DESPERTAR AL AMOR

domingo, 4 de octubre de 2020

2 OCTUBRE: La sanadora Voz de Dios protege hoy todas las cosas.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

LECCIÓN 275

La sanadora Voz de Dios protege hoy todas las cosas.


1. Escuchemos hoy a la Voz que habla por Dios, la cual nos habla de una lección ancestral que es tan cierta hoy como siempre lo fue. 2Sin embargo, este día ha sido seleccionado como aquel en el que hemos de buscar y oír, aprender y entender. 3Escuchemos juntos, 4pues lo que nos dice la Voz que habla por Dios no lo podemos entender por nuestra cuenta, ni aprenderlo estando separados. 5En esto reside la protección de todas las cosas. 6Y en esto se encuentra la curación que brinda la Voz que habla por Dios.
                   
2. Tu sanadora Voz protege hoy todas las cosas, por lo tanto, dejo todo en Tus Manos. 2No tengo que estar ansioso por nada. 3Pues Tu Voz me indicará lo que tengo que hacer y adónde debo ir, con quién debo hablar y qué debo decirle, qué pensamientos debo albergar y qué palabras trans­mitirIe al mundo. 4La seguridad que ofrezco me es dada a mí. 5Padre, Tu Voz protege todas las cosas a través de mí.




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Jesús nos dice en esta lección que necesitamos unirnos a Él para escuchar la Voz que habla por Dios (1:3). “Pues lo que nos dice la Voz que habla por Dios no lo podemos entender por nuestra cuenta, ni aprenderlo estando separados” (1:4). Date cuenta de que la unión que Jesús nos ruega aquí no es principalmente de unos con otros o con otras personas, aunque eso se da por sentado, lo que nos pide es nuestra unión a Él.

Si el problema es una creencia en la realidad de la separación, ese problema no puede ser sanado solo y separado. ¡Estar solo y separado es el problema! Cualquier sanación, cualquier salvación, cualquier iluminación que la Voz que habla por Dios nos trae es algo que se comparte.

Puedo unirme a Jesús al escuchar la Voz que habla por Dios, eso es algo que puedo hacer ahora, en la privacidad de mi hogar, sin nadie a mi alrededor. Lo que oigo (que es siempre alguna forma del mensaje: “El Hijo de Dios es inocente”) es algo que se aplica a Jesús y a mí, a mí y a Jesús. Lo comparto con Él. La paz, la seguridad y la protección llegan, abandono todas las defensas que tengo contra Jesús y permito que Su Presencia esté conmigo. Reconozco que Jesús y yo compartimos un objetivo y unos intereses comunes. Veo que Él no tiene en Su corazón ningún ataque contra mí, y yo no tengo ninguno contra Él. “En esto (unión) reside la protección de todas las cosas” (1:5).

Cuando salgo al mundo para encontrarme con otras personas, lo que he encontrado en la Presencia de Jesús puedo extenderlo a todos con los que me encuentro. Lo que Él y yo hemos escuchado juntos es compartido, no sólo entre nosotros dos, sino con el Hijo de Dios en todos. Escucho la Voz sanadora del Padre, y protege todas las cosas, por lo que “No tengo que estar ansioso por nada” (2:2). Todos los seres comparten este mismo objetivo e intereses. Estamos todos en el mundo por este mismo propósito. Cualquier percepción de competición o ataque por mi parte, o por parte de otro, es sólo un error de percepción, y no es nada de lo que haya que tener miedo.

“La seguridad que ofrezco me es dada a mí” (2:4). Ofrezco seguridad al mundo desde mi unión con Jesús, y al darla, se me da a mí. Puedo decir: “Todos los que me encuentro están a salvo conmigo”. “Y estoy a salvo con todos los que me encuentro”. Cada encuentro es santo porque yo soy santo. Cuando el propósito del día se establece así desde el comienzo, puedo estar seguro de que se me guiará en todo. Se nos darán instrucciones muy concretas para nuestra actividad aquí en este mundo, aunque el mundo sólo sea una ilusión: “Pues Tu Voz me indicará lo que tengo que hacer y adónde debo ir, con quién debo hablar y qué debo decirle, qué pensamientos debo albergar y qué palabras transmitirle al mundo” (2:3).

Es una Voz sanadora la que escucho, una sanación que consiste en compartir, en unirse, en no tener intereses separados. La unión es la sanación. “El único propósito de este mundo es sanar al Hijo de Dios” (T.24.VI.4:1), y la sanación del Hijo de Dios en mí y en todos los que me encuentro hoy es el propósito de este día. Nada más. Que hoy sea un día en el que escucho la Voz. Que “busque y oiga, aprenda y entienda” (1:2).

Allan Watts escribió un libro llamado La Sabiduría de la Inseguridad. Según recuerdo, habla de lo poco sabio que es buscar seguridad porque la seguridad del ego y del cuerpo no es posible. Si continuamente estás buscando seguridad te volverás loco. Es mucho mejor y más sabio aceptar el hecho de la inseguridad y fluir con el universo.

