DESPERTAR AL AMOR

domingo, 16 de diciembre de 2018

16 DICIEMBRE: Los milagros son un reflejo del eterno Amor de Dios. Ofrecer­los es recordarlo a Él, y mediante Su recuerdo, salvar al mundo.


AUDIOLIBRO


EJERCICIOS


LECCIÓN 350


Los milagros son un reflejo del eterno Amor de Dios. Ofrecer­los es recordarlo a Él, y mediante Su recuerdo, salvar al mundo.


1. Lo que perdonamos se vuelve parte de nosotros, tal como nos percibi­mos a nosotros mismos. 2Tal como tú creaste a Tu Hijo, él encierra dentro de sí todas las cosas. 3El que yo Te pueda recordar depende de que lo perdone a él. 4Lo que él es no se ve afectado por sus pensamientos. 5Pero lo que contempla es el resultado directo de ellos. 6Así pues, Padre mío; quiero ampararme en Ti. 7Sólo Tu recuerdo me liberará. 8Y sólo perdo­nando puedo aprender a dejar que Tu recuerdo vuelva a mí, y á ofrecérselo al mundo con agradecimiento.

2 Y a medida que hagamos acopio de Sus milagros, estaremos en verdad agradecidos. 2Pues conforme lo recordemos, Su Hijo nos será restituido en la realidad del Amor.





Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ofrecer un milagro es recordar a Dios, y al ofrecer milagros literalmente salvamos al mundo. Aceptamos al Hijo de Dios tal como Dios lo creó. El tema de los milagros ha estado presente en estas diez últimas lecciones, y en la página que venía antes de ellas.

Un milagro es una corrección. No crea, ni cambia realmente nada en absoluto. Simplemente contempla la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es falso. Corrige el error, mas no intenta ir más allá de la percepción, ni exceder la función del perdón. (L.pII.13.1:1-4)

En otras palabras, un milagro y el perdón son lo mismo, simplemente “le recuerda a la mente que lo que ve es falso”. Ofrecer un milagro es mirar más allá de las ilusiones y ver la verdad. Es el rechazo a compartir la pequeñez en que otros se ven a sí mismos. Ofrezco un milagro cuando me niego a creer que mi hermano está identificado con su cuerpo y su ego y limitado por ellos. Me niego a creer que alguien sea lo que es su comportamiento, y ofrezco a todo el mundo la oportunidad de verse a sí mismo como más de lo que ellos piensan que son, más amorosos y más dignos de ser amados que lo que ellos piensan que son. Eso es un milagro, y eso es también el perdón.

Lo que perdonamos se vuelve parte de nosotros, tal como nos percibimos a nosotros mismos. Tal como tú creaste a Tu Hijo, él encierra dentro de sí todas las cosas. (1:1-2)

¡Qué afirmación más sorprendente! Cuando perdonamos a alguien o algo, “se vuelve parte de nosotros”. Es como si al perdonar cosas y personas, estuviésemos volviendo a juntar a nuestro Ser las partes separadas de la Filiación. Estamos reconociendo que no están separados como parecen, sino que verdaderamente son partes de nuestro Ser. Cada milagro que ofrecemos ayuda a reconstruir al Hijo de Dios.

En realidad por supuesto, el Hijo es eternamente uno; no hay necesidad de reconstruir lo que ya está completo. Lo que somos no se ve afectado por nuestros pensamientos (1:4), la realidad de nuestro Ser continúa tal como Dios lo creó. Pero lo que “contemplamos”, lo que vemos, es el resultado directo de nuestros pensamientos (1:5).

Así pues, Padre mío; quiero ampararme en Ti. Sólo Tu recuerdo me liberará. (1:6-7)

Padre, sana hoy mis pensamientos. “Rectifica mi mente” (L.347:1-2). Quiero que el recuerdo de Dios vuelva a mi mente, y “sólo perdonando puedo aprender a dejar que Tu recuerdo vuelva a mí, y á ofrecérselo al mundo con agradecimiento” (1:8). Para que el recuerdo de Dios venga, tengo que perdonar. Tengo que ofrecer milagros a todos y a todo.

Cuando recuerde a Dios (por medio del perdón), “Su Hijo nos será restituido en la realidad del Amor” (2:2). Aquí está de nuevo el pensamiento de que el perdón “restaura” al Hijo, uniendo las partes separadas, reconociendo el amor y la unidad.

Que hoy busquemos las oportunidades de ofrecer milagros.


¿Qué es un milagro? (Parte 10)

L.pII.13.5:4

Al abrir nuestra vida a los milagros, el mundo se transforma.

Y brotan por doquier señales de vida para demostrar que lo que nace jamás puede morir, pues lo que tiene vida es inmortal. (5:4)

Los milagros demuestran la inmortalidad. No la inmortalidad del cuerpo, sino la inmortalidad del amor, que es lo que somos (Enseña sólo amor, pues eso es lo que eres”, T.6.I.13:2; “Sólo lo eterno puede ser amado, pues el amor no muere”, T.10.V.9:1). Es la inmortalidad del pensamiento, y el Curso también enseña que somos el Pensamiento de Dios eterno y que nunca cambia. El Curso afirma valientemente que la muerte no existe, que la vida y la inmortalidad son lo mismo (“lo que tiene vida es inmortal”). Entonces, según esa lógica, el cuerpo no tiene vida porque no es inmortal, y por eso el Curso nos enseña: “(El cuerpo) no nace ni muere” (T.28.VI.2:4). “El cuerpo ni vive ni muere porque no puede contenerte a ti que eres vida” (T.6V(A).1:4)

Los milagros nos muestran que no somos cuerpos, que la mente es más fuerte e importante que el cuerpo:

Si la mente puede curar al cuerpo, pero el cuerpo no puede curar a la mente, entonces la mente tiene que ser más fuerte que el cuerpo. Todo milagro es una demostración de esto. (T.6V(A).2:6-7)

Nos enseña que lo que somos (mente, pensamiento, idea, amor) tiene vida y es inmortal.



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