DESPERTAR AL AMOR

jueves, 20 de diciembre de 2018

20 DICIEMBRE: Cristo y yo nos encontramos unidos en paz y seguros de nuestro propósito. Su Creador reside en Él, tal como Él reside en mí.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS


LECCIÓN 354


Cristo y yo nos encontramos unidos en paz y seguros de nuestro propósito. Su Creador reside en Él, tal como Él reside en mí.


1. Mi unidad con el Cristo me establece como Tu Hijo, más allá del alcance del tiempo y libre de toda ley, salvo de la Tuya. 2No tengo otro ser que el Cristo que vive en mí. 3No tengo otro propósito que el Suyo. 4Y Él es como Su Padre. 5Por lo tanto, no puedo sino ser uno Contigo, así como con Él. 6Pues, ¿quién es Cristo sino Tu Hijo tal como Tú lo creaste? 7¿Y qué soy yo sino el Cristo en mí?



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección expresa la consciencia de mi igualdad con Cristo. El Creador está en Cristo y también en mí, Dios está en mí ya que está en Cristo. Exactamente igual. “No tengo otro ser que el Cristo que vive en mí” (1:2).El Curso nos está llevando a esta consciencia de igualdad. Todo nuestro estudio del Curso, nuestra práctica del Libro de Ejercicios, y que apliquemos el perdón en todas nuestras relaciones, nos está llevando a esta consciencia final: “No tengo otro ser que el Cristo que vive en mí”. “¿Y qué soy yo sino el Cristo en mí?” (1:7).

Cuando llegamos a estas lecciones finales, podemos sentirnos como si en algún momento a lo largo del Curso, nos hubiera pasado de largo. Como si en algún momento hubiésemos perdido el barco o, más probablemente, como si nos hubiésemos bajado del barco y quedado atrás. Sé que a veces me he sentido así, también sé que si continúo practicando lo que el Curso me ha enseñado, eso no será siempre así. Un día la comprensión de que no tengo otro ser que el Cristo que vive en mí resonará en mi mente sin ninguna resistencia ni duda.

Creo profundamente que estas palabras son verdad, pero soy consciente de que hay una parte de mi mente que todavía no lo cree. Mi experiencia todavía no se ha puesto a la altura de mi comprensión. Mi mente todavía cree que no soy idéntico a Cristo, y por eso experimento lo que creo, y lo que siento es partes de mí mismo que parecen ser diferentes de este Ser perfecto, Que es completamente igual a Su Padre.

¿Significa esto que el Curso ha fracasado o que yo le he fallado al Curso? No, no lo creo. En el Epílogo que sigue a la Lección 365, Jesús habla de que el Espíritu Santo será nuestro “Guía en toda dificultad o dolor que consideréis real” (L.Ep.4:1). Por eso espera que todo el que ha acabado el Libro de Ejercicios, todavía tendrá dificultades y, a veces, todavía pensará equivocadamente que el dolor es real. Él dice aquí: “Sean cuales sean tus problemas ten por seguro que Él tiene la solución y que gustosamente te la dará sólo con que te dirijas a Él y se la pidas” (L.Ep.1:5). Incluso después de todo esto, todavía tendremos dificultades. “Este curso es un comienzo, no un final” (L.Ep.1:1). El Texto y el Libro de Ejercicios están pensados, no para llevarnos al final de nuestro viaje, sino para entrenarnos en el camino apropiado para el viaje, para desarrollar hábitos adecuados de práctica espiritual. Nos presentan a nuestro Maestro y nos enseñan la costumbre de escucharle. Eso es todo, y eso es suficiente.

Y sin embargo estas últimas lecciones ponen palabras en nuestras bocas y nos hacen hablar como si ya hubiésemos llegado. Piensa en ellas como anticipos de cómo será tu mente cuando hayas terminado el viaje. Sumerge tu mente en ellas y deja que las absorba, transformándote al hacerlo. Cualquier cosa que sientas hoy, cualquier cosa que hoy pienses acerca de ti, estas palabras siguen siendo la verdad.

Lo que somos está más allá del alcance del tiempo y libre de cualquier ley, salvo la de Dios (1:1). No tenemos otro propósito que el de Cristo (1:3). Somos uno con Dios, tal como Jesús lo era y lo es (1:5). Y todo nuestro aprendizaje está planeado para desaprender todo lo que nos dice algo diferente.