Cuando esta lección habla de que escuchar la Voz protege todas las cosas, está diciendo lo mismo. Reconocemos que no sabemos las respuestas, no podemos resolver todo. No sabemos “lo que tenemos que hacer y adónde debemos ir, con quién debemos hablar y qué debemos decirle, qué pensamientos debemos albergar y qué palabras transmitirle al mundo” (2:3), pero Él lo sabe. En lugar de intentar continuamente obtener las respuestas para nosotros, nos mantenemos en contacto con la Respuesta Misma, el Único que sabe. En lugar de tener millones en el banco, confiamos en que lo que necesitemos se nos dará cuando lo necesitemos, y no nos preocupamos por ello. Dejamos el gobierno del universo en las Manos de Dios.

Nuestra seguridad y protección no está en nosotros, solos y separados. Procede únicamente de escuchar la Voz en cada momento. No conocemos el camino al Cielo, pero caminamos con Uno que lo conoce.


¿Qué es el Cristo? (Parte 5)

L.pII.6.3:1-3

Cristo, nuestro Ser, es “el hogar del Espíritu Santo” (3:1). El Curso a menudo se refiere al Espíritu Santo como “la Voz que habla por Dios”, esta Voz procede de nuestro Ser, el Cristo. Éste es Su Hogar, donde el Espíritu Santo “reside”, por así decirlo. Cuando sentimos un impulso interno en una dirección determinada, o, como en el caso de Helen Schucman (que escribió el Curso), parece que oímos palabras de verdad que se nos hablan dentro de nuestra mente, es la presencia dentro de nosotros de esta “parte” de nuestra mente la que lo hace posible. Cristo es el eslabón que nos mantiene unidos a Dios (2:1). Si Cristo no existiese dentro de nosotros, no oiríamos estos mensajes, porque el eslabón que nos une a Dios no existiría. (Para ir un poco más lejos, ¡si no existiese esa unión con Dios, no existiríamos en absoluto!). Por lo tanto, el hecho de que sentimos estos mensajes internos que nos llevan en dirección a Dios y al amor demuestra que la unión con Dios todavía existe dentro de nosotros. Eso, a su vez, confirma lo que el Curso dice: “¡No estamos separados de Dios!”.

Cristo se siente a gusto únicamente en Dios (3:1). De nuevo, esto podemos sentirlo en nuestra propia experiencia. El sentimiento de no sentirnos en nuestro hogar en este mundo es casi universalmente reconocido; en un momento u otro, parece que todo el mundo se ha sentido así, algunos de manera más intensa que otros quizá, aunque todos lo hemos sentido de algún modo. ¿De dónde procede ese sentimiento? ¿Es posible que no estemos en nuestro hogar en este mundo? Dado lo extendido de esta experiencia, ¿no es probable que haya una parte de nosotros que realmente no se siente en el hogar aquí, sino sólo en Dios? El Curso nos aconseja que escuchemos esta Voz Interior que parece llamarnos a regresar a nuestro hogar, un hogar que no podemos recordar con claridad, pero que de alguna manera sabemos que es real. (Ver especialmente en el Texto “La Canción Olvidada” (T.21.I), o la Lección 182 “Permaneceré muy quedo por un instante e iré a mi hogar”)

“Cristo permanece en paz en el Cielo de tu mente santa” (3:1), como ya hemos explicado en los últimos dos días. Suceda lo que suceda en el exterior, el Cristo en nuestra mente permanece eternamente en paz.

Él es la única parte de ti que en verdad es real. Lo demás son sueños. (3:2-3)

Ésta es una afirmación fundamental. Para la mayoría de nosotros, esta parte de nuestra mente que está eternamente en paz, parece muy lejana y escondida, algo con lo que entramos en contacto en momentos de profunda meditación. La parte que nos parece “real” de nuestra consciencia es la parte agitada y confusa. Podemos reconocer que el Cristo en nuestro interior es real, pero sólo parece ser una pequeña parte de lo que somos. En realidad, esta lección dice que esa parte profundamente tranquila y santa es lo único real de lo que pensamos que somos, el resto son sueños.

Pienso que esto a menudo nos causa miedo a muchos de nosotros. La idea de que la mayor parte de lo que pensamos acerca de nosotros no es real en absoluto sino sólo un sueño, es bastante aterradora. Nos hemos identificado tanto con estos aspectos de nosotros y nos hemos convencido tanto de su realidad, que nos asusta la idea de que puedan desaparecer si entramos en contacto con el Cristo dentro de nosotros. Parece una especie de muerte o de destrucción, como si la mayor parte de nuestra persona fuera a borrarse en una especie de lobotomía cósmica. El Texto habla a menudo y con fuerza acerca de nuestro miedo a encontrar nuestro Ser (ver, por ejemplo el Capítulo 13, Secciones II y III del Texto). Una de esas afirmaciones es:

Has construido todo tu demente sistema de pensamiento porque crees que estarías desamparado en Presencia de Dios, y quieres salvarte de Su Amor porque crees que éste te aniquilaría. Tienes miedo de que pueda alejarte completamente de ti mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío y la grandeza en el ataque. (T.13.III.4:1-2)

Piensa en esto desde el otro lado de la pregunta por un momento. ¿Y si la mayor parte de lo que pensamos acerca de nosotros es sólo un sueño? ¿Qué perderíamos si desapareciera? Nada. Nada, excepto los sueños de dolor y sufrimiento, nada excepto nuestra profunda sensación de soledad.

