DESPERTAR AL AMOR

lunes, 19 de octubre de 2020

19 OCTUBRE: Todo tendrá un desenlace feliz.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 292


Todo tendrá un desenlace feliz.


1. Las promesas de Dios no hacen excepciones. 2Y Él garantiza que la dicha será el desenlace final de todas las cosas. 3De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya. 4Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no halla­remos el final que Él ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que percibimos, de todas las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a que nos enfrentamos. 5Mas ese final es seguro. 6Pues la Voluntad de Dios se hace en la tierra, así como en el Cielo. 7Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone Su Voluntad, la Cual garantiza que nuestra voluntad se hace.

2. Te damos gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace feliz. 2Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz de­senlace que nos has prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que todavía creemos que tenemos que pasar.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Las promesas de Dios no hacen excepciones. Y Él garantiza que la dicha será el desenlace final de todas las cosas. De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya. (1:1-3)
“De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso”. Siempre volvemos a eso: Cuándo sentiremos el resultado de la dicha en todas las cosas depende de nosotros. Si siento algo que no sea dicha total se debe a mi propia elección de “permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya”. Me parece que es mi propia voluntad la que a veces se opone a la de Dios. Parece que no quiero abandonar las pequeñas comodidades, las complacencias físicas, mentales y emocionales que me concedo continuamente con la ilusión de que las necesito.

La ley de la percepción afirma: “ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté” (T.25.III.1:3). Si veo en mí una voluntad diferente a la de Dios, la veo porque creo que está ahí. Creo que mi voluntad es diferente de la de Dios. Y creo eso porque quiero creerlo. Si soy semejante a Dios en todo, Dios y yo sólo tenemos una Voluntad, y la voluntad ajena que percibo no es nada. ¡Ésa es la verdad exacta! ¡La voluntad ajena no es nada! No existe. Por eso quiero ver “mi” voluntad que se opone a la de Dios, y por eso la veo. El aparente conflicto en mi vida es el intento inútil del ego de aferrarse a su identidad que es completamente ilusoria.

La verdad del asunto es que lo que veo (mi resistencia a la Voluntad de Dios, que es mi perfecta felicidad) no existe. Lo estoy proyectando desde mi mente. Lo que veo es una ilusión de mí mismo. No es real y, por lo tanto, no trae ni pizca de culpa.

Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no hallaremos el final que Él ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que percibimos, de todas las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a que nos enfrentamos. (1:4)

Nos demos cuenta de ello o no, todos nosotros vamos por ahí la mayor parte del tiempo inquietos por la contracorriente de resistencia a Dios que creemos que existe dentro de nosotros. Pensamos que es real. Leemos Un Curso de Milagros y decidimos ser más amorosos, perdonar más, y luego encontramos una profunda resistencia a esa idea, un muro aparentemente imponente que no nos va a permitir cambiar. Tenemos una adicción que no podemos romper. Descubrimos una relación en la que el perdón es imposible a pesar de todos nuestros esfuerzos. Decidimos que “Hoy no juzgaré nada de lo que suceda”, y luego, diez minutos más tarde, estallamos de ira por una pequeña injusticia. Y sentimos desesperación, sentimos que no podemos hacerlo, que en cierto modo somos incorregibles, que una parte de nosotros está fuera del alcance de la salvación, que una parte de nuestra voluntad se opondrá a Dios sin remedio.

Jesús nos dice que mientras creamos que esta parte de nosotros que parece oponerse a Dios es real, no encontraremos el mundo real. No encontraremos la manera de escaparnos. No encontraremos “el desenlace feliz de todas las cosas”.

Tenemos que llegar al punto en el que somos conscientes de ese nudo cabezota dentro de nosotros y conscientes al mismo tiempo de que no es real. Tenemos que llegar al estado en que lo vemos, lo reconocemos, y nos hacemos responsables de él y, sin embargo lo hacemos sin culpa. Mirar a la oscuridad del ego sin culpa es posible sólo si, mientras miramos, hemos abandonado toda creencia en su realidad. Eso es lo que el Espíritu Santo nos permitirá hacer. Al hacerlo, nos daremos cuenta de que el ego es una ilusión de nosotros mismos proyectada desde nuestra mente, nada más que una ilusión, y por lo tanto no es nada por lo que disgustarnos. “Sí. Veo el nudo de resistencia dentro de mí, pero lo que veo no está realmente ahí. Lo estoy viendo, pero no es real. No cambia nada la realidad. Yo soy el Hijo que Dios ama, aunque ahora no pueda verlo”.