¿Qué soy? (Parte 4)

L.pII.14.2:4-5

La verdad de lo que somos no es algo de lo que se pueda hablar o describir con palabras. (2:4)

Las palabras sólo pueden traernos hasta aquí. Pueden llevarnos a la puerta del Cielo, pero no pueden hacernos entrar. Todas las palabras del Curso, tan maravillosas como son, no pueden hacer más de eso. Eso no es una deficiencia del Curso, ni una deficiencia de las palabras. Las palabras son sólo símbolos. No pueden hacer más de lo que los símbolos hacen, y eso es mucho, y todo lo que es necesario. La Verdad Misma de lo que somos hará el resto.

Esa verdad y el completo conocimiento de ella está más allá del alcance de las palabras y, por lo tanto, más allá del alcance de este mundo, que es un mundo de símbolos y no de realidades. Aún así, no hay razón para la desesperanza por eso. Lo que somos no puede estar aquí, igual que una persona física y “real” no puede existir dentro de un sueño, igual que una figura de tres dimensiones no puede entrar en un mundo de dos dimensiones. (Otro ejemplo: un cubo de tres dimensiones no puede existir en una hoja de papel, lo más que se puede hacer es un dibujo en perspectiva que sugiere tres dimensiones).

Podemos, sin embargo, darnos cuenta de la función que tenemos aquí, y usar palabras para hablar de ello así como para enseñarlo, si predicamos con el ejemplo. (2:5)

Aunque no podemos conocer totalmente la verdad de lo que somos, aquí en este mundo, podemos expresarlo; por decirlo de algún modo, podemos crear un dibujo en perspectiva que sugiere esa verdad. ¿Cómo? Llevando a cabo la función que Dios nos ha dado, la función que el Curso ha afirmado repetidas veces de muchas maneras: el perdón, ser feliz, extensión, hacer la Voluntad de Dios, dar de nosotros mismos, aumentar el tesoro de Dios creando el nuestro, dando y recibiendo sanación, aceptando la Expiación. Esto es algo de lo que las palabras pueden hablar, y las palabras pueden también enseñar el perdón, “si predicamos con el ejemplo”. Si las palabras que hablamos inundan nuestro ser, las palabras pueden transmitir lo que es el perdón. Si nuestra vida es un ejemplo de lo que hablamos, nuestras palabras tienen poder. Dicho de otro modo, si llevamos a cabo nuestra función de perdonar, podemos enseñar el perdón. Y eso es nuestro “dibujo en perspectiva” de la verdad de nuestro Ser. Ése es el reflejo en el mundo del Amor que somos.

Considera al Curso como un ejemplo de lo que aquí se nos está diciendo. ¿Por qué son tan poderosas sus palabras? Pienso que la razón es que las dice uno que es un ejemplo de las palabras que dice. Incluso en el modo en que Jesús (el autor) nos habla, y trata a nuestros fallos, nuestra terquedad y cabezonería, nuestras dudas y vacilaciones, podemos sentir la realidad detrás de las palabras que nos dice. Siempre es paciente con nosotros. Nunca nos menosprecia ni nos riñe disgustado por nuestra estupidez. Cuando habla del perdón hay un sentimiento de perdón en las palabras que nos transmite. Cuando nos dice que contemplemos a todos como iguales, sentimos que el nos está contemplando a nosotros como Sus iguales. Cuando dice que podemos mirar a todos sin ver ningún pecado, sentimos que así es como Él nos ve a nosotros.

A eso es a los que nos está llevando, a todos y cada uno de nosotros. Es lo que el Manual para el Maestro llama honestidad, en la Sección sobre las características de los Maestros de Dios.
La honestidad no se limita únicamente a lo que dices. El verdadero significado del término es congruencia: nada de lo que dices está en contradicción con lo que piensas o haces; ningún pensamiento se opone a otro; ningún acto contradice tu palabra ni ninguna palabra está en desacuerdo con otra. (M.4.II.1:4-6)
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Únicamente al llevar a cabo nuestra función, únicamente al hacernos una encarnación del Curso, podemos llegar a darnos cuenta y reconocer Su mensaje para nosotros. Únicamente al darlo a otros en palabras y de hechos, podemos recibirlo nosotros completamente.


TEXTO

 

III. Los que se acusan a sí mismos

  

1. Sólo los que se acusan a sí mismos pueden condenar. 2Antes de tomar una decisión de la que se han de derivar diferentes resulta­dos tienes que aprender algo, y aprenderlo muy bien. 3Ello tiene que llegar a ser una respuesta tan típica para todo lo que hagas que acabe convirtiéndose en un hábito, de modo que sea tu pri­mera reacción ante toda tentación o suceso que ocurra. 4Aprende esto, y apréndelo bien, pues con ello la demora en experimentar felicidad se acorta por un tramo de tiempo que ni siquiera pue­des concebir: 5nunca odias a tu hermano por sus pecados, sino únicamente por los tuyos. 6Sea cual sea la forma que sus pecados parezcan adoptar, lo único que hacen es nublar el hecho de que crees que son tus propios pecados y, por lo tanto, que el ataque es su "justo" merecido.

