DESPERTAR AL AMOR

martes, 20 de octubre de 2020

20 OCTUBRE: El miedo ya se acabó y lo único que hay aquí es amor.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 293


El miedo ya se acabó y lo único que hay aquí es amor.


1. El miedo ya se acabó porque su fuente ha desaparecido, y con ella, todos sus pensamientos desaparecieron también. 2El amor sigue siendo el único estado presente, cuya Fuente está aquí para siempre. 3¿Cómo iba a parecerme el mundo claro y diáfano, segu­ro y acogedor; cuando todos mis errores pasados lo oprimen y me muestran manifestaciones distorsionadas de miedo? 4Mas en el presente el amor es obvio y sus efectos evidentes. 5El mundo entero resplandece en el reflejo de su santa luz, y por fin percibo un mundo perdonado.

2. Padre no permitas que Tu santo mundo me pase desapercibido hoy, 2ni que mis oídos sean sordos a todos los himnos de gratitud que el mundo entona bajo los sonidos del miedo. 3Hay un mundo real que el presente mantiene a salvo de todos los errores del pasado. 4Y éste es el único mundo que quiero tener ante mis ojos hoy.





Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Pienso en el miedo como relacionado con el futuro, sin embargo aquí dice: “El miedo ya se acabó”. Pienso que esto significa algo más que mis experiencias de miedo ya se acabaron. Entendido así, es lo que nos gustaría. Lo que parece decir realmente es que el miedo está en el pasado. El miedo viene del pasado, existe en el pasado únicamente. Cuando el pasado me parece real, “cuando todos mis errores pasados lo oprimen”, entonces tengo miedo. (Y sólo entonces). Lo que temo es que el pasado condiciona el futuro. Si mi pasado está lleno de errores y culpa, y lo considero real, esto produce mi miedo actual al futuro.

La fuente del miedo hace real el pasado en el momento presente.

El Curso nos enseña que: “El pasado que tú recuerdas jamás tuvo lugar” (T.14.IX.1:10). Al principio me resulta difícil decirme a mí mismo: “Las cosas que pienso que sucedieron en el pasado jamás sucedieron, no son reales” Quizá es más fácil decir: “El pasado nunca existió del modo en que yo pienso”. Eso parece más posible, más aceptable. Decir eso es sólo un paso hacia la verdad, pero pienso que puede ser un paso útil. Empezamos aceptando que, al menos, nuestros recuerdos del pasado están distorsionados.

Cada cual puebla su mundo de figuras procedentes de su pasado individual, y ésa es la razón de que los mundos privados difieran tanto entre sí. No obstante, las imágenes que cada cual ve jamás han sido reales, pues están compuestas únicamente de sus reacciones hacia sus hermanos, y no incluyen las reacciones de éstos hacia él. (T.13.V.2:1-2)

Más que eso, el pasado que creemos conocer está lleno de razones para la culpa y el ataque. Recordamos las ofensas que nos han hecho, y las ofensas que hemos hecho nosotros. Esa percepción debe cambiar. Si aceptamos el juicio del Espíritu Santo, la percepción de culpa desaparece. El perdón es una especie de memoria selectiva. Podemos empezar a ver el pasado y todas las cosas del pasado como una expresión de amor o como una petición de ayuda.

Ésta es una especie de posición intermedia. Todavía creemos que el pasado es (o fue) real, pero estamos decidiendo verlo de una manera diferente. La verdad última es que el tiempo no existe, el mundo no existe, los cuerpos no existen. No son nada sino la representación de los pensamientos de nuestra mente.

Una semejanza física me ayuda. ¿Existe la ola de un océano? ¿Es real una ola? En cierto sentido, sí; en otro sentido, no. Una ola no existe separada del océano. Lo que llamamos una ola no es más que la representación de la energía física del agua. El agua, el océano (en este plano físico) son lo que es real, la ola está aquí un momento y al siguiente ha desaparecido, en este momento consta de un conjunto de moléculas de agua y en el siguiente consta de un conjunto de moléculas diferentes. Una ola no existe por sí misma separada de todo lo demás.

Todo el universo físico no es más que una ola en la Mente Eterna. La Mente es todo lo que es real.

