocente a pesar de su acción. Ciertamente él puede haber hecho algo despreciable. No tiene que parecerte bien lo que ha hecho, ni tiene que gustarte, ni soportarlo como si fueras un felpudo. Sin embargo, su acción o sus palabras no te han herido. No ha sido lo que él ha hecho lo que te ha quitado la paz. Él no te ha afectado, él no te ha herido. Ahora puedes ver que el “pecado” no ha tenido lugar, y que él no ha hecho nada que justifique la culpa. Quizá él ha cometido un gran error, pero que le hace daño sólo a él, no a ti.
Gran parte de lo que el Curso afirma está en esta sencilla frase: “Lo que pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca ocurrió”. Piensas que te hirió, a tu ser, porque te identificas con los sentimientos de tu ego, con tu cuerpo, con tus posesiones, con los miembros de tu familia y sus cuerpos y sus sentimientos y sus posesiones. El Curso enseña que nuestra identificación está equivocada. No somos nuestro cuerpo. No somos nuestras posesiones. No somos el ego con todos sus sentimientos heridos. Somos algo mucho más grande y extenso que eso, algo que no puede ser tocado ni afectado por fuerzas externas.
Para perdonar completamente, nuestra identificación con nuestro cuerpo tiene que haber desaparecido por completo. Ninguno de nosotros lo ha conseguido todavía. Por eso el Curso afirma con tanta seguridad que ¡ninguno de nosotros ha perdonado a alguien completamente! Por eso dice que ¡si únicamente una persona hubiera perdonado un pecado completamente, el mundo habría sanado! (M.14.3:7). (Eso es lo que Jesús logró, y debido a ello el mundo ya ha sanado. Sólo que no hemos estado preparados para recibirlo).
Una gran parte de lo que he estado haciendo con el Curso ha sido reconocer que, en lugar de no tener que perdonar a nadie, tengo que perdonar a todos.
Si, en tu imagen de una situación, todavía te ves a ti mismo o a alguien cercano a ti como herido o afectado por la situación, todavía no la has perdonado completamente en tu mente. El Curso enseña que si, tal como lo ves, el dolor parece real, todavía no has sanado completamente.
Todavía no he pasado de la primera línea de esta página y probablemente ya estamos todos, incluido yo, sintiendo un poco de culpa por el hecho de que, a pesar de todo nuestro estudio del Curso, todavía no hemos aprendido a perdonar. Así que me paro aquí, retrocedo, y digo: “¡Esto es completamente normal. No te sorprendas. Y no te sientas culpable por ello!”. Antes de que podamos aprender a perdonar, tenemos que admitir que ¡no estamos perdonando! Tenemos que reconocer todos los modos en que todavía hacemos real al dolor en nuestra experiencia y creencia, y reconocer que eso es lo que estamos haciendo. Una lección de perdón puede ser perdonarnos a nosotros mismos por no perdonar.
El perdón, en cambio, es tranquilo y sosegado, y no hace nada… Simplemente observa, espera y no juzga (4:1-3). ¡Trátate a ti mismo de esa manera! Entra en contacto con la parte de ti que no quiere perdonar, que no quiere la paz. Mírala, y no hagas nada, únicamente espera sin juzgar. Desaparecerá (con el tiempo) y la paz vendrá por sí misma.
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