La iluminación no destruye la personalidad individual. No destruye nada en absoluto, sólo elimina los sueños y las ilusiones. Quita lo que no es verdad ni nunca lo ha sido. El Cristo es la única “parte” de nosotros que es real, y la única pérdida que experimentaremos es la pérdida de cosas que jamás han existido.




TEXTO


IV. Ser especial en contraposición a ser impecable 



1. Ser especial implica una falta de confianza en todo el mundo excepto en ti mismo. 2Depositas tu fe exclusivamente en ti. 3Todo lo demás se convierte en tu enemigo: temido y atacado, mortal y peligroso, detestable y merecedor únicamente de ser destruido. 4Cualquier gentileza que este enemigo te ofrezca no es más que un engaño, pero su odio es real. 5Al estar en peligro de destruc­ción tiene que matar, y tú te sientes atraído hacia él para matarlo primero. 6Tal es la atracción de la culpabilidad. 7Ahí se entrona a la muerte como el salvador; la crucifixión se convierte ahora en la redención, y la salvación no puede significar otra cosa que la destrucción del mundo con excepción de ti mismo.

2. ¿Qué otro propósito podría tener el cuerpo sino ser especial? 2Esto es lo que hace que sea frágil e incapaz de defenderse a sí mismo. 3Fue concebido para hacer que tú fueses frágil e impo­tente. 4La meta de la separación es su maldición. 5Los cuerpos, no obstante, no tienen metas. 6Tener propósitos es algo que es sólo propio de la mente. 7Y las mentes pueden cambiar sí así lo desean. 8No pueden cambiar sus cualidades inherentes ni sus atributos, 9pero sí pueden cambiar el propósito que persiguen, y al hacer eso, los estados corporales no pueden sino cambiar también. 10El cuerpo no puede hacer nada por su cuenta. 11Considéralo un medio de herir, y será herido. 12Considéralo un medio para sanar y sanará.

3. Sólo puedes hacerte daño a ti mismo. 2Hemos repetido esto con frecuencia, pero todavía resulta difícil de entender. 3A las mentes empeñadas en ser especiales les resulta imposible enten­derlo. 4Pero a las que desean curar y no atacar les resulta muy obvio. 5El propósito del ataque se halla en la mente, y sus efectos sólo se pueden sentir allí donde se encuentra dicho propósito. 6La mente no es algo limitado, y a eso se debe que cualquier propósito perjudicial le haga daño a toda ella cual una sola. 7Nada podría tener menos sentido para los que se creen especia­les. 8Nada podría tener mayor sentido para los milagros. 9Pues los milagros no son sino el resultado de cambiar del propósito de herir al de sanar. 10Este cambio de propósito pone "en peligro" el especialismo, pero sólo en el sentido de que la verdad supone una "amenaza" para todas las ilusiones. 11Ante ella no pueden quedar en pie. 12No obstante, ¿qué consuelo encontraste jamás en ellas para que le niegues a tu Padre el regalo que te pide y para que en lugar de dárselo a Él se lo des a ellas? 13Si se lo das a Él, el universo es tuyo. 14Si se lo das a las ilusiones, no recibes ningún regalo a cambio. 13Lo que le has dado a tu especialismo te ha llevado a la bancarrota, dejando tus arcas yermas y vacías, con la tapa abierta invitando a todo lo que quiera perturbar tu paz a que entre y destruya.

4. Te dije anteriormente que no te detuvieses a examinar los medios con los que se logra la salvación, ni cómo se alcanza ésta. 2Pero examina detenidamente si es tu deseo ver a tu hermano libre de pecado. 3Para todo aquel que se cree especial la respuesta tiene que ser "no". 4Un hermano libre de pecado es enemigo de su especialismo, mientras que el pecado, de ser posible, sería su amigo. 5Los pecados de tu hermano justificarían tu especialismo y le darían el significado que la verdad le niega. 6Todo lo que es real proclama que él es incapaz de pecar. 7Todo lo que es falso proclama que sus pecados son reales. 8Si es un pecador, tu reali­dad entonces no es real, sino únicamente un sueño de que eres especial que dura sólo un instante, antes de desmoronarse y con­vertirse en polvo.

5. No defiendas este sueño insensato, en el que Dios se halla pri­vado de lo que ama y tú te encuentras más allá de la posibilidad de salvarte. 2Lo único que es seguro en este mundo cambiante que no tiene sentido en la realidad es esto: cuando no estás com­pletamente en paz, o cuando experimentas cualquier clase de dolor, es que has percibido un pecado en tu hermano y te has regocijado por lo que creíste ver en él. 3Tu sensación de ser espe­cial pareció estar a salvo a causa de ello. 4Y así, salvaste a lo que habías designado como tu salvador y crucificaste al que Dios te dio en su lugar. 5Y de este modo, estás en la misma encrucijada que él, pues sois un solo ser. 6Por lo tanto, el especialismo es su "enemigo” así como el tuyo.









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