Queremos que el nudo del ego cambie. Queremos que desaparezca ahora mismo. Y mientras creamos en su realidad, no desaparecerá. El ego es incorregible. El perdón a uno mismo supone aceptar eso acerca de nosotros. El ego siempre será el ego, ésa es la mala noticia. Pero el ego no es lo que somos, y ésa es la buena noticia.

Cuando nos damos cuenta de que estamos escuchando al ego, creyendo en la realidad de una voluntad ajena, podemos aprender a no lo tomarlo en serio. Es como si dijéramos: “Otra vez estaba soñando. Ahora elijo despertar”. Y si nos damos cuenta de que todavía no estamos preparados para despertar del todo, si la apariencia de la resistencia en nosotros todavía parece real, podemos decir: “Sí. Veo que todavía no estoy despierto y que todavía parece real, pero al menos me doy cuenta de que estoy soñando”. El ego no tiene ninguna importancia. Como Ken Wapnick dice: “No es gran cosa”. Aunque parezcamos atrapados en el sueño, no tenemos que sentirnos culpables por ello.

Mas ese final es seguro. Pues la Voluntad de Dios se hace en la tierra, así como en el Cielo. Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone Su Voluntad, la Cual garantiza que nuestra voluntad se hace. (1:5-7)

Toda la furia del ego, toda la aparente lucha: todo es un sueño. El final es seguro y la locura del ego no le afecta nada. No hay ninguna voluntad que se oponga a la de Dios y, por lo tanto, Su Voluntad y la nuestra se hará. De hecho, mi voluntad y la de Dios son la misma, lo que garantiza el resultado final. La locura del sueño del ego no tiene efectos, igual que un sueño no tiene efectos en el mundo físico. La locura del ego es únicamente un juego de imágenes en la mente, y nada más que eso. Al final no quedará nada más que pura dicha.

Te damos gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace feliz. Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz desenlace que nos has prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que todavía creemos que tenemos que pasar. (2:1-2)

“Ayúdanos a no interferir”. Ésa es nuestra oración. Resistir al ego, sentirnos culpables por él, luchar por cambiarlo, o despreciarnos a nosotros por su causa, todas ellas son formas de interferencia. Todas ellas hacen que el error de creer en el ego parezca real, creyendo que realmente hay una voluntad ajena dentro de nosotros que se opone a Dios. No interferir es reconocer que el ego es sólo un sueño acerca de nosotros mismos, y que no hay que hacer nada acerca de ello. La fuerza más poderosa “en contra” del ego es el pensamiento: “No importa. No significa nada”. Únicamente llévaselo al Espíritu Santo y deja que Él se encargue. Di: “¡Vaya! Ya estoy soñando otra vez”. Y abandónalo.



¿Qué es el mundo real? (Parte 2)

L.pII.8.1:3-4

El mundo es un símbolo, de miedo o de amor. “Ves tu mundo a través de los ojos del miedo, lo cual te trae a la mente los testigos del terror” (1:3). La voz que elegimos escuchar, dentro de nuestra mente, determina lo que vemos. Si elegimos escuchar al miedo, el mundo que vemos representa al miedo, y está lleno de “los testigos del terror”. El mundo entonces nos dice lo que nosotros le hemos dicho que nos diga.

Cuando escuchamos al miedo, vemos cosas en el mundo que justifican nuestro miedo. Vemos odio, ataque, egoísmo, ira, conflicto y asesinato. Todo esto son interpretaciones de lo que estamos viendo. En cada caso siempre hay otra interpretación posible. Podemos unir nuestra percepción a la del Espíritu Santo, y Él nos permitirá ver el mundo de manera diferente.

“El mundo real sólo lo pueden percibir los ojos que han sido bendecidos por el perdón, los cuales, consecuentemente, ven un mundo donde el terror es imposible y donde no se puede encontrar ningún testigo del miedo” (1:4). Cuando escuchamos al amor o al perdón, vemos cosas en el mundo que justifican nuestro amor. Nada de lo que vemos da testimonio del terror. Imagínate un mundo en el que “el terror es imposible”, donde nada de lo que ves te dice: “¡Ten Miedo!” Ése es el mundo real tal como lo define el Curso. Todo se ve a través de “ojos que han sido bendecidos por el perdón”. La interpretación de todo lo que vemos se vuelve completamente diferente del que estamos acostumbrados.