En este sentido, nada del pasado es real. Todo el pasado de una ola no existe. La ola que ha pasado ha desaparecido completamente. Donde antes estuvo, ahora todo está en calma y sereno, sin que haya sido afectado por la ola. Las olas no cambian el océano.

Algunos pueden verlo de este modo, de comprender al menos la idea de que el pasado no existe. Otros podemos necesitar la forma más sencilla de “Nunca sucedió como yo pienso. La culpa nunca fue real”. La forma más sencilla llevará finalmente a la comprensión total, así que realmente no importa.

Entonces, cuando siento miedo, lo que tengo que buscar es la creencia en el pasado que hay detrás, quizá escondida, pero está ahí sin duda. Únicamente el pasado me hace tener miedo al futuro. Por esa razón los niños pequeños no tienen miedo, no tienen recuerdos de desastres pasados que puedan provocarles miedo. Cuando sienta miedo, que recuerde que depende de mi percepción del pasado, y que afirme: “Lo que recuerdo nunca sucedió tal como yo pienso. No hay nada que temer”.

Cuando voluntariamente elijo no dejar entrar al pasado en mi presente, “en el presente el amor es obvio y sus efectos evidentes” (1:4). La carga constante del pasado, desenterrando horrores recordados, impide completamente que “me dé cuenta de la presencia del amor”. Todo nuestro aprendizaje no es más que una acumulación de ideas acerca del pasado. Por lo tanto, todo eso no es nada. Empezamos a desaprender, a olvidar voluntariamente lo que pensamos que el pasado nos ha enseñado, y en ello encontramos la percepción verdadera y finalmente el verdadero conocimiento.

El mundo que contemplamos, cuando lo vemos sin el miedo del pasado, es el mundo real. Éste es el mundo que estamos pidiendo ver en esta lección. Debajo de todas las imágenes de miedo, el mundo está cantando “himnos de gratitud” (2:2). La percepción del Espíritu Santo puede atravesar la capa de miedo que hemos puesto sobre la realidad. Cuando compartimos Su percepción, nos damos cuenta de que el pasado ha desaparecido, y vemos y oímos lo que está aquí ahora, cuando “el amor es obvio y sus efectos evidentes”.

Entonces, me uno a la oración: “Éste es el único mundo que quiero tener ante mis ojos hoy” (2:4).


¿Qué es el mundo real? (Parte 3)

L.pII.8.2:1-2

“El mundo real te ofrece una contrapartida para cada pensamiento de infelicidad que se ve reflejado en tu mundo, una corrección segura para las escenas de miedo y los clamores de batalla que pueblan tu mundo” (2:1). Si el mundo real contiene una corrección para cada pensamiento de infelicidad, entonces tiene que consistir en pensamientos felices. La diferencia está en los pensamientos sobre lo que se ve, y no en los objetos que se ven. En esta frase parece que el mundo real es como una colección de vídeos, cada uno con una interpretación diferente de alguna persona o acontecimiento de nuestra vida. Podemos elegir ver los vídeos del Espíritu Santo o los del ego. Las mismas escenas pero con un Director diferente, con un significado diferente para todo.

“El mundo real muestra un mundo que se contempla de otra manera: a través de ojos serenos y de una mente en paz” (2:2). La diferencia está en la paz de la mente que ve. Ésta es la primera de tres referencias al estado de la mente que ve. Las otras dos referencias son: “la mente que se ha perdonado a sí misma” (2:6) y “una mente que está en paz consigo misma” (3:4).

Todos suponemos que nuestras percepciones (interpretaciones) del mundo nos están contando algo real del mundo. La verdad es que nos están contando algo acerca de nuestro propio estado mental. Las imágenes de miedo y los sonidos de lucha que percibimos son únicamente reflejos del miedo y de la lucha dentro de nuestra propia mente. Cuando llevamos nuestra mente a la paz, el mundo toma una apariencia diferente porque nuestra mente está proyectando su propio estado mental sobre el mundo. Que busque la sanación de mi propia mente, y la sanación del mundo se encargará de sí misma.