2. ¿Por qué iban a ser sus pecados pecados, a no ser que creyeses que esos mismos pecados no se te podrían perdonar a ti? 2¿Cómo iba a ser que sus pecados fuesen reales, a no ser que creyeses que constituyen tu realidad? 3¿Y por qué los atacas por todas partes, si no fuese porque te odias a ti mismo? 4¿Eres acaso tú un pecado? 5Contestas afirmativamente cada vez que atacas, pues mediante el ataque afirmas que eres culpable y que tienes que infligirle a otro lo que tú te mereces. 6¿Y qué puedes merecer, sino lo que eres? Si no creyeses que mereces ataque, jamás se te ocurriría atacar a nadie. 8¿Por qué habrías de hacerlo? 9¿Qué sacarías con ello? 10¿Y de qué manera podría beneficiarte el asesinato?

3. Los pecados se perciben en el cuerpo, 2no en la mente. 3No se ven como propósitos, sino como acciones. 4Los cuerpos actúan, pero las mentes no. 5Por lo tanto, el cuerpo debe tener la culpa de lo que él mismo hace. 6No se le ve como algo pasivo que simple­mente se somete a tus órdenes sin hacer nada por su cuenta. 7Si tú eres un pecado, no puedes sino ser un cuerpo, pues la mente no actúa. 8Y el propósito tiene que encontrarse en el cuerpo y no en la mente. 9El cuerpo debe actuar por su cuenta y motivarse a sí mismo. 10Si eres un pecado, aprisionas a la mente dentro del cuerpo y le adjudicas el propósito de ésta a su prisión, que enton­ces actúa en su lugar. 11Un carcelero no obedece órdenes, sino que es el que le da órdenes al prisionero.

4. Mas es el cuerpo el que es el prisionero, no la mente. 2El cuerpo no tiene pensamientos. 3No tiene la capacidad de aprender, perdo­nar o esclavizar. 4No da órdenes que la mente tenga que acatar, ni fija condiciones que ésta tenga que obedecer. 5Él cuerpo sólo man­tiene en prisión a la mente que está dispuesta a morar en él. 6Se enferma siguiendo las órdenes de la mente que quiere ser su pri­sionera. 7Y envejece y muere porque dicha mente está enferma. 8El aprendizaje es lo único que puede producir cambios. 9El cuerpo, por lo tanto, al que le es imposible aprender, jamás podría cam­biar a menos que la mente prefiriese que él cambiase de aparien­cia para amoldarse al propósito que ella le confirió. 10Pues la mente puede aprender, y es en ella donde se efectúa todo cambio.

5. La mente que se considera a sí misma un pecado sólo tiene un propósito: que el cuerpo sea la fuente del pecado, para que la mantenga en la prisión que ella misma eligió y que vigila, y don­de se mantiene a sí misma separada, prisionera durmiente de los perros rabiosos del odio y de la maldad, de la enfermedad y del ataque, del dolor y de la vejez, de la angustia y del sufrimiento. 2Aquí es donde se conservan los pensamientos de sacrificio, pues ahí es donde la culpabilidad impera y donde le ordena al mundo que sea como ella misma: un lugar donde nadie puede hallar misericordia, ni sobrevivir los estragos del temor, excepto me­diante el asesinato y la muerte. 3Pues ahí tú te conviertes en un pecado, y el pecado no puede morar allí donde moran el júbilo y la libertad, pues éstos son sus enemigos y él los tiene que des­truir. 4El pecado se conserva mediante la muerte, y aquellos que creen ser un pecado no pueden sino morir por razón de lo que creen ser.

6. Alegrémonos de que ves aquello que crees, y de que se te haya concedido poder cambiar tus creencias. 2El cuerpo simplemente te seguirá. 3Jamás te puede conducir adonde tú no quieres ir. 4No es un centinela de tu sueño, ni interfiere en tu despertar. 5Libera a tu cuerpo del encarcelamiento, y no verás a nadie prisionero de lo que tú mismo te has escapado. 6Tampoco querrás retener en la culpabilidad a aquellos que habías decidido eran tus enemigos, ni mantener encadenados a la ilusión de un amor cambiante a aquellos que consideras amigos.


7. Los inocentes otorgan libertad como muestra de gratitud por su liberación. 2lo que ven apoya su liberación del encarcela­miento y de la muerte. 3Haz que tu mente sea receptiva al cam­bio, y ni a tu hermano ni a ti se os podrá imponer ninguna pena ancestral. 4Pues Dios ha decretado que no se pueda pedir ni hacer ningún sacrificio.
















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