La mente determina qué mundo vemos. Con la ayuda del Espíritu Santo podemos elegir lo que queremos ver, y lo veremos. El mundo al que miramos puede haber cambiado o no, pero la interpretación que hacemos de él habrá cambiado totalmente. Ya no veremos más ninguna de las formas de miedo que el ego ha inventado, en su lugar lo único que veremos será amor o petición de amor. Nada de lo que veamos exigirá condena o castigo. Todo lo que veamos pedirá únicamente amor.





TEXTO



IX. La justicia del Cielo


1. ¿Qué otra cosa sino la arrogancia podría pensar que la justicia del Cielo no puede eliminar tus insignificantes errores? 2¿Y qué podría significar eso, sino que son pecados y no errores, eterna­mente incorregibles y a los que hay que corresponder con ven­ganza y no con justicia? 3¿Estás dispuesto a que se te libere de todas las consecuencias del pecado? 4No puedes contestar esta pregunta hasta que entiendas todo lo que implica la respuesta. 5Pues si contestas "sí" significa que renuncias a todos los valores de este mundo en favor de la paz del Cielo. 6Significa también que no vas a conservar ni un solo pecado 7ni a abrigar ninguna duda de que esto es posible que le permitiese al pecado conser­var su lugar. 8Significa asimismo que ahora la verdad tiene más valor para ti que todas las ilusiones. 9Y reconoces que la verdad tiene que serte revelada, ya que no sabes lo que es.

2. Dar a regañadientes es no recibir el regalo, pues no estás dis­puesto a aceptarlo. 2Se te guarda hasta que tu renuencia a recibirlo desaparezca y estés dispuesto a que te sea dado. 3La justicia de Dios merece gratitud, no temor. 4Ni tú ni nadie puede perder nada que deis, sino que todo ello se atesora y se guarda en el Cielo, donde todos los tesoros que le han sido dados al Hijo de Dios se conservan para él y se le ofrecen a todo aquel que simplemente extiende la mano dispuesto a recibirlos. 5El tesoro no merma al ser dado. 6Cada regalo no hace sino aumentar el caudal de su riqueza, 7pues Dios es justo. 8Él no lucha contra la renuencia de Su Hijo a percibir la salvación como un regalo procedente de Él. 9Mas Su justicia no quedará satisfecha hasta que todos la reciban.

3. Puedes estar seguro de que la solución a cualquier problema que el Espíritu Santo resuelva será siempre una solución en la que nadie pierde. 2Y esto tiene que ser verdad porque Él no le exige sacrificios a nadie. 3Cualquier solución que le exija a alguien la más mínima pérdida, no habrá resuelto el problema, sino que lo habrá empeorado, haciéndolo más difícil de resolver y más injusto. 4Es imposible que el Espíritu Santo pueda ver cual­quier clase de injusticia como la solución. 5Para Él, lo que es injusto tiene que ser corregido porque es injusto. 6todo error es una percepción en la que, como mínimo, se ve a uno de los Hijos de Dios injustamente. 7De esta forma es como se priva de justicia al Hijo de Dios. 8Cuando se considera a alguien un perdedor, se le ha condenado. 9el castigo, en vez de la justicia, se convierte en su justo merecido.

4. Ver la inocencia hace que el castigo sea imposible y la justicia inevitable. 2La percepción del Espíritu Santo no da cabida al ata­que. 3Lo único que podría justificar el ataque son las pérdidas, y Él no ve pérdidas de ninguna clase. 4El mundo resuelve problemas de otra manera. 5Pues ve la solución a cualquier problema como un estado en el que se ha decidido quién ha de ganar y quién ha de perder; con cuánto se va a quedar uno de ellos y cuánto puede todavía defender el perdedor. 6Mas el problema sigue sin resol­verse, pues sólo la justicia puede establecer un estado en el que nadie pierde y en el que a nadie se le trata injustamente o se le priva de algo, lo cual le daría motivos para vengarse. 7Ningún problema se puede resolver mediante la venganza, que en el mejor de los casos no haría sino dar lugar a otro problema, en el que el asesinato no es obvio.