TEXTO 


Capítulo 26


LA TRANSICIÓN



I. El "sacrificio" de la unicidad


1. El sacrificio es una idea clave en la "dinámica" del ataque. 2Es el eje sobre el que toda transigencia, todo desesperado intento de cerrar un trato y todo conflicto alcanza un aparente equilibrio. 3Es el símbolo del tema central según el cual alguien siempre tiene que perder. 4El hincapié que hace en el cuerpo es evidente, pues el sacrificio es siempre un intento de minimizar la pérdida. 5El cuerpo en sí es un sacrificio, una renuncia al poder a cambio de quedarte con una pequeña porción de él para ti solo. 6Ver a un hermano en otro cuerpo, separado del tuyo, es la expresión del deseo de ver únicamente una pequeña parte de él y de sacrificar el resto. 7Contempla el mundo y verás que nada está unido a nada más allá de sí mismo. 8Todas las aparentes entidades pue­den acercarse o alejarse un poco, pero no pueden unirse.

2. El mundo que ves está basado en el "sacrificio" de la unicidad. 2Es la imagen de una total desunión y de una absoluta falta de unidad. 3Alrededor de cada entidad se erige una muralla tan só­lida en apariencia, que parece como si lo que se encuentra adentro jamás pudiese salir afuera, y lo que se encuentra afuera jamás pudiese llegar hasta lo que se encuentra oculto allí. 4Cada parte tiene que sacrificar a otra para conservar su propia integridad. 5Pues si se uniesen, cada una perdería su identidad individual, y es mediante esa separación como conservan su individualidad.

3. Lo poco que el cuerpo mantiene cercado se convierte en el yo, el cual se conserva mediante el sacrificio de todo lo demás. 2todo lo demás no puede sino perder esta pequeña parte y perma­necer incompleto a fin de mantener intacta su propia identidad. 3En esta percepción de ti mismo la pérdida del cuerpo sería cier­tamente un sacrificio. 4Pues ver cuerpos se convierte en la señal de que el sacrificio es limitado y de que aún queda algo que es exclusivamente para ti. 5para que esa ínfima parte te perte­nezca, se demarcan límites en todo lo que es externo a ti, así como en lo que crees que es tuyo. 6Pues dar es lo mismo que recibir. 7Y aceptar las limitaciones de un cuerpo es imponer esas mismas limitaciones a cada hermano que ves. 8Pues sólo puedes ver a tu hermano como te ves a ti mismo.

4. El cuerpo supone una pérdida, y, por lo tanto, se puede usar para los fines del sacrificio. 2Y mientras veas a tu hermano como un cuerpo, aparte de ti y separado dentro de su celda, estarás exigiendo que tanto tú como él os sacrifiquéis. 3¿Qué mayor sacrificio puede haber que exigirle al Hijo de Dios que se perciba a sí mismo sin su Padre? 4¿O que su Padre esté sin Su Hijo? 5Sin embargo, todo sacrificio exige que estén separados, y el uno sin el otro. 6El recuerdo de Dios se niega si se le exige a alguien algún sacrificio. 7¿Qué testigo de la plenitud del Hijo de Dios puede verse en un mundo de cuerpos separados, por mucho que él dé testimonio de la verdad? 8Él es invisible en un mundo así. 9Y su himno de unión y de amor no puede oírse en absoluto. 10No obs­tante, se le ha concedido hacer que el mundo retroceda ante su himno y que su visión reemplace a los ojos del cuerpo.

5. Aquellos que quieren ver los testigos de la verdad en vez de los de la ilusión, piden simplemente poder ver en el mundo un propósito que haga que el mundo tenga sentido y significado. 2Sin tu función especial, no tiene ningún significado para ti. 3Sin embargo, se puede convertir en una mina tan rica e ilimitada como el Cielo mismo. 4No hay ni un solo instante en el que la santidad de tu hermano no se pueda ver y con ello añadir abun­dante riqueza a cada diminuto fragmento y a cada pequeña migaja de felicidad que te concedes a ti mismo.