5. La forma en que el Espíritu Santo resuelve todo problema es la manera de solventarlo. 2El problema queda resuelto porque se ha tratado con justicia. 3Hasta que esto no se haga, seguirá repitién­dose porque aún no se habrá solventado. 4El principio según el cual la justicia significa que nadie puede perder es crucial para el objetivo de este curso. 5Pues los milagros dependen de la justicia. 6Mas no como la ve el mundo, sino como la conoce Dios y como este conocimiento se ve reflejado en la visión que ofrece el Espí­ritu Santo.

6. Nadie merece perder. 2Y es imposible que lo que supone una injusticia para alguien pueda ocurrir. 3La curación tiene que ser para todo el mundo, pues nadie merece ninguna clase de ataque. 4¿Qué orden podría haber en los milagros, si algunas personas mereciesen sufrir más y otras menos? 5¿Y sería esto justo para aquellos que son totalmente inocentes? 6Todo milagro es justo. 7No es un regalo especial que se les concede a algunos y se les niega a otros, por ser éstos menos dignos o estar más condena­dos, y hallarse, por lo tanto, excluidos de la curación. 8¿Quién puede estar excluido de la salvación, si el propósito de ésta es precisamente acabar con el especialismo? 9¿Dónde se encontraría la justicia de la salvación, si algunos errores fuesen imperdona­bles y justificasen la venganza en lugar de la curación y el retorno a la paz?

7. El propósito de la salvación no puede ser ayudar al Hijo de Dios a que sea más injusto de lo que él ya ha procurado ser. 2Si los milagros, que son el don del Espíritu Santo, se otorgasen exclusivamente a un grupo selecto y especial y se negasen a otros por ser éstos menos merecedores de ellos, entonces Él sería el aliado del especialismo. 3El Espíritu Santo no da fe de lo que no puede percibir. 4todos tienen el mismo derecho a Su don de curación, liberación y paz. 5Entregarle un problema al Espíritu Santo para que Él lo resuelva por ti, significa que quieres que se resuelva. 6Mas no entregárselo a fin de resolverlo por tu cuenta y sin Su ayuda, es decidir que el problema siga pendiente y sin resolver, haciendo así que pueda seguir dando lugar a más injusticias y ataques. 7Nadie puede ser injusto contigo, a menos que tú hayas decidido ser injusto primero. 8En ese caso, es inevitable que surjan problemas que sean un obstáculo en tu camino, y que la paz se vea disipada por los vientos del odio.

8. A menos que pienses que todos tus hermanos tienen el mismo derecho a los milagros que tú, no reivindicarás tu derecho a ellos, al haber sido injusto con otros que gozan de los mismos derechos que tú. 2Si tratas de negarle algo a otro, sentirás que se te ha negado a ti. 3Si tratas de privar a alguien de algo, te habrás pri­vado a ti mismo. 4Es imposible recibir un milagro que otro no pueda recibir. 5Sólo el perdón ofrece milagros. 6Y el perdón tiene que ser justo con todo el mundo.

9. Los pequeños problemas que ocultas se convierten en tus pecados secretos porque no elegiste que se te liberase de ellos. 2así, acumulan polvo y se vuelven cada vez más grandes hasta cubrir todo lo que percibes, impidiéndote así ser justo con nadie. 3No crees tener ni un solo derecho. 4la amargura, al haber justi­ficado la venganza y haber hecho que se pierda la misericordia, te condena irremisiblemente. 5Los irredentos no tienen misericordia para con nadie. 6Por eso es por lo que tu única responsabilidad es aceptar el perdón para ti mismo.

10Das el milagro que recibes. 2cada uno de ellos se convierte en un ejemplo de la ley en la que se basa la salvación: que si uno solo ha de sanar, se les tiene que hacer justicia a todos. 3Nadie puede perder y todos tienen que beneficiarse. 4Cada milagro es un ejem­plo de lo que la justicia puede lograr cuando se ofrece a todos por igual, 5pues se recibe en la misma medida en que se da. 6Todo milagro es la conciencia de que dar y recibir es lo mismo. 7Puesto que no hace distinciones entre los que son iguales, no ve diferen­cias donde no las hay. 8Y así, es igual con todos porque no ve diferencia alguna entre ellos. 9Su ofrecimiento es universal y sólo enseña un mensaje:



10Lo que es de Dios le pertenece a todo el mundo, y es su derecho inalienable.


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