6. Puedes perder de vista la unicidad, pero no puedes sacrificar su realidad. 2Tampoco puedes perder aquello que quieres sacrifi­car ni impedir que el Espíritu Santo lleve a cabo Su misión de mostrarte que la unicidad no se ha perdido. 3Escucha, pues, el himno que te canta tu hermano, y según dejas que el mundo retroceda, acepta el descanso que su testimonio te ofrece en nom­bre de la paz. 4Pero no lo juzgues, pues si lo haces, no oirás el himno de tu liberación ni verás lo que le es dado a él atestiguar a fin de que tú puedas verlo y regocijarte junto con él. 5No dejes que debido a tu creencia en el pecado su santidad sea sacrificada, 6pues sacrificas tu inocencia con la suya, y mueres cada vez que ves en él un pecado por el que él merece morir.

7. Sin embargo, puedes renacer en cualquier instante y recibir vida nuevamente. 2La santidad de tu hermano te da vida a ti que no puedes morir porque Dios conoce su inocencia, la cual tú no puedes sacrificar, tal como tu luz tampoco puede desaparecer porque él no la vea. 3Tú que querías hacer de la vida un sacrificio, y que tus ojos y oídos fuesen testigos de la muerte de Dios y de Su santo Hijo, no pienses que tienes el poder para hacer de Ellos lo que Dios no dispuso que fuesen. 4En el Cielo, el Hijo de Dios no está aprisionado en un cuerpo ni ha sido sacrificado al pecado en soledad. 5tal como él es en el Cielo, así tiene que ser eterna­mente y en todas partes. 6Es por siempre él mismo: nacido de nuevo cada instante, inmune al tiempo y mucho más allá del alcance de cualquier sacrificio de vida o de muerte. 7Pues él no creó ni una ni otra, y sólo una le fue dada por Uno que sabe que Sus dones jamás se pueden sacrificar o perder.

8. La justicia de Dios descansa amorosamente sobre Su Hijo, manteniéndolo a salvo de toda injusticia que el mundo quisiera cometer contra él. 2¿Podrías acaso hacer que sus pecados fuesen reales, y sacrificar así la Voluntad de su Padre con respecto a él? 3No lo condenes viéndolo dentro de la putrescente prisión en la que él se ve a sí mismo. 4Tu función especial es asegurarte de que la puerta se abra, de modo que él pueda salir para verter su luz sobre ti y devolverte el regalo de la libertad al recibirlo de ti. 5¿Y cuál podría ser la función especial del Espíritu Santo, sino la de liberar al santo Hijo de Dios del aprisionamiento que él concibió para negarse a sí mismo la justicia? 6¿Y podría ser tu función una tarea aparte y distinta de la Suya?



II. Muchas clases de error, una sola corrección


1. Es fácil entender las razones por las que no le pides al Espíritu Santo que resuelva todos tus problemas por ti. 2Para Él no es más difícil resolver unos que otros. 3Todos los problemas son iguales para Él, puesto que cada uno se resuelve de la misma manera y con el mismo enfoque. 4Los aspectos que necesitan solución no cambian, sea cual sea la forma que el problema parezca adoptar. 5Un problema puede manifestarse de muchas maneras, y lo hará mientras el problema persista. 6De nada sirve intentar resolverlo de una manera especial. 7Se presentará una y otra vez hasta que haya sido resuelto definitivamente y ya no vuelva a surgir en ninguna forma. 8Sólo entonces te habrás liberado de él.

2. El Espíritu Santo te ofrece la liberación de todos los problemas que crees tener. 2Para Él, todos ellos son el mismo problema por­que cada uno, independientemente de la forma en que parezca manifestarse, exige que alguien pierda y sacrifique algo para que tú puedas ganar. 3Mas sólo cuando la situación se resuelve de tal manera que nadie pierde desaparece el problema, pues no era más que un error de percepción que ahora ha sido corregido. 4Para Él no es más difícil llevar un error ante la verdad que otro. 5Pues sólo hay un error: la idea de que es posible perder y de que alguien puede ganar como resultado de ello. 6Si eso fuese cierto, entonces Dios sería injusto, el pecado posible, el ataque estaría justificado y la venganza sería merecida.

3. Para este único error, en cualquiera de sus formas, sólo hay una corrección. 2Es imposible perder, y creer lo contrario es un error. 3Tú no tienes problemas, aunque pienses que los tienes. 4No podrías pensar que los tienes si los vieses desaparecer uno por uno, independientemente de la magnitud, de la complejidad, del lugar, del tiempo, o de cualquier otro atributo que percibas que haga que cada uno de ellos parezca diferente del resto. 5No pienses que las limitaciones que impones sobre todo lo que ves pueden limitar a Dios en modo alguno.

4. El milagro de la justicia puede corregir todos los errores. 2Todo problema es un error. 3Es una injusticia contra el Hijo de Dios, y, por lo tanto, no es verdad. 4El Espíritu Santo no evalúa las injusti­cias como grandes o pequeñas, mayores o menores. 5Para Él todas están desprovistas de atributos. 6Son equivocaciones por las que el Hijo de Dios está sufriendo innecesariamente. 7Y así, Él simple­mente le arranca los clavos y las espinas. 8No se detiene a juzgar si el dolor es grande o pequeño. 9Él emite un solo juicio: herir al Hijo de Dios sería una injusticia, por lo tanto, no puede ser verdad.

5. Tú que crees que entregarle al Espíritu Santo tan sólo algunos errores y quedarte con el resto te mantiene a salvo, recuerda esto: la justicia es total. 2La justicia parcial no existe. 3Si el Hijo de Dios fuese culpable, estaría condenado y no merecería la misericordia del Dios de la justicia. 4Por lo tanto, no le pidas a Dios que lo castigue porque tú lo consideres culpable y desees verlo muerto. 5Dios te ofrece los medios para que puedas ver su inocencia. 6¿Sería justo que se le castigase porque tú te niegues a ver lo que se encuentra ahí ante ti? 7Cada vez que decides resolver un pro­blema por tu cuenta, o consideras que se trata de un problema que no tiene solución, lo has exagerado y privado de toda espe­ranza de corrección. 8Y así, niegas que el milagro de la justicia pueda ser justo.

6. Si Dios es justo, no puede haber entonces ningún problema que la justicia no pueda resolver. 2Pero tú crees que algunas injusticias son buenas y justas, así como necesarias para tu propia supervi­vencia. 3Éstos son los problemas que consideras demasiado gran­des e irresolubles. 4Pues hay personas a las que les deseas que pierdan, y no hay nadie a quien desees ver completamente a salvo del sacrificio. 5Considera una vez más cuál es tu función especial. 6Se te ha dado un hermano para que veas en él su perfecta inocen­cia. 7Y no le exigirás ningún sacrificio porque no es tu voluntad que él sufra pérdida alguna. 8El milagro de justicia que invocas te envolverá tanto a ti como a él. 9Pues el Espíritu Santo no estará contento hasta que todo el mundo lo reciba, 10ya que lo que le das a Él les pertenece a todos, y por el hecho de tú darlo, Él se asegu­rará de que todos lo reciban por igual.

7. Piensa, entonces, cuán grande será tu liberación cuando estés dispuesto a dejar que todos tus problemas sean resueltos. 2No te quedarás ni con uno solo de ellos, pues no desearás ninguna clase de dolor. 3verás sanar cada pequeña herida ante la benévola visión del Espíritu Santo. 4Pues todas ellas son pequeñas para Él, y no merecen más que un leve suspiro de tu parte antes de que desaparezcan del todo y queden por siempre sanadas y en el olvido. 5Lo que una vez pareció ser un problema especial, un error sin solución o una aflicción incurable, ha sido transformado en una bendición universal. 6El sacrificio ha desaparecido. 7Y en su lugar se puede recordar el Amor de Dios, el cual desvanecerá con su fulgor toda memoria de sacrificio y de pérdida.

8. Es imposible recordar a Dios mientras se tenga miedo de la justicia en lugar de amarla. 2Él no puede ser injusto con nadie ni con nada porque sabe que todo lo que existe es Suyo y que será siempre tal como Él lo creó. 3Todo lo que Él ama no puede sino ser impecable* e inmune al ataque. 4Tu función especial abre de par en par la puerta tras la cual el recuerdo de Su Amor permanece perfectamente intacto e inmaculado. 5Sólo necesitas desear que se te conceda el Cielo en vez del infierno, y todos los cerrojos y barreras que parecen mantener la puerta herméticamente cerrada se desmoronarán y desaparecerán. 6Pues no es la Voluntad de tu Padre que tú ofrezcas o recibas menos de lo que Él te dio cuando te creó con perfecto